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Parana » Analisis Litoral
Fecha: 08/12/2025 15:54
WhatsApp Facebook Twitter Messenger Copy Copied 0 Shares La dinámica acelerada de los nuevos contextos políticos expone con crudeza las limitaciones históricas de los partidos tradicionales en Argentina. La Unión Cívica Radical es, quizás, uno de los ejemplos más evidentes. En las últimas décadas, el radicalismo pasó de ser un partido de vocación mayoritaria y proyecto nacional a convertirse en fuerza complementaria de alianzas ajenas, incapaz de interpretar —en tiempo real— las demandas cambiantes de su potencial electorado. No se trata de un fenómeno nuevo ni exclusivamente coyuntural: es una crisis de lectura política, de estrategia y, sobre todo, de identidad. La política exige comprender cada momento histórico y elaborar planes en consecuencia. Sin embargo, lo que se observa reiteradamente en la UCR es lo contrario: la ansiedad por alcanzar o retener cuotas de poder —o directamente “salvarse solo”— se impone sobre cualquier planificación coherente. El resultado es una sucesión de acuerdos tácticos sin narrativa, alianzas sin programa y una pérdida progresiva de credibilidad ante una sociedad que hace tiempo dejó de votar sellos para empezar a evaluar convicciones, liderazgos y coherencia. En ese marco aparecen voces como la de Julio Cobos, quien al despedirse de su tarea legislativa cuestiona con dureza a Javier Milei y a la alianza entre sectores del radicalismo y La Libertad Avanza. Cobos sostuvo que ese acuerdo dejó al radicalismo “agonizando o en coma”, respaldando su afirmación con un dato incontrastable: la UCR pasó de 34 diputados nacionales a apenas 6. El problema es que el diagnóstico, aunque parcialmente cierto, llega desde una autoridad política profundamente discutible. Cobos no es un actor externo ni un observador neutral. Su trayectoria está marcada, precisamente, por el mismo comportamiento que hoy critica. Fue vicepresidente de Cristina Fernández de Kirchner, llegó al poder de la mano del kirchnerismo y luego se recostó en distintos espacios según el clima político del momento. Su figura simboliza, para buena parte de la sociedad, ese radicalismo que nunca terminó de definir de qué lado estaba cuando el país atravesaba decisiones estructurales. Más aún, durante años muchos de estos dirigentes —Cobos incluido— funcionaron como una barrera para el recambio generacional dentro del partido. Jóvenes militantes, incluso provenientes de la histórica Franja Morada que durante décadas sostuvo la consigna radical en universidades y facultades de todo el país, encontraron techos infranqueables impuestos por estructuras cerradas, personalistas y conservadoras del poder interno. Esa falta de renovación no fue accidental: fue una decisión política. Por eso resulta llamativo que hoy algunos referentes pretendan erigirse en jueces del presente cuando nunca lograron gestionar con éxito su propia carrera política ni reconstruir un proyecto radical convincente. Casos como este se repiten a lo largo y ancho del país: dirigentes que culpan a alianzas coyunturales o a liderazgos emergentes de su propia incapacidad para construir una identidad clara y una oferta electoral atractiva. Cobos también señala, con razón, que los partidos que se mantuvieron firmes en sus convicciones —como Unión por la Patria o el Frente de Izquierda— conservaron niveles estables de confianza social, más allá de acuerdos o desacuerdos ideológicos. Esa observación refuerza la contradicción central del radicalismo: no pierde votos por asociarse con fuerzas nuevas, los pierde porque hace tiempo dejó de representar algo reconocible. La crisis de la UCR no la generó Milei ni La Libertad Avanza. Es anterior, profunda y estructural. Milei no vació al radicalismo: ocupó el espacio que otros abandonaron por indefinición, oportunismo y ausencia de coraje político. Lo mismo ocurrió antes con el PRO y antes aún con el kirchnerismo. Cada vez que la UCR eligió ser furgón de cola en lugar de locomotora, pagó el costo. El debate de fondo no es con quién se alía el radicalismo, sino por qué ya no puede hacerlo desde una posición de fortaleza. Mientras no logre reconstruir una identidad nacional clara, una conducción coherente y una estrategia que vuelva a seducir a la sociedad —en lugar de proteger carreras individuales— seguirá oscilando entre la nostalgia histórica y la irrelevancia política. Y ningún retiro tardío ni declaración altisonante cambiará ese dato de la realidad. Alejandro Monzon para https://www.analisislitoral.com.ar/
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