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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 08/12/2025 15:49
Un arco político amplio se dio cita en la Biblioteca Sarmiento de Gualeguaychú para compartir la presentación del libro de Antonio Tardelli sobre la vida de Montiel. La escena transcurre un sábado luminoso en Gualeguaychú, en el interior cálido y sereno de la Biblioteca “Domingo Faustino Sarmiento”. La primera biblioteca popular de Entre Ríos y la tercera a nivel nacional. Allí, entre anaqueles cargados de historia y voces antiguas, el periodista Antonio Tardelli presentó su libro “Montiel. La biografía de un caudillo amado y odiado”. El título ya anticipa una tensión: la contradicción humana como punto de partida para comprender la política. Y es, también, una invitación a reconocer que toda biografía -y tal vez toda lectura de la historia- es un espejo roto donde cada fragmento revela una verdad parcial. La figura de Sergio Alberto Montiel, dos veces gobernador de Entre Ríos y único dirigente radical en conducir la provincia desde 1983, vuelve ahora a escena no como monumento ni como juicio final, sino como pregunta. Tardelli reconstruye su itinerario desde la infancia marcada por la muerte violenta de su padre en un levantamiento militar de 1931 hasta su desaparición física, atravesando sus mandatos, sus obsesiones, sus convicciones y los dramáticos días de diciembre de 2001. La presentación estuvo acompañada por dos testigos privilegiados: Jorge Martínez Garbino, vicegobernador de Montiel en su primer mandato; y Emilio Martínez Garbino, exintendente, exdiputado nacional y figura destacada del peronismo entrerriano. El gesto, más allá de los nombres, reveló algo más profundo: en un país acostumbrado a polarizar, la historia de Montiel reunió a radicales y peronistas bajo el mismo techo, en una conversación honesta sobre el pasado y el presente. Allí estaban Héctor Maya, Guillermo Michel, Atilio Benedetti, Jaime Martínez Garbino, Horacio Arrate, Luis Leissa y diversos dirigentes de un amplio arco político. Ese encuentro -plural, transversal, atento- remite a la necesidad que la política sea una forma eminente de construcción colectiva – y no de promoción personal- y que el diálogo no sea una concesión sino una construcción moral. Es decir, un encuentro entre personas que buscan el bien común y no una mera maquinaria de intereses enfrentados. Tal vez por eso, más que un libro, la presentación de Tardelli fue un ejercicio cívico: la memoria colectiva puesta al servicio de la comprensión mutua. El caudillo y sus ambivalencias En sus intervenciones, Jorge y Emilio Martínez Garbino describieron a Montiel con un trazo firme: “Un dirigente tenaz, porfiado, de honestidad intelectual y moral irreprochable”. Al mismo tiempo, reconocieron que su liderazgo tenía bordes duros, a veces cercanos al autoritarismo. No se trató de un homenaje complaciente, sino de una revisión crítica, un retrato sin maquillaje. Uno de los puntos más señalados fue su visión estratégica en materia energética: Montiel imaginó una Entre Ríos integrada a la Mesopotamia a través de Yacyretá y Salto Grande, y, al mismo tiempo, consciente del potencial de la Región Centro. Era un político con una formación superior a la media de su época, alguien que no necesitó del aparato partidario para convertirse en opción de poder. Como sostuvo Tardelli durante la presentación: “Montiel fue uno de los dirigentes más relevantes que dio la provincia desde la recuperación democrática”. Y enseguida aclaró que relevancia no es sinónimo de santidad ni de grandeza absoluta; es, simplemente, impacto histórico. El público no se mantuvo en silencio. Luis Leissa recordó que, aunque no fue su profesor universitario, siempre escuchó elogios a su capacidad pedagógica y jurídica. Otros asistentes sumaron anécdotas, dudas, críticas y valoraciones. Allí, en esa conversación abierta, apareció la razón profunda por la cual una biografía importa: es un punto de partida, no un dictamen final. La tarea inconclusa del biógrafo Tardelli sabe -y lo dice a los cuatro vientos- que ninguna biografía es total. La vida humana es demasiado vasta y contradictoria, y el tiempo demasiado breve para pretender abarcarlo todo. La biografía es, en el fondo, “una arquitectura de elecciones”: qué contar, qué dejar afuera, qué interpretar, qué dejar en suspenso. No busca clausurar, sino abrir. En ese sentido, su libro aporta algo más que datos o cronologías: ofrece el “relato de una vida con sus zonas de sombra y sus destellos”, y permite que el lector entre a un territorio más amplio que el de la coyuntura política. Una biografía no es un expediente, sino una forma de aproximación literaria e histórica que nos ayuda a entender los matices que no encajan en un parte de prensa. Y aquí aparece un punto clave: la biografía como forma de educación ciudadana. En sociedades fragmentadas, donde el presente se devora a sí mismo, volver a los protagonistas de la historia reciente es un acto de responsabilidad democrática. Comprender sus decisiones, sus límites, sus aciertos y sus errores permiten -como sociedad-, leer el propio mapa colectivo. La política como encuentro La presentación del libro se transformó en un espacio de diálogo fecundo. No hubo discursos solemnes ni gestos de auto celebración. Más bien se respiró una atmósfera pedagógica, donde las preguntas fueron tan importantes como las respuestas. El público intervino, los invitados dialogaron entre sí, y Tardelli insistió en que su obra no pretende cerrar debate alguno, sino “invitar a pensar”. Ese gesto -abrir, no clausurar- es profundamente político y mucho más en un tiempo en que el país oscila entre la polarización y la búsqueda de acuerdos democráticos más estables. Montiel, con su figura controvertida y su legado disputado, se convierte así en un espejo donde la provincia y el país pueden mirarse sin edulcorantes. Su liderazgo, sus tensiones y su impronta permiten leer la transición democrática con una lente más compleja que el simplismo de héroes y villanos. La ética del diálogo Si la política debe volver a ser una artesanía de encuentros, entonces obras como la de Tardelli cumplen una función vital: nos recuerdan que la historia no es un campo de batalla para reafirmar dogmas, sino un territorio común para comprendernos. La cultura del encuentro no se edifica sobre la negación del conflicto, sino sobre la posibilidad de convertir el conflicto en diálogo. La política tiene la grandeza de ser “una vocación altísima”, siempre que se ponga al servicio del bien común. En palabras de Tardelli: Montiel, con sus luces y sombras, atraviesa esa tensión. Un cierre que no clausura Al final de la presentación, Tardelli pronunció una frase que resume el espíritu de su trabajo: “El libro no busca cerrar el debate sobre Montiel; busca abrirlo”. Porque comprender la historia contemporánea exige mirar a sus protagonistas con distancia crítica, pero también con humanidad. Exige reconocer que el pasado no está hecho para ser venerado ni cancelado, sino para ser leído, interrogado y puesto en diálogo con el presente. El pasado es una enseñanza. En el salón de la Biblioteca Sarmiento, aquella tarde-noche, algo quedó claro: la política necesita más mesas como esta, donde radicales y peronistas, periodistas e historiadores, militantes y lectores, puedan conversar sin cancelarse. Y la biografía -esa forma humilde y poderosa de volver a percibir las vidas reales- es uno de los puentes más fecundos para reconstruir la cultura democrática. Porque, “nadie se salva solo”. Tampoco los pueblos. Tampoco sus memorias. Ni sus historias. Y, quizá por eso mismo, libros como el de Tardelli son más que un aporte historiográfico: son una invitación urgente a volver a encontrarnos.
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