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    » Diario Cordoba

    Fecha: 08/12/2025 13:54

    Estos días en los pasillos, salas de reuniones, presentaciones de libros, conferencias y mesas redondas de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) -la mayor del mundo del libro escrito en español-, se extiende entre los asistentes el temor al cada vez mayor intervencionismo del vecino del norte en la política interna de los países iberoamericanos. Primero fue Argentina con la decisión de Trump de conceder un auxilio financiero de 20.000 millones de dólares, condicionado a que los resultados de las elecciones legislativas favorecieran a Milei, lo que finalmente ocurrió. Ahora, anuncia un apoyo financiero a Honduras si gana el candidato Nasry Asfura, tratando de influir de nuevo directamente en el resultado electoral de un país, sin mayor recato y sin el menor respeto a su soberanía. Mientras escribo estas líneas, el candidato Salvador Nasralla aventaja ligeramente en el recuento al candidato apoyado por Trump, quien ya ha empezado a denunciar un presunto fraude electoral. El escenario intervencionista se completa con la amenaza militar a Venezuela y Colombia, que se apoya en la supuesta justificación de la lucha contra el narcotráfico. Argumento que es tan endeble como su descarada coincidencia con la concesión de indulto al expresidente de Honduras Juan Orlando Hernández, que cumplía condena de 45 años en Estados Unidos precisamente por narcotráfico, pena impuesta por los tribunales norteamericanos con base en las pruebas aportadas por los propios servicios de lucha contra el narcotráfico estadounidenses. El cinismo de la política internacional del trumpismo alcanza en estos días cotas jamás vistas. A ello debemos unir el desprecio más absoluto por la cortesía diplomática, que ya se manifiesta hasta en la utilización del lenguaje grosero y faltón para referirse a líderes políticos de otros países como Petro o Maduro. Por mucho que este último merezca el más absoluto rechazo por su política contraria al respeto de los derechos humanos, las amenazas militares solo están justificadas en un marco en el que el «patio trasero» de Estados Unidos aparece más vulnerable que nunca. El alineamiento de gobiernos favorables a Trump es ahora el objetivo que marca su política en la región. No es nueva la consideración de Latinoamérica como un espacio natural de influencia de Estados Unidos. Lo que sí es nueva es la falta de sutileza y discreción en la injerencia en los asuntos de la política interna de estos países. Ahora la actuación del gobierno norteamericano se hace a las bravas y a cara descubierta. Se justifica la lucha contra el narcotráfico para de inmediato indultar a un narcotraficante condenado. Se amenaza a los líderes políticos contrarios, para tratar de colocar a candidatos presidenciales favorables a sus intereses con la supuesta argumentación de la defensa de la democracia y los derechos humanos. Veamos: que Maduro es un dictador, está fuera de toda duda, pero ¿de acuerdo con qué norma de Derecho internacional Estados Unidos puede invadir ese país? ¿Hay una resolución de Naciones Unidas que avale la intervención de una fuerza multinacional para proteger la defensa de los derechos humanos? Es evidente que las mayores reservas de petróleo del mundo están en Venezuela y que la lucha por los recursos naturales es la clave que está marcando la geopolítica de las grandes potencias. No deja de ser paradójico que, frente al planteamiento aislacionista del movimiento MAGA, el intervencionismo militar en el extranjero de Trump no deja de crecer. Pete Hegseth, secretario de guerra de EE.UU. -ya no se llama de defensa- habla sin cortapisas de planes para desarrollar la industria militar «como en 1939». Sin ambages, sin anestesia, nos recuerda el escenario histórico de lo que fue el inicio de la II Guerra Mundial. Así, pues, el interés renovado por controlar toda América se une a la cierta fragilidad con la que empieza a vislumbrarse su otrora nítido apoyo a Taiwán o la abierta afirmación de que Rusia tiene derechos territoriales, políticos e históricos sobre Ucrania. Todo ello parece despejar un mapa en el que tres potencias desplieguen su control militar y estratégico sin mayor oposición: Estados Unidos en América, sin perder de vista Oriente Medio con su leal (o al revés) Israel; China en Asia; y Rusia con su renovado sueño imperial debilitando a la, despreciada por el trumpismo, vieja Europa. En el seno de las mesas redondas sobre paz en la que he tenido ocasión de intervenir en la FIL y en la Universidad de Guadalajara, el debate general sobre cultura de paz se ha escorado sobre todo a la política de intervención de Estados Unidos en América. Como es lógico, se ha recordado toda la doctrina que el presidente norteamericano James Monroe esbozó en 1823 con la idea resumida de «América para los americanos». Básicamente, pretendía acabar con la presencia de las potencias europeas en el continente, para supuestamente dejar libres a las nacientes repúblicas americanas de esta influencia. El resultado de esta política, por no engañarnos al solitario, fue el robo a México de casi la mitad de su territorio en la guerra 1846-1848; el control de Cuba y la expulsión de España en la guerra de 1895-1898, imponiendo el dominio norteamericano de su política hasta 1959; la anexión de Puerto Rico; el control de Panamá y su canal. Todo ello, por no recordar el apoyo a los golpes militares del pasado siglo en Argentina, Chile, Paraguay, países centroamericanos, etcétera. Una nueva versión de esta doctrina, claramente militarista como en las viejas acciones del siglo XIX, nos está colocando frente a un mundo sin argumentos para el diálogo, sin ningún respeto al Derecho internacional y sus instituciones, sin ningún referente mínimamente esperanzador para la paz. Estados Unidos ya no es el teórico garante de la democracia y los derechos humanos. Ha renunciado a su papel -muchas veces insincero- de defensor de un orden global teóricamente orientado a la paz y la convivencia entre Estados libres y soberanos. La ley del más fuerte está guiando la agenda global. Me sigue sorprendiendo -hay gente para todo- ver cómo algunos defienden esta nueva política. No nos damos cuenta de que el armamentismo es el camino del triunfo de la violencia estructural que conduce a la guerra. Todavía hay muchos con hijos y nietos que defienden, apoyan y votan a los partidos ultras que impulsan esta agenda y no se dan cuenta de que pronto estas generaciones de jóvenes europeos van a estar militarizadas y empuñando un fusil. Ahora Francia, Bélgica, Alemania hablan de servicio militar voluntario. ¿Qué se apuestan que en menos de tres o cuatro años será obligatorio? Algunas veces he estado frente al mausoleo gótico que en Hollywood Cemetery en Richmond guarda los restos de James Monroe. Allí, situado frente a la Historia, siempre pienso lo mismo: su doctrina, como la de otros, sirve para alimentar las guerras en las que ellos y los suyos casi nunca mueren. *Catedrático de la Universidad de Córdoba

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