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» Diario Cordoba
Fecha: 08/12/2025 13:54
La liturgia de la Iglesia celebra hoy el II Domingo de Adviento, y mañana, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, patrona de España. María perfuma el Adviento, -«tiempo de silencio interior, de reflexión personal, de preparación para la Navidad»-, ofreciendo su vida y entregándola en plenitud a la voluntad de Dios, que le llega a través de un mensajero, el arcángel Gabriel. El Adviento nos presenta hoy la silueta de Juan el Bautista, viviendo, predicando y bautizando en el desierto, que era concebido como lugar de encuentro con el Señor, a orillas del río Jordán, mientras invita con dureza a una conversión radical. Convertirse durante el tiempo de Adviento supone ante todo atender lo pequeño: cuidar de los débiles y los enfermos; cultivar la amistad; contemplar y admirarse con la creación; practicar la solidaridad y la hospitalidad; reservar un tiempo tranquilo para orar y leer la Escritura o un libro de espiritualidad; conversar amigablemente con las personas; servir con sencillez allí donde uno esté, sin aspavientos y sin reclamar reconocimientos; quererse a uno mismo sin vanagloria. Adviento es atender lo pequeño para que cuando llegue el pequeño Jesús seamos sensibles a su presencia sencilla. Aromatizando este tiempo de Adviento, contemplamos a María Inmaculada, con las Vigilias que se inician esta noche, bajo el lema: «Con María, peregrinos de esperanza», y que sumergen nuestro corazón en la grandeza de María: una mujer sin mancha, sin pecado. Un ser humano como nosotros, que ha dado cauce en su vida a Dios, para que Él se exprese a través de Ella. En María se gestó Jesús. Ella le dio vida, aliento, alimento, educación. Jesús tiene algo esencial de María, por eso es su hijo. Lo primero que le dice el ángel es «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». María es una preciosa mujer, bendecida por Dios. «Bendecida» quiere decir querida, cuidada y tratada con especial cariño. La fiesta de la Inmaculada es también nuestra fiesta, porque también nosotros somos bendecidos, es decir, queridos, especiales ante el Padre celestial, sus hijos. Nos ha colmado de bienes y de dones. Hay algo puro en todo ser humano, un fondo intocable, inmaculado, en el que reside su más auténtico rostro, Dios mismo habitando en nosotros, dándonos nuestra verdadera identidad, hecha de bondad, de sencillez y de desprendimiento. La fiesta de la Inmaculada que celebramos mañana nos hace levantar nuestra mirada hacia María, brisa celeste, ráfaga luminosa de los verdaderos horizontes de grandeza para un mundo que se desangra por sus cuatro costados, despeñándose hasta los bajos fondos de la degradación y del sufrimiento. En estos tiempos de cansancio y pesimismo increyente, María, con su obediencia radical a Dios y su esperanza confiada, puede conducirnos hacia una vida cristiana más honda y más fiel a Dios. Los mejores esfuerzos de la Mariología actual tratan de conducirnos a los cristianos a una visión de María como Madre de Jesucristo, primera discípula de su Hijo y modelo de vida auténticamente cristiana. La devoción a María no es un elemento secundario para alimentar la religión de «gentes sencillas», inclinadas a prácticas y ritos casi «folclóricos». Acercarnos a María es más bien, colocarnos en el mejor punto para descubrir el misterio de Cristo y acogerlo. El evangelista Mateo nos recuerda a María como la madre del «Emmanuel», es decir, la mujer que nos puede acercar a Jesús, el «Dios con nosotros». Tres hermosos «destellos» en su silueta: «María, la madre de mi Señor», como la proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo; «María, la evangelizadora», que ofrece a todos la salvación de Dios, que ha acogido en su propio Hijo; «María, portadora de alegría», desde una actitud de servicio y de ayuda a quienes la necesitan. Hoy es obligado recordar el soneto de Gerardo Diego a la Inmaculada y escoger algunos de sus versos: «¡Alba, mírala bien! Y el mundo sea / heno que cobra resplandor y brío / en su mirar de alondra transparente, / aurora donde el cielo se recrea, / aurora tú que fuiste como un río / y Dios puso la mano en la corriente». *Sacerdote y periodista
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