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  • Margaret Pater, 86 años: no vive en una zona azul pero confirma la hipótesis de Dan Buettner

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 08/12/2025 02:33

    Margaret Pater durante una de sus excursiones, en el año 2018 Margaret Pater camina desde que era muy niña. Y no en cualquier geografía, sino en la montaña. Ella es un ejemplo de que es posible superar las ocho décadas sin que las limitaciones de la vejez nos alcancen. Combina dos pasiones que cultivó desde pequeña: la montaña y los viajes. “Cuando veo una colina o un cerro tengo el impulso irresistible de treparlos”, dice, el día que vio uno de sus sueños por fin cumplidos: conocer la cordillera de los Andes. Empezó a caminar por las alturas cuando tenía solo doce años, en su Inglaterra natal. “Estábamos de vacaciones. Mi madre se quedó en la casa con mis hermanos menores y yo fui con mi padre a las montañas del noroeste. Él las conocía bastante bien de su época de estudiante. Parábamos en un viejo hotel de los de antes. El tiempo no era muy bueno, pero igual salimos de mañana para subir una pequeña montaña. Bajaron las nubes y mi padre me dijo: ‘Bueno, te quedas aquí, voy a ver dónde está el camino’. Sabía que había un precipicio muy cerca. Me senté en una piedra esperando con terror, temblando, rogando que volviera… “Regresó y seguimos caminando”, cuenta entre risas. Margaret, con fondo de montañas, su paisaje favorito Esas vacaciones en familia le dieron el impulso inicial, ya que siguió haciendo estas excursiones con su padre. “Era la época en la que las chicas no usaban pantalones, solamente falda”, recuerda. Así fue como en una de las montañas, donde no había camino, su padre le dijo que bajara sentada. “Claro, él con sus pantalones…” Esto no la acobardó, como casi ningún desafío en su vida. Siguieron las salidas en familia, siempre al campo y a la montaña. Una vez pararon en una granja. Como era muy temprano y no querían despertar a nadie, se tuvieron que descolgar desde la ventana del primer piso. En esos tiempos las vacas eran guardaban en la parte de abajo de las casas y la familia dormía en el piso superior “Desde ahí subimos a la montaña más alta de Inglaterra”, cuenta. Se refiere al Scafell Pike, de 978 metros de altura. Con bastone de trekking, en 2023 Su primera pasión la siguió cultivando luego cuando, ya joven traductora de alemán a inglés y de inglés a alemán, fue a trabajar a Bossey, cerca de Ginebra, Suiza. De confesión metodista, Margaret fue, durante casi toda su vida laboral, intérprete simultánea para el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), organismo ecuménico que reúne a más de 350 iglesias cristianas y que representa a más de 500 millones de cristianos de diversas tradiciones, como las iglesias ortodoxas orientales, anglicanas, luteranas, reformadas y otras y donde la Iglesia Católica Romana ocupa un lugar de observador o miembro fraternal. Trabajando como intérprete simultánea inglés-alemán Una vez en Suiza, Margaret se hizo famosa entre los jóvenes y no tan jóvenes que concurrían al centro ecuménico de Bossey para participar de seminarios y diversos encuentros cristianos. Invitaba a todos a realizar largas caminatas por los Alpes suizos. Era tan persuasiva que conseguía “zapatos de montaña” para todos los caminantes, al igual que abrigos y bastones de marcha prestados. Todos los que pasaron por Bossey recordarán el entusiasmo con el que ella los convencía de animarse a la maravillosa experiencia de disfrutar de las alturas y el aire de montaña. Un grupo sale de escursión desde Bossey. Margaret es la guía, por eso no está en la foto Su otra pasión: los viajes, el conocer otras culturas, se vio facilitada por su trabajo en el mundo ecuménico. Visitó los cinco continentes, y aunque le da pudor recordar en cuántas ciudades del mundo estuvo, su memoria prodigiosa hace que cuando uno se lo pregunta vaya agregando lugares a la lista. En casi todos ellos, dejó amigos y gratos y risueños recuerdos. Su paso por los aeropuertos del mundo no está exento de aventuras. Como el CMI siempre buscaba los viajes más económicos posibles, muchas veces le tocaban largas esperas en las escalas, y no fueron pocas las ocasiones en las que tuvo que dormir apoyada en su mochila o el bolso de mano. Pero afrontó siempre los inconvenientes con un espíritu admirable. Hoy todavía cuenta estos contratiempos con muchas risas y viendo siempre el lado positivo de la experiencia. Quizás se trata de uno de los rasgos de su personalidad que explica la juventud que transmite a los 86 años. Con un grupo ecuménico en La Dôle, Jura, Francia – 1975 A fines de los 80, y cuando todavía Alemania del Este estaba separada con un muro de la Alemania occidental, Margaret hizo todos los trámites para radicarse en la zona oriental, donde vivía una pastora amiga. Fueron meses y meses de engorrosos papeleos y de pruebas dignas de alguna de las películas que luego se conocieron acerca de la rigidez del sistema soviético, pero su tenacidad le ganó a la burocracia. Pocos meses después de su aceptación como residente en el Este, cayó el Muro… Pero ni siquiera esta jugarreta del destino le quita el buen humor. Allá, en la ciudad alemana a orillas del Báltico en la que reside ahora, sigue subiendo los tres pisos por escalera de su vivienda -que no tiene ascensor- y hace las compras montada en su vieja bicicleta. ¿Bici eléctrica? “De ninguna manera”, dice, son pesadas y no caben en el lugar que una vecina de la planta baja le facilita para no tener que subirla a su casa. Con naturalidad, gracias a ese entrenamiento sube y baja escaleras sin tomarse del pasamanos. El Centro Ecuménico de Bossey Con su amiga siguió recorriendo montañas, ahora en Austria, Polonia y la actual República Checa. Pero cuando todavía no había caído el Muro, tuvieron algunas aventuras que por suerte pueden contar. “Una vez decidimos ir a Checoslovaquia para subir a las montañas allí, las que están bastante cerca de Alemania del Este. Hay un punto alto que queríamos visitar. Había tres caminos para subir. Empezamos un día con un camino, pero estaba cerrado por la naturaleza. Bueno, intentamos con el segundo, la misma cosa. No se permitía salir por allá. Fuimos al tercer camino y sí. Ese día estacionamos el auto y comenzamos a seguir el sendero. Arriba en un punto había una capilla, pero del lado de Polonia, era justo la frontera entre ambos países. Yo no tenía visa para Polonia y ella no tenía permiso para salir… Pero ella es pastora y quería ver la capilla. Yo me puse a mirar por otro lado y ella se fue con otra gente a visitar la capilla. Por suerte allí no me pararon. Margaret con amigos checos en Suchy Vrch, una de las montañas más altas de la República Checa (en 1966) Pero la aventura no termina ahí. Arriba del lugar empezaba un camino que se llamaba camino de la amistad. Decidimos, como somos amigas, tomar ese camino. Empezábamos a caminar cuando apareció un policía, de la nada, y nos dice: ‘Hey, paren, paren. No pueden pasar por acá, muestren los papeles’. Ella tenía su pasaporte, yo tenía mi licencia de manejar el coche. De Suiza. Nada de pasaportes. Bueno, mostramos todo. Era un polaco, no hablaba otra cosa que polaco”, cuenta, aclarando que se salvaron por poco de ir presas en Polonia. Frente a Les Dents du Midi, Suiza, en 1965 Luego del fin de la Unión Soviética y la reunificación de Alemania, siguieron recorriendo montañas, ahora ya con mayor libertad, cada vez que tenían vacaciones. Este año, Margaret pudo cumplir con otro de sus sueños: conocer los Andes. Visitó la provincia de Mendoza, hizo el tour de alta montaña y muy a su pesar descubrió que no se podía llegar al Cristo Redentor en la temporada de nieve. Quería poner los pies en tierra chilena desde la Argentina, en un gesto simbólico que la liga a sus amigos de ambos lados de la cordillera. Pero pudo hacer un clásico recorrido de trekking, hasta la Cascada del Ángel, provocando la admiración de los jóvenes que llegan exhaustos a admirar el imponente chorro de agua que cae de la montaña. “¿La abuelita vino sin ayuda hasta acá?”, preguntaban asombrados. “La ‘abuelita’ camina mejor y más rápido que muchos de ustedes”, era la respuesta inesperada. En Mendoza, Cascada del Ángel, 2025 ¿Cuál es entonces su secreto para mantenerse tan vital? La fórmula parece simple: buen humor, una visión positiva de la vida, una fe inquebrantable y su pasión por el movimiento continuo. Ella es la prueba viviente de que la longevidad no depende tanto de fórmulas mágicas como de prácticas tan humanas como los vínculos afectivos, el deseo de aprender cosas nuevas y algo tan viejo y básico como… caminar.

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