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Gualeguaychu » Reporte2820
Fecha: 06/12/2025 12:10
El haber medio subió en septiembre, pero volvió a perder contra la inflación, mientras que 17,1% de adultos mayores sigue trabajando por necesidad. La discusión sobre el envejecimiento poblacional, la sostenibilidad de los sistemas de retiro y la pérdida del poder adquisitivo de los adultos mayores se repite en buena parte del mundo, y Argentina no queda al margen de estas tensiones. En un contexto regional donde los países enfrentan desafíos similares, desde haberes insuficientes hasta aumentos en los costos de vida y dificultades para sostener la cobertura previsional, el debate sobre las jubilaciones se vuelve ineludible. Y es que mientras América Latina intenta equilibrar sus sistemas con reformas parciales y medidas coyunturales, la situación en Argentina se vuelve un espejo que refleja tanto las fragilidades estructurales de la seguridad social como las consecuencias cotidianas que enfrenta la población mayor. A partir de este escenario global, el Informe N° 7 de Seguridad Social de la Asociación Argentina de Presupuesto (ASAP) expuso que, pese al incremento de los aportes, el sistema previsional argentino volvió a mostrar déficit a septiembre de 2025. Este retroceso se dio en paralelo a una caída del poder adquisitivo de las jubilaciones, cuyos aumentos nominales fueron insuficientes para contrarrestar el efecto de la inflación. Según el estudio, los recursos de la Seguridad Social crecieron 2,8% interanual en términos reales, pero con una reconfiguración de sus fuentes, ya que los Aportes y Contribuciones aumentaron en 5 billones de pesos y pasaron a representar más del 60% del total, compensando parcialmente la eliminación del Impuesto PAIS. El resto provino de impuestos indirectos altamente sensibles a la actividad económica, como el de Créditos y Débitos Bancarios (+5,7%), el de Combustibles (+68,4%) y el Monotributo Impositivo (+122%). Sin embargo, ese aumento de recursos no logró equilibrar el gasto. Las erogaciones del sistema previsional crecieron 12,2% interanual, impulsadas principalmente por las Prestaciones Previsionales del SIPA, que avanzaron 16,4%. También aumentaron las Asignaciones Familiares (15,7%), mientras que las Pensiones No Contributivas y la Pensión Universal para el Adulto Mayor mostraron una caída del 4,5%. La estructura del gasto dejó en evidencia la enorme concentración del sistema en el pago de haberes y solo las jubilaciones y pensiones del SIPA representan el 68,6% del total. En ese marco, el haber medio alcanzó los 675.510 pesos en septiembre, con una evolución nominal apenas positiva que no logró compensar la inflación. En el caso del haber mínimo con refuerzo, se ubicó en 390.277 pesos, pero su trayectoria fue descendente debido al congelamiento del bono de 70.000 pesos. Como consecuencia, la mitad de los jubilados sigue perdiendo capacidad de compra, especialmente aquellos que dependen exclusivamente del ingreso mínimo para sobrevivir. La situación se agrava al analizar cuánto pueden cubrir esos ingresos frente al costo de vida real. La Defensoría de la Tercera Edad estimó en octubre una canasta básica de 1.514.074 pesos, que escaló 26,1% en apenas seis meses. Dentro de ese incremento, los medicamentos mostraron una suba alarmante del 54,8%, convirtiéndose en el rubro de mayor incidencia dentro del gasto mensual de un adulto mayor. Solo en fármacos, el promedio asciende a 402.880 pesos, cifra superior al monto completo que recibe un jubilado con la mínima. En tanto, los alimentos alcanzan los 348.000 pesos, la vivienda se eleva a 294.000 pesos y los servicios rondan los 123.050 pesos, dejando claro que el ingreso previsional apenas cubre una cuarta parte del gasto total estimado. En paralelo, la cobertura previsional también mostró un retroceso. De acuerdo al último dossier estadístico del INDEC, el porcentaje de personas en edad jubilatoria que recibe un beneficio -relevado hasta 2022- cayó del 88,7% al 82% en el tercer trimestre de 2024. La contracción fue más marcada entre los hombres, cuyo acceso bajó del 89,2% al 73% en un año. Esta caída refleja un escenario donde cada vez más personas mayores quedan fuera del sistema, ya sea por falta de aportes suficientes o por dificultades administrativas y laborales acumuladas durante décadas. En un contexto donde los haberes no alcanzan, la prolongación de la vida laboral se vuelve una respuesta recurrente. El INDEC señaló que el 17,1% de las personas en edad jubilatoria continúa trabajando, especialmente entre los 60 y 74 años. Las razones varían según el nivel socioeconómico, pues entre los sectores más vulnerables predomina la necesidad económica, mientras que entre los de mayores ingresos influyen factores como ocupaciones menos exigentes y el deseo de mantenerse activos. Se suma a esto una brecha de género persistente. Las mujeres mayores perciben, en promedio, un 27% menos que los hombres y son quienes más recurren a las moratorias para poder acceder a una jubilación. Por su lado, el 80,3% de los varones logró jubilarse mediante aportes, en el caso de las mujeres ese porcentaje se reduce al 59,6%. Además, el 36,6% de ellas accede al beneficio vía moratoria, más del doble que los hombres. Las trayectorias laborales interrumpidas y la carga desproporcionada de tareas domésticas aparecen como las principales causas detrás de estas diferencias. Esta brecha económica condiciona la calidad de vida durante la vejez y agrava la vulnerabilidad en un escenario de inflación persistente; a todo esto se suma el costo habitacional. Para quienes no tienen vivienda propia, la canasta les asigna un gasto mínimo de 294.000 pesos, lo que convierte al alquiler en un factor crítico en la ecuación del bienestar. En este escenario, miles de jubilados deben elegir entre pagar la renta, comprar medicamentos o alimentarse con lo básico. Frente a un sistema deficitario, con menos aportantes y un gasto creciente, la conclusión de ASAP resulta contundente: la seguridad social enfrenta un deterioro estructural donde los ingresos crecen más lento que las necesidades, los haberes no logran recomponerse y la cobertura se reduce. En consecuencia, cada vez más adultos mayores viven con menos y dependen de estrategias individuales para sobrevivir, desde prolongar su vida laboral hasta recurrir a familiares, endeudarse o incluso tomar préstamos personales para cubrir gastos básicos que su jubilación no logra afrontar. Envejecimiento poblacional en Argentina El acelerado envejecimiento poblacional en Argentina agrega un elemento estructural más al desafío que enfrenta la seguridad social. Un nuevo informe elaborado por Argendata, plataforma dedicada al análisis de datos y estadísticas nacionales, advierte que el país está atravesando una transformación demográfica profunda, cuyos efectos ya comienzan a sentirse en el sistema previsional. El fenómeno, iniciado a comienzos del siglo pasado, modificó de manera drástica la composición por edades y anticipa una presión creciente sobre los recursos destinados a cubrir jubilaciones, pensiones y programas asistenciales para la población mayor. Según este reporte, la pirámide poblacional argentina experimentó un cambio sustancial desde 1869. En aquel entonces, más del 54% de la población tenía menos de 20 años, reflejando una sociedad joven, con altas tasas de natalidad y una expectativa de vida limitada. Hoy esa proporción se redujo a menos del 30%, mientras que el segmento de mayores de 65 años pasó del 1,9% al 12,4% del total, consolidando un proceso de envejecimiento que se acentúa año tras año. Este viraje responde a dos tendencias simultáneas, una de ellas es la caída sostenida de la fecundidad, así como la disminución de la mortalidad, que permite que más personas alcancen edades avanzadas. Ambas fuerzas conforman la conocida transición demográfica, un proceso que siguen los países a medida que mejoran sus condiciones de vida y avanzan en su desarrollo. Uno de los indicadores más ilustrativos es la edad mediana. De apenas 17 años en 1869 pasó a superar los 32 en 2025, con un incremento de más de cinco años solo entre 2000 y 2025. Este ritmo acelerado indica que Argentina envejece más rápido en períodos recientes, lo que implica un desafío adicional para un sistema previsional ya presionado por la caída de aportantes y el aumento sostenido del gasto. A nivel provincial, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires encabeza la lista de jurisdicciones con mayor proporción de personas centenarias en Argentina, con 23,8 por cada 100.000 habitantes. En segundo lugar se ubica Río Negro, que registra 15,1, seguida por Corrientes con 13,0. Más abajo aparecen Santiago del Estero, también con 13,0, y Entre Ríos, que alcanza 12,8. Ante esto, el análisis subraya que el país aún transita un bono demográfico, una ventana favorable en la que la población en edad de trabajar supera a la dependiente. Esta etapa, iniciada en los años 90, permite potenciar el ahorro, la inversión y el crecimiento económico, siempre que existan políticas públicas capaces de transformar esa oportunidad en bienestar real. De lo contrario, Argentina podría enfrentar en pocos años un sistema previsional aún más tensionado, con una población mayor que crece más rápido que los recursos para sostenerla.
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