06/12/2025 08:13
06/12/2025 08:12
06/12/2025 08:12
06/12/2025 08:12
06/12/2025 08:11
06/12/2025 08:10
06/12/2025 08:10
06/12/2025 08:10
06/12/2025 08:10
06/12/2025 08:09
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 06/12/2025 06:39
Del maltrato de un padre y la tortura en dos hogares al perdón y los sueños: las vidas de Samuel, antes y después de la adopción A las seis de la mañana le regalaban pan en la panadería. Terminaba e iba al basurero a buscar algo comestible. A la tarde, cruzaba el monte para trabajar en una olería, donde se fabrican ladrillos y tejas. Su escaso sueldo se invertía en víveres. No tenía más de siete años. No tenía otra opción. No importaba que hiciera frío, calor, tormenta. Él y su hermano Claudio eran los encargados de suministrar el alimento de los nueve integrantes de la casa. Pero el tormento no estaba afuera, sino adentro. Lo peor llegaba cuando volvían. Papá borracho les pegaba, los torturaba: los obligaba a hacer guardia de madrugada, afuera, desnudos. “Decía que nos entrenaba para la guerra”, retrata. Así creció Samuel Oscar Florez, nacido el 20 de septiembre de 2005 en Virasoro, una ciudad correntina de por entonces menos de treinta mil habitantes. Una asistente social rescató a los siete hermanos cuando él tenía siete años. Lo que supuso ser un sosiego, resultó un infierno. Vivió en el Hogar número 8 de Virasoro. “Nos pegaban con cinturones, con palos. Nos tiraban agua caliente. Nos ahogaban en baldes”, relata. A sus hermanas las pinchaban con agujas. “De las 24 horas, veinte nos maltrataban”, recuerda. Los administradores cambiaron. Una pareja asumió el cargo del Hogar. Pensaron que su suerte iba a mejorar. Los llevaban a la iglesia. La armonía duró poco. “Nos castigaban. Nos ataban. Hacía mal algo y me pegaban mucho, me pegaban demasiado”, dice Samuel. Los maquillaban para esconder los moretones. Los médicos tenían la entrada prohibida. Nadie podía saber lo que pasaba puertas adentros de los hogares de Virasoro. Un plan de remodelación obligo el traslado a hogares de Santo Tomé, en Santa Fe. La dinámica era distinta: ya no lo regenteaba una familia, sino que cuidadores alternaban la asistencia en turnos de ocho horas. El trato mejoró ostensiblemente. Los suplicios perduraron. La noche escondía los abusos entre los niños. Los hermanos se desvelaban para cuidarse entre ellos. Nunca tuvieron a nadie más. “Nos castigaban. Nos ataban. Hacía mal algo y me pegaban mucho, me pegaban demasiado”, la historia de Samuel en Infobae Samuel, en 2022, le envió una carta a la ONU para denunciar el padecimiento. Escribió de puño y letra: “Recuerdo que una vez nos pegaron tanto que junté fuerzas para contarle a la encargada del Hogar de Virasoro, que se llamaba Sonia (Prystupczuk, hoy con prisión domiciliaria) sobre los maltratos, abusos y palizas que nos daban. Ella me escuchó y no hizo nada, al contrario, los castigos empeoraron después de que me animé a hablar”. Para entonces, sus hermanos Claudia y Claudio ya habían muerto en el Hogar de Virasoro: Claudio, con solo catorce años y en circunstancias confusas. Para entonces, ya vivía con una familia adoptiva que conoció mientras iba al colegio en Santo Tomé. Samuel empezó a preguntar qué hora es cuando volvió a vivir en una casa de familia, cuando la rutina perdió la estructura y monotonía de los hogares. Aprendió a ser querido y entendió que ya no debía cuidar a nadie: volvió a ser hijo. Samuel recupera los momentos felices de sus años oscuros: recuerda un único regalo de su papá violento y rememora el día que conoció la música en la Iglesia a la que iba con moretones maquillados. Samuel indultó a sus padres biológicos porque necesitaba avanzar: “Una vez que perdonás sentís que soltás las cargas y podés seguir”. Samuel canta la canción Buscando una señal que le enseñaba a sus hermanos en los hogares. Samuel canta para que su hermano Josué tenga la suerte de ser adoptado como él, canta para que su historia sea faro, canta porque quiere enseñar que “siempre pero siempre, siempre hay una luz al final del túnel”. —¿Cómo fue tu infancia? —Fue una de las etapas más duras de mi vida porque económicamente estábamos muy mal, vengo de una familia muy humilde, de muy pocos recursos, prácticamente nada. Vengo desde abajo. Y la convivencia con mi padre siempre fue bastante mala porque él siempre fue alcohólico, entonces era mucho maltrato físico, verbal. No solo a mis hermanos sino que también a mi madre. Todos los de la casa pasábamos por ese maltrato. —¿Hasta qué edad estuviste vos con ellos? —Estuve hasta los siete años. —¿En esos siete años hay algún recuerdo lindo? —Nosotros usábamos ropa que la gente nos daba o encontrábamos en la basura. Pero recuerdo un día que llega mi papá. Llega tomado me acuerdo, pero nos regala una sunga a mi hermano y a mí. Para nosotros fue lo más porque nunca tuvimos. Y algo capaz tan simple, pero para nosotros es algo que no se nos olvida. Siempre recordamos eso con mi hermano y es algo hermoso la verdad. La primera infancia de Samuel y sus hermanos estuvo marcada por las necesidades y la violencia paterna. —¿Había para comer en tu casa? —En mi casa el método era así: de la comida nos encargábamos con mi hermano mayor, David, todos los días a las seis de la mañana, teníamos que estar en una panadería. En esa panadería nos regalaban el pan. Luego, después de salir de esa panadería, nos íbamos al basurero. En el basurero buscábamos comida. No importa el estado de la comida, si estaba vencida, o una fruta podrida, no importaba porque lo llevábamos y sacábamos la parte que no servía y compartíamos con todos mis hermanos. Y luego de salir del basurero, le decíamos nosotros el fondo, vos te metías a un monte y había una olería. Nosotros terminábamos de juntar cosas de la basura para comer en casa y a la tarde nos íbamos a trabajar a una olería con mi hermano. —¿Qué es una olería? —Una olería es un lugar donde se hacen ladrillos. Mi papá trabajaba ahí pero todo lo que ganaba era para su vicio. Me acuerdo de que eran monedas lo que nos pagaban, en ese entonces valía más, y comprábamos lo que podíamos con eso. —¿Y tu mamá? —Y mi mamá siempre ama de casa. Ella se encargaba de la cocina con mi hermana mayor que era Claudia. Después de toda esta actividad que hacíamos en el día, lo más difícil no era para nosotros todo ese recorrido de ir a la basura a buscar comida, ir a la panadería a las seis de la mañana con lluvia, calor, frío, lo más difícil de todo eso era cuando volvíamos a casa porque terminaba nuestro día y sabíamos lo que se venía. Era mi padre borracho, soportar los golpes. Él nos decía que nos entrenaba para la guerra a mi hermano y a mí. Entonces en invierno nos sacaba a la madrugada a lavar ropa. También nos decía que todo eso nos iba a servir para la guerra y nos sacaba a la madrugada afuera de la casa desnudos, haciendo guardia porque él tenía la teoría de que cuando vos estás desnudo no sentís el frío. —¿Y el resto de tus hermanos qué pasaba? —Y los que siempre encabezábamos todo éramos mi hermano David y yo. Mis otros hermanos sufrían de la misma manera pero gracias a Dios él no les hacía hacer todas estas cosas que a nosotros sí. Samuel junto a Claudio y Josue y otros niños del hogar. —¿Por qué se ensañaba con ustedes? —No sé la verdad. No sabría decirte. Capaz porque éramos los que llevábamos la comida. Éramos los que siempre estábamos ahí ayudando. Por ahí pensaba se van a hacer más fuertes. No sé cuál será su pensamiento hasta el día de hoy. —¿Tu mamá no podía intervenir en defensa de ustedes? —No. No porque también le pegaba a ella. —Alguien hace algo por ustedes. Alguien los rescata. —Sí. Después de todo esto cuando yo cumplo siete años, fue una asistente social y deciden que teníamos que ingresar a un hogar. Entonces nos citan al Juzgado, vamos todos mis hermanos y mis padres, recuerdo bien a la oficina donde se les hablaba, y les informan que nosotros íbamos a ser derivados a Hogares. Recuerdo bien que llorábamos todos. Porque a pesar de lo mal que pasábamos en casa, estábamos todos los hermanos juntos. Era como necesitábamos eso, sentíamos que estar juntos era lo único que queríamos. Recuerdo también que mi hermano David estaba feliz, no por el hecho de que nos iban a llevar a un hogar, sino porque nos dijeron que nos iban a llevar en auto y nosotros nunca habíamos subido a un auto. Era una cosa de otro mundo. —¿A dónde fuiste vos? —Yo fui al Hogar Nº 8 cuando ingresé por primera vez con David. Mi hermano Claudio y Josué entraron en el Hogar de al lado, porque justo coincidía que estaban cerca los dos. Y mis hermanas en el otro. —¿Alguien te abrazó, alguien te cuidó? —No. Siempre nos tocó ayudarnos entre nosotros. Cuando necesitábamos un abrazo estábamos los dos hermanos. Porque no había nadie. Nos apoyábamos entre nosotros. Fue muy duro al ingresar porque era una vida de nuevo, empezar todo de nuevo de cero. Vivir con personas que no conocés, porque nos pasó que vivimos con muchísima gente que no conocíamos. Cuando ingresamos recuerdo que duró muy poco la familia que estaba y ya ingresó otra. Duró semanas y ya ingresó otra. Y el mecanismo de los Hogares en ese entonces era que elegían una familia, le pagaban un sueldo y se quedaba a vivir con los chicos. A vivir 24x7. Y bueno, empezaron los maltratos. Recuerdo que a mis hermanos que vivía al lado, Claudio y Josué... —¿Vos los veías a Claudio y a Josué que estaban al lado? —No, no los dejaban salir. Recuerdo que el único momento donde yo lo podía ver a Claudio era cuando él se iba al jardín a las ocho, todos los días a las ocho salía, y yo lo miraba desde mi persiana porque los Hogares eran de dos pisos. Ese era el momento donde yo disfrutaba verlo porque sabía que después en el resto del día no lo iba a ver. "Nos tiraban agua caliente. Nos ahogaban en baldes", recuerda Samuel sobre su paso por los hogares —Empezaron a pasar cosas horribles. —Sí, muy feo. Después me trasladan al Hogar donde estaban ellos, Claudio y Josué, y mi hermano David se fue a otro Hogar. —¿Cómo eran esas separaciones entre ustedes? —Era muy fuerte porque nos teníamos a nosotros nada más y de repente que te digan que “te tenés que ir” y dejar a tus hermanos era muy duro. —De tus hermanas no sabías nada más. —No, de mis hermanas no. —¿Y de tu mamá y tu papá? —Ellos tampoco, se alejaron de nosotros. No nos visitaban. —¿Podían haberlos visitado? —Sí, podían. Podían habernos visitado. —¿Hoy no estás enojado con ellos? —No, jamás. —¿Quién te cuidaba si tenías una pesadilla? —Me cuidaba solo. —¿Alguien te ayudaba a estudiar? —No, no me ayudaban. Siempre solo intentando. Al principio no le ponía onda a la escuela. Peleaba mucho en la escuela. Muy mala conducta. —¿Al médico te llevaba alguien? —No nos llevaban al médico. Recuerdo que cuando nos enfermábamos de gripe, me acuerdo de que tuve también paperas, siempre nos curábamos solos. —¿Por qué creés que eran así? —Siempre pensamos que porque siempre teníamos marcas en el cuerpo de golpes. Entonces escuché varias veces decir a los cuidadores que no nos lleven por justamente ese motivo. —¿Ellos los golpeaban? —Sí. —¿Quiénes? —Cuando yo ingresé al otro Hogar con Claudio había una pareja que se quedó a vivir, vivió prácticamente cinco años con nosotros, y sufríamos muchísimo maltrato. Mucho maltrato. —¿Qué les hacían? Lo que vos quieras contar. —Sí, estoy bien. Nos pegaban con cinto, con palo, con hierro. Nos tiraban agua caliente. Nos ahogaban en baldes. A mis hermanos, la familia anterior cuando yo ingresé con ellos me contaban que esa familia, la que no los dejaba salir afuera, los picaban con agujas. Los ataban por horas. Cosa que también nos hacían a David y a mí. Todo eso. —Eso es tortura. —Tortura. Recuerdo que nosotros nos encargábamos de hacer las cosas en la casa, de limpiar. Y si no hacíamos como ellos querían, nos pegaban. Y nos pegaban muchísimo. Recuerdo que había veces que yo quería defender a mis hermanos y no podía, era chico, no tenía fuerzas. Y me tocaba verlos sufrir. Recuerdo cuando los ahogaban en baldes, yo miraba y no podía hacer nada. —¿Había situaciones de abuso sexual en el Hogar? —Sí, hubo muchos casos. Sí. —Nadie se animaba a hablar. Estaban todos sometidos. —Todos sometidos. Recuerdo que una vez dije “hablo o termino con mi vida”, porque era tanto el sufrimiento que yo le preguntaba a Dios “¿por qué nos estás haciendo pasar por tantas cosas tan duras, tan feas?”. No entendía. Y un día pensé que ya no quería seguir con esa vida porque era de las 24 horas, veinte te maltrataban. Me animo a hablarle a la directora, recuerdo que había que buscar mercadería, y ella llega y recuerdo que la llamo aparte y le digo lo que estábamos viviendo. Le dije que no podíamos más, que ya estábamos mal. Y nunca hizo nada. Nunca actuó. Samuel dejó de ver a su hermana Ruth cuando fue adoptada, se reencontraron el año pasado. —¿Alguien hacía el monitoreo de lo que pasaba con ustedes? —No, no hacían todo ese trabajo. Vos entrabas en un Hogar y no supervisaban. Yo viví diez años en un Hogar. —¿Diez años en estas condiciones viviste? —Diez años, sí. Cuando yo ingreso con mis hermanitos, Claudio y Josué, recuerdo que cambió de familia el Hogar: se fue la que maltrató tanto a mis hermanitos e ingresa una pareja. Esta pareja iba a la iglesia. Entonces con mis hermanitos decíamos “yo creo que ahora va a cambiar todo”. Éramos chicos, pero siempre conocimos la Palabra de Dios, leíamos la Biblia en momentos libres. Ingresa esta pareja y empezamos a ir a la iglesia. Al principio era todo lindo. Creíamos que ya por fin había pasado la etapa oscura para nosotros. Resulta que pasó el tiempo y terminó siendo lo mismo. Lo mismo y peor. Nos castigaban. Nos ataban. Recuerdo que a mí me pegaban, hacía mal algo o cocinaba mal y me castigaban, me pegaban mucho. Me pegaban demasiado. —¿En el colegio no hacían nada? —No, no hacían nada tampoco. Las cicatrices que tengo en la cara son de la mujer. Tengo cicatrices por acá porque todas las cicatrices en mi cara son de golpes, arañazos. —¿Qué es lo que hacían con las agujas? —Les hincaban en las manos a mis hermanos. A los más chicos. Les hincaban. —¿Cómo es que se van a Santo Tomé? —Deciden que teníamos que irnos a Santo Tomé por refacciones que iban a hacer. Deciden trasladarnos a todos los chicos que estábamos en el Hogar de Virasoro. —¿Ahí te volviste a encontrar con David? —Ahí me volví a encontrar con David. Fue hermoso. Recuerdo que nosotros llegamos unos días antes y ellos llegaron tres días más o menos después, y después de tanto nos volvimos a encontrar. Dios preparó y decidió que de nuevo íbamos a estar juntos. —¿Y las chicas? —Las chicas también fueron. Mi hermana más grande salió por mayoría de edad del Hogar y nosotros seguíamos. Y fue hermoso. Fue hermoso. Fue algo que no olvido nunca porque fue cuando después de todo ese período que sufrimos tanto, capaz que hay cosas que nunca voy a saber y nunca me voy a enterar de todo lo que vivieron también ellas y vernos otra vez fue maravilloso. Fue hermoso. Samuel Florez: "Cuando necesitábamos un abrazo estábamos los dos hermanos". —¿En Santo Tomé los trataban bien? —Ya era distinto el mecanismo. Te cuidaban ocho horas, se iban y entraba el otro turno. De parte de los cuidados nos trataban bien. No había maltrato. La pasábamos mucho mejor. —¿Hubo abusos? —Sí, hubo muchos chicos que fueron abusados por los mismos chicos que vivían con nosotros. —Ya no tenía que ver con los cuidadores y los encargados sino con la población en el Hogar. —Sí, la convivencia entre nosotros. —Algo que por supuesto no tiene que suceder porque hay adultos responsables que se tienen que ocupar de que eso no suceda. Ustedes se tenían que cuidar solitos entre ustedes... —Sí, siempre nos cuidamos los hermanos. A la hora de dormir era una pieza, una habitación larga, y había muchas cuchetas y camas comunes, y nosotros con David nos poníamos en punta y nuestros hermanitos en el medio porque en la noche podía pasar cualquier cosa. Vivíamos con chicos que tenían todo tipo de problemas. Y siempre era nuestra responsabilidad cuidarlos a ellos porque eran nuestros hermanos, nadie los iba a cuidar como nosotros. —¿Los abusos sucedían en la noche? —Sí. Pasó una vez que como era tan grande la pieza, nosotros realmente con mi hermano hablamos y decíamos “¿cómo pudo pasar, cómo no escuchamos?”. Fue un caso de un chico que abusa de otro en ese Hogar. —¿Esas fantasías de no querer vivir más se fueron en algún momento? —Cuando estábamos en Virasoro con esta familia con la que íbamos a la iglesia... Recuerdo que nos pegaban y a la hora de ir a la iglesia, como teníamos moretones y esas cosas, nos maquillaban. Nos maquillaban los ojos porque me pegaban piñas. Ahí fue donde yo conocí la música. Ir a escuchar de amor, de Dios, de fe, nos daba la ilusión de que un día todo iba a cambiar. De que un día todo iba a ser distinto. Que Dios iba a preparar algo bueno para nosotros. Y recuerdo que fue donde se me encendió la chispa por la música. Iba a la iglesia solo a escuchar la música. Me renovaba, me daba fuerzas. Y me acuerdo de que El Faro, un grupo de Buenos Aires que se encargaban de llevarnos donaciones, me regaló una raqueta de plástico azul. En mis días más oscuros donde yo no tenía escape, cuando no daba más de ver todo el día cosas feas, maltratos, me encerraba en mi pieza y me enfocaba en la raqueta. En mi mente era como que escuchaba la melodía, entonces cantaba. Recuerdo que la raqueta tenía unos huequitos y era donde yo practicaba las notas. Cantaba y practicaba las notas. Pasaba una hora encerrado y como que me renovaba. Fue lo que me salvó. Samuel se acercó a la música en la iglesia. —¿A vos a qué edad y cómo te adoptan? —Cuando ingresamos a Santo Tomé, arranqué la secundaria en una escuela agrotécnica que quedaba cerca del Hogar. Empiezo a ir a esa escuela y conocí a Natalia, una mujer que desde el primer momento que la vi hubo una conexión entre nosotros. Sentí como que Dios me mandó a esa mujer que yo necesitaba de madre. Con lo pícaro, con lo terrible que soy, siempre mi carácter fue así, muy simpático, y ella débil por los chicos así. —¿Ella ya tenía hijos? —Sí, ya tenía tres hijos. Yo iba, le cebaba mate en la dirección. Cuando me vio jugar al fútbol dijo que iba a conseguir un permiso para llevarme a jugar los fines de semana al pueblo, porque el Hogar quedaba lejos. Entonces habló con su marido, consiguieron el permiso. Y me empezaron a llevar los fines de semana. —Así empezó, ¿no? —Así llega. Y cuando llego a la casa, con toda la familia compartimos la pasión por el fútbol. Todos los domingos es cancha, sábado es cancha. Ya es tradición, digamos. Después cuando ingreso a la pieza de mi hermano adoptivo, Gino, veo una guitarra. Ellos no me conocían, no sabían que yo cantaba. Ingreso, veo la guitarra y después mi padre adoptivo me empieza a hablar de cómo fue su juventud, que también hacía música, hacía blues. Y empezamos a conocernos. Y llegó un momento donde yo le decía a Dios “¿es esta la familia que preparaste para mí?”. Porque era como yo lo soñaba. Si me diesen a elegir, a cambiar algo, no cambiaría nada. —¿Al principio ibas con ellos los fines de semana? —Los fines de semana en los campeonatos que había. Ellos se encargaban de llevarme a jugar y de traerme de nuevo al Hogar. —¿Cómo fue la decisión de irte y que tus hermanos quedaran en el Hogar? —Fue muy dura. Recuerdo que siempre hablábamos con mi hermano Claudio y nos decíamos que nosotros nunca, nunca íbamos a aceptar ser adoptados. Teníamos ese pensamiento. Por el hecho de no separarnos. Si una familia estaba dispuesta a llevarnos a todos ahí nos vamos todos, pero si no no va nadie. Y cuando yo conocí a esta familia realmente fue un regalo de Dios porque no me llevaba solo a mí a la casa, sino que también a todos mis hermanos y pasábamos el fin de semana. Mi vieja siempre me dice hasta el día de hoy “si yo económicamente podía en ese momento traerlos a todos, no iba a dudar”. —¿Sucedió la adopción legal como la conocemos o en realidad era una cosa más informal que vos fuiste acoplándote a la familia? —Claro, la tenencia la tramitaron porque la adopción tardaba mucho más, entonces ellos tramitaron tener mi guarda. Al tener mi guarda yo ya podía ir a su casa. —¿Y empezaste a vivir ahí? —Sí. Después de un tiempo cuando pasó una semana que iba, después dos semanas, después un mes, decidí sí, que ellos fueran mis padres. —¿Te acordás cómo les empezaste a decir mamá, papá? —En los Hogares tuvimos la costumbre de decirles a las que nos cuidaban tías. “Las tías”. Y después con el tiempo le empecé a decir “viejita”. Y bueno, quedó así. Es más, ya toda la familia le dice “viejita”. No le decían así. Y bueno, le decimos “viejita” y a mi padre le digo “viejo”. —Ahí entendiste que tenías derechos, que podías elegir, que podías soñar. —Sí. Ahí me di cuenta de que hay muchas salidas en la vida. Que tenía mucho por conocer. Yo vivía en un Hogar donde no salía de ahí, no sabía cómo se manejaba el mundo. No preguntaba la hora en años porque era la rutina de todos los días. Ya sabíamos todo lo que teníamos que hacer y como era una rutina donde siempre era lo mismo. Algo tan mínimo pero estando afuera uno mira la hora, estando adentro ahí nosotros no mirábamos la hora, no preguntábamos la hora. —¿Te dejaste querer? —Me dejé querer. Me costó mucho porque siempre era yo el que cuidaba, el que quería. El que protegía a sus hermanos. Inconscientemente ya tenía eso de sobreprotector. Me resolvía las cosas todo solo, no aceptaba ayuda de nadie. Hasta que ingresé a esta familia y ellos supieron cómo quererme. A su tiempo. Fue su mamá adoptiva quien tuvo que darle la noticia de la muerte de Claudio en el hogar. —Dos de tus hermanos murieron. ¿Qué pasó? —Cuando nosotros ingresamos al Hogar de Santo Tomé en 2019 nos dan el comunicado de que Claudia, mi hermana mayor, había fallecido por una enfermedad que se llama lupus. Que lo detectaron en el Hogar, pero nunca tuvo tratamiento. Es más, hubo una doctora que fue la que le detectó la enfermedad y no la dejaban darle tratamiento. Esa doctora se esforzaba por las chicas. Le prohibieron la entrada al Hogar por el hecho de querer llevarla a un hospital y que le hagan controles. —¿Qué edad tenía cuando murió? —Tenía 19 si no me equivoco. —¿Todavía estaba en el Hogar o ya había egresado? —Ya había egresado por su mayoría de edad. —¿Y con tu hermano qué pasó? —Recuerdo que el 22 de febrero de 2022 estaba durmiendo una siesta y mi vieja, mi mamá adoptiva, me despierta y me dice que a mi hermano lo encontraron muerto. Fue lo peor que me pasó en la vida. Desde ese momento caí en un pozo. Caí en un pozo donde ya había salido de muchos y sentía que de ese ya no me iba a dar la fuerza. —¿Qué hermano era? —Claudio. —¿Qué pasó? —Estaba durmiendo la siesta, llega mi viejita y me da la fría noticia de que lo encontraron muerto. Y hace un mes antes los habían trasladado de nuevo a Virasoro a Josué y a Claudio. Y recuerdo que él tenía un celular que fue mío, que me había regalado mi viejita, entonces yo me compré otro y le había regalado ese para tener comunicación. Dos días antes le sacaron el celular y lo encerraron. Y a los dos días me dan la noticia de que lo encontraron muerto. No tenía cómo comunicarse. La verdad no sé. —¿Qué te pasó a vos? —Yo caí en un pozo depresivo muy feo. Por las noches sufría ansiedad, ataques de pánico. Sin entender todo esto de la salud mental. Yo no comprendía. La verdad que no sabía qué era la salud mental. Me empezaron a pasar todas estas cosas por la noche. Me atacaba la ansiedad y no sabía qué hacer. Volví a las drogas. Caí de nuevo. Me empecé a drogar. Me metía todo tipo de sustancias para escapar del dolor, no encontraba otra salida en ese momento. No tenía escape. Me drogaba, me drogaba hasta no dar más. —¿Te querías morir? —Deseaba no sentir más ese dolor. Y no sabía qué hacer para no sentir ese dolor, era inevitable. A la noche no podía estar solo. Me iba a un boliche o hacía algo, o me juntaba con vagos a drogarnos para no estar solo porque sentía que cuando estaba solo me iba a morir. Sentía literalmente que me iba a morir por lo que estaba pasando. Samuel Florez: "Me costó mucho dejarme querer, porque siempre era yo el que cuidaba, no aceptaba ayuda de nadie. Hasta que ingresé a esta familia y ellos supieron cómo quererme" —¿Tu familia adoptiva te pudo acompañar? —Ellos siempre estuvieron. Siempre. Nunca me soltaron la mano. Mi viejita siempre estuvo para mí. Me aconsejaba. Porque después de un tiempo se enteró del camino que yo llevaba. Por un lado, yo le ocultaba que me drogaba y con el tiempo se dio cuenta por mis actitudes. Era más que obvio. Llegaba pasadísimo. Pero siempre estuvo. —¿Entendés que no podías cambiar lo que vivió Claudio? —Me costó tiempo entender eso. Mucho tiempo también me eché la culpa de por qué no estuve. Después entendí que no era así. Pero me costó mucho trabajo. —¿Supiste qué le pasó? ¿Se hizo una investigación? ¿Se hizo una autopsia? ¿Alguien fue responsable por lo que pasó? —.La causa sigue abierta, pero hay muchas dudas de qué es lo que le pudo haber pasado. Yo tampoco lo tengo claro. Pero es algo donde casi no me meto por el simple hecho de ya soltar y superarlo. Siento que si estoy en esa voy a volver y va a volver el dolor. Y siento que ya lo superé eso, que ya lo pasé. Lo veo desde otro ángulo. —Pero hoy no hay responsables. —No hay responsables. —¿Pudiste en ese momento ver al resto de tus hermanos? —Sí. Cuando nos dan la noticia, viajamos a Virasoro al velorio y ahí nos juntamos otra vez todos los hermanos y fue el momento más duro de mi vida cuando yo lo vi en ese cajón y después de haberla perdido a mi hermana perderlo a él fue lo peor que me pasó en la vida porque Claudio era el hermano con el que conectábamos la misma energía. Nosotros para comunicarnos no hacía falta hablar. Nosotros nos mirábamos y nos entendíamos. Era increíble eso. La conexión que tenía yo con él era fantástica. —¿Pudiste de a poco ir sanando? —Sí. Después, a consecuencia de todo mi pasado y el exceso de sustancias, tuve un brote psicótico donde perdí la cabeza totalmente. Y mi vieja decide internarme en una comunidad terapéutica para yo poder sanarme. Decidieron que yo me interne. —¿Te hizo bien? —Sí. Yo siempre acepté esa ayuda porque si yo no hubiese aceptado hoy en día no estaría bien. —Vos hiciste un trabajo enorme. Que estés hoy acá con la guitarra, entero, con ganas de ayudar a otros chicos que hoy están esperando ser adoptados, es un montón. —Es lo que yo quiero demostrarle al mundo. No importa de dónde venís, sino a dónde querés llegar. Eso siempre lo tuve claro. Y una frase que me quedó en mi peor momento que me dijo mi vieja, que es tan sencilla pero a la vez tan buena, que “todo pasa”. “Todo pasa”. —Tu vida es con tu nueva familia, tus nuevos tres hermanos. —Sí. Son fantásticos mis hermanos. Recuerdo que ellos me aceptaron como un hermano más. —¿Y se llevan bien con tus otros hermanos? —Nos llevamos muy bien. Muy bien. La verdad que es como si fuera que vivimos desde chiquitos viste. Podemos hablar de cualquier cosa. Nos contamos todo. Hay confianza. Hay amor, respeto. "Cada uno tiene su historia, sus problemas, pero siempre, siempre hay una luz al final del túnel", afirma Samuel que hoy sueña con triunfar en la música y ayudar a su familia. —Perdonaste a tu mamá y a tu papá también. —Sí. Si hay algo que yo aprendí después de todas mis luchas es que sin perdonar no podés avanzar. No sanás. Así sea lo peor del mundo que te haya pasado hay que perdonar. Que una vez que perdonas sentís que soltás las cargas y podés seguir. —¿Hoy los ves a ellos? —Sí. Ahora estoy estudiando música. Me estoy preparando. Y estudio en Virasoro. Entonces voy a su casa y estudio de lunes a miércoles allá. Y los supe perdonar. Los amo. No tengo ningún rencor. —¿Ya están mejor? —Económicamente prácticamente en la misma situación. —Tenés un hermano más chiquito. ¿En qué situación está? —Lo tienen bien. Ahora que mi mamá lo tiene solo a él está bien. Podría estar mejor. Mi sueño es poder construirle una casa, ese es mi sueño que tuve toda la vida, es poder hacerle una casa a mi mamá. —¿No sufre violencia tu hermano? —No, no. —¿Pero respecto al alcohol está mejor tu papá? —Sigue tomando. No como antes. Pero sigue en el alcohol. —¿Y le pega a tu mamá? —No, ya no pasa eso. Samuel Florez es el embajador de la Red Argentina por la adopción. Ellos facilitaron el reencuentro con su hermana Ruth. —¿Cómo te encontraste con tu hermana? —La busqué por redes sociales y no la encontraba. Buscaba Ruth, Ruth Florez, porque no sabía el apellido de sus padres actuales. Y la buscaba, la buscaba y no la encontraba. Tengo un hermano que sigue en un Hogar que está en Corrientes, Josué. —¿Está bien? —Está bien. Pero sigue con ese sueño de poder, y yo también es uno de mis sueños que él pueda encontrar una familia. —¿Qué edad tiene Josué? —Él tiene 16. —¿Está en situación de adoptabilidad? —Sí, creo que sí. Le están buscando una familia. —Hoy hay una convocatoria pública por Josué, que tiene 16 años y espera una familia. Tiene derecho a tener una familia. Te interrumpí porque me parecía importante. —Está muy bien. Bueno, a Josué lo encuentro por Instagram y bueno, le digo pasamelo ya. Me pasa su Instagram y fue donde la contacté. Me contestó, ella es un poco cortante pero me contestó. Y bueno, después cuando vengo al evento este… —Un evento que se hizo a fines del año pasado, contemos, de la Red Argentina por la Adopción. —La verdad que no me esperaba. Fue algo fantástico. Me habían dicho “hay una sorpresa para vos”. Y yo pensaba y decía hay algo raro, que no me está cerrando, cuando yo pido para ir al baño me dicen que espere. Nando me dice que espere. No me cerraba algo. Pero la verdad no se me cruzó por la cabeza justamente eso. Y cuando la vi no me aguanté. Fue un momento hermoso verla tan linda como ese día. Me llenó el alma. Fue fantástico. Fue muy lindo. —Se vienen sus 15. ¿Vas a estar ahí? —Sí, sí. —¿El único que queda en un Hogar es Josué? —Josué, sí. —¿El resto de tus hermanos están bien? —Están bien, sí. David egresó. Ahora está terminando su secundario. Y está bien, vive en un departamento en Santo Tomé también. —No fue adoptado. ¿Solo vos y Ruth fueron adoptados? —Solo nosotros, sí. —¿Hay algo que te parezca importante transmitir? —Me gustaría que la gente pueda ayudar a chicos, a niños, a adolescentes. Que se animen a tomar ese hermoso riesgo de adoptar. Que es un riesgo, un chico viene con sus problemas, pero yo creo que todos necesitamos tener una familia. Todos merecemos tener una familia. Y así como Dios me mandó a mí yo sé que hay muchas personas que por ahí están en la duda de si adoptar o no, yo creo que es el momento de que se animen a dar ese paso, a adoptar, a darle un futuro mejor a un niño, un adolescente. Que visiten los Hogares. Que es mi sueño también el visitar Hogares y poder brindarles mi historia. Que así como yo superé, vos también podés superarlo. Así sea lo peor del mundo que te haya pasado, cada uno tiene su historia, sus problemas, pero siempre, siempre hay una luz al final del túnel. Y hay que esforzarse y creer, tener un poquito de fe. Eso fue lo que a mí me salvó. Yo me aferré a mi música, me aferré a Dios y le pedí, le decía Dios, yo tengo fe que un día todo iba a cambiar. Y Dios me escuchó. Ahora estoy enfocado en mi música, quiero ayudar a muchos chicos, muchos adolescentes. Demostrarles que se puede. Si querés contar tu historia escribinos a:voces@infobae.com
Ver noticia original