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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 06/12/2025 04:44
Kevin Costner, en "Los intocables", la película de Brian De Palma (1987) Grosby Casi al final de “Los Intocables”, la película de Brian De Palma, luego de que Al Capone fuera sentenciado, un periodista le pregunta a Elliot Ness, personificado por Kevin Costner: -Dicen que van a abolir la Ley Seca, ¿qué va a hacer usted entonces? -Me tomaré un trago – le responde el jefe del escuadrón especial. En la historia corrían los últimos meses de 1931 y la pregunta venía a cuento porque si bien “Scarface” había sido condenado a 11 años de cárcel por evasión de impuestos, todo el mundo sabía – aunque nadie lo podía probar – que había construido su imperio mafioso y los negocios legales que se servían de tapadera a partir del contrabando y la venta ilegal de alcohol en Chicago aprovechando las ventajas que le daba “La Prohibición”, que por entonces llevaba once años de vigencia. La pregunta también apuntaba a un rumor que corría muy fuerte en esos tiempos, que la ley que prohibía la venta y el consumo de bebidas alcohólicas sería derogada más temprano que tarde, no solo por ineficaz, sino porque había dado un impulso enorme al negocio ilegal del alcohol. De hecho, fue abolida definitivamente el 6 de diciembre de 1933, hace hoy 92 años. Para entonces era evidente que los mayores beneficiarios de la Ley Seca habían sido las familias mafiosas que operaban en las grandes ciudades y el caso más conocido era, precisamente, el de Chicago, donde habían operado Frank Torrio y su sucesor, Alphonse Capone. Torrio vio de inmediato la veta comercial que le abría la Ley Seca y, secundado por un Capone de apenas 21 años, montó una verdadera cadena de bares ilegales, integrada con la red de prostíbulos y casas de juego clandestino que ya tenía en funcionamiento. La cercanía de la frontera con Canadá les facilitaba el contrabando de alcohol necesario para abastecerlos. Para trabajar con tranquilidad compraron a policías y políticos, al mismo tiempo que expandían su territorio gracias a la muerte – adjudicada a Capone pero nunca probada – del principal rival de Torrio, “Big Jim” Colosimo. En 1924 ya eran los dueños de la ciudad. Incluso habían impuesto a su candidato en las elecciones municipales después de una campaña que incluyó el secuestro de varios de sus rivales y el amedrentamiento de votantes. Al Capone ganaba decenas de millones de dólares al año con el contrabando de alcohol y los bares clandestinos (AP Photo, File) No era un negocio que pudiera hacerse sin violencia, porque otras bandas también lo codiciaban, pero quienes quisieron disputarle el negocio a Capone lo pagaron muy caro. El 14 de febrero de 1929, un Cadillac negro se detuvo frente a un almacén que pertenecía a Bugs Morán, el mayor rival del rey de la mafia de Chicago. Bajaron cuatro hombres, dos de ellos vestidos de policías, y entraron al local mientras un quinto sujeto quedaba al volante del auto en marcha. En el interior sorprendieron a siete hombres de la banda de Morán que, creyendo que se trataba de policías, no ofrecieron resistencia. Bugs Morán tenía arreglos con la autoridad, de modo que no se preocuparon. Los “policías” los hicieron alinear contra una pared y les quitaron las armas. Luego se alejaron y los fusilaron con sus metralletas. Morán era el único rival que le quedaba a “Scarface” en Chicago, que así se aseguró definitivamente el manejo del alcohol ilegal en la ciudad. Por entonces, se calculaba que había amasado una fortuna de 125 millones de dólares y que cargaba con más de cien muertos. La noticia en The Chicago Dayly News de la masacre de 7 hombres de la banda de Morán La ley y la trampa Lo que se conoce popularmente como la “Ley Seca” englobaba en realidad dos medidas legislativas que ilegalizaron la fabricación, el comercio, el transporte, la importación y exportación de bebidas alcohólicas. La primera de ellas fue la Enmienda XVIII de la Constitución de los Estados Unidos, votada el 16 de enero de 1920, que prohibía todo eso, y que fue adoptada por 36 de los entonces 48 estados del país; la segunda fue la Ley Volstead – por el nombre de su impulsor, el senador Andrew Volstead -, aprobada en octubre del mismo año, que obligaba a implementar esas medidas en todo el territorio de la Nación. La medida, que abrió el período que se conoce como “La Prohibición”, fue aprobada después de una campaña de años, apoyada por distintos sectores políticos, sociales, religiosos y económicos de los Estados Unidos. Entre sus principales impulsores estaban los industriales, que consideraban que el consumo de alcohol bajaba la productividad de los obreros en las fábricas. Para sostener su posición se basaban en los datos elaborados por el economista Irving Fisher, que suponía que los trabajadores habitualmente tomaban cinco tragos fuertes antes de iniciar labores, lo que los hacía ser 10% menos eficientes en la producción. Eso implicaba pérdidas, según Fisher, de 6000 millones de dólares anuales. No eran datos comprobados por ninguna investigación seria, pero en el mundo industrial se tomaron como verdades reveladas. A los intereses de los empresarios se sumaban centenares de comunidades religiosas e iglesias a lo largo y lo ancho de todo el país, sobre todo protestantes y metodistas, que incluso sostenían falsamente que la prohibición de consumir bebidas alcohólicas tenía una base bíblica. A estas corrientes conservadoras y puritanas se unieron pronto diversos intelectuales progresistas y liberales, así como líderes sindicales de izquierda, que condenaban el consumo de alcohol como elemento provocador de atraso y pobreza entre las masas de obreros. Había también motivaciones racistas y xenófobas, que señalaban que los mayores consumidores de alcohol eran los inmigrantes, a quienes se señalaba como responsables de delitos y actos violentos provocados por sus borracheras. Una partitura antigua de la canción "Every Day Will Be Sunday When The Town Goes Dry" (Todos los días serán domingo cuando la ciudad se seque). Muestra una caricatura de un hombre con un traje y un sombrero de copa, sentado junto a un perro, con un cigarrillo en la boca. El texto principal es un eslogan de la era de la Prohibición Ese verdadero cóctel de razones – en su enorme mayoría infundadas - llevó a que, cuando finalmente vio aprobada su ley, el senador Volstead proclamara muy orondo: “Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno”. Volstead se equivocaba y mucho, porque si algo produjo la Ley fue un aumento inusitado de la violencia, la producción de alcohol ilegal de dudosa salubridad, el contrabando, la proliferación de los bares clandestinos (los “speakeasy” o “habla bajo”, por el tono en que se podía conversar para no ser escuchado desde el exterior) y un crecimiento exponencial de los negocios del crimen organizado que se volcó a la venta ilegal de bebidas alcohólicas. Una campaña muy sucia La campaña que se orquestó para lograr “La Prohibición” fue salvaje y estuvo plagada de noticias falsas que buscaron general un clima favorable en la sociedad. Muchas de ellas se basaban en esos supuestos datos económicos y en creencias morales o religiosas, pero también las hubo de todo tipo, con historias que apuntaban a generar indignación en la sociedad para que rechazara el consumo de alcohol por sus supuestas consecuencias. Entre estas últimas, una de las notorias fue la historia del “bebe demonio” que hizo circular un importante diario de Chicago. La noticia – una flagrante fake news de alto impacto – contaba la historia de un obrero de esa ciudad, inmigrante italiano, que volvió una noche borracho a su casa y violó a su mujer. Como resultado de esa violación, decía el diario, nació un niño con malformaciones que tenía el aspecto de un demonio: tenía escamas en la piel, cuernos, pezuñas y una cola. “Era idéntico a Satán”, decía un supuesto testigo citado por el diario. La historia, que fue tomada y potenciada por otros diarios, tenía todos los ingredientes: el obrero que se emborrachaba, el factor demoníaco del alcohol y el componente xenófobo que se identificaba al violador como inmigrante. Durante la Prohibición, miles de personas resultaron intoxicadas por alcohol de fabricación ilegal Aunque parezca ridícula, la supuesta “noticia” fue eficaz, lo que no es de extrañar que ocurriera hace un siglo cuando todavía hoy hay gente que cree – incluidos algunos legisladores argentinos - que hay vacunas que hacen que el cuerpo humano se convierta en un imán que atrae a todo tipo de objetos metálicos. Al mismo tiempo, la lucha contra el consumo llegó a alcanzar también muy altos niveles de violencia organizada, como las operaciones del llamado “Movimiento de la Templanza”, de raigambre cristiana e integrado mayoritariamente por mujeres. Atacaban bares y licorerías, armados con bates de béisbol y hachas, para interrumpir el negocio y frenar las ventas. Les pegaban a los parroquianos y destruían todas las existencias de alcohol que encontraban. El Movimiento exaltaba la figura de la por entonces ya fallecida Carrie Amelia Nation (su nombre mismo encerraba un mensaje, porque se puede traducir libremente como “cuidar a la nación”), una mujer que se definía a sí misma como “un bulldog que corre a los pies de Jesús, ladrando a lo que él rechaza” y aseguraba que seguía órdenes divinas cuando acometía contra los bares. Entre 1900 y 1910 fue arrestada treinta veces por ataques de ese tipo. Para recuperar la libertad, pagaba la fianza y las multas con las donaciones que recibía por sus conferencias y la venta de hachas de mano similares a las que usaba en sus tropelías. Carrie Nation, del Movimiento de la Templanza, fue arrestada 30 veces por entrar a romper bares y licorerías con su hacha Consumidores envenenados En poco tiempo, los bares clandestinos crecieron como hongos. Para poder entrar era necesaria una invitación o conocer una contraseña determinada que era el “ábrete sésamo” de sus puertas. Estaban en sótanos, en locales disimulados detrás de otros que tenían apariencia inocente y también en casas particulares. Estaban abastecidos por licor de contrabando o por bebidas de dudosa calidad, fabricadas en alambiques ocultos en campos, bosques y casas para destilar ilegalmente un alcohol peligroso por la falta de controles sanitarios. La policía conocía la ubicación de muchos, pero el problema se arreglaba con una buena coima. Así, la lucha contra el consumo de alcohol quedó en manos de los agentes federales, inmortalizados como “Los Intocables” primero en una serie de televisión y después por la extraordinaria película de Brian De Palma. Lo que se conoce poco es que, en ese combate no dudaron en emplear métodos ilegales y provocar muertes. Se llamó “la guerra química de La Prohibición” y su caso más impactante ocurrió en 1926 en Nueva York. El 24 de diciembre de ese año, un hombre fue internado en el Hospital Bellevue de esa ciudad. Deliraba y aseguraba que Papá Noel lo perseguía con un bate de béisbol. Murió a las pocas horas, pero para entonces el hospital estaba abarrotado de personas que presentaban síntomas similares, aunque con delirios diferentes. Los médicos contaron más de 60 personas que llegaron esa misma noche gravemente enfermas después de haber consumido alcohol. Y lo mismo ocurría en otros hospitales de la ciudad. En 24 horas hubo 23 muertos por la misma causa. El fenómeno – en realidad un crimen en masa - se repitió en otras ciudades y fue encubierto por las autoridades, tanto que solo fue descubierto cuando se lo investigó a fondo muchos años más tarde. “Frustrados por el hecho de que la gente siguiera consumiendo tanto alcohol incluso después de haberlo prohibido, los funcionarios federales habían decidido probar un tipo diferente de aplicación de la ley. Ordenaron el envenenamiento de alcoholes industriales fabricados en Estados Unidos, productos habitualmente robados por los contrabandistas y revendidos como bebidas espirituosas. La idea era asustar a la gente para que abandonara el consumo ilícito de alcohol. Para cuando la Prohibición terminó en 1933, el programa federal de envenenamiento, según algunas estimaciones, había matado al menos a 10.000 personas”, relata la periodista Deborah Blum, autora de “The Poisoner’s Handbook: Murder and the Birth of Forensic Medicine in Jazz Age New York”, en un artículo publicado por Slate en 2010. Fotografía cedida por la Casa-Museo Lee-Fendall que muestra al contrabandista de licor Robert Downham (i-abajo) mientras posa junto a su familia en Alexandria, Virginia (EE.UU.). EFE/Lee-Fendall House Haz lo que yo voto, pero… Para aprobar la Ley Seca las negociaciones fueron complejas y hubo un lobby muy fuerte para conseguir los votos de los congresistas. Cuando finalmente entró en vigor, muchos de ellos hicieron declaraciones elogiando esa medida que iba a convertir a los Estados Unidos en una nación abstemia. Claro que una cosa es decirlo y otra hacerlo, porque muchos de los que votaron favorablemente la ley no solo no dejaron de consumir alcohol, incluso en sus propias oficinas del Capitolio. A la mayoría la abastecía un proveedor de primer nivel, conocido como “El hombre del sombrero verde”. Su nombre era George Cassiday y era también senador, uno de los que había hecho lobby y votado a favor de la ley. El hombre utilizaba sus fueros y entraba al edificio un promedio de 25 botellas diarias de whisky y otros alcoholes de contrabando para venderlas entre sus colegas. Los agentes de policía encargados de la seguridad del Capitolio hacían la vista gorda, dada la importancia del personaje, hasta que otro senador – este sí abstemio respetuoso de la ley – lo denunció. Cassiday fue detenido dentro del Congreso con seis botellas de whisky en su poder. Fue el único que pagó por violar la ley, porque ninguno de sus senatoriales clientes fue molestado para evitar un escándalo que pasara a mayores y pusiera en tela de juicio la credibilidad del poder legislativo. El crack y el final El principio del fin de la Ley Seca llegó cuando quedó claro que ninguno de sus supuestos efectos virtuosos se había concretado. Al contrario, las cosas iban peor. Durante la prohibición, el consumo de alcohol no solo subsistía, sino que continuaba de forma clandestina y bajo el control de feroces mafias. En vez de resolver problemas sociales tales como la delincuencia, la Ley Seca había llevado el crimen organizado a sus niveles más elevados de actividad como nunca se había percibido en los Estados Unidos. Antes de la prohibición había 4.000 reclusos en todas las prisiones federales, mientras que para 1932 se contaban 26.859 presidiarios, síntoma de que la delincuencia común había crecido gravemente, en vez de disminuir. El gobierno federal gastaba enormes cantidades de dinero tratando de forzar el cumplimiento de la ley, pero la corrupción de las autoridades locales y el rechazo de las masas a la prohibición, demostrada por el hecho de que el consumo no disminuía, hacían más impopular sostener la ley Volstead. El principio del fin de La Prohibición fue el crack financiero de 1929, que llevó al país a una situación económica crítica y obligó al Estado a recaudar más dinero. Por ejemplo, el de los viejos impuestos a la fabricación de bebidas alcohólicas, que antes de la Ley Seca era la quinta industria más grande del país, lo que significaba un enorme aporte por impuestos a las arcas estatales. El 21 de marzo de 1933, el presidente Franklin Delano Roosevelt firmó el Acta Cullen-Harrison que legalizaba la venta de cerveza que tuviera hasta 3,2 % de alcohol y la venta de vino a partir del 7 de abril de ese mismo año. Finalmente, el 6 de diciembre se aprobó la Enmienda XXI a la Constitución de Estados Unidos, que derogaba la Enmienda XVIII, origen de todos los males. Fue la primera y única enmienda constitucional derogada en la historia del país. Un siglo más tarde A mediados de 2020, cuando se cumplía un siglo de la aprobación de la “Ley Seca” en los Estados Unidos, la cadena de noticias CNN le dio un amplio espacio a lo que en el periodismo se conoce como “una nota de color”. Contaba la historia – y entrevistaba a los protagonistas – de una pareja que acababa de comprar una antigua casa en Nueva York y que, al comenzar a restaurarla hizo un increíble hallazgo: unas 60 botellas de whisky escondidas en distintos lugares de la construcción. Eran de whisky escocés, más precisamente de la marca Old Smuggler, y en las etiquetas todavía se podía leer que el brebaje había sido embotellado en 1921. Las primeras bebidas aparecieron al quitar un zócalo, pero después fueron apareciendo muchas más detrás de las paredes, debajo del piso de madera e, incluso, en un espacio disimulado detrás de una escotilla. “Al principio encontramos siete paquetes de seis botellas detrás de una la pared y, después, cuatro paquetes más”, contó frente a la cámara uno de los nuevos propietarios, Nick Drummond, de profesión conservacionista histórico. Cuando Drummond, motivado por el hallazgo, se puso a investigar la historia de la casa, descubrió que en los años 20 era propiedad de un alemán llamado Adolph Humpfher, que se presentaba con un incomprobable título nobiliario de conde pero que en realidad era un conocido contrabandista que había acumulado problemas con las autoridades por traficar bebidas alcohólicas que traía del exterior en los tiempos de la Prohibición. Humpfher murió en confusas circunstancias en 1932, cuando el patrimonio obtenido a través de sus actividades ilegales llegaba a la friolera de 140.000 dólares de la época, equivalentes a más de 32 millones de la actualidad.
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