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La Paz » Politica con vos
Fecha: 05/12/2025 23:23
El Gobierno Nacional de Javier Milei buscará, en su agenda 2026, avanzar con una reforma laboral que reproduce, casi calcada, la receta del menemismo, es decir, precarizar, desregular y convertir al trabajador en un costo descartable. La historia ya mostró cómo termina ese experimento. Si volvemos a tropezar, será por pura irresponsabilidad política. “Flexibilizar para crecer”: la mentira que ya destruyó al país En los ’90, el discurso oficial era idéntico al actual: «La flexibilización va a atraer inversiones”, decía el ministro Roque Fernández. «Hay que modernizar las relaciones laborales”, repetía la dirigencia tecnocrática de entonces. Hoy, el Gobierno copia palabra por palabra ese libreto. Pero la historia es terca. Las reformas laborales de esa época no generaron desarrollo ni empleo genuino. Lo que generaron fue un país fracturado, con millones de trabajadores empujados a la informalidad y una estructura productiva arrasada. No fue un accidente, aquella fue un proyecto político claro, incluso respaldado por gran parte de la sociedad. Y ahora se quiere volver a ejecutarlo como si el 2001 no hubiera ocurrido. Fábricas vacías, persianas bajas y trabajadores al borde: los síntomas están a la vista Antes de cualquier estallido social, aparece un patrón. Y hoy ese patrón está desplegado en cámara lenta. Hablo de industrias que suspenden turnos, se achican tanto hasta directamente desaparecer. Un perverso mensaje presidencial que te invita a ser libre y emprender, ser tu propio jefe, fabricar, crear, etc., al tiempo que te abre las importaciones para que los repasadores que fábricas acá lleguen de china 80% más baratos. Un entusiasmo emprendedor que no cierra por ningún lado. Comercios que no soportan la caída brutal del consumo. Pymes quebradas que no sobreviven a tarifas impagables y una recesión profunda. Despidos silenciosos, sin protección, sin negociación, sin horizonte. No es un dato aislado, de trata de un clima. Es el mismo olor a crisis que se respiraba a fines de los ’90, cuando el país se desangraba sin que el poder lo admitiera. En aquel entonces, Domingo Cavallo decía: “Estamos en el rumbo correcto, pero necesitamos que la sociedad resista un poco más”. Hoy el discurso es idéntico, aunque cambien los nombres y las siglas. La memoria corta del poder y un país que ya vio este desastre La historia argentina no necesita interpretación creativa, es una evidencia empírica. Cuando te hablan de desregulación laboral hoy, son los contratos basura de ayer. Lo peligroso es que, desde el gobierno se fortalece la agenda de legalización de la precariedad. Ajuste sobre trabajadores y clase media: ayer en nombre del “déficit cero”; hoy en nombre de la “libertad económica”. Destrucción del mercado interno: ayer con 20% de desempleo; hoy con una recesión feroz que ya está pulverizando el consumo. Concentración económica: ayer con privatizaciones; hoy con un Estado que se retira para que el más fuerte haga lo que quiera. Es el mismo ADN. Y lo por de todo es que al final de este modelo también lo conocemos muy bien y se parece demasiado. 2001 no fue un estallido sorpresivo: fue el resultado directo de estas políticas. La explosión social del 2001 no surgió de un día para el otro. Fue la suma de años de flexibilización, endeudamiento, pobreza creciente, salarios destruidos y un Estado arrodillado ante intereses privados. Los saqueos, los muertos, la represión y el “que se vayan todos” fueron el desenlace visible de un proceso que la política decidió ignorar mientras aún estaba a tiempo. Hoy estamos, otra vez, en ese punto previo. Y quien no quiera verlo, miente o elige no ver. Decía Eduardo Duhalde en 2002: «La Argentina explotó porque se maltrató demasiado al que trabaja”. ¿Hace falta repetirlo? La advertencia es simple y si volvemos a caer, es porque no aprendimos nada. Si este país vuelve a una crisis comparable a la del 2001, no será por sorpresa ni por fatalidad, será porque el poder eligió ignorar todas las señales. Hoy no hacen falta muertos en las calles para entender que la crisis ya está en marcha. Basta caminar por un parque industrial semivacío, hablar con un comerciante fundido o escuchar a un trabajador despedido por WhatsApp. Todas las alarmas están prendidas. El Gobierno, sin embargo, insiste en apagar el sonido y proclamar que “todo forma parte del plan”. Cuando un país no escucha su propia historia, la historia vuelve para gritarle La reforma laboral no es un ajuste técnico. Es una definición moral y política: decidir de qué lado está el Estado. Y hoy, el mensaje es brutalmente claro: del lado del poder económico, no del trabajador. Si repetimos la receta, repetiremos el desenlace. Y esta vez no habrá excusas: la historia ya avisó, los números ya avisaron, las fábricas ya avisaron, la calle ya avisó. La verdadera pregunta es si el Gobierno está dispuesto a escuchar, o si prefiere conducirnos —una vez más— al abismo que fingimos haber dejado atrás. La obra elegida como imagen ilustrativa de la nota: “El triunfo de la muerte” (c. 1562), Pieter Brueghel el Viejo. Una pintura del Renacimiento flamenco que muestra un paisaje devastado por el caos, la violencia y la descomposición de la sociedad. Una brutal y potente metáfora de un país al borde del derrumbe.
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