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  • Bullying: Una problemática urgente que interpela a toda la comunidad

    Parana » AIM Digital

    Fecha: 05/12/2025 15:34

    El bullying (o acoso entre pares) constituye actualmente una de las expresiones de violencia más significativas y persistentes dentro de los espacios escolares y recreativos de la infancia y adolescencia. Lejos de ser “cosas de chicos”, como se intentaba dejarlo pasar en otras épocas, la evidencia científica señala que tiene consecuencias emocionales, sociales y académicas profundas, incluso con impacto en la adultez. Por la Lic. en Psicología Melody Varisco. Especial para AIM. En Argentina, la problemática adquiere una dimensión especialmente preocupante: de acuerdo con referentes locales en la temática, nuestro país tiene los índices más altos de bullying de toda Latinoamérica. Esto incluye a la provincia de Entre Ríos, donde diversas investigaciones han demostrado tasas sostenidas de victimización, agresión y ciberacoso en adolescentes. Frente a este panorama, se vuelve indispensable una acción articulada entre escuelas, familias, profesionales, organismos estatales y la comunidad en general. ¿Qué es el bullying? El bullying es una forma específica de violencia entre pares menores de edad, caracterizada por tres elementos fundamentales: 1. Intencionalidad: el daño no es accidental. 2. Repetición: la conducta agresiva ocurre de manera reiterada. 3. Desigualdad de poder: uno o varios ejercen dominación sobre otro, física, emocional o socialmente. El concepto fue desarrollado por el psicólogo noruego Dan Olweus, pionero en investigar la violencia escolar desde los años 1970. Etimológicamente, “bullying” podría vincularse con “bull” (toro en inglés), aludiendo a la fuerza con la que uno somete a otro, o con el verbo “to bully”, que significa “intimidar”. Desde entonces, el término se consolidó para describir agresiones sistemáticas y sostenidas dentro de entornos educativos y recreativos infanto-juveniles. Cuando los tres criterios están presentes, se trata de bullying. Una pelea ocasional entre iguales o un conflicto aislado no cumplen la definición. Ámbitos en los que puede darse el bullying Aunque suele asociarse al ámbito escolar, el bullying puede presentarse en cualquier espacio de socialización infanto-juvenil con interacción regular entre pares: clubes, institutos de distintas disciplinas o deportivos, talleres, grupos recreativos, colonias, espacios culturales, gimnasios, etc. Lo determinante no es el tipo de institución, sino la convivencia continuada donde se establecen relaciones de poder entre infancias y adolescencias. Diferencias conceptuales necesarias: bullying, mobbing y violencia institucional Dada la sensibilidad del tema, es fundamental emplear una terminología precisa que permita reconocer con claridad cuándo una situación constituye bullying y cuándo se trata de otra forma de violencia. · Bullying: Violencia entre pares (niños, adolescentes), en ámbitos educativos o recreativos, con intención, repetición y asimetría de poder. · Mobbing: Acoso u hostigamiento sistemático entre adultos en contextos laborales con la finalidad de desprestigiar, desplazar del cargo, someter o perjudicar al trabajador. No sucede en la escuela ni entre niños, por definición. · Violencia institucional adulto-niño: Cuando un adulto (docente, entrenador, directivo) humilla, discrimina o ejerce abuso de autoridad hacia un menor agrediéndolo. Esta situación no se trata de bullying ni mobbing: es una violación a los derechos de la niñez. Si bien comprender estas diferencias conceptuales es importante para orientar adecuadamente la intervención, lo verdaderamente esencial es no afrontar la situación en soledad. Ante cualquier hecho de maltrato (ya sea vivido en primera persona o presenciado), es indispensable pedir ayuda. Hablar con un adulto de confianza, dentro de la familia o en la institución educativa, permite activar a tiempo mecanismos de protección y evitar que la situación escale hacia consecuencias más graves. La intervención temprana de un referente adulto puede marcar una diferencia significativa en la contención, la seguridad y el bienestar de quienes se ven involucrados. Tipos de bullying Para comprender en profundidad el fenómeno del bullying, es útil reconocer que puede manifestarse de distintas formas. Esta clasificación no tiene como finalidad jerarquizar qué tipo es “más grave” que otro, sino brindar herramientas para identificar las diversas maneras en que la violencia puede expresarse y, de ese modo, intervenir a tiempo. Todas las formas de bullying tienen el potencial de afectar seriamente el bienestar emocional, social y físico de quienes las padecen; sin embargo, su impacto puede variar según la intensidad, la frecuencia, la relación entre los involucrados y los recursos personales y familiares de cada víctima. A continuación, se describen brevemente los principales tipos de bullying: · Físico: Implica agresiones corporales directas, como empujones, golpes, patadas o cualquier acción que cause daño físico. Suele ser el tipo más visible debido a sus manifestaciones externas, pero no por ello es el único que genera consecuencias graves. El bullying físico puede producir lesiones, miedo persistente, retraimiento y dificultades para asistir a la escuela con seguridad. · Verbal: Se refiere al uso sistemático y reiterado de palabras para humillar, insultar, burlar, amenazar o etiquetar de forma negativa a otra persona. Aunque no deja marcas en el cuerpo, sus efectos psicológicos pueden ser profundos: deterioro de la autoestima, ansiedad, vergüenza y sentimientos de inutilidad o desesperanza. Dada su sutileza, muchas veces es minimizado o naturalizado. · Relacional o social: Consiste en acciones destinadas a excluir, aislar, desacreditar o dañar el estatus social de la víctima dentro del grupo. Puede incluir rumores, burlas encubiertas, manipulación de vínculos o silenciamiento. Es una de las formas más difíciles de detectar, porque suele desarrollarse de manera silenciosa, en dinámicas grupales o en espacios que los adultos no siempre observan. Sus consecuencias pueden afectar profundamente el sentido de pertenencia y la construcción de identidad. · Emocional o psicológico: Implica hostigamiento emocional orientado a generar miedo, inseguridad, confusión o sometimiento. Incluye chantajes, amenazas indirectas, intimidación, manipulación, robo y/o daño de pertenencias. Este tipo de violencia también es muy difícil de detectar por manifestarse de forma “sutil”, pero ataca directamente la autoimagen y puede generar hiperestrés, síntomas depresivos y un deterioro importante de la capacidad para confiar en otros. · Ciberbullying: Es el hostigamiento que ocurre mediante medios digitales: redes sociales, mensajería, videojuegos o plataformas online. Tiene la particularidad de que puede suceder a cualquier hora, sin límites de espacio, y difundirse rápidamente, amplificando el impacto. Además, la permanencia del contenido en internet agrava la exposición y la angustia. Sus efectos suelen ser igual o más severos que los de las formas tradicionales de acoso por su alcance y la forma “anónima” en la que se viraliza el contenido. Cada tipo de bullying puede generar daños significativos. Si bien su gravedad puede variar según la modalidad en que se manifiesta, lo más determinante es su carácter sostenido, sistemático y repetido en el tiempo. Factores como la persistencia del hostigamiento, la intencionalidad, el desequilibrio de poder entre las partes y la ausencia de una intervención temprana intensifican aún más sus consecuencias. En todos los casos, es fundamental comprender que cualquier forma de bullying requiere atención, escucha activa y una acción inmediata por parte de los adultos responsables. ¿Quiénes participan en una situación de bullying? El bullying nunca ocurre de manera aislada. Se trata de un fenómeno esencialmente grupal, donde diferentes roles interactúan y contribuyen (de manera activa o pasiva) al desarrollo y sostenimiento de la violencia. Comprender estos roles permite identificar cómo se estructura el acoso y, sobre todo, cómo intervenir de forma eficaz para detenerlo. A continuación, se describen los principales participantes en una situación de bullying: · Víctima: Es la persona que recibe la agresión de forma repetida y en un contexto de desigualdad de poder. Puede experimentar miedo, vergüenza, aislamiento o dificultades para pedir ayuda. Reconocer su situación y brindarle apoyo emocional y contención es fundamental para frenar la violencia y evitar que se profundicen sus consecuencias. · Agresor/a o grupo agresor: Son quienes ejercen la violencia de manera intencional y sostenida. Pueden actuar solos o acompañados por un grupo que legitima sus acciones. Su comportamiento tiende a reforzarse cuando no encuentra límites claros o cuando obtiene aprobación explícita o implícita del entorno. Intervenir sobre este rol implica trabajar en la regulación emocional, la responsabilidad y la reparación del daño causado. · Víctima-agresor o bully-victims: Se trata de una figura compleja: es alguien que, por un lado, recibe agresiones, pero que también puede reproducirlas hacia otros. Este rol suele surgir en contextos donde la violencia está naturalizada o cuando la persona intenta defenderse replicando el mismo patrón. Los bully-victims suelen presentar peor ajuste psicológico, combinando vulnerabilidad emocional e impulsividad, y podrían ser los más “en riesgo” entre quienes participan en bullying. Requieren un abordaje cuidadoso que contemple tanto su vulnerabilidad como su necesidad de modificar conductas dañinas. · Observadores o testigos: Son quienes ven, saben o perciben lo que está ocurriendo, aun sin participar directamente. Su rol es decisivo. A veces refuerzan la violencia mediante la risa, el silencio, la indiferencia o la complicidad; otras veces pueden detenerla al apoyar a la víctima, intervenir verbalmente o pedir ayuda a un adulto. Empoderar a los testigos es clave para transformar el clima del grupo y cortar el ciclo del acoso. Es fundamental lograr que puedan contar a un adulto de confianza lo que está ocurriendo para poder intervenir. Comprender estos roles ayuda a desnaturalizar la violencia y pone de relieve una idea central: en una situación de bullying, todos los miembros del grupo tienen un papel y, por lo tanto, también una responsabilidad en su prevención y abordaje. Consecuencias del bullying El bullying genera consecuencias significativas tanto a corto como a largo plazo. En un primer momento pueden aparecer ansiedad, depresión, irritabilidad, bajo rendimiento escolar, síntomas psicosomáticos (como dolores o insomnio), miedo y retraimiento social. También pueden surgir señales de alarma como autolesiones o pensamientos de muerte para detener la exposición y por ende el sufrimiento (riesgo de suicidio), especialmente cuando el hostigamiento es persistente y la víctima se siente sin apoyo. A largo plazo, la evidencia señala un mayor riesgo de trastornos emocionales, dificultades en las relaciones interpersonales, baja autoestima persistente y, en el caso de agresores crónicos, la posibilidad de desarrollar conductas antisociales. El impacto alcanza incluso al clima institucional, donde la violencia tiende a normalizar prácticas de humillación y desigualdad, afectando la convivencia de toda la comunidad educativa. Señales de alerta según la etapa evolutiva Detectar a tiempo los signos del bullying permite intervenir antes de que la situación escale y se profundicen las consecuencias emocionales. Si bien cada niño o adolescente expresa el malestar de manera diferente, pueden manifestarse algunos indicadores frecuentes según la edad: · En la infancia (6 a 11 años): Cambios bruscos en el estado de ánimo: irritabilidad, llanto fácil, miedo a la escuela. Dolores físicos frecuentes sin causa médica aparente (panza, cabeza). Pérdida o rotura repetida de objetos escolares. Alteraciones en el sueño o en la alimentación. Dificultad para hacer amigos o aislamiento repentino. Rechazo persistente a asistir a clases, excusas o síntomas justo antes de ir a la escuela. · En la preadolescencia y adolescencia temprana (12 a 14 años): Descenso notable del rendimiento escolar. Cambios en el grupo de amigos o aislamiento social. Ocultamiento del celular o de redes sociales; miedo o tensión al recibir mensajes. Autocríticas excesivas, vergüenza intensa o conductas de evitación. Señales de autolesiones (cortes, quemaduras, rascado compulsivo) o comentarios sobre no querer vivir. · En la adolescencia media y tardía (15 a 18 años): Conductas de riesgo: consumo de alcohol, autolesiones, huidas del hogar. Insomnio, apatía, síntomas depresivos o ansiedad intensa. Irritabilidad marcada, explosiones emocionales o retraimiento extremo. Abandono de actividades que antes disfrutaba. Comentarios sobre sentirse inútil, atrapado o sin salida, lo cual requiere atención inmediata. Es fundamental aclarar que estos signos y síntomas no son exclusivos del bullying ni permiten, por sí solos, confirmar esta problemática. Muchos de ellos también pueden aparecer en casos de ansiedad, depresión, duelos, conflictos familiares, trastornos del estado de ánimo, dificultades sociales o situaciones de estrés. Por eso, ante la presencia de cualquiera de estos indicadores, no debe asumirse automáticamente que el niño o adolescente está siendo víctima de acoso escolar. Lo adecuado es hablar con el menor, escucharlo, y consultar a un profesional de la salud mental para realizar una evaluación completa, establecer un diagnóstico diferencial y determinar el origen del malestar. Una valoración adecuada permite intervenir con precisión, proteger al menor y ofrecer el acompañamiento más apropiado para su situación particular. Cómo enseñar a los chicos a afrontar el bullying Acompañar a niños y adolescentes en el desarrollo de herramientas para afrontar situaciones de bullying es clave para su bienestar emocional. Un primer paso es ayudarlos a nombrar lo que ocurre, diferenciando claramente una broma inocente de una agresión. Cuando logran identificar la situación, se sienten más seguros para pedir ayuda y expresarse. También es fundamental enseñarles que buscar apoyo adulto no es señal de debilidad, sino un acto de valentía, una forma de protegerse y de poner límites saludables. Además, es valioso promover la asertividad, es decir, la capacidad de comunicarse con respeto, firmeza y claridad. Finalmente, fortalecer las redes de apoyo entre pares es esencial: los chicos deben saber que intervenir como testigos, acompañando a la víctima o avisando a un adulto, puede detener la violencia e incluso evitar que alguien resulte gravemente lastimado. El rol de las familias y adultos responsables Cuando una familia se entera de que su hijo o hija sufrió, ejerció o presenció una conducta agresiva, es indispensable actuar con rapidez y responsabilidad. La recomendación es contactar de inmediato al adulto responsable de la otra parte involucrada, no para confrontar ni acusar, sino para describir la situación con respeto, pedir colaboración y solicitar que también dialoguen con su hijo o hija. Este tipo de comunicación adulta, empática y preventiva permite aclarar lo ocurrido, corregir conductas de daño, revisar prejuicios y detener la violencia antes de que escale. Paralelamente, es fundamental informar a la escuela para que pueda intervenir siguiendo los protocolos correspondientes. En síntesis, ante la mínima señal de burla, acoso o agresión, la acción conjunta entre familias y escuela es lo que posibilita una respuesta temprana, cuidadosa y efectiva. Bullying: Datos de Argentina y Entre Ríos Las investigaciones realizadas en escuelas de Paraná y otras ciudades de la provincia ofrecen un panorama preciso sobre la presencia del bullying en adolescentes, permitiendo dimensionar su alcance y orientar acciones preventivas. Los estudios muestran que entre el 10 y el 11 por ciento de los estudiantes se identifica como víctima, entre el siete y el 10 por ciento como agresor, y entre el tres y el cinco por ciento como víctima-agresor o bully-victims. Estas cifras indican que el fenómeno está extendido y afecta a diferentes roles dentro de la convivencia escolar. En cuanto a sus formas, se observa una alta prevalencia de bullying verbal y relacional, modalidades que incluyen insultos, rumores, exclusión y daño en los vínculos, y que suelen pasar desapercibidas pese a su fuerte impacto emocional. Las investigaciones también evidencian una relación directa entre ser víctima de bullying y presentar ansiedad, retraimiento, baja autoestima y conductas de riesgo, mostrando que el acoso tiene efectos significativos en la salud mental de los adolescentes, y por ende en el desempeño escolar-académico. Finalmente, en entrevistas recientes, el Dr. Santiago Resett, prestigioso referente local de la problemática, señala que Argentina encabeza los índices de bullying en Latinoamérica, lo que resalta la necesidad urgente de fortalecer la prevención y el acompañamiento escolar y familiar. Reforzando el compromiso familiar, institucional y comunitario El abordaje del bullying requiere un trabajo conjunto entre todos los actores que rodean al niño o adolescente. Las familias cumplen un rol fundamental: es importante escuchar y validar sin juzgar, prestar atención a cambios en la conducta que puedan despertar preocupación y mantener una comunicación fluida con la escuela para coordinar acciones de cuidado y seguimiento. Las instituciones educativas, por su parte, deben contar con protocolos claros de actuación, registrar adecuadamente los incidentes y garantizar que se apliquen medidas de contención y protección. También es clave que promuevan programas sistemáticos de convivencia, empatía y respeto, que fortalezcan las habilidades socioemocionales de toda la comunidad escolar con el objeto de promover un ambiente seguro y saludable, y prevenir problemáticas abusivas. Los profesionales de la salud mental tienen la responsabilidad de intervenir trabajando con todos los actores involucrados: la víctima, el agresor y los observadores. Pueden desarrollar talleres de habilidades sociales, empatía y reestructuración cognitiva, además de acompañar procesos individuales y grupales para reparar vínculos y prevenir nuevas situaciones. Finalmente, (aunque idealmente) la comunidad y el Estado deben dar el ejemplo con sus acciones y conductas, y garantizar el acceso a campañas de sensibilización, recursos suficientes para los equipos de orientación escolar y políticas sostenidas de prevención, que promuevan entornos seguros y una convivencia basada en el respeto y la inclusión. Nuestro el país presenta índices muy elevados dentro de Latinoamérica, lo que hace imprescindible intervenir no solo cuando los hechos ocurren, sino antes: en la prevención, la educación emocional, la empatía y la construcción de comunidades respetuosas. La meta es clara: como adultos, dar el ejemplo y construir entornos donde cada niño y adolescente se sienta seguro, respetado y digno. Lic. Melody A. S. Varisco, MP 2698. Bibliografía Griffa, María Cristina; Moreno, Jose Eduardo (2005) Claves para una psicología del desarrollo. Olweus, D. (1993). Bullying at School. Blackwell. PrevNet (2021). Types of Bullying. Resett, S. A. (2016). Una caracterización del acoso escolar en la adolescencia: quiénes, cómo y dónde se agrede. Perspectivas en Psicología. Resett, S. A. (2019). Victimización y agresión en adolescentes de escuelas públicas y privadas de cuatro ciudades de la Argentina. Revista Enfoques, 31(1). Resett, S. A. (2023). “En Argentina tenemos los índices más altos de bullying de toda Latinoamérica”. Universidad Austral. Resett, S. A. (2024). Victimización y bullying en adolescentes: su asociación con problemas emocionales y de conducta. Investigando en Psicología. UNESCO (2020). Violencia y acoso escolar: Informe global. UNICEF (2020). Bullying en el ambiente escolar. Universidad Católica de Córdoba (2022). Diálogos sobre violencia entre pares en contextos educativos. Wenar, Charles & Kerig, Patricia (2012). Developmental Psychopathology: From Infancy Through Adolescence.

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