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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/12/2025 03:18
Galina Petrova fue suboficial mayor del 386º Batallón de Infantería Naval Independiente de la Flota del Mar Negro durante la Segunda Guerra Mundial Mientras el mundo se deshacía bajo el estruendo de la Segunda Guerra Mundial, Galina Konstantinovna Petrova, joven enfermera del batallón de infantería naval de la Flota del Mar Negro, encarnó una tarea tan llena de valentía y coraje como silenciosa. Su misión diaria era desafiar a la muerte en medio de los bombardeos: cada herido que lograba rescatar era una pequeña victoria en medio del desastre; cada paso hacia la zona de fuego, una prueba de su terquedad por mantenerlos con vida. Galina, en sus veintes años, actuaba cuando las ciudades ardían y los soldados caían sin tregua. Sus manos delicadas y su corazón que no conocía la derrota la guiaban una y otra vez hacia donde silbaban las balas, estallaban las minas y los alambrados parecían querer cerrarle el paso a la esperanza que la mantenía a salvo. El 17 de noviembre de 1943, por el cumplimiento ejemplar de su deber y el heroísmo demostrado, recibió el título de Héroe de la Unión Soviética y la distinción de la Orden de Lenin. Pero el reconocimiento llegó tarde. El hospital de campaña donde se encontraba fue alcanzado por un bombardeo el 4 de diciembre de 1943, y el edificio se derrumbó con ella y otros dentro. Los registros históricos señalan que murió bajo los escombros y que sus restos fueron luego enterrados en el llamado “pueblo de los héroes” en Crimea, junto a otros combatientes caídos en la operación de Kerch-Eltigen. Así quedó su nombre, suspendido entre la tragedia y la luz, como un eco de coraje en una época que lo devoraba todo. Busto en honor a Petrova en el edificio principal del Instituto Politécnico de Novocherkassk (Wikipedia) La decisión de la valentía Galina Petrova nació el 9 de septiembre de 1920 en Nicolaiev, en la RSS de Ucrania, cuando la Unión Soviética aún no se había constituido formalmente, en el seno de una familia rusa. En 1940, luego de graduarse de la escuela secundaria con honores, ingresó en el Departamento Forestal del Instituto de Ingeniería de Novocherkassk, en Rostov. Pero lo que parecía el rumbo de la vida de una joven más cambió para siempre cuando la invasión alemana de la Unión Soviética irrumpió con violencia: la Operación Barbarroja —nombre en clave de la ofensiva lanzada por la Alemania nazi y sus aliados el 22 de junio de 1941— desató un avance brutal sobre el territorio soviético con el objetivo ideológico de conquistar y repoblar su parte occidental. Ante ese despliegue devastador, Galina tomó cursos acelerados de enfermería en Krasnodar, preparándose para una guerra que ya había tocado a su puerta. Año 1942. La Segunda Guerra Mundial se extendía por toda la Unión Soviética con un implacable rugido de artillería y terror. Las tropas alemanas avanzaban sobre ciudades estratégicas del sur, y Novorossiysk, en la costa del mar Negro, se convertía en un escenario de destrucción y desesperación. Las calles habían perdido sus nombres, los edificios eran escombros humeantes y los hospitales desbordaban de heridos llegados desde el frente. Cada amanecer traía la urgencia de salvar vidas y la certeza de que cada jornada podía ser la última. Fue en ese contexto que Galina, de apenas 22 años, recién graduada de esos cursos rápidos de enfermería, no vaciló y tomó la decisión que marcaría su destino: no hacerse a un lado, sino meterse en el ojo de la tormenta que fue esa guerra para cuidar a quienes defendían la patria con su sangre. Novorossiysk y Nicolaiev no eran solo ciudades; eran bastiones estratégicos en el sur soviético, y la Flota del mar Negro estaba en el centro del conflicto. Galina entendió que su camino no podía limitarse a los muros de un hospital. Día tras día, mientras las tenebrosas sirenas de alarma sacudían el aire y los proyectiles caían sobre la ciudad, ella transformaba el miedo en una fuerza que la impulsaba a seguir. Sus manos, tan delicadas como firmes, aprendieron a moverse entre camillas improvisadas, a ofrecer los mejores cuidados en medio de gritos de dolor y desesperación; entre el humo y las explosiones. Y aprendió a tomar decisiones que podían significar la vida o la muerte de decenas de soldados. Allí, en plena devastación, Galina entendió que la batalla no era solo contra el enemigo visible, sino contra la desesperanza, el pánico y el tiempo. Cada segundo contaba; cada gesto de valentía de su parte podía encender una chispa de esperanza entre los hombres abatidos. En el otoño de 1942, decidió unirse al 386.º Batallón de Infantería Naval Independiente de la Flota del mar Negro, una unidad encargada de defender la línea costera y el estratégico puerto de Novorossiysk. Para los marineros, la llegada de alguien capaz de enfrentar el fuego enemigo y la sangre sin vacilar fue un alivio inmediato. No solo atendía heridas: se convirtió en un símbolo de resistencia, un faro de coraje entre el estruendo de los cañones y el zumbido constante de los aviones enemigos. Cada día, la joven reafirmaba su convicción de que salvar vidas implicaba exponerse al peligro, asumir que cada jornada podía ser la última y, aun así, avanzaba sin vacilar. La dureza de aquellos años, la muerte que acechaba y el sufrimiento de sus compañeros templaron su carácter. Galina cumplió con su deber, guiada por un profundo sentido de responsabilidad y amor por la patria. Esa decisión la puso en la primera línea del sacrificio humano, marcando el inicio de una historia destinada a perdurar y aunque poco se habla de ella, la joven enfermera pasó a la historia por poner humanidad, incluso, entre las llamas. Galina Petrova, suboficial mayor del 386.º Batallón de Infantería Naval Independiente de la Flota del Mar Negro durante la Segunda Guerra Mundial, recibió el título de Héroe de la Unión Soviética y la Orden de Lenin el 17 de noviembre de 1943 por su valentía en la operación Kerch-Eltigen. Murió en combate poco después de recibir sus honores, el 4 de diciembre de 1943 Placa conmemorativa cerca del Obelisco de la Gloria en Kerch, Crimea (Wikipedia) Heroísmo en el frente del mar Negro El otoño de 1943 encontró a la Unión Soviética en un punto crucial de la Segunda Guerra Mundial. Tras el contraataque en Stalingrado y la liberación progresiva de ciudades ocupadas, los ejércitos soviéticos se preparaban para consolidar su avance en el sur, expulsando definitivamente a las fuerzas alemanas del Cáucaso y Crimea. La península de Kerch, situada estratégicamente sobre el estrecho que une el mar Negro con el mar de Azov, se convirtió en un objetivo vital: quien dominara Kerch aseguraba el control de rutas navales y la posibilidad de liberar Sebastopol. La operación Eltigen, concebida como un audaz desembarco anfibio, iba a ser un capítulo decisivo en esta ofensiva. Para noviembre de ese año, Galina ya actuaba como una enfermera veterana del batallón y fue asignada a la acción que la definiría. Bajo una noche tormentosa del 1° de noviembre, y con olas que golpeaban con violencia los botes de desembarco, Petrova y sus compañeros cruzaron el estrecho hacia territorio enemigo. La costa estaba minada, cercada con alambres; los alemanes, conscientes del peso estratégico de la Flota del mar Negro, habían preparado defensas despiadadas. Aun así, Galina no vaciló. Con cada paso que la acercaba al fuego enemigo, su determinación crecía. Corría entre balas y explosiones, atendiendo a los heridos, arrastrando camillas improvisadas, asegurándose de que nadie quedara atrás. Durante esas horas interminables, la península de Kerch se transformó en un escenario donde el coraje individual podía alterar el destino de decenas de vidas. La operación Eltigen (un desembarco clave para la posterior liberación de la península de Kerch) exigía algo más que resistencia: requería iniciativa y audacia. Allí, Galina se convirtió en un faro en medio de la confusión. Los marineros que avanzaban hacia las posiciones enemigas encontraron en ella un sostén inesperado porque no solo curaba heridas, sino que inspiraba calma y confianza. Cuando los soldados se toparon con las defensas enemigas y campos minados, fue ella quien, con una valentía inconmensurable, los guio a través de los obstáculos, demostrando que el peligro podía enfrentarse con decisión. Esa noche salvó más de veinte hombres. Pero su tarea no paró con el amanecer. Durante toda la ofensiva, estuvo junto a sus compañeros, moviéndose entre trincheras, distribuyendo suministros médicos, vendando heridas y arriesgando su propia vida en cada paso. Los contraataques alemanes fueron feroces; la artillería enemiga buscaba recuperar terreno a cualquier precio. Cada vida salvada reforzaba la moral del batallón. Pocos días después de la operación, el 17 de noviembre, Petrova recibió el título de Héroe de la Unión Soviética y la Orden de Lenin, en reconocimiento a su extraordinario valor. Su ejemplo de determinación y entrega se transformó en un símbolo de heroísmo, coraje femenino y humanidad frente a la guerra. La tumba de Galina en el cementerio militar de Kerch (Wikipedia) Valentía hasta el último aliento El amanecer del 3 de diciembre de 1943 en Kerch no traía alivio. Las olas de la ofensiva alemana continuaban golpeando el puerto y la península, mientras los soldados soviéticos luchaban por consolidar sus posiciones tras el desembarco en Eltigen. Galina permanecía junto a los marineros heridos, revisando vendajes, administrando medicamentos y animando a quienes, agotados y aterrorizados, temblaban ante el eco de cada bombardeo Apenas unas horas después de recibir sus condecoraciones, Petrova se encontró atrapada en la red de un frente implacable. Durante los contraataques alemanes, trasladó soldados heridos bajo fuego, defendió posiciones improvisadas y se convirtió en un escudo humano para quienes no podían moverse. Su coraje no conocía límites: el frío, la fatiga y el peligro constante no lograban detenerla. Cada decisión estaba guiada por la profunda convicción profunda de que la vida de sus compañeros estaba por encima de cualquier seguridad personal. Pero la guerra no hace distinciones. El 4 de diciembre, mientras descansaba en el hospital improvisado instalado en un edificio escolar, un bombardeo alemán destruyó la estructura, y en segundos todo se convirtió en escombros. Galina murió entregando su vida en el último acto de servicio por aquellos a quienes dedicó cada instante de coraje. Su entierro en el pueblo de los héroes de Crimea se convirtió en un homenaje a su sacrificio y su memoria trascendió el tiempo. Actualmente, calles, placas y escuelas llevan el nombre de la enfermera que cruzó campos minados, desafió bombas y balas, y entregó su vida en un hospital bombardeado.
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