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» Diario Cordoba
Fecha: 03/12/2025 06:32
El 510º aniversario del fallecimiento de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, vuelve a iluminar hoy su figura con una mezcla de memoria y sentido histórico. En esta fecha tan señalada, el recuerdo del insigne militar montillano recupera fuerza, envuelto en la huella de sus últimos días entre la localidad granadina de Loja y la capital nazarí y en la permanencia de un linaje que, cinco siglos después, continúa vivo en miles de descendientes repartidos por España y por otros rincones del mundo. A comienzos de agosto de 1515, consciente de que la enfermedad avanzaba sin tregua, Gonzalo Fernández de Córdoba abandonó Loja y regresó a Granada acompañado por su familia. Eran tiempos delicados, no solo para su salud, sino también para el clima político que lo rodeaba. Y es que el rey Fernando, alertado una vez más por rumores que apuntaban a que el Gran Capitán planeaba viajar a Flandes para apoyar la causa de Carlos de Gante, llegó incluso a preparar su arresto. Sin embargo, la muerte llegó antes que cualquier orden. El militar más célebre de su tiempo falleció el 2 de diciembre de aquel año, dejando tras de sí un legado tan vasto como complejo. Viaje póstumo Desde ese mismo instante, comenzó un largo y accidentado viaje póstumo. Sus restos quedaron depositados de manera provisional en el desaparecido convento granadino de San Francisco, mientras se preparaba su sepultura definitiva en el monasterio de San Jerónimo. El traslado no se ejecutó hasta 1522, ya con permiso del recién proclamado Carlos I. En la cripta reposaron finalmente su esposa y varios familiares, rodeados de más de setecientos trofeos de guerra que hablaban, sin necesidad de palabras, de una vida marcada por las campañas de Italia y por un talento militar que cambiaría para siempre la historia de la Corona. Exterior del Castillo de El Gran Capitán de Montilla. / CÓRDOBA Sin embargo, ni siquiera la muerte garantizó la paz. Durante la Guerra de la Independencia, en 1810, las tropas francesas del general Horace Sebastiani profanaron la tumba, mutilaron los restos y quemaron las banderas que acompañaban al héroe. La calavera del Gran Capitán y una probable copia de su espada de gala fueron sustraídas por Sebastiani en su retirada de España en 1812. Jamás volvieron a aparecer. Aquella pérdida, que todavía hoy conmueve a quienes estudian su figura, abrió una herida histórica imposible de cerrar. La agitación política del siglo XIX sumó nuevos episodios. En 1835, tras la desamortización española, sus restos volvieron a ser exhumados. Un monje logró custodiar lo que quedaba y lo entregó a la familia Láinez y Fuster, miembros de la Academia de Nobles Artes, que a su vez los cedieron a la Comisión de Monumentos y, posteriormente, al gobernador civil. No pasó mucho tiempo hasta que, en 1848, el general Fermín de Ezpeleta solicitó una investigación exhaustiva. El informe médico reveló un escenario inquietante: el cadáver estaba incompleto, mezclado con otros cuerpos y rodeado por multitud de objetos que habían quedado desperdigados en la cripta. Años más tarde, en 1868, los restos fueron trasladados a la iglesia madrileña de San Francisco el Grande, donde se proyectaba crear un panteón de españoles ilustres. El proyecto nunca llegó a materializarse y, finalmente, los huesos regresaron de nuevo a su ubicación original en Granada. Para añadir más incertidumbre, una investigación del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) concluyó en 2006 que los restos conservados no pertenecen, en realidad, a Gonzalo Fernández de Córdoba. De este modo, el hallazgo dejó en suspenso siglos de veneración y abrió un debate que aún hoy permanece sin respuestas concluyentes.
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