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» La Capital
Fecha: 01/12/2025 01:52
Un lugar, ligado al origen de la ciudad, que fue epicentro de luchas obreras y que hoy se transforma para crecer Del diminutivo de un curso de agua, a República. El Saladillo es y fue el lugar en el mundo de miles de rosarinos. El barrio tiene bandera, escudo, canción y periódico . Se codeó con la historia grande, tuvo mansiones y luchas sociales pero también memoria y transformaciones. El arroyo le cedió identidad, la inmigración perfiló su población y los lugares icónicos hoy ofician de puente entre un pasado de orgullo y un presente activo que no olvida. Historiadores y habitantes buscan entre los pliegues del recuerdo para presentarlo, una vez más, en sociedad a través de las páginas de La Capital. “Ahí bajás, y después tomás el tranvía número 8 . Le decís al guarda que te avise en la avenida Lucero, una cuadra antes de llegar al frigorífico Swift. Ahí bajás y enseguida encontrás la botica. Estás en pleno Saladillo”, ficcionalizó Aldolfo Bioy Casares en su obra avenida Lucero, en la que describe un viaje a Rosario y la vida aristocrática de las mansiones del lugar. Los historiadores ubican este momento como la segunda etapa en el devenir del barrio, a finales del siglo XIX. Antes, mucho antes, el lugar era un horizonte casi insondable de tierra virgen, agua y sol. Por el lugar, y paralelo al río Paraná, pasaba el antiguo Camino Real, que llegaba desde el fuerte Mercedes, en la hoy provincia de Buenos Aires, se convertía en la actual avenida Lituania, y llegaba a inmediaciones de la actual plaza 25 de Mayo, después se bifurcaba hacia otras regiones. Nora Laborde, museóloga e historiadora barrial, ubica la génesis del barrio a partir de 1669, cuando el capitán Romero de Pineda recibe como merced las tierras que daría origen a Rosario, llamadas Pago de los Arroyos. La subdivisión de esa enorme extensión, que llegó a incluir en el Mangrullo un oratorio a la Virgen de la Concepción, luego trasladada a la actual Catedral, llegó en 1724. Pero no sólo Bioy Casares citó al Saladillo . Cuentan que el naturalista inglés, Charles Darwin, durante la travesía que realizó en 1883, bordeando las costas argentinas, en busca de especies primigenias , también se interesó por este curso de agua. y que plasmó sus experiencias vernáculas en la famosa teoría El Origen de las Especies. Sumando así un dato a la cadena de valor con la que los habitantes hoy declaman la importancia de su hábitat. La historia vuelve a cobrar densidad a finales del siglo XIX. “Saladillo está atravesado por todas las etapas que vivió Rosario en general”, explica Laborde, para prologar la segunda formación del barrio y que ubica en 1873, con la fundación de tres aldeas en sus suburbios sur, norte y oeste, Saladillo, Ludueña y San Francisquito, respectivamente. Como historia paralela, Manuel Arijón, llegado de Galicia en 1850, trabajó como dependiente del almacén El Pobre Diablo, hasta convertirse en la persona más acaudalada de su tiempo. Entre sus inversiones compró la aldea Saladillo. El reloj del actual barrio se ponía en marcha. Sobre la calle que atravesaba sus campos, y que hoy lleva su nombre, Arijón construyó seis mansiones, una por manzana rodeada de parques y jardines, que alquilaba a la burguesía adinerada de la época, durante los veranos. “Las mismas costumbres del centro, se trajeron acá, como la hora del té, las visitas entre familias y las institutrices”, dice Laborde. A esa altura, el español ya tenía una embarcación para comerciar arena del río que se utilizaba en las construcciones, por ejemplo del Correo Central, y un patrimonio floreciente que hasta incluía intangibles, como los festejos de carnaval con flores; eso sí las mascaritas y arlequines eran del estricto círculo social. El mismo que disfrutaba del primer balneario público sudamericano que instaló donde hoy están las piletas que se colman en verano. De las mansiones, hoy sólo sigue en pie la Casa de la Cultura, referencia indiscutida del barrio y la ciudad. Seis años después de la muerte de Arijón en 1900, sus herederos vendieron el vergel de naturaleza intacta, al que se llegaba con un vapor a través del río Paraná o en carruajes, en viajes de dos o tres horas. La inmobiliaria El Saladillo Sociedad Anónima compró los campos, trazó calles y donó el terreno para la Iglesia de la Merced, una de las instituciones icónicas del lugar. El barrio ya tenía formato. Años más tarde, una inversión extranjera, lo iba a transformar de raíz. Sentido de pertenencia ¿Cuál es el objetivo de recoger la memoria de un lugar? “Es crear en la juventud el sentido de pertenencia, el amor por el lugar donde nació y lo hacemos a través de charlas, exposiciones, imágenes, todo lo que esté a nuestro alcance”, explica Alfredo Monzón, que cada mes repasa los bordes de la historia del Saladillo, para narrarlo en el mensuario Crónicas Barriales, espejando el pasado y el presente. “El barrio sufrió una transformación con la instalación del frigorífico Swift, dejó de ser un lugar residencial de grandes mansiones producto de un gran movimiento social y cultural”, señala. Corría 1924, y comenzaba el devenir hacia la actualidad. 000 SALADILLO-4 Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital “La fuente de trabajo atrajo una afluencia de inmigrantes de países de Europa central y también migrantes internos del campo argentino empobrecido por las mangas de langostas y las sequías vinieron sobre todo del Litoral”, relata Monzón. Y pone en línea ese movimiento urbano con un cambio social que transformaría para siempre el lugar: “La clase alta se vio invadida en primer lugar por los olores característicos de la industria frigorífica de principios de siglo y luego la convivencia con gente que no era de su círculo social”. El éxodo de la burguesía veraniega hacia la zona norte de la ciudad fue inevitable. Dejaron atrás mansiones y esplendor mientras las calles se iban coloreando con costumbres, comidas y lenguas extrañas, sin abolengo pero decididos a ocupar uno de los 12 mil puestos que ofrecía la nueva industria. saladillo Celina Mutti Lovera / La Capital Las más numerosas fueron las colectividades polacas y rusas que, en 1930, crearon la Sociedad Polonesa Federico Chopin y la Biblioteca Cultural Alejandro Pushkin, para cobijar a los connacionales que llegaban a un país con otro idioma y costumbres. Ambas siguen en pie, junto al Club Lituano y la colectividad griega. “En Arijón 84 bis, está la edificación más antigua del barrio, es de 1885, allí funciona la Casa de la Cultura Arijón”, dice Monzón, que un mes atrás ofició de guía en una visita que organizó el Museo de la Ciudad. ¿Qué mostró a los visitantes? “Se llenaron de inmediato los colectivos, arrancamos en la planta del Swift, mostré los restos de la embarcación de Arijón sumergida, el Monumento Nacional a Eva Perón, conocido como La Mandarina, los restos del Molino Rojo, un molino construido en 1857 por el general Justo José de Urquiza y Benjamín Virasoro. y después les conté la historia del actual balneario”, comenta Monzón. Y dice que concluyó con una sorpresa: el busto de Manuel Belgrano en la esquina de Lituania y Arijón. “La gran mayoría de los rosarinos no tiene idea que en 1812 Belgrano pasó por ese lugar, porque era la antigua traza del Camino Real. Un año después y por el mismo sitio, cruzó el general San Martín cuando vino a San Lorenzo”, sostiene. Anécdotas que sus habitantes atesoran como cucardas. Las luchas obreras El barrio, que había mutado de alta alcurnia a obrero, fue caja de resonancia de movimientos políticos y sociales. “Con el gobierno de Perón, se formó un gran movimiento obrero, nucleado en el Sindicato de la Carne, para pelear por sus derechos. Historias non sanctas Con menos status en la historia oficial, pero número puesto en las confesiones chispeantes de alguna mesa de bar, el night club Cisne Blanco también está en el corrillo urbano. Según Monzón, cuando, a fines de 1920, en Rosario erradicaron los prostíbulos, de Lituania y avenida del Rosario salían taxis llevando pasajeros a los que funcionaban en Pueblo Nuevo con los connotados nombres de Tabaris, Mina de Oro e Internacional. Vital y activo Hoy el barrio suma su vitalidad a través de centros comerciales a cielo abierto como el de calle Ayacucho, con comercios, pizzerías, restaurantes y heladerías, que los vecinos colman los fines de semana y nochecitas de verano. Justamente en esta estación, el balneario municipal, en las antiguas piletas del arroyo, se convierte en cita obligada no sólo para los saladillenses. escuela musto Celina Mutti Lovera / La Capital El Club Saladillo, de la primera época, aún está vigente, el Museo del Deporte y las plazas son otros sitios que congregan visitantes, al igual que el Parque Regional Sur, importante espacio verde que en la actualidad está en obras, con asadores y parrilleros, para el respiro de fin de semana de las familias. También está parquizado el brazo seco del Saladillo, que nace en el puente Arijón y termina en el balneario. La República Un año atrás, el Concejo Municipal cambió el rango del barrio; en adelante es República del Saladillo, entre las calles Lamadrid, avenida Bermúdez (desde Arijón hasta Lamadrid), avenida Arijón, Leyva (desde Arijón hasta el límite del municipio con el arroyo Saladillo) y la costanera. Para el arquitecto y antropólogo, Gustavo Fernetti, hacia fines del siglo XVIII, Rosario era un casco histórico colonial con un área rural que permaneció como un poblado hasta 1850. A partir de 1870, genera loteos periféricos donde va a vivir la clase alta los fines de semana: Saladillo, Alberdi, Sorrento, espacios que con el tiempo se fueron completando con poblado, ya entre 1920 y 1940. “La identidad barrial es el yo soy tal cosa, que frente a otro se identifica como contraste. En los barrios pasa lo mismo; hay una identidad doble, por un lado la gente se considera rosarina y además de un barrio”, cierra. La “rambla de los turcos” La identidad barrial configura historias personales que arraigan en un pasado que define orgullo y pertenencia. “Soy alguien que ha vivido parte de su vida allí y que sigue viviendo en la zona sur”, define el exconcejal y escritor Juanjo Vitiello para fundamentar sus saberes y sensaciones sobre el barrio que lo vio crecer “y que tienen que ver con la cultura, con la vida cotidiana, con cosas como las Quebradas, que tanto implicaron para el barrio, o los cines desaparecidos, o las lugares donde aún se compran pescados y el café Della Ceca, que sobrevive, y al que concurre la gente del barrio”. “Viví en pleno Saladillo, en la calle Arijón, entre Ayacucho y Pavón. Cuando uno dice Saladillo es algo más abarcativo que el catastro; la ciudad se extendió hacia el sur en esa zona y hubo cambios fundamentales, como el Bajo Saladillo, que hoy es desde La Mandarina hacia el sur”, relata. casa arijón1 Celina Mutti Lovera / La Capital Del lugar también recuerda la gran colonia ucraniana a la que “en general le decían los rusos y una serie de conventillos donde vivió parte de mi familia materna”. Y evoca los prósperos comercios que ponían los obreros del Swift, que vendían ropa de trabajo, de paisano, que la gente humilde pagaba en cuotas cuando cobraba. También recuerda una serie de fondas de dueños griegos. “Un personaje muy conocido era Chupamiel, bañero de las piletas del Saladillo, que se tiraba de las rocas haciendo saltos ornamentales que todos mirábamos y que en las peñas cantaba vidalas”. “En una época a las piletas se las conocía como la rambla de los turcos, que la administraban, se hacían baños nocturnos, a veces algún espectáculo, algún bailongo con grabaciones”, evoca sobre el núcleo más antiguo saladillense alrededor de La Mandarina, con el busto de Evita. “Cerca de allí está la escuela Aristóbulo del Valle, a la que concurrió mi papá, el único de los hermanos que terminó la escuela primaria, y que trabajó en el Swift”, comenta. Además destaca la esquina de Ayacucho y Arijón, que fue siempre un centro comercial. “Allí vivía la familia Orsi, de buena posición, pero que igual se vinculaba con la gente del lugar, y donde iban las jóvenes para aprender piano, y donde también había una parada de colectivos que iban a Buenos Aires”, describe como postal de época, donde los desbordes del arroyo cambiaban la geografía. Y donde, en los cañaverales al lado la vía, vivían los crotos o linyeras, personajes desaparecidos de la escena social.
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