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  • Una mano frente al desamparo: la realidad de la vida en los límites de la urbe

    » El Ciudadano

    Fecha: 30/11/2025 21:42

    Anabella Cataneo / Especial para El Ciudadano El sol castiga con 30 grados y la promesa de tormenta se siente en el aire denso. También se sienten las vibraciones ensordecedoras de un tren de carga, que parece avisar que en este borde de la ciudad todo se mueve, aunque nada cambie. A sólo cinco metros, Diego levanta el último martillazo. El sonido seco al golpear la madera fue, para él, la campanada final: la escalera para su nuevo hogar de emergencia está terminada. Bastó que el chico de remera azul con la insignia de la ONG Techo pregunte: «¿Quién quiere hacer los honores?», para que el dueño de casa se sume a la culminación de la obra. Durante las tres horas previas, en el extremo sur rosarino, 17 voluntarios estuvieron puliendo detalles de cuatro viviendas, corrigiendo desniveles, clavando, desclavando y volviendo a clavar. Alrededor de las once de la mañana del sábado 15 de noviembre, Susana Giménez de Puente Gallego recibe a los chicos haciendo honor a su nombre. Saluda alegre y con abrazos a quienes llegan para pasar una jornada de evaluación y culminación de algunas de las trece nuevas viviendas de emergencia construidas durante el fin de semana anterior. La línea 131 tiene su parada final donde la ciudad empieza a deshilacharse, a media cuadra de San Juan de Luz y el Camino Viejo a Soldini. Allí los rieles oxidados y una pérgola de ramas marcan la frontera, el pavimento se rinde ante la calle de polvareda que da acceso al asentamiento. Desde la entrada al barrio hasta la casa de Susi el camino se ensancha con cada paso, el olor a tierra mojada y algunos perros flacos acompañan el recorrido. En el patio está “Sombra” que corretea y mueve la cola, junto a un cachorrito igual de negro y juguetón: los dos participan de la bienvenida. Señora coqueta y amable, siempre guarda los materiales de construcción que lleva la organización. Llegó al barrio cuando tenía 55 años, hoy es su referente y además coordina el comedor que fundó con su vecina Silvia. –Por cuestiones de la vida me vine a vivir acá y ahora no quiero irme; no sé si fue atracción, convivencia, pero tomé este lugar como mi familia, y me quedé, no hay explicaciones para quedarse en un lugar, me encariñé, y cuando me quise acordar se me pasaron los años. En la Argentina existen más de 6 mil barrios populares, Puente Gallego es uno de ellos, y es parte de los 70 asentamientos a lo largo del país en los que Techo trabaja. Además, es parte de los nueve barrios rosarinos donde la organización tiene obras constantes: Piamonte, Tío Rolo, Ludueña, Los Unidos, Camino de los Indios, El Cañaveral, Villa Oculta y El Ocho. Cuando cae el sol los vecinos de Puente dependen de una maraña de cables inestables: son parte de las 23 familias asentadas en dicha zona que, según el Renabap (Registro Nacional de Barrios Populares) viven con el riesgo constante de un cortocircuito, lo que en la diaria se traduce en cenar a oscuras cuando la tensión no aguanta. A esto se suma un enemigo silencioso que no sale en los mapas turísticos: la contaminación. Las familias conviven con los residuos industriales que las empresas de la localidad de Piñero vierten en el arroyo Saladillo. Conseguir agua limpia no es abrir una canilla, sino una peregrinación diaria de 150 metros con balde en mano, para garantizar lo mínimo: tomar, cocinar y limpiar. Una fuerza que moviliza Lucas es voluntario hace año y medio. – Lo que hacemos no es para un vecino o una familia, hacemos para la comunidad. Como él, algo más de 200 mil jóvenes argentinos se suman a la ONG, muchos guiados por publicaciones en la cuenta de Instagram o la recomendación de amigos. Paula tiene 22 años y estudia Comunicación Social en la UNR. Lo que más le gusta de Techo es el sentimiento de encuentro que se genera entre los vecinos, voluntarios o públicos externos como empresas, universidades, escuelas secundarias. La chispa que convoca a estos jóvenes cada fin de semana va más allá de clavar postes: se trata de construir un puente social. – Es un encuentro de personas totalmente diferentes que no se hubieran cruzado si no fuera por Techo; y a la vez genera una situación concreta y palpable para familias que muchas veces son invisibilizadas por el sistema. Es la primera vez que alguien se le acerca y le dice: “Che, cómo estás?”, y eso creo que nos mueve a todos a venir acá los findes. Avril es nueva en la organización. El finde anterior fue su primera experiencia construyendo; su mayor motivación son las ganas de ayudar. – Siento que hay mucha gente en el país que la pasa muy mal, me desborda esa necesidad de ayudar y acá encontré una manera de aportar. A unos pasos de la casa de Susi, una beba de rulitos castaños está gateando en el nuevo piso de madera, mira sus manos con la sorpresa de alguien que no había tenido oportunidad de verlas limpias; antes su mamá se pasaba cambiándole la ropa por la tierra que se le adhería. Hoy las dos son beneficiarias de la vivienda: fueron elegidas a partir de algunos criterios que los vecinos seleccionaron, entre ellos el estado de la casa, las condiciones de hacinamiento o no, la composición familiar, las situaciones de salud y económicas. Posterior a la recorrida de los voluntarios y el diálogo directo con la población, todos los datos de la familia son cargados en un sistema que elige en forma objetiva -cuentan los voluntarios- alguna situación particular, basándose en un cálculo que deriva en una ponderación de cada grupo. Quienes tengan porcentajes más altos son quienes mayor emergencia presentan y a quienes se les asignan las viviendas. Luego de darse el sí colectivo, el nombre de la familia se revela y en los meses siguientes se convertirá en la dueña de un nuevo hogar. Un respiro en medio de la adversidad Los problemas del barrio son una hilera interminable: robos, narcotráfico, violencia, contaminación, falta de infraestructura. Resolverlos todos es imposible. Por eso Techo apunta a lo mínimo vital: que al menos la familia pueda dejar de preocuparse por tener un techo y un piso, para que sus integrantes puedan pensar en otras cosas. La Vivienda de Emergencia es eso: busca proteger contra el entorno y el ambiente. Está prefabricada en madera, lo que permite su construcción en un tiempo acotado. La construcción inicial es una sola habitación de 3 x 6 metros que luego la familia va subdividiendo o anexando a otras construcciones ya hechas. Se hace a unos 60 centímetros sobre el piso para evitar inundaciones. Está cubierta de aislante tanto en las paredes como en el techo, para hacerla calentita en invierno y más fresca en verano. Mariana, directora de la sede rosarina, explica los criterios para escoger sus espacios de trabajo: – Una de las cosas que tenemos en cuenta es el tamaño del barrio, que sea mediano tirando a grande y con vulnerabilidad territorial; es decir que podemos hacer proyectos además de las de emergencia: esto hace que podamos trabajar durante largo tiempo. En los nueve barrios de Rosario, Techo llevó a cabo la construcción de un salón comunitario, dos tanques de agua y tres plazas completas con juegos y parrilleros. A esto se suman más de 800 metros de veredas y más de 50 luces solares, levantando la infraestructura y, con ella, la dignidad del lugar. Son muchos los factores que la ONG considera en la previa de la llegada de los voluntarios a la zona. A pesar de las condiciones, el intercambio mutuo es el motor de quienes cada fin de semana se suman a construir. Existen además las Mesas de Trabajo, es decir espacios constantes donde el voluntariado y los habitantes del asentamiento reflexionan y toman decisiones sobre los intereses del barrio para diseñar un plan de acción comunitario. La directora recuerda a algunas familias que les envían fotos de cómo han decorado sus nuevos hogares. – A veces hay gente que se ha puesto un negocio, un quiosco o algún emprendimiento, gente que te habla de que por primera vez en la vida tiene una casa con ventanas y, ni bien se levanta, puede ver que entre el sol y saber más o menos cómo está el día. Sentada en el frente de la casa que Techo construyó hace unos años para su hija y su yerno, mientras toma mates dulces con una bandejita de masitas surtidas, Andrea recuerda su mudanza del finde anterior. Ahora vive en la entrada del barrio con su hijo de 14 años. Antes tenían una vivienda de chapa que se inundaba. – Me entraba mucha agua cuando llovía, se me mojó toda la ropa, así que llevé ese poco que tengo a la nueva casa. Un punto clave para tomar la decisión de intervenir en el barrio implica que la comunidad esté interesada en el trabajo de la organización, y tenga ganas de participar. Factores que en Puente están más que cubiertos. Pantalones cortos, remera verde y chancletas, tiene una sonrisa de oreja a oreja cada vez que lleva las maderas, le pasa el martillo a los chicos o pone algún clavo: el hijo de Andrea disfruta tanto como los voluntarios participar de la construcción de su casa. –Va a estudiar de militar, pero lo que le gusta es esto, la construcción. La maldad no tardó en llegar y la madera virgen ya recibió una primera cicatriz en su primera semana: una patada, la huella de la violencia que no da tregua ni a lo nuevo. Pero, puertas adentro, esa madera resguarda algo sagrado. – Cuando cortamos la cinta de la entrada lloré: yo soy así de emocionarme. Y en la inauguración se me mezclaron muchas cosas. El primer día le dije a él (su hijo) que arrastremos el colchón: puso la cabeza de un lado y yo del otro, nos acostamos en el piso,y miramos la oscuridad agradeciendo el techo que teníamos encima. Todavía no saqué el cartel de bienvenida, lo quiero dejar como un recuerdo. A pesar de la adversidad, Andrea es una mujer que se mantiene en movimiento: agradecida y sensible. Toma otro sorbo de mate y se queda observando con felicidad la estructura reluciente que yace a unos pocos pasos.

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