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  • Ella tiene 21, él 55 y se enamoraron bailando folclore en una peña: “No buscamos encajar en la sociedad, nos amamos y listo”

    La Paz » Politica con vos

    Fecha: 27/11/2025 09:30

    Camila Gutiérrez y Julio Rodríguez se llevan 34 años. Se conocieron en 2019, cuando ella tenía 15 y él 49, pero recién tres años después empezaron a mirarse con otros ojos. Desde Navarro, el pueblo bonaerense donde viven, repasan su historia de amor y los prejuicios que todavía enfrentan. “Cuando me preguntan si es mi hija, siempre digo lo mismo: ‘Podría serlo, pero no’”, afirma él. Por Florencia Illbele Navarro es un pueblo bonaerense de poco más de 20 mil habitantes, ubicado a unos 125 kilómetros al suroeste de la Ciudad de Buenos Aires. Allí, en 2019, Julio Rodríguez y Camila Gutiérrez cruzaron miradas por primera vez en una peña de folclore. Él tenía 49 y había ido a sacar fotos como parte de las tareas que realizaba para un movimiento social. Ella, de apenas 15, lo miró con desconfianza. Estaba convencida de que había ido “robar coreografías”. El reencuentro llegó en 2021, cuando coincidieron en la misma peña. Al principio eran solo compañeros. O al menos eso creían. Porque mientras ellos bailaban zambas y chacareras, el resto de sus compañeros percibía otra cosa. “Los demás vieron algo que nosotros no”, dicen hoy, en pareja desde hace tres años, conviviendo, y al frente de una peña propia con más de sesenta alumnos. Hace un mes abrieron una cuenta en TikTok (@CamiyJu11), que ya suma 63 mil seguidores. “Subimos un video de nosotros y estalló”, cuentan. Desde entonces reciben mensajes de apoyo, críticas feroces y consultas de todo tipo. En diálogo con Infobae, hablan del impacto inesperado de la exposición, de cómo enfrentan el “qué dirán”, de los proyectos que tienen juntos y de la relación que, pese a los prejuicios, eligieron sostener. “No buscamos encajar en la sociedad, nos amamos y listo”, aseguran. “Era compañerismo… o eso creíamos” Antes de que algo pasara entre ellos, las vidas de Julio y Camila corrían en direcciones diferentes. Él atravesaba una separación largamente postergada y tenía dos hijos adultos. “Estaba muy mal. Hacía un año que veníamos en crisis hasta que, al final, ella tomó la decisión”, recuerda. Camila, en cambio, estaba cerrando otra etapa: la del colegio secundario. Vivía con sus padres y sus hermanos y repetía desde siempre que, cuando cumpliera los 18, iba a independizarse. Y así fue: apenas celebró la mayoría de edad, en marzo de 2022, se fue a vivir con una amiga. Casi en paralelo, comenzó a trabajar en el Registro de las Personas. Así estaban cuando, en 2021, volvieron a encontrarse en la peña Huella Pampa. Camila ya formaba parte del grupo y Julio, tras alejarse de su peña anterior, decidió sumarse. A pesar de la diferencia de edad, para ambos bailar folclore siempre fue sinónimo de disfrute. “Creo que ninguno de los dos pensó en estar juntos como estamos ahora. Para mí, ella era la chica con la que bailábamos todos: una compañera más”, dice él. Para el resto, sin embargo, había algo más entre ellos. “Se empezó a correr la voz de que estábamos juntos y la gente no estaba de acuerdo con lo que supuestamente pasaba”, cuenta ella. Hasta que un día, la profesora recibió un planteo de parte del grupo: “Si sigue él (por Julio), nosotros no bailamos más”. En ese momento, Camila todavía no había cumplido 18, lo que alimentó acusaciones que, según ambos, no tenían ningún sustento. Para evitar más conflictos, Julio dejó Huella Pampa. Meses después, ella también se fue. La salida de Huella Pampa los encontró dedicando cada vez más tiempo a lo que sí querían: seguir bailando. En abril de 2022, ya siendo Camila mayor de edad, se propusieron formar su propia peña. “Empezamos a compartir cada vez más tiempo y a mirarnos de otra manera”, cuentan. El primer beso llegó poco después. Fue en un viaje que hicieron a Capital Federal para bailar folclore en Parque Centenario. Mientras practicaban la zamba del pañuelo, lejos del pueblo, sucedió lo inevitable. “Quedamos descolocados”, coinciden. A escondidas Durante 2022, Julio y Camila mantuvieron su relación en secreto. “Con todo el revuelo que se había armado, no queríamos que nos vieran juntos”, cuenta ella. Cada quince días encontraban algo de aire viajando a las peñas de Parque Centenario. Para no llamar la atención, tomaban el colectivo por separado: uno subía en una parada, el otro en otra, y recién se reunían cuando llegaban a Capital. “Queríamos cuidarnos —dice Julio—. Socialmente hay muchos tabúes y sabíamos que, por la diferencia de edad, nuestra relación no encajaba en la norma. Romper con esos estándares cuesta. No solo por lo que digan los demás, sino por lo que te pasa internamente”. Aunque ellos creían mantener el romance oculto, en Navarro era un secreto a voces. El blanqueo, finalmente, llegó casi por accidente, en el cumpleaños de quince de la hermana de Camila. Era agosto y hacía frío. Julio la llevó en auto a la casa de sus padres y, justo al llegar, el vehículo se rompió. Su mamá, al verlo esperando en la vereda, dijo lo que nadie se había animado a plantear: “Decile que pase a tomar unos mates que hace frío”. Al día siguiente, volvieron. Y al otro, también. “Para ese momento, mi familia suponía que estábamos saliendo, pero de nuestra parte no había una confirmación” explica Camila. Hasta que su padre decidió enfrentarlos. Los llamó al patio y les hizo una sola pregunta: “¿Ustedes están juntos?”. “Sí”, respondieron. Al volver al comedor, hizo el anuncio: “Bueno, les presento al nuevo integrante de la familia”. Julio sonríe al recordarlo: “Su papá tiene mi misma edad —dice—. Y aun así nos aceptaron enseguida. Vieron que los dos estábamos bien, que estábamos felices, y eso fue suficiente”. Pero puertas afuera, la situación seguía siendo difícil. “A mí me aislaron socialmente —cuenta Julio—. Pasé de atender doscientos chicos en un merendero a ser la peor cosa del mundo. No conseguía trabajo”. El impacto también alcanzó su vida personal: con su hijo mayor se cortó el diálogo. “Fue duro”, admite, sin entrar en detalles. Camila también tuvo sus batallas. “Estuve unos meses peleada con mi hermana y con mi mamá”, recuerda ella. “No poder ver a mi sobrino, que además es mi ahijado, me hizo re mal. Me agarró psoriasis. Ahora, por suerte, estamos pasando un buen momento familiar”, dice. “Uno no elige de quién se enamora” La convivencia llegó sin planearse, casi al inicio de la relación. “No hubo una propuesta formal, fue fluyendo”, dice Julio. “Un día me traje una cosita, otro día otra…”, recuerda Camila. “Arrancamos con una garrafa de tres kilos, una ollita y, con el tiempo, nos fuimos equipando”, dice él. “Nunca nos costó la diferencia generacional porque ella ya venía con sus gustos antiguos”, se ríe Julio en referencia a las canciones de Leo Dan que escucha Camila. Ella lo mira y agrega: “No soy de tomar alcohol ni de ir a boliches.Cuando egresé fui al festejo y me volví enseguida. Lo hice por mis compañeros, pero no me gusta salir. Mi salida es a la peña”. En paralelo, creció Munakuy Tusuy, la peña que formaron en 2022 con sede en el club Rivadavia de Navarro y que hoy reúne a más de sesenta alumnos. Camila es profesora infantil de danza; Julio, que estudió en la escuela de Morón, se ocupa de las coreografías. “Somos un equipo”, dicen. Los últimos dos años, bailaron en el Festival Internacional Entredanzados en La Falda, Córdoba, y en este verano se fueron de vacaciones a Colón. Proyectos tienen un montón: viajar a Jujuy, la casa propia, y —más adelante— tener dos hijos. De casamiento no hablaron: no lo necesitan. “Así estamos de diez. Nos amamos muchísimo. Me pueden juzgar, pero uno no elige de quién se enamora. Después de muchísimos años, realmente me enamoré. El amor correspondido es otro tipo de amor. Hoy me siento tan amado como amo”, dice Julio. Y Camila agrega: “No buscamos encajar en la sociedad. Nos amamos y listo”. “¿Es tu hija?” Hace apenas un mes, Camila y Julio abrieron una cuenta en TikTok que, a la fecha, ya supera los 63 mil seguidores. La repercusión tuvo dos caras. Por un lado, mensajes de apoyo; por el otro, críticas despiadadas, amplificadas por el anonimato que ofrece la virtualidad. Al principio, los comentarios dolían. “Había noches que me iba a dormir llorando. Ahora contestamos con ironía”, cuenta Camila. Entre las preguntas más frecuentes aparece una que ya se volvió un clásico: “¿Es tu hija?”. Julio siempre responde igual: “Podría serlo, pero no”. No es la única. “También dicen que estoy con él por plata, que me faltó la presencia de un padre y que el color verde de las paredes de nuestro departamento es de pobres”, suma Camila. Con el paso de las semanas, dicen, aprendieron a filtrar. “Empezamos a obviar las preguntas agresivas. No nos molesta que estén en contra de nuestra relación, pero ante todo el respeto”, sostiene Julio. “Muchos que nos atacaron volvieron a pedir disculpas. La gente critica desde lo que lleva adentro”.

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