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  • Cuando el mundo adulto se impone sobre las infancias: las experiencias adversas de esta época

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 27/11/2025 04:54

    La ausencia de redes de apoyo y políticas de cuidado genera prácticas que exponen a la infancia a situaciones para las que no están preparadas (Imagen Ilustrativa Infobae) El episodio reciente en un recital de Maluma —un bebé expuesto a un mar de decibeles, calor y caos mientras su madre lo sostenía entre la multitud— no es una rareza, sino un síntoma de época. No porque esa madre sea “mala madre”, sino porque crecemos en una cultura que promete que nada debe interrumpir la vida adulta: ni los hijos, ni el cansancio, ni la fragilidad. En ese clima, la crianza sin redes, el mandato de bienestar permanente y la ausencia de políticas de cuidado producen prácticas cotidianas que exponen a niñas y niños a entornos que su cuerpo y su sensibilidad no pueden tolerar: sobrecargas sensoriales, ritmos acelerados, exigencias emocionales que no les corresponden y escenarios diseñados para el deseo adulto. Es ahí donde comienza la adversidad temprana. Hace unos días, en pleno recital en México, Maluma detuvo el show al ver que una madre sostenía a un niño de alrededor de un año entre miles de personas, luces estroboscópicas y decibeles imposibles. Estudios y referentes de la psicología demuestran cómo la falta de atención emocional y continuidad en los cuidados afecta la salud mental infantil (Imagen Ilustrativa Infobae) “No puede estar acá”, dijo desde el escenario. “Tengo hijos. Esto le hace mal”. “No, no lo traiga… ¿Un año? ¿Menos? Un año”, dijo desde el escenario. Y agregó con crudeza: “¿A un concierto donde los decibeles están en la puta mierda, donde el sonido está durísimo? Ese bebé ni siquiera sabe qué está haciendo aquí. La próxima vez protéjale los oídos o algo”. Lo que parece una verdad elemental —cuidar a niñas y niños pequeños de entornos que no fueron hechos para ellos— se deshace hoy en una narrativa que glorifica el bienestar individual y el rendimiento personal, donde todo lo que incomoda o interrumpe la vida adulta es vivido como un atentado a la libertad. Las mentes y los cuerpos infantiles no pueden sobrevivir a la velocidad, el ruido, el calor, el caos ni la intensidad sensorial del mundo adulto. No porque “se malcríen”: porque su psiquismo y su cuerpo todavía no pueden sostenerlo. Mucho menos su deseo. Lo sorprendente no es que un artista lo haya visto desde el escenario, sino que esto sea moneda corriente y gran parte de la sociedad ya no lo ve. Hoy convivimos con una narrativa poderosa que empuja a los adultos a no renunciar a nada: ni a los recitales, ni a las salidas, ni a los tiempos propios. “No te abandones”, “vos primero”, “tu vida no se detiene por nadie”. Exponer a niños pequeños a ambientes pensados para adultos puede desencadenar adversidad temprana, con efectos duraderos en su desarrollo emocional y físico (Imagen Ilustrativa Infobae) Estos mandatos —que nacieron como un intento de alivio frente a la maternidad y la crianza en soledad— se convirtieron, sin quererlo, en una coartada cultural que vuelve invisibles las necesidades reales de los más pequeños. La crianza en Argentina y en buena parte del mundo ocurre sin redes, sin Estado, sin descanso y bajo expectativas imposibles. En ese escenario, es comprensible que muchos adultos se aferren a la ilusión de una crianza “sin renuncias”, liviana y compatible con todo y muy extendida en redes sociales. Pero esa ilusión tiene un costo que rara vez se reconoce a tiempo: primero lo pagan las infancias, cuyos cuerpos y psiquismos no pueden adaptarse a las exigencias de la cultura adulta, y más tarde también lo pagan los propios adultos, enfrentados a las secuelas de haber criado sin sostén real. Ese ideal de no renunciar a nada no nace de la nada. Forma parte de una época que convierte a cada persona en una especie de empresa de sí misma, siempre obligada a rendir, producir, disfrutar y mostrarse feliz. Como advierte el psicoanalista Jorge Alemán, el capitalismo contemporáneo introduce una nueva alianza entre la falta y el exceso, empujando a los sujetos a un rendimiento ilimitado que se confunde con una obligación de gozar. El episodio en un recital de Maluma, donde un bebé fue llevado por su madre, evidencia los riesgos de priorizar los deseos adultos sobre la protección infantil (Imagen Ilustrativa Infobae) El mercado de bienes, servicios y pantallas alimenta ese mandato: hay que aprovechar todo, no aburrirse nunca, comprar experiencias, capturar cada momento en las redes. Es un goce puesto al servicio de la productividad: cuanto más se le exige al adulto gozar y mostrarse pleno, menos lugar queda para reconocer que criar implica tiempos muertos, frustraciones, límites y, sobre todo, disponibilidad para un otro pequeño que no puede seguir ese ritmo. Desde esa lógica, en el extremo se compran bebés por encargo en vientres de alquiler. Aunque esta columna no va a examinar este fenómeno —que ya analicé en otra oportunidad y que considero una forma de explotación reproductiva y de maltrato infantil—, lo subrayo porque marca un hito: tendrás todo, no importa a quién le cueste o lo que se pierda. La Organización Mundial de la Salud advierte hace años sobre los riesgos de exponer a niñas y niños pequeños a entornos inadecuados: ruido extremo, sobreestimulación, cambios bruscos de rutina, ambientes inseguros, cuidadores con problemáticas complejas en salud mental que no tienen apoyo. Esa exposición no genera un “daño” visible e inmediato, pero sí configura lo que UNICEF y el Comité de los Derechos del Niño denominan adversidad temprana severa: experiencias que, sostenidas en el tiempo, afectan el desarrollo emocional, la regulación afectiva y el bienestar a largo plazo. La falta de disponibilidad emocional de los padres puede afectar el desarrollo afectivo y la seguridad de los niños (Imagen Ilustrativa Infobae) No se trata sólo de salud o psicología. Incluso los organismos económicos internacionales señalan que una de las maneras más eficaces de impulsar la prosperidad, promover el crecimiento inclusivo, ampliar la igualdad de oportunidades y reducir la pobreza extrema es invertir en el desarrollo de la primera infancia. La evidencia es consistente y contundente: invertir en la primera infancia transforma sociedades enteras. Según el Banco Mundial, invertir en la primera infancia beneficia a todos: gobiernos, empresas, comunidades, familias y, especialmente, a los bebés y niños pequeños. No solo es lo correcto desde el punto de vista de los derechos humanos —porque garantiza que cada niño pueda sobrevivir y prosperar— sino que también es altamente rentable. Sabemos, además, que el período que va desde el embarazo hasta los 3 años es el más crítico: en ese tramo se forma el 80% del cerebro humano. Para que ese desarrollo sea saludable, los niños necesitan un entorno seguro, previsible y cariñoso, con nutrición, cuidados y estimulación adecuada. Esta ventana constituye una oportunidad única para cimentar la salud, el bienestar y el lazo social, con beneficios que perduran toda la vida y se proyectan a la generación siguiente. La sobrecarga sensorial y las exigencias emocionales afectan a los niños, quienes aún no cuentan con las herramientas necesarias para procesar estos estímulos (Imagen Ilustrativa Infobae) En 2023 y 2024, UNICEF y la OMS señalaron en sus reportes globales sobre primera infancia que más de 250 millones de niñas y niños en el mundo crecen en contextos de adversidad temprana —no solo por pobreza, sino por entornos inestables, sobreexigencia emocional de los adultos, falta de cuidado consistente y exposición a situaciones inadecuadas para su edad—. Estos informes subrayan que la adversidad temprana es una de las principales amenazas para la salud mental infantil y para la construcción del lazo social. El Marco para el Cuidado Cariñoso y Sensible (OMS, UNICEF y Banco Mundial) sostiene que los peores efectos sobre el desarrollo infantil no surgen únicamente de la pobreza, sino también de la inseguridad, la violencia, la desigualdad, las toxinas ambientales, la sobrecarga sensorial y la mala salud mental o la indisponibilidad emocional de los cuidadores. Es decir, la adversidad temprana también nace en entornos cotidianos donde las necesidades infantiles quedan relegadas frente a los ritmos, y deseos adultos. La clínica ya lo sabía mucho antes de que estos informes existieran. Spitz lo mostró con los bebés institucionalizados: en sus estudios sobre hospitalismo y depresión anaclítica describió que bebés separados de su madre y atendidos por múltiples cuidadoras sin continuidad afectiva dejaban de sonreír, perdían peso, retraían el contacto y, en casos graves, dejaban de comer y fallecían. Winnicott explicó que un niño solo puede crecer si el ambiente lo sostiene; Bowlby describió cómo la falta de una figura estable desorganiza el mundo interno. Invertir en la primera infancia no solo mejora la vida de niñas y niños, sino que también favorece el desarrollo social y económico de toda la comunidad Lo que hoy llamamos “adversidad temprana” es, en términos sencillos, lo mismo que esos autores vieron hace casi un siglo: cuando el entorno falla, cuando el adulto no está disponible, cuando las exigencias del mundo superan lo que un niño puede procesar, la vida psíquica se resiente. Antes de que las teorías contemporáneas hablaran de “entornos esperados”, la clínica ya había mostrado cómo un quiebre brusco en la presencia materna modifica funciones vitales. Durante sus emisiones en el programa de radio Lorsque l’enfant paraît (Cuando el niño aparece), Françoise Dolto recibía numerosas cartas y llamados de padres angustiados por dificultades cotidianas con sus hijos. Una de las escenas más recordadas —y que para mí fue verdaderamente reveladora del alma infantil, cuando era una estudiante de psicología— es la de un padre cuya bebé, de apenas unos meses, se negaba a comer desde que su madre había sido hospitalizada por una depresión posparto. La niña rechazaba el biberón de manera sistemática, y los médicos ya no encontraban una causa física que lo explicara. Dolto leyó la situación con la claridad clínica que la caracterizaba: era problema de separación. La bebé no sólo tenía hambre de leche: tenía hambre de su madre, de su olor, de su presencia. Por eso recomendó al padre algo tan simple como preciso: tomar una prenda de la madre —una blusa, un camisón, una bufanda— y envolver con ella el biberón para ofrecerlo así. El padre lo hizo. La bebé, que hasta entonces rechazaba el alimento, tomó la mamadera inmediatamente. Brindar un entorno seguro, estable y afectuoso durante los primeros años de vida es fundamental para el desarrollo saludable de los niños, favoreciendo su bienestar emocional, social y cognitivo a largo plazo (Imagen Ilustrativa Infobae) Para Dolto, ese gesto revelaba una verdad fundamental: los niños pequeños necesitan continuidad, voz, ritmo y presencia para sostener funciones vitales. El olor de la madre actuó como un puente simbólico que permitió a la niña calmar la angustia y recuperar la succión. Ninguna técnica sofisticada es escucha atenta, tal como la clínica psicoanalítica lo reconoce desde hace un siglo. La adversidad temprana severa no aparece sólo en los márgenes: atraviesa clases sociales, estilos de vida y discursos. También emerge en familias con todos los recursos, pero atrapadas en una cultura que exige bienestar constante, productividad emocional y una supuesta libertad sin límites. Ningún país prospera si renuncia a cuidar a sus niñas y niños. Tampoco la cultura sobrevive si abandona a sus generaciones más pequeñas en nombre de la “libertad“. Cuidar la infancia no es detener la vida: es hacer posible el futuro. Cuidar a niñas y niños no significa detener la vida adulta, sino hacerles un lugar. Reconocer sus tiempos, su sensibilidad y su fragilidad no es un retroceso: es una forma básica de humanidad. Cuando el mundo adulto ajusta su ritmo para alojar a quienes recién empiezan, lo que se fortalece es la posibilidad de un vínculo que no lastime y una infancia que pueda crecer de la mejor manera posible. * Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.

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