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  • Dos errores y 183 muertes: la tragedia del “vuelo de los intelectuales”, 45 segundos antes de aterrizar en el Aeropuerto de Barajas

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 27/11/2025 04:32

    El avión volaba a 583 metros por encima del nivel del mar, unos 260 metros más bajo de los prescritos por las autoridades de vuelo (Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes de Aviación Civil de España) “Estábamos sentados en la mitad del avión, junto a la salida de emergencia. Nos aproximábamos al aeropuerto y yo tuve la impresión de que el avión perdía altura rápidamente. Luego todo el mundo se ajustó el cinturón de seguridad, las azafatas se sentaron y oímos un ruido. No parecía normal, las azafatas parecían preocupadas. Hubo una reacción instintiva de alarma y mi familia y yo nos acurrucamos contra la puerta. El avión aterrizaba, pero no en una pista sino en algo parecido a un pedregal”, contaba el policía francés Patrick Negers, sentado en un banco del hall del Hospital de Paz, en Madrid. Se sentía protagonista de un milagro: él, su esposa Elizabeth, y sus hijos Kathy y Ludovico, de 3 y 2 años, eran cuatro de los solo once sobrevivientes del Vuelo 11 de Avianca que apenas unas horas antes se había estrellado cuando estaba a punto de aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Barajas. A la 1.04 de la madrugada del domingo 27 de noviembre de 1983, el Boeing 747 procedente de París descendía con 169 pasajeros y 25 tripulantes a bordo para hacer su escapa en la capital española, desde donde emprendería un vuelo transatlántico con destino a Bogotá, Lima y Santiago de Chile. Los preparativos para tocar tierra se habían realizado con normalidad y el tren de aterrizaje ya estaba bajo. En cuestión de segundos, la aeronave debería estar carreteando sobre la pista. Entonces ocurrió: las ruedas del Jumbo rozaron una de las colinas que rodean el aeropuerto y el piloto perdió el control del aparato, el avión rebotó y el tren de aterrizaje golpeó contra un segundo cerro. Totalmente desestabilizado el 747 se inclinó hacia la izquierda hasta que una de sus alas chocó con el suelo y se desprendió por el impacto; con ella también se fue parte del fuselaje, al mismo tiempo que uno de los motores comenzó a quemarse. Finalmente, el aparato dio una vuelta carnero sobre la nariz, se desplomó sobre su lomo y quedó inmóvil, con las ruedas en dirección al cielo. Cuando llegaron los equipos de rescate, quince minutos más tarde, la cabina del avión era una tumba colectiva: había 181 personas muertas en su interior. También hallaron trece personas vivas –entre ellos los cuatro miembros de la familia Negers-, algunos todavía dentro del Boeing y otros sentados en el suelo o errando por la colina. Dos agonizaban y fue imposible salvarles la vida. Otros, contra toda lógica, habían salido ilesos del desastre. Luego de recibir los auxilios de urgencia, los heridos fueron llevados en ambulancias hasta Madrid. Los medios citaban a expertos que escucharon las grabaciones de la caja negra y opinaban que “el accidente fue un claro caso de error humano” (Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes de Aviación Civil de España) El último vuelo de los intelectuales Aun antes de que la compañía aérea colombiana diera a conocer la lista de pasajeros, varios intelectuales y artistas que estaban en el aeropuerto para abordar el avión hasta Bogotá para participar del Primer Encuentro de Cultura Hispanoamericana dieron aviso: sabían que en el Boeing de Avianca viajaban el escritor peruano Manuel Scorza y la docente argentina Marta Traba. También habían abordado el vuelo en Paris la senadora colombiana, ensayista y luchadora por los derechos humanos Ana Sixta González; el periodista y escritor mexicano Jorge Ibarguengoitía, el escritor uruguayo Ernesto Sabater y su mujer, la pianista española Rosa Sabater; y los pintores colombianos Jairo Téllez y Tiberio Banegas. Ninguno de ellos estaba entre los sobrevivientes. Manuel Scorza había nacido en Lima en 1928. Menos conocido por el público que su polémico compatriota Mario Vargas Llosa, se lo consideraba uno de los más exquisitos exponentes del realismo mágico latinoamericano, al que con pluma aguda y poética había introducido un fuerte componente de denuncia social. Sus novelas Redoble por Rancas, Garabombo, el invisible, El cantar de Agapito robles y La tumba del relámpago, traducidas a varios idiomas, los habían convertido en uno de los autores hispanoamericanos más vendidos en Europa. Sus obras y su comprometida labor en defensa de los derechos humanos lo habían obligado a dejar su país natal para partir a un largo exilio en Paris. Marta Traba nació en Buenos Aires en 1926, donde se había dedicado a la docencia, la literatura y la crítica de arte, rama en que se especializó en la capital francesa, una de las ciudades que eligió para vivir en el exilio, perseguida por la dictadura militar argentina. Años antes había residido en Bogotá, donde fue profesora de la Universidad de los Andes y directora del Museo de Arte Moderno. Distinguida con el premio Casa de las Américas, se la conocía por obras como El museo vacío, Pintura latinoamericana, Los cuatro monstruos cardinales y Dos décadas vulnerables de artes plásticas latinoamericanas. Su marido, Ángel Rama, había nacido en Montevideo en 1926. Escritor y crítico de renombre, había dirigido la sección literaria del semanario Marcha hasta 1968. Entre sus obras se destacaban unos ensayos sobre Rubén Darío y Salvador Garmendia y las novelas ¡Oh sombra puritana! y Tierra sin mapa. En Barajas debían sumarse a ellos Luis Rosales, Guillermo Díaz Plaja, José Varela Ortega, Carlos Murciano, Conrado Blanco, Ricardo Gullón y Rodrigo García Nieto. También esperaba el jumbo de Avianca el expresidente de Colombia Misael Pastrana, que estaba de paso por España y debía regresar a Bogotá. Jorge Ibargüengoitia, Marta Traba, Ángel Rama y Manuel Scorza Salvados por milagro En el Hospital de Paz, el policía Negers seguía contado cómo él y su familia habían sobrevivido milagrosamente. Estaban todos ilesos, salvo el pequeño Ludovico, que había sufrido una hemorragia pero ya estaba fuera de peligro. Salvaron sus vidas porque la puerta de emergencia se abrió cuando el avión tocó tierra. “Hubo dos choques y, en un segundo, las puertas de auxilio reventaron. Mil objetos voladores se me vinieron encima y me desmayé. Creo que entonces me caí. Cuando me desperté estaba en el suelo, rodeado de llamas y restos del avión”, le relató a un periodista de la agencia France-Presse. Demoró unos segundos en recordar lo que había sucedido y darse cuenta de dónde estaba, y fue entonces que escuchó la voz de Elizabeth que lo llamaba. “Ella estaba con los dos niños, entre los restos del fuselaje. Ellos también cayeron por la puerta de auxilio… Fue un milagro de Dios”, relató. Después de comprobar que todos estaban a salvo, Negers había caminado entre los restos del avión en busca de otros sobrevivientes. A unos veinte metros encontró a niña Beatriz Boniol y la llevó hasta donde estaban su mujer y sus hijos. Los hombres del equipo de rescate los encontraron a medio kilómetro del avión junto con otro sobreviviente y los subieron a las ambulancias. Desde su cama en el Hospital de Coslada, el colombiano Hugo Bernal, un ingeniero electrónico de 40 años, relataba una y otra vez su odisea: “Primero fue un ala, salió fuego de ella. Se oyó algo así como un gemido, como si alguien apagara una radio. Pasó un segundo… o tal vez diez minutos, no lo sé, y me encontré colgando del cinturón de seguridad. No sé tampoco como pude zafarme de él y, cuando lo conseguí, caí de pie. Había humo y fuego a mi derecha. Lo primero que vi fue una ventanilla iluminada por las llamaradas del exterior. Pateé la ventana y vi que se estaba desprendiendo. Me agaché para tomar aire y volví a empujarla hasta que cedió. Metí la cabeza por la abertura y me di cuenta de que estaba afuera”. En su relato, Bernal recordaba haber corrido desesperadamente para alejarse del avión. “Me caí varias veces, pero volví a levantarme. Pensaba que el aparato iba a explotar y poco después explotó, una y otra vez. Oí gritos y vi al señor y la señora Negers con tres niños… No sabían qué hacer. Tomé a una de las niñas y les dije que corriéramos. Después de trescientos o cuatrocientos metros nos encontró la policía”, explicó. Junto a la familia Negers y Hugo Bernal, en la lista de sobrevivientes había apenas otros seis nombres: Marta Palma Vergara, argentina de 34 años; su hijo Diego Pocca, de 8; Carmen Nova de Garlich, venezolana de 31; Celis Boniol Aceldrín, colombiana de 30; Peter Stryman, alemán de 45; y Beatriz Boniol, francesa de 4 años, la niña rescatada por el policía Negers. Los escritores volaban camino a Bogotá para participar en un cónclave literario que tenía a Gabriel García Márquez como padrino cuando el Boeing 747 de Avianca se estrelló mientras se aproximaba al aeropuerto de Barajas (Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes de Aviación Civil de España) Un trágico juego de errores Por la mañana, el ministro español de Transportes y Comunicaciones, Enrique Barón, dio la primera explicación oficial sobre el accidenta y también el primer indicio sobre sus causas: “La realidad nos indica, en principio, los detalles absolutamente técnicos y concretos de cómo se sucedieron los hechos. Éstos nos dicen que la nave se hallaba al momento del primer impacto con la colina a escasos 45 segundos de la cabecera de la pista del aeropuerto, dentro de las denominadas sendas de planeo, en posición lateral y a una altura de 500 metros. Y aquí quiero hacer una referencia muy importante, ya que esa altura es muy baja para comenzar la maniobra de descenso”, dijo en una conferencia de prensa. -¿Se debió a un error del piloto? – le preguntó a quemarropa un periodista de El País que desde la madrugada había estado realizando consultas con aviadores y funcionarios del aeropuerto. -Sí, aunque también existen otros factores que estamos investigando. Debemos ser pacientes y no apresurarnos a arriesgar hipótesis. La caja negra del avión será llevada hoy a Washington para que los expertos de la Comisión de Seguridad del Transporte de los Estados Unidos analicen sus registros. Mientras tanto, aquí estamos recogiendo el testimonio de las personas que iban en el aparato y del personal del aeropuerto que pudiera estar relacionado con este trágico accidente – respondió el ministro. -¿Pudo existir algún error del personal en tierra? – insistió el periodista. -No estamos en condiciones de responder eso, pero hasta no avanzar en la investigación no podemos descartar ninguna alternativa – contestó Barón. La respuesta a esta última pregunta llegó cuatro días después. No fue una declaración oficial de los expertos sino una serie de informaciones off the record de fuentes cercanas a la investigación que dejaban mal parados a los controladores de Barajas. Un cable de la agencia UPI fechado el 1° de diciembre sintetizaba lo que se sabía hasta el momento: “La torre de control de tráfico aéreo del aeropuerto de Madrid no informó al piloto del Jumbo de Avianca que se estrelló el domingo último que el aparato registraba un descenso en su altitud minutos antes del accidente en el cual perdieron la vida 183 personas. El matutino madrileño El País, citando fuentes cercanas a la investigación, indicó que el jet colombiano estaba volando a 583 metros por encima del nivel del mar cuando se aprestaba al descenso, unos 260 metros más bajo de los prescrito por las autoridades de vuelo en este punto. La altitud del aeropuerto de Barajas es de 609 metros. La torre de control de tráfico aéreo advirtió que el avión volaba a menor altura de lo aconsejado, pero igualmente no informó al piloto, como hubiera debido. Una fuente aseguró que, si se trató de una pérdida de altitud debido a un error del piloto, la advertencia de la torre de control hubiera evitado la tragedia. Sin embargo, la omisión no significa necesariamente que la torre de control sea la causante absoluta del desastre. La otra porción del error estaría puesta, siempre de acuerdo con los especialistas que trabajan en la investigación, en la falla del comandante del aparato”, decía el despacho. Ninguna autoridad lo desmintió. Muchos de los pasajeros iban a para participar del Primer Encuentro de Cultura Hispanoamericana que se celebraba en Bogotá (Ayuntamiento de Mejorada del Campo) Los problemas del piloto Faltaba aún saber qué había llevado al piloto del Boeing, comandante Tulio Hernández, a volar a tan baja altura. El Ministerio de Transportes y comunicaciones seguía guardando un hermético silencio y la respuesta llegó primero por una investigación periodística. “El comandante Tulio Hernández volaba sometido a una fuerte presión psíquica, ya que tenía problemas personales y llevaba dos minutos hablando de ellos con sus ayudantes cuando sobrevino la tragedia”, publicó Diario 16 citando a fuentes de la investigación. La información también decía que el piloto se había comunicado por la frecuencia de la compañía para ser reemplazado por otro en la escala de Madrid. También se revelaba el error que había cometido: cuando marcó en el altímetro de alerta automática la indicación de altitud, Hernández escribió 3.282 pies, en lugar de los 2.382 pies de altitud a los que realmente volaba el avión, por lo cual el sistema avisó demasiado tarde que estaba volando peligrosamente cerca del suelo, y al oírlo el piloto y el copiloto creyeron que se trataba de una falsa alarma y desconectaron el aparato. Tanto Diario 16 como El País citaba a expertos que escucharon las grabaciones de la caja negra y opinaban que “el accidente fue un claro caso de error humano”. El lunes 5, a través de un comunicado, el gobierno español confirmó los trascendidos. En resumen: el piloto se había equivocado al marcar los dígitos en la alerta del altímetro y después había desechado la alarma del aparato; la torre de control tampoco le advirtió que volaba a baja altura. La ecuación del desastre quedaba totalmente resuelta: dos errores humanos habían provocado la caída del avión y la muerte de 183 de sus 194 ocupantes.

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