23/11/2025 14:07
23/11/2025 14:02
23/11/2025 13:47
23/11/2025 13:46
23/11/2025 13:46
23/11/2025 13:46
23/11/2025 13:46
23/11/2025 13:45
23/11/2025 13:45
23/11/2025 13:45
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/11/2025 12:55
(Foto: Shutterstock) La crisis de una sociedad suele definirse por la falsificación de la historia. Sin límites morales, Cristiano Ratazzi afirma que nuestro país está extraviado desde hace 110 años. Olvida este triste personaje que más de dos millones de italianos encontraron trabajo y se instalaron en la Argentina en un tiempo en el que la distribución económica y el crecimiento industrial lo permitían. Y eso no ocurrió solamente hace ciento diez años, fue un largo proceso al que asistí durante mi infancia y mi juventud. Mis cuatro abuelos pertenecían a esa sangre y he visto llegar a mi familia de trabajadores manuales y colchoneros, de inmigrantes, que en poco tiempo compraban sus terrenos e iniciaban la construcción de sus hogares. Era una sociedad con una enorme distribución de la riqueza. Después del golpe de Estado del ’55, hubo 18 años de proscripción del peronismo, pero conviene recordar que incluso con sus horrendos crímenes, no se perdió la concepción de Patria. Luego, se dio una execrable seguidilla de dictaduras militares con complicidad civil –el derrocamiento de Frondizi y de Illia lo prueban-, como la de Onganía, que incluyó persecuciones e intervención de la Universidad de Buenos Aires y fuga de cerebros irremplazables, pero el comportamiento fue similar en cuanto a nuestra soberanía. Sin embargo, hubo otras. En particular el sangriento golpe del ’76, autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, que no solo no defendió nuestro desarrollo industrial y el empleo de los ciudadanos, sino que favoreció la renta financiera y las importaciones a destajo. Para ser concretos: el momento en que Martínez de Hoz instala la ley de Entidades Financieras colocando a la renta por encima de la producción. Repito hasta el cansancio que la riqueza de una sociedad se expresa en su distribución entre la ciudadanía, en la integración. Un país rico no tiene nada que ver con un país de ricos, sino con un destino colectivo de bienestar, que el liberalismo destruyó cada vez que gobernó. Cuando vemos a un presidente como Trump defender sus industrias, obligando a enormes limitaciones impositivas a todos los países del mundo, y luego, escuchamos a nuestros pequeños ilustrados decir que “la libertad es comprar lo más barato”, estamos descuidando lo esencial: un bien no vale por su precio, sino por el trabajo que otorga a sus habitantes. Si destruir nuestras industrias puede permitirle a la minoría enriquecida -que no llega ni siquiera al 30 %- una vida más holgada, es a partir de la distancia que le impone al caído. La deuda externa y la inseguridad no existían hasta el 76 y esos dos elementos son esenciales para el proyecto gubernamental actual, que reitera la primacía de las finanzas por encima de la industria, la de la concentración económica por sobre la distribución. El peronismo no es la esencia de nuestro debate porque en los 18 años posteriores al 55 estuvo esencialmente proscripto. El gran debate no reside tampoco en el comunismo como dice algún ministro cuya ignorancia y mala fe carecen de límites, sino en el lugar del Estado, en pensar el destino de la sociedad. Porque si la libertad que Milei y los suyos imaginan es la de los intereses privados por sobre las necesidades colectivas, la miseria seguirá acrecentándose en nuestro país. Da tristeza escuchar a gente humilde decir “la estoy pasando mal pero tampoco quiero que vuelvan los anteriores” y en rigor, con las deformaciones de aquello que fue el peronismo, la de Menem con su sesgo privatizador y su latrocinio y luego, la del kirchnerismo como reivindicador de los derechos humanos de las víctimas del terrorismo de Estado sin tener en cuenta ni a las otras víctimas ni otros derechos esenciales de la ciudadanía, en esas dos deformaciones se da la raíz de esta ilimitada derecha que nos deja realmente al borde la destrucción de la sociedad. Aparecen de nuevo los actos de corrupción de algunos de los que se fueron y de los que gobiernan ahora, pero este es el resultado concreto y simple de la imposición del egoísmo sobre el eje, nervio de la política, que es la prioridad de lo colectivo sobre lo individual lo cual, lejos de ser una idea comunista, está en la esencia del verdadero capitalismo pues procura defender al ciudadano por encima de los intereses productivos. No negamos la necesidad de reformar leyes, pero esta noción del cambio no alcanza para imaginar la del futuro. Ni el cambio ni el equilibrio fiscal son, como ya he dicho, un destino en sí mismo mientras algún ministro con limitaciones ideológicas y culturales siga levantando el fantasma de la oposición comunista. Solo seremos un país cuando gobierno y oposición coincidan en lo esencial de un proyecto y estén dispuestos a no alterar lo que supieron construir otros. Desde fines de 1975, se cumplen hoy 50 años de fracaso, cinco décadas del recuerdo de una sociedad sin deuda, sin inseguridad, sin caídos en la calle, con un pequeño margen de desocupación, aquella sociedad donde no existía el riesgo de ser violentados y donde los ferrocarriles tenían una estructura que fabricaba sus locomotoras y sus vagones. Pero como fabricar no da coima, resulta más rentable importar y acordar precios y retorno con los extranjeros, dejando la mano de obra propia sin trabajo y sin destino. El pretendido y riesgoso acuerdo con EEUU, esa salvación en el borde, que le dio la estructura financiera extranjera a un gobierno que tambaleaba no solo por la deuda heredada del pasado macrista, sino por la demencia de la fijación de un dólar, gestada para importar más de lo que exportamos y para destruir inexorablemente lo que nos queda como productivo. Esta idea de que “el precio de afuera es más barato” como si Trump, al imponerle aranceles al resto del mundo, no tuviera conciencia de que en todos los países “lo de afuera es más barato”. Sabe simplemente que lo de adentro es trabajo e integración de la sociedad. El destino humano no se cifra en la acumulación de riqueza de unos pocos sobre la degradación de multitudes, y lo esencial es asumir que el enriquecimiento de un lado siempre es responsable del empobrecimiento del otro. Finalmente, lo más duro es que, de a poco, se va advirtiendo que el proyecto del actual gobierno no tiene mejoras para nuestra sociedad y que no hay hasta el momento una alternativa política que nos permita apostar a otro destino. Expulsar a los usurpadores del peronismo y convertirlo en un espacio de acuerdo con los gobernadores y el federalismo, más allá de las ideologías, para que los que venimos del peronismo, del radicalismo, del conservadurismo, del socialismo, del liberalismo menos contaminado de concepciones libertarias, volvamos a imaginar una sociedad con la producción industrial que necesitan sus habitantes y la indispensable limitación a la concentración. Esa será la única manera de que las nuevas generaciones le devuelvan a nuestra Patria el destino que nunca debió haber perdido.
Ver noticia original