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  • Democracia poética

    » Diario Cordoba

    Fecha: 23/11/2025 00:52

    Hay hombres y mujeres que se unen buscando la belleza, y a eso que se encuentran entre zarzas de dura realidad, a eso que construyen y respiran y los hacen mejores, a eso que se alza sobre un río que puede ir arrastrando en su caudal todo el dolor del mundo, y también los destellos de honda plenitud, lo han llamado poesía. La poesía se funda o se articula en las líneas escritas en su página en blanco, como una partitura en la que baila su música interior, para que así se alce nuestro baile de vértigo o tiniebla, con su latido propio o su desgarro, sobre un rostro labrado en la lectura que ofrece la verdad de una mujer o un hombre, junto a sus fantasmas interiores. La poesía es el espejo en que al final nos podemos mirar para encontrarnos con la verdad más honda que guardamos, la tibieza escondida en nuestra forja continua del deseo, nuestras aspiraciones y los ruegos, las sombras que han caído en el descenso hacia nuestros infiernos, junto con unas pocas luces fulgurantes que pudieron guiarnos en nuestra oscuridad: la que guardamos, las que nos generaron voluntariamente o no. La poesía es una escritura de la libertad para andar en la vida, reconocer lo que añoramos y lo que hemos perdido, para decirnos con música silente que el mañana es también un horizonte que se alcanza y protege cada día, porque sólo desde el fondo de una cobardía animal uno se queda dentro de donde no le quieren, de donde no le cuidan, de donde no le admiran, ni respetan, para seguir en su mediocridad. Hace semanas escribí que el derecho es la poesía más alta porque nos permite vivir y entendernos, crecer y equivocarnos, amarnos o volver la cabeza hacia otro lado, encontrar otros vértices y anhelos que nos hacen mirarnos de otra forma, y tener a los hijos, y admirar ese rastro luminoso que sus pasos regalan en la arena de una playa infinita bajo el sol del invierno. El derecho es una poesía alta a la que uno se somete para no recurrir a la justicia privada: por eso las resoluciones judiciales deben ser respetadas y asumidas no sólo cuando nos son favorables -esto sería, lógicamente, lo sencillo-, sino cuando no lo son. Porque la soberanía no popular, sino nacional, de donde emana el poder judicial, es la que sustenta el poder legislativo, y el ejecutivo; y, si se pone en duda la legitimidad de uno, se cuestionan todos, y tenemos la intemperie civil, o la vida salvaje. Estos 50 años de la Monarquía son los 50 años de la Transición, que comenzó a escribir el poema río de nuestra convivencia: no imponer, sino persuadir, y también ceder. Respetar el derecho y no hacer trampa, acatándolo sólo cuando nos favorece. No levantar muros, sino hacerlos caer, y ver en qué podemos encontrarnos.

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