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  • Una mirada desde la alcantarilla. El oficio de escribir

    Parana » Ahora

    Fecha: 18/11/2025 23:26

    El oficio de escribir Creo que empecé a escribir porque me enamoré de las palabras y sé que me enamoré de ellas porque leía. En casa los libros eran una cosa más entre las cosas. La mesa siempre llena de platos, carpetas, la Olivetti que a veces acarreaba mamá de su escritorio en búsqueda de un lugar más en la familia de las cosas comunes. El traqueteo de la máquina de escribir, la música de un solfeo arruinado por la industria del matrimonio, la sonatina en la voz de mi hermana, el martillo de Fer incorporado en la orquesta doméstica y, sin embargo, el amor abriéndose paso. En ese comedor inmenso en la infancia y ajustado en la adultez, vi el Calefón y la palabra Orbis, pero antes el fuego, la chispa permanente como en la adoración al Santísimo. Lo pagano y lo mundano sin oposición en mi casa, en la mesa diaria, en la boca de la mujer que refregaba puños negros de tierra y recitaban Piú Avantti. Mi madre y sus declinaciones, mi hermana ensayando los alfabetos de latín y griego. Las voces del pueblo en los recreos, no se dice igual en la ciudad que en el interior aún próximo. La oralidad encendía la lengua frente a casa en la canchita. No por los insultos, las frases dadas vueltas, el sentido opuesto. Escuchar jilgueros y las formas del decir. Hace un tiempo leí que Lucía Berlín sostenía que finalmente escribió porque era la quinta hija, que ese lugar en la casa la dejaba sin aliento para hablar y que entre tanto ruido ocupado encontró en la escritura la forma de hacerse escuchar. Asentí, soy la quinta hija y en la casa de mi infancia mis hojas perfumadas, mis diarios íntimos y la infinidad de cartas que escribí y dibujé fueron el primer experimento para romper el silencio. Pienso en el frasco con los porotos apretados contra el vidrio y papel secante, los brotes descubriendo la inclinación del sol. El lenguaje empujado por la luz. Pero escribo mucho más que por necesidad de ser escuchada, escribo como una forma de habitar el asombro, como un modo de encontrar que las combinaciones de palabras llevan a otros sentidos, a las asociaciones no impuestas. Los pliegues en la superficie rizada de un lago por el viento, los pliegues en la piel que mientras pasa el tiempo va despegándose de la carne, la escritura como una yegua indomable que se mueve por olfato y oído, la escritura es una bestia que acaricio a diario para recuperar la nitidez de lo salvaje. Escribir es sobre todo mirar todo de nuevo, refundar la historia, romper la lógica del tiempo, tener la revancha frente a las escenas que creíamos inalterables, escribí una novela dolorosa, me tembló la mano y cuando la terminé sentí que nacían alas, no exagero. Leí poemas sentada chinito en la biblioteca de mi casa en enciclopedias de tapa dura y roja, buscaba la sección en el índice. La relación del tacto con las cosas que formaban otras geografías, el relieve de la cubierta, el olor encerrado de las hojas viejas: el Paraíso era ese. Mamá me hizo socia sin preguntar de la única Biblioteca de Viale, algunas veces iba a ver, otras sacaba algo que después pedía tener como propio. Un deseo de permanencia. Quería, siempre quise y quiero aún, al libro echado quieto como un animal bueno que me cuida desde la mesa de luz. El amor se funda de maneras misteriosas y en esta travesía es lo que se modifica para sostenerse nuevo y amado. En la Biblioteca Popular de Paraná buceo en la escritura de otros que me llaman profe, asumo el mando en la propuesta de autores y emociones, no hay voz que no nos traiga un afecto nuevo, en la cercanía y en el rechazo, si hay algo que tiene la literatura es la capacidad de volvernos más sensibles, por ende más humanos, el lenguaje hace en esta disciplina el ejercicio máximo por entrenar el corazón. Amamos porque leemos, escribimos porque amamos. Este es para mí el oficio del amor.

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