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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 18/11/2025 04:42
La fundadora de La Madre Marcha habló de la pérdida de su hijo, David, y la batalla silenciosa de las madres que enfrentan la adicción de sus hijos: leyes desactualizadas e internaciones inaccesibles. Stella Maurig —o simplemente “Lala”, como todos la conocen— es psicoeducadora en salud mental, consejera especializada en adicciones y presidenta de la Asociación Civil La Madre Marcha. Pero antes que todo eso, es la mamá de David, su hijo menor, quien en 2019 se quitó la vida después de décadas de consumo problemático y un padecimiento psiquiátrico sin el acompañamiento adecuado. Su historia es la de una mujer que atravesó el infierno familiar que provocan las adicciones y la falta de respuestas del sistema, y que decidió transformar ese dolor en acción colectiva. David comenzó a consumir a los 14 años, fue padre muy joven, tuvo múltiples crisis, estuvo preso tres veces y convivió con dos diagnósticos severos: bipolaridad y Trastorno Límite de la Personalidad, sin adherencia a los tratamientos. “Consumía cocaína, era explosivo y cometía delitos”, recordó Stella y señaló que, durante años, los juzgados sí tenían herramientas para intervenir, como el histórico artículo 482 de protección de persona. Con la reglamentación de la Ley de Salud Mental en 2013, ese auxilio desapareció. “Para lograr una internación involuntaria hoy es un suplicio”, denunció. El 16 de julio de 2019, David se disparó en la sien en su departamento de Villa Crespo. Tenía 31 años. “No nos dio tiempo”, repite su madre, que asegura que con otros instrumentos legales podría haber evitado su muerte. Desde entonces, Stella eligió canalizar el duelo en un camino de lucha: creó La Madre Marcha. Se trata de un movimiento que exige una Ley específica de Adicciones y convocó a una marcha federal frente al Congreso el pasado próximo 24 de junio. “Una como madre nunca vuelve a ser la misma. Tenés dos caminos: tirarte en la cama o salir a pelear”, admitió. Y ella eligió pelear. Esta es su historia. La experiencia de Stella Maurig inspira a otras madres a transformar el dolor en acción colectiva y a no perder la esperanza. (Gustavo Gavotti) —Contame quién sos. Tenés que presentarte como en la escuela… —Soy Stella Maurig.Todos me conocen por Lala. Tengo una trayectoria trabajando en adicciones desde el 2007. A partir del 2019 pasó algo muy feo en mi vida, que hizo que siga trabajando en adicciones, pero en un camino distinto. —¿Qué pasó en el año 2007? —Mi hijo más chico, David, empezó a tener problemas con las adicciones. En ese momento existía en los juzgados el artículo 482, que era protección de personas. Entonces, me presenté en un juzgado, dije lo que pasaba e inmediatamente me ayudaron. Dije que mi hijo estaba con serios problemas. Ahí empieza todo un camino de ayuda. Consigo un centro para que esté en un hospital de día y hace un tratamiento. Ahí se me abrió una puerta muy diferente, porque yo no sabía qué era el consumo, qué era la cocaína, nada. Eso hizo de que empiece a formarme. Mientras mi hijo hacía tratamiento, yo empecé a estudiar. De ser un ama de casa y tejer pulovercitos en invierno o hacer un bizcochuelo, pasé a estudiar con gente más joven que yo. Hacía mucho que yo no estudiaba. Pero empecé a investigar cada vez más. Mi hijo termina el tratamiento, pero al poco tiempo un psiquiatra me dice que tenía dos enfermedades mentales: bipolaridad y trastorno límite de la personalidad para las cuales tenía que tomar medicamentos. —En el 2007, ¿cuántos años tenía David? —17 años. Pero la realidad esto empezó mucho antes. Cuando una mamá, una familia, se entera de que el hijo consume, tres años antes ya empezó ese consumo. Es así. —Y uno, desde la ignorancia, puede juzgarse y decir: “¿Cómo no me di cuenta antes?" —Sí, sí, obviamente. De lo que sí nos dábamos cuenta era de la mala conducta. Me citaban muchas veces del colegio porque no hacía las cosas bien. Cuando detona todo, él ya venía mal, repitiendo. Nos había agarrado el 2001, que fue tan dramático para todos. Mi marido se había quedado sin trabajo. Habían pasado una serie de hechos familiares que hoy por hoy te digo que, en vez de separarnos, nos unió como familia. Todos tirábamos para el mismo lado. Mi hija del medio buscó trabajo. Mi hijo mayor también estudiaba y fue a trabajar, nos ayudaban. Pero fue duro. Stella denuncia la confusión legal entre adicción y enfermedad mental, que obstaculiza el acceso a tratamientos adecuados. (Gustavo Gavotti) —¿Hubo algún momento en ese 2007 donde enfrentaste a tu hijo y le dijiste: “Vos consumís cocaína”? —Hubo. Porque primero con el padre encontramos marihuana. ¿Y qué nos dijo? “No, es de un amigo. Se la estoy guardando”. Yo compré esa versión, pero el padre no. Pasó un tiempo y esto iba escalando. Porque es lo que pasa. Siempre escala. Escala la violencia, el consumo, todo. Mi hijo tuvo una nenita, una nieta que hoy tiene 19 años, cuando era muy jovencito con una compañera del colegio. Nosotros nos hicimos cargo de que no le faltase nada. Cuando termina el tratamiento, a los pocos años empiezo a trabajar en adicciones, con familias y con chicos que consumen en Lugano. Un dispositivo chiquito, pero bueno, muy contenedor. Pero mi hijo empieza a delinquir. Había empezado a tener problemas con la ley. Estuvo preso en Devoto, después estuvo en Marcos Paz. Yo hablaba con los abogados, les contaba del consumo, de la enfermedad mental. Pero llegado el momento, volvía a salir. He hablado en la justicia: “Ayúdenlo a que haga tratamiento, porque la realidad es que él hace esto por el consumo”. Trabajaba un tiempo, otro tiempo dejaba. Fueron pasando los años, tuvo otro bebé con otra chica y hoy tiene 11 años. Llega un momento que no hubo forma de que tome medicamentos para su tema mental. Seguía consumiendo y un buen día se fue a vivir solo. Si vos me preguntás qué pasó en ese momento, yo pensé que no estaba tan mal que viva solo porque ya tenía 30 años. Nos contaba que hacía algún que otro trabajito. Pero se muere enojado conmigo, en realidad, porque yo siempre le decía lo mismo cuando él venía a casa. Me decía: “¿Mamá, puedo venir con una chica a comer unos fideos un domingo?”. “No. Si vos no hacés tratamiento, si no te dejás de consumir, no. Tenés que dejarte ayudar, tenés que pedir ayuda. Si no querés que nosotros te ayudemos, hay mucha gente que te puede ayudar”, le repetía. Pero se iba y no quería escuchar. —Dijiste algo muy impactante: “Se muere enojado conmigo”. Llegamos al 2019, ¿y qué pasa ahí? —Él vivía solo en un departamento, creo que era Villa Crespo. Nos decía el lugar, la zona, pero nunca dónde vivía. No nos quería contar. Venía a las perdidas, hablábamos con él. Nosotros siempre cuidando de los nietos. Siempre nos hicimos cargo. Él ya ni siquiera me preguntaba por los chicos. Y el 16 de julio salgo del trabajo a las siete de la tarde y a casa llegué más o menos siete y media, suena el teléfono y era un amigo de él que me dice: “¿Hablo con la mamá de David? ¿Usted sabía, señora, que su hijo está muerto?” Yo no te puedo contar. No sé expresarlo con palabras lo que se siente. Y lo negué. Mi cabeza lo negó y le dije a mi marido: “Atendelo, que está diciendo que David está muerto”. Mi marido antes de atenderme, dijo: “No te pongas nerviosa, porque hasta no saber, hasta no ver. ¿Viste cómo es esto? Tranquila”. Pero cuando vi que mi marido atendió el teléfono y le vi la cara, me di cuenta que era real. Ahí me dijo: “Vamos a la casa”. Era Pringles y Humahuaca, en la esquina. Como tres cuadras antes, íbamos por una calle y empecé a ver de lejos policías, la morguera, el SAME. Y ahí dije: “Es verdad”. Hablamos con la policía que estaba abajo. Yo le mentí y le dije: “Yo soy la hermana, dígame qué pasó”. “Se suicidó un muchacho en el octavo piso”. “¿Pero quién es? ¿Quién es?”, le pregunté insistentemente. Y me dio el nombre. Ahí hay secuencias que ya ni me acuerdo, porque hiperventilé, respiraba mal, que no podía frenar la respiración. Y creo que en todo eso horrible que nos pasa a las madres y a la familia, tenés un segundo de pensar: ¿qué pasó? ¿Por qué eligió morirse? ¿Por qué eligió matarse? Todo junto se me vino a la cabeza en ese momento: tristeza por perder a mi hijo más chico, tristeza por no poder haber hecho más, tristeza porque trabajaba en adicciones y a él nunca lo pude ayudar y a otras familias sí. Y no saber qué hacer. Es desesperante. —¿Y por qué creés que tu hijo decidió terminar su vida? —Yo todavía no lo sé. Por más que le busque la vuelta, pero mi marido una noche me dijo algo y no sé si no tenía razón. “Él sabía que no iba a poder cambiar, no iba a poder hacer el cambio que nosotros le pedíamos y tener una vida sana. Él sabía que no lo iba a lograr, que no quería lograrlo”. Y entonces prefirió desaparecer. "Cuando una mamá, una familia, se entera de que el hijo consume, tres años antes ya empezó el consumo", advirtió Stella. (Gustavo Gavotti) —¿Sentís que fue incluso como para cuidarlos a ustedes, para no darles un problema más? —Creo que sí, pero a la larga vos pensás que él se había comprometido mucho con lo malo. Tenía amistades malas, no hacía las cosas bien. Una vez en un juicio, a un juez me parece que le di lástima como mamá. Y me acuerdo que le hizo una pregunta a él. “Mire a su madre, ¿qué le parece? ¿A usted le parece que los padres tienen que estar pasando?”, le dijo. Y él se puso mal, se conmovió. Y le dijo: “Tiene razón, es terrible”. Vos siempre pensás que después de eso iba a venir el cambio, porque él era un pibe de un corazón enorme. Era un flaco bueno, de buen corazón. Pero la droga lo perdía... —Ahora, como especialista y como estudiosa del tema, ¿qué creés que pasa? ¿Es el trastorno mental el que los llevaba a la adicción o es la adicción la que potenciaba la enfermedad mental? —Los que trabajamos en esto, siempre decimos lo mismo. Nunca vamos a saber si la enfermedad mental existía y se potenciaba con el consumo o si se despertaron post consumo. Eso no te lo puedo contestar. Sí que era un hecho y siempre le decía: “Te tenés que amigar con la enfermedad”. Por amigar digo, obviamente, aceptarla. Y él decía: “No voy a tomar medicamento, no voy a tomar más, no me insistas más. No voy a tomar”. No quería hacer terapia, no quería tomar medicamento, no quería hacer un grupo, no quería hacer nada. —¿Te sentiste acompañada en este camino de tratar de ayudarlo a que salga de ahí? —Mientras él hizo tratamiento, hubo un acompañamiento porque Sedronar trabajaba perfecto. Los jueces, increíble. El juez de familia que me ha tocado, increíble. Los grupos de familia que se hacían y se fomentaban, que uno debía de ir cuando se hacía tratamiento, también. No me sentí acompañada a partir de que la ley se deja de tratar. Es una ley, imaginate, vieja. No sirve para las adicciones porque han mezclado todo. Han mezclado en esta ley la locura con las adicciones. No todo adicto es loco y no todo loco es adicto. Piden voluntad de internación a una persona que está totalmente tomada por la droga. —Sin el consentimiento del adicto no lo podés internar. —Es ridículo. Y encima es una burla. Yo me siento burlada y así veo cómo se le burlan en la cara a las familias. Porque el artículo 20, riesgo cierto e inminente. No sé qué pretenden, ¿que la persona vaya con un arma en la mano y un cuchillo a la guardia? Y le dicen: “Bueno, vamos a darle algo para que se quede tranquilito” y ¿con eso se terminó el riesgo cierto e inminente? Después sale a la calle y ¿qué pasó? Pasa como en estos días lo de ese muchacho que atacó o este chico del Malba. Esos son riesgos potenciales, no son riesgos inminentes. Inminente es que está pasando ahora. —¿Te sentiste juzgada por el barrio, por la sociedad? Porque bajo la expresión de: “¿Cómo puede ser que la madre, el padre no lo evitaron?” —No sé si juzgada, pero me pasó que dos madres. Una me dijo: “No pudo ayudar a su hijo y pretende ayudar al mío”. Y otra me escribió algo parecido. —¿Y qué le decís a alguien que te dice: “No pudo salvar a su hijo y quiere salvar al mío”? —No, no puedo contestarles nada. No puedo. No me nace nada porque no sé qué decirles. Yo estoy tranquila y tengo la conciencia tranquila, que todo lo que estuvo a mi alcance, lo pude hacer. Y como familia somos muy, pero muy unidos. No nos derribó ni el dolor, ni la angustia, ni el padecimiento de saber que teníamos un hijo en esas condiciones. Es tan cruel tener un hijo así que cuando se iba y no venía tres días, nosotros veíamos noticieros y mirábamos si habían muertos, si él no aparecía, si lo habían matado. Yo rezaba todas las noches. Soy muy creyente. Todas las noches rezaba y pedía por él. Y una noche, oía sirenas que pasaban y en la desesperación dije: “Dios mío, que no lo mate la policía. Si va a ser así, llevátelo”. Dios me escuchó porque se lo llevó y sé que está con él. Y sé que encontró la paz que acá no encontró nunca. —¿Cómo se pasa de ese lugar de tanto dolor, crueldad y sufrimiento a este otro, donde estás contando tu historia, inspirando y acompañando a través de La Madre Marcha? ¿Cómo se atraviesa ese camino? —Se pasa de un tirón y sin pensarlo mucho porque mi hijo muere el 16 de julio y yo el 23, el otro martes, estaba en mi lugar de trabajo y los chicos que hacían el tratamiento en ese momento me dijeron: “¿Qué hace acá? Quédese en su casa, no tendría que haber venido”. “Tengo que venir”, les dije. Porque yo sabía que si me quedaba no arrancaba más. Si me quedaba en mi casa y no iba a poder ayudar más. Así que es de un tirón. Acá estoy porque mi camino de dolor y todo lo que genera, lo hice de un tirón, sin pensarlo. —¿Y qué es la Madre Marcha? —En el mes de mayo, el municipio de Morón saca unos folletos donde decía cómo drogarse. Por ejemplo, una parte decía: “Si consumís cocaína, probá a empezar de a poquito y mirá cómo te responde el cuerpo”. Y a mí me dio mucha bronca eso. Entonces, la llamé a mi hija y le dije: “Tenemos que mandar a hacer contra-folletos”. Exactamente el mismo modelo, pero que diga todo lo contrario. Lo que te va a pasar con la cocaína, con la marihuana, que no es inocente. Y dije: “Tengo que hacer una marcha. Tengo que convocar gente, tengo que ir al Congreso”. ¿Y cómo se va a llamar? La Madre Marcha. Lo pensé sola un 22 de mayo, sentada en la cocina. Así creo la Madre Marcha. "La bipolaridad mundialmente tiene un alto índice de suicidio que pasa el 70 por ciento", explicó la fundadora de La Madre Marcha en diálogo con Luis Novaresio. (Gustavo Gavotti) —¿En algún momento te preguntaste por qué a mí? ¿O le preguntaste a Dios? Ya que contaste que sos creyente... —No así, pero parecido. Un día me enojé con Dios a los gritos. Nada despacito ni para adentro. Estaba una tarde sola en la cocina en mi casa y paso del cuarto de David, a mi cuarto y cuando paso, entro al cuarto de él. Me quedé parada y empecé a sentir el olor de él, el olor a la piel, a la ropa. Y dije, no por qué a mí, sino: “¡No me podés hacer esto! Me hubieses dicho qué tenía que hacer”. Y yo creo que él me tendría que haber contestado: vos me pediste que me lo lleve y que no lo mate la policía. Entendí todo ahí, en ese momento. —No sé cómo preguntarlo esto, porque a lo mejor es incorrecta la pregunta. Pero, ¿tuviste que perdonarlo a David? —No, pero sí le pedí perdón porque yo trabajo con grupo de madres y de familias, pero son más las mamás. En muchas ocasiones me pasa de que las mamás me digan: “Hace tres días que no me llama. Y yo ya estoy cansada, no me pregunta ni cómo estoy ni si necesito algo”. Entonces, yo les digo: “¿Por qué no lo hacés vos? ¿Por qué esperás que te llame él? Llamalo vos y decile: ‘Escuchame, yo te quiero, te amo, sos mi hijo, necesito tener una relación con vos, que vos me preguntes cómo estoy. A mí, la verdad, me hace mal que vos no me preguntes, que no me llames’”. Eso me hace entender a mí que no todas las madres somos a la medida de nuestros hijos. Y que muchas veces, yo estuve muy enojada con él porque no podía entender como, por ejemplo, le levantaba la mano al padre. ¿Cómo vas a hacer una cosa así? Después se arrepentía, no era un desalmado. Pero la droga lo llevó a hacer muchas cosas. Una es esa. Yo le tuve que pedir perdón, porque en muchas ocasiones fui muy dura con él, muy dura. Él se fue enojado conmigo porque no podía entrar a mi casa porque no hacía tratamiento. Se fue sin poder entrar a mi casa o pidiéndome permiso desde la vereda: “Mamá, ¿puedo entrar?” Sí, le decía yo. Pero insistía con el tratamiento. —Me impresionó mucho esta frase. ¿Sentiste que a veces no estuviste a la altura de él? —Sí, porque hoy por hoy, con tanta experiencia trabajando, vos te das cuenta que conocés a muchas mamás y ves la paja en el ojo ajeno. Y también tenés que mirar para adentro. —¿Te agarro alguna vez un ataque de arrepentimiento diciendo: “cómo no lo dejé entrar”? —No, porque tenía la firme convicción, esa misma convicción que sigo hoy trabajando. Porque hay días del duelo de perder un hijo que estás partida al medio, que no querés saber nada. —¿Hubieses hecho algo distinto con el diario del lunes y todo lo que sabés ahora con tu hijo? —Lo único que hubiese hecho distinto es que yo no sabía que la bipolaridad mundialmente tiene un alto índice de suicidio. A nivel mundial pasa el 70 por ciento. Eso yo no lo sabía. Si no, creo que hubiese hecho otra cosa, no sé si más, pero algo distinto. —Como decís que sos creyente, imagino que crees en la resurrección del alma. ¿Le hablás a David? —Sí. —¿Y qué le decís? —Tengo una foto de él en mi mesita de luz y la última campera que tenía puesta. Sé que es la última porque él se saca una foto a las siete y media de la mañana con esa campera y muere a las doce menos cuarto del mediodía. Y esa campera la tengo al lado de mi cama y tengo la foto. En realidad a veces le digo: “Qué lindo que sos, qué linda risa que tenés, Bauti tiene tu risa y tus pocitos”. Hablo cosas de mamá. —Hablále una mamá o un papá que tiene un hijo con adicción o un hijo con una enfermedad mental y no sabe qué hacer. —Primero, no desesperarse. Porque está comprobado, y yo lo comprobé, que en la desesperación no hacés lo que tenés que hacer. Muchas mamás denuncian a los hijos. ¿Qué pasa? Los hijos tienen capaz que causas y van presos. Esa no era la idea que tenía la mamá. La mamá tenía la idea de que lo ayuden. Bueno, en la desesperación nada sale bien. Creo que hay que guardar calma. Y hay que pedir ayuda. Hay un montón de gente que te puede dar una mano. Los juzgados, cuando uno pide una evaluación interdisciplinaria, responden muy bien. Mi hija es abogada y en la Madre Marcha ayuda a las mamás sin cobrar un centavo. Pide las judicializaciones y eso ayuda un montón porque todos sabemos que es un numerito que hay que ir a pagar y hay mamás que no pueden hacerlo y a la que puede, tampoco se le cobra. Tenemos asesoramiento jurídico porque mi hija lo brinda. Hay mucho para hacer y lo que más quiero dejar es el mensaje de que a mí me pasó esto, pero no hay que ni bajar la guardia ni perder las esperanzas. —¿Hay algo que no te pregunté que te gustaría que te preguntase? —Sí. ¿Nos morimos y qué pasa? (risas) —¿Y qué pasa? —Bueno, en mi caso voy corriendo a buscarlo (se emociona). Lo voy a encontrar. Seguro. Estoy convencida que lo encuentro y ahí lo abrazo eternamente y ahí se terminó todo. Mi vida es encontrarlo y voy a luchar por eso y sé que lo voy a encontrar. En Del Otro Lado buscamos historias que conmuevan, transformen y ayuden a mirar la vida desde otro lugar. Personas reales que se animen a contar sus desafíos más profundos, el dolor que atravesaron y el camino que recorrieron para salir adelante. También queremos visibilizar experiencias sobre salud mental, adicciones, discapacidad, neurodivergencias y todo aquello que todavía cuesta nombrar. Si querés compartir tu historia o creés que puede ayudar a otros, escribinos a delotrolado@infobae.com
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