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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 15/11/2025 18:43
Ubicada en el Barrio Chino de Milán, la Fabbrica del Vapore supo ser sede de la empresa Carminati Toselli, dedicada a fabricar y reparar material ferroviario y tranvías Desde Milán, Italia. Desde la Estación Central de Milán hasta la Fabbrica del Vapore —ubicada en pleno barrio chino, en el centro de la ciudad— hay unas treinta cuadras de distancia. Se puede llegar en tranvía y, durante el trayecto, apreciar distintos lugares como el Bosque Vertical—el complejo de rascacielos residenciales diseñado por Stefano Boeri— o el Cementerio Monumental, uno de los más emblemáticos de la capital lombarda. El viaje finaliza en la intersección de via Messina y via Giulio Cesare Procaccini, donde un gran cartel rojo con letras blancas anuncia la entrada al complejo. El lugar nació en 1899 como sede de la empresa Carminati Toselli, dedicada a fabricar y reparar material ferroviario y tranvías, entre ellos, el célebre tranvía milanés “tipo 1928”, que aún hoy circula por la ciudad. Durante la Primera Guerra Mundial, parte del complejo fue bombardeado y la producción se interrumpió. Años más tarde, la actividad volvió a crecer y, hacia 1926, la red tranviaria de Milán alcanzó 151 kilómetros, con más de 700 unidades en circulación. El período de auge terminó con el régimen fascista: en 1935, la compañía cerró definitivamente. Tras albergar distintas actividades industriales durante décadas, el edificio fue recuperado por la Comuna de Milán, que lo transformó en un centro cultural dedicado a las artes contemporáneas. En la actualidad, sus amplias naves —Cattedrale, Cisterne y Messina— acogen exposiciones, talleres y residencias artísticas. En ese contexto, desde el 22 de octubre y hasta el 27 de noviembre, una de esas salas presenta la muestra Invocaciones. Devenir animal, parte de la quinta edición de BIENALSUR, la plataforma artística global impulsada por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) que esta semana desembarcó en la “Ciudad eterna”. Las fotografías de Bruna Esposito son los ojos de distintas especies de peces, en primerísimo plano, que interpelan al espectador, invirtiendo la trayectoria de la mirada Encuentro humano-animal Aunque se inauguró hace tres semanas, la exhibición sigue convocando público. Al momento de realizar esta nota, un grupo de estudiantes universitarios recorría el lugar guiado por Benedetta Casini, curadora de la muestra y del equipo BIENALSUR en Italia. “Este es el primer capítulo del eje Invocaciones, cuyo nombre retoma el concepto formulado por el psicoanalista James Hillman, y está dedicado a la relación con los animales”, explicó Casini. “Me interesaba explorar la idea de perspectivismo amerindio del antropólogo brasileño Eduardo Viveiros de Castro, el otro pensador en el que me inspiré. Esa idea de que todos éramos hombres y algunos de nosotros nos convertimos en animales. Si nosotros vemos a los animales como animales, el jaguar nos ve a nosotros como animales. Esa perspectiva, ese punto de vista, implica que en realidad somos todas subjetividades que habitan este mundo”, siguió. Según la curadora, las obras que integran esta sección —de artistas italianos y latinoamericanos— abordan el vínculo entre humanos y animales desde distintas perspectivas. “En algunos casos hay una inversión de mirada, la posibilidad de ponerse en el lugar del animal y mirar el mundo desde allí, saliéndose de una visión antropocéntrica, racional y humana. En otros, se problematiza el deseo de domesticar, de ejercer poder sobre el animal”, dice. El recorrido comienza con la obra Ojos de peces, de Bruna Esposito. “Las imágenes fueron tomadas en un mercado callejero. Los peces están muertos, pero —a diferencia de nosotros— no tienen párpados. Entonces, incluso después de la muerte, te observan y te confrontan con su mirada, que se convierte en un espejo. Me interesaba comenzar con este trabajo porque invierte la mirada: nosotros solemos observar a los peces en los acuarios o en el mar, pero en este caso, son ellos los que nos miran a nosotros”. “Autorretrato con una mochila de ballena”, de Elena Masi Un recorrido por las obras Durante la visita guiada, Benedetta Casini se detuvo en cada una de las trece piezas que integran la muestra para explicar su sentido y aportar contexto. Frente a los retratos de los peces, casi como un eco de esas miradas negras que parecen seguir al espectador, se encuentra la obra de Gaia De Megni, Portoro inciso. Son dos piedras de unos veinte centímetros de diámetro, típicas de la zona de Liguria. “El portoro es una piedra calcárea que se forma con los residuos de la sal marina, porque Liguria es una región marítima”, explicó Casini. Sobre su superficie, la artista grabó un verso del poeta genovés Edoardo Firpo: “La noche no sé si es cielo o mar”. Más adelante, junto a un enorme ventanal, el trabajo de Elena Masi: Becoming with and unbecoming (“Devenir con y devenir”) y Self-portrait with a whale backpack (“Autorretrato con una mochila de ballena”). Ambas piezas surgieron después de un accidente que dejó a la artista varios meses inmovilizada. “Cuando se recuperó —relató Casini—, viajó a Irlanda y comenzó a trabajar con vértebras de ballena. Esta es una performance. Luego las bañó en plata y las transformó en algo precioso. Reflexiona sobre la fragilidad del cuerpo, lo blando y lo duro, lo que parece firme, pero es vulnerable”. En ese punto del recorrido, la curadora marcó el vínculo con la obra de la argentina Carla Grunauer, donde una figura humana se curva sobre sí misma hasta perder su forma original y adquirir un aspecto casi anfibio. “Tiene una nariz larga que explora el terreno a través del olfato —describió Casini—. Esa mutación corporal sugiere la posibilidad de imaginarse en otro cuerpo, como sucede con Elena Masi, que en su obra se hibrida con una ballena”. A la izquierda, la obra de la argentina Carla Grunauer, donde una figura humana se curva sobre sí misma, como un anfibio Muda, del mexicano Calixto Ramírez Las conexiones entre los trabajos de los distintos artistas continuaron con Muda, del mexicano Calixto Ramírez: una fotografía nacida de sus performances en el desierto. “En esas travesías, entendió que debía dejar de mirar el horizonte y empezar a mirar el suelo, para estar atento a los animales que podían trepar por su cuerpo. En ese ejercicio imaginó convertirse en serpiente y percibir el mundo desde lo táctil”, explicó Casini. A pocos pasos, una plancha metálica enfrenta dos siluetas: un lobo y un ciervo. Es la pieza Lobo, del artista mongol Bekhbaatar Enkhtur, radicado en Turín. Retoma iconografías antiguas de alfombras y grutas mongolas. De un lado, el lobo; del otro, el ciervo. Entre ambos, una escena predatoria que termina convirtiéndose en una fusión, una simbiosis entre los dos animales. El recorrido siguió con la video instalación Centauro de la artista italiana Valentina Furian, grabada en Argentina. En la pantalla se proyecta la imagen de un caballo blanco en la oscuridad. “La pantalla está elevada y cuando la gente pasa por detrás, sus piernas se mezclan con las del animal. Así, el visitante se convierte en parte de la obra. Es la única pieza participativa de la muestra”, indicó la curadora. Lobo, del artista mongol Bekhbaatar Enkhtur Michela De Mattei y la búsqueda del Tilacino extinguido en Tanzania La italiana Michela De Mattei presentó Handsighting, una obra que parte del mito del tilacino, un animal extinguido en Tasmania a comienzos del siglo XX. “En internet hay comunidades que creen haberlo visto. Michela recupera esos videos que se fueron viralizando, imprime los fotogramas y los cubre con tarjetas raspables. Luego raspa sobre ellas para buscar, ella misma, al tilacino”, explicó Casini. En las fotografías de la brasileña Lía Chaia, reunidas bajo el título Amigos animais, la artista interactúa con objetos con forma de animal —que encontró en la calle o en casas de conocidos—, como si fueran seres vivos. “Habla del deseo de domesticar y, al mismo tiempo, de proyectar afecto. Esa doble tensión está en toda nuestra relación con los animales”, agregó la curadora. La italiana Marta Roberti también trabaja sobre la relación cuerpo-animal. En su obra, aparece junto a su hermana conversando con una serpiente. Según la curadora, “trae iconografías no occidentales y dialoga con Calixto Ramírez, por esa idea de la piel y la percepción táctil”. La visita concluye frente a una pequeña escultura en bronce: una tortuga que parece escalar la pared. Es Maruga, de Elena Hladilová, artista checa radicada en Italia. El detalle: el cuerpo es una mano sobre la que se coloca un caparazón. En el trabajo de Jonathas de Andrade, un grupo de pescadores abraza a los peces en el momento de su captura Las voces que no oímos La muestra incluye dos video proyecciones que expanden el eje curatorial hacia lo audiovisual. En The Great Silence, de Allora & Calzadilla, los protagonistas son los loros Amazona vittata, una especie en peligro de extinción endémica de Puerto Rico. Durante dieciséis minutos, el espectador escucha la narración en primera persona de uno de estos animales, que observa el mundo humano con distancia y extrañeza. Las imágenes alternan tomas del radiotelescopio de Arecibo —ya fuera de funcionamiento— con primeros planos de las aves. “En el video, quien toma la palabra es el loro. De alguna manera se queja de que el hombre busca vida más allá de la Tierra mientras ignora la posibilidad de diálogo con un ser no humano que ya tiene palabra. Es un animal que se está extinguiendo y, sin embargo, seguimos mirando hacia otro lado, en lugar de profundizar en las tradiciones de ese loro que habla”, dice Casini. Por su parte, el artista brasileño Jonathas de Andrade aborda el vínculo entre humanos y animales desde una mirada etnográfica. Su video, filmado en Alagoas, en la costa noreste de Brasil, muestra a un grupo de pescadores que abrazan a los peces en el momento de su captura, los sostienen contra sus pechos y los acarician durante su tránsito hacia la muerte. Los pescadores y la pesca son reales, pero el rito posterior no: se realiza a pedido del artista como un gesto performático que combina ternura y brutalidad. En esa tensión entre afecto y sacrificio, Andrade construye un ritual ficticio que pone en juego los límites entre la naturaleza, el amor, la compasión y la violencia.
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