14/11/2025 14:58
14/11/2025 14:58
14/11/2025 14:57
14/11/2025 14:56
14/11/2025 14:56
14/11/2025 14:56
14/11/2025 14:56
14/11/2025 14:56
14/11/2025 14:56
14/11/2025 14:55
» Diario Cordoba
Fecha: 14/11/2025 12:25
La desinformación ya no es una simple molestia en el mundo de internet: es una clara amenaza estructural para la democracia misma. Desde hace años, los expertos alertan sobre su capacidad de erosionar la confianza en las instituciones, distorsionar el debate público y polarizar sociedades enteras. Las redes sociales, concebidas como ágoras digitales, han terminado convertidas en autopistas donde circulan a toda velocidad tanto la información rigurosa como los bulos más inverosímiles. El problema no reside solo en la cantidad de información disponible, sino en la economía de la atención que rige estas plataformas. Los mensajes compiten ferozmente por un recurso escaso: nuestro tiempo. En teoría, esa competencia debería premiar los contenidos veraces, porque la inteligencia colectiva tendería a filtrar lo falso. Sin embargo, la realidad ha demostrado lo contrario: los mensajes falsos, emocionales o sensacionalistas se comparten más y viajan más rápido que la información verificada. El motivo está en la combinación letal entre nuestro sesgo cognitivo y los algoritmos de recomendación. El sesgo de confirmación nos lleva a preferir aquello que refuerza nuestras creencias; el «efecto de verdad ilusoria» hace que repitamos lo que oímos muchas veces, aunque sea falso; y los algoritmos priorizan lo más compartido, no lo más veraz. En este cóctel, la viralidad se convierte en sinónimo de credibilidad. Un post con miles de «likes» parece validado por la multitud, aunque sea puro humo digital. En este contexto, un grupo de investigadores de la Universidad de Copenhague propone una solución tan simple como revolucionaria: introducir fricción digital. Su es-tudio demuestra que bastaría con hacer un poco más difícil la acción de compartir para reducir significativamente la propagación de bulos y desinformación. La idea parte de una sencilla observación: compartir en redes sociales es hoy un acto casi reflejo, tan automático como respirar. Basta un clic. ¿Qué ocurriría si ese clic requiriera cierta pausa? Los investigadores lo modelaron en un entorno simulado que imita el comportamiento de plataformas como X o Instagram. Al introducir un ligero obstáculo (un mensaje emergente que invite a reflexionar antes de compartir, por ejemplo), el número total de publicaciones compartidas disminuyó. Pero lo más interesante llegó cuando añadieron un componente educativo: un breve test sobre qué es la desinformación o cómo la plataforma combate las noticias falsas. En ese escenario, la calidad media del contenido compartido aumentó significativamente. El hallazgo encierra una brillante paradoja: en un entorno diseñado para la inmediatez, la lentitud puede ser una forma de inteligencia colectiva. Al introducir un momento de reflexión, una especie de respiración digital, los usuarios no solo comparten menos basura informativa, sino que se vuelven más conscientes de su papel en el flujo del conocimiento. Este hecho cuadra con la realidad de nuestro cerebro, que puede funcionar en un modo rápido, impulsado por el miedo y la urgencia; y un modo lento, que permite el análisis racional antes de la toma de decisiones. Por supuesto, la medida no es una panacea. Las fricciones digitales no eliminarán por sí solas las fábricas de bulos ni las campañas de desinformación coordinada. Pero su valor simbólico y práctico es indudable: devuelven al usuario parte de la responsabilidad ética que las redes habían diluido tras la comodidad del clic instantáneo. Puede que el objetivo prioritario no sea lograr que la información veraz se propague más rápido que la mentira, sino ralentizar el impulso que hace viral lo falso. El cerebro racional requiere su tiempo. La defensa de la democracia debe ir a su ritmo, pero con paso firme. *Profesor de la Universidad de Córdoba
Ver noticia original