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Parana » AIM Digital
Fecha: 14/11/2025 09:09
El nuevo Marco de Acuerdo de Comercio Recíproco e Inversión entre Argentina y Estados Unidos fue presentado como un hito en la relación bilateral. Pero un análisis fino de sus principales cláusulas, cruzado con las críticas de sectores productivos y académicos, muestra un mapa de concesiones profundas: Argentina se consolida como proveedor de recursos naturales y mercado para bienes de alto valor agregado del Norte, mientras cede márgenes de soberanía regulatoria y herramientas de política económica. Un acuerdo “recíproco” con beneficios desparejos En materia de acceso a mercados, el desequilibrio aparece con claridad. Argentina se compromete a otorgar trato preferencial a una lista amplia de bienes estadounidenses: productos químicos, maquinaria e insumos de tecnología de la información, dispositivos médicos, vehículos, y una variedad de productos agrícolas. Del otro lado, la eliminación de aranceles por parte de Estados Unidos se limita a “ciertos recursos naturales no disponibles” en su territorio y a algunos insumos no patentados para uso farmacéutico. Es decir, se favorece la entrada de materias primas argentinas, mientras se potencia la colocación de manufacturas y fármacos producidos en el Norte. Esta arquitectura refuerza un patrón clásico: Argentina vende naturaleza e importa tecnología, profundizando la dependencia de la industria local respecto de cadenas de valor controladas por corporaciones extranjeras. Minerales críticos: el corazón estratégico del pacto El acuerdo comercial se monta sobre el Memorándum de Entendimiento sobre minerales críticos firmado en agosto de 2024 entre el Departamento de Estado y la Cancillería argentina. Ese documento ya había trazado una hoja de ruta para: compartir información sensible sobre proyectos mineros, coordinar inversiones en exploración, extracción, procesamiento y refinación, y alinear estándares ambientales, sociales y de gobernanza bajo el paraguas de la Minerals Security Partnership (MSP). En este marco, litio, cobre, grafito, manganeso, cobalto y otros insumos indispensables para baterías, autos eléctricos y dispositivos electrónicos pasan a ser definidos como activos de “seguridad nacional” para Estados Unidos. Argentina queda así posicionada como proveedor “confiable” dentro de una estrategia estadounidense que busca reducir su dependencia de Asia, en particular de China. El acuerdo comercial de 2025 profundiza esta lógica: integra los minerales críticos dentro de un paquete más amplio de seguridad económica y de cadenas de suministro, con compromisos en control de exportaciones, evaluación de inversiones y coordinación regulatoria. Industria farmacéutica y automotriz: riesgo de competencia desleal En el capítulo farmacéutico, la posibilidad de que se favorezca el ingreso de productos de alto valor agregado, junto con la eliminación de aranceles solo para ciertos insumos no patentados, amenaza la posición de la industria local de medicamentos genéricos. Los laboratorios nacionales podrían perder competitividad frente a grandes corporaciones que operan con escalas globales y fuerte respaldo político, con impacto potencial en precios y en la sostenibilidad de las políticas de salud pública. En el sector automotor, la facilitación de importaciones de vehículos —incluida la eventual entrada masiva de marcas de punta— se da sin un esquema claro de resguardo para la cadena de autopartes, empleos industriales y acuerdos intrarregionales. Esto introduce una presión adicional sobre un entramado productivo ya tensionado, y abre interrogantes sobre la reacción de Brasil, principal socio de Argentina en el intercambio automotriz. El campo como “zona de sacrificio” geopolítico El agro aparece simultáneamente como beneficiario y como variable de ajuste: Argentina mejora su acceso al mercado estadounidense de carne bovina y se habla de un incremento significativo de la cuota de exportación. Pero, a la vez, acepta la entrada de ganado en pie estadounidense, se compromete a abrir su mercado a productos avícolas de ese país en el plazo de un año y simplifica los requisitos para ingresos de carnes, vísceras, porcinos y lácteos. En otras palabras: se potencia la competencia interna con un productor altamente subsidiado y con mayor espalda financiera, lo que puede golpear a pequeños y medianos productores locales. A esto se suma el compromiso de “estabilizar el comercio mundial de soja”, un concepto que, traducido a la práctica, puede implicar condicionamientos sobre la política fiscal y comercial argentina en uno de sus principales complejos exportadores. Glaciares, cobre y Rigi: el territorio en disputa El giro en la agenda económica va en paralelo con cambios internos. El Gobierno impulsa una nueva Ley de Glaciares que entregue a las provincias la potestad de definir qué zonas son glaciares o periglaciares, en un contexto donde grandes proyectos mineros avanzan sobre áreas sensibles de alta montaña. En ese escenario se inscribe la negociación con empresas que planean invertir más de 14.000 millones de dólares en proyectos de cobre en San Juan, bajo el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI). El discurso oficial habla de “protección efectiva” de los glaciares y minería “sostenible”, pero las organizaciones socioambientales advierten que la combinación de flexibilización normativa y grandes incentivos fiscales puede profundizar conflictos territoriales y ambientales. China en el espejo: alineamiento y límites a la autonomía El acuerdo no es solo económico: también ordena la política exterior. Entre sus cláusulas aparecen: restricciones al comercio con empresas estatales de países que no cumplan ciertos estándares (en la práctica, un mensaje a China), cooperación en la cadena de minerales críticos bajo liderazgo estadounidense, y coordinación frente a la pesca ilegal, con foco en las flotas asiáticas. El resultado es un alineamiento explícito con la agenda de Washington en su disputa geopolítica con Pekín. Argentina gana acceso a ciertos nichos del mercado norteamericano, pero resigna grados de libertad para negociar con otros socios estratégicos y diversificar su inserción internacional. ¿Desarrollo compartido o soberanía en venta? En el plano discursivo, el acuerdo se presenta como un impulso al crecimiento, la inversión y la innovación. Sin embargo, la letra y el contexto muestran otra cara: apertura amplia del mercado interno a bienes industriales y farmacéuticos estadounidenses, compromisos fuertes en minerales críticos y recursos naturales, limitados beneficios arancelarios para productos de alto valor agregado argentinos, y condicionamientos geopolíticos que reducen el margen de maniobra del país. La pregunta de fondo es qué modelo de desarrollo se está consolidando: uno basado en la industrialización y la agregación de valor en origen, o uno que profundiza el rol de Argentina como exportador de recursos, importador de tecnología y ejecutor de una agenda diseñada fuera de sus fronteras. En ese dilema se juega no solo el futuro de la industria nacional y del campo, sino también la capacidad del país para definir soberanamente su política económica, ambiental y exterior en las próximas décadas.
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