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Parana » Uno
Fecha: 14/11/2025 09:08
Paseo por arquitecturas de nuestro territorio en el campo y la ciudad, en un marco de riquezas no siempre tangibles que dan el tono a la región. La belleza de la casa de Almada. La vieja casona esta ubicada en el barrio El Triangular de Oro Verde. Muchos edificios de apreciable arquitectura histórica se encuentran en las ciudades; de Paraná a Concordia, de La Paz a Gualeguay, a Concepción, y así ocurre en un centenar de urbes antiguas. También hay decenas de casonas para el asombro en el campo, empezando por los clásicos cascos de estancia que cumplían aquí la función de los castillos en Europa. Hemos tenido el privilegio de recorrer algunas mansiones notables que pertenecieron a las estancias de los Kennedy en el departamento La Paz, y que se encuentran en avanzado deterioro. Lamentable. Otras fueron más o menos cuidadas a través de las décadas, y en algunos casos están abiertas al turismo. La más notable es el palacio de Urquiza, en Caseros, por bello, por imponente, por el talante del dueño. Pero en todo el territorio se mantienen construcciones de arquitectura admirable, con influencias diversas, algunas de ellas verdaderas joyas del arte sobre las que ha escrito Yuyú Guzmán. Estuvimos en La Conchera de Flores, en el sur. Esa mansión impacta por su belleza. Allí se llega entre montes, arenales, juncos y totoras. En tiempos de creciente el territorio queda bajo agua, pero el casco fue erigido sobre una loma. Al cumplirse 130 años del arribo de la familia Berisso a esa estancia cerca del Gualeguay en 2005, su propietaria, Sarita Salas de Berisso, realizó una gran fiesta con parientes y amigos llegados de las más distantes latitudes del mundo. Estuvimos, como periodistas, y hablamos serenamente con esa mujer afable y de carácter. Nos contó, entonces, su deseo: que a su muerte el casco de la estancia fuera de acceso público. También hemos visitado al norte de Chajarí La barra del Mocoretá, o en cercanías del río Feliciano la estancia El Sauce con más de dos siglos y una historia que nos lleva a la patricia revolucionaria Gregoria Pérez, y al paso del ejército de Manuel Belgrano rumbo al Paraguay. La familia de Sebastián Mutti y Josefina Matho nos recibió hace pocos años y advertimos entonces la belleza del viejo solar. “En la ruta de las estancias” se titula la obra de Yuyú Guzmán. Allí hay referencias a las estancias La Cruz, El Sauce, La Conchera de Flores, La Libertad, La Primavera, La Azotea, La Capilla, Las Colas, San Ambrosio, Patria Chica, San José de Urquiza, Santa Cándida, San Pedro. De sur a norte, de este a oeste, en todo el territorio entrerriano florecen estos legados, varios de ellos de la familia Urquiza. El paseo de Yuyú muestra un puñado de otros muchos testimonios de la arquitectura rural, con preeminencia de familias aristócratas que, con el tiempo, fueron subdividiendo sus propiedades entre los herederos. Por supuesto que en los doce mil años de historia de nuestro territorio hay arquitecturas diversas que fueron apenas descriptas o que se perdieron en el tiempo, De la belleza y la practicidad de nuestras casas más antiguas no quedaron rastros evidentes, si en la construcción se usaron materiales efímeros: madera, fibras, cueros, arcillas, en un clima húmedo. Si hubiera algo antiguo y resistente bajo las arenas y otros sedimentos, aún no fue descubierto. Este patrimonio a la vista se extiende a otras obras, como los míticos molinos Hércules llamados Eiffel porque recuerdan a la torre de París, y que permanecen más o menos ocultos, muy poco frecuentados, en el campo entrerriano como en otras provincias. Las lenguas, esas joyas ¿Por qué nuestra región no tiene, que sepamos, edificios más antiguos? Porque el patrimonio principal de los pueblos milenarios de nuestra región ha sido, antes que una pirámide, un lenguaje maravilloso como es el guaraní. La toponimia entrerriana, por ejemplo, nos entrega una riqueza inmaterial extraordinaria, y lo mismo se nota en los nombres de aves, mamíferos, insectos, peces, árboles, hierbas, arroyos, ríos. Son cientos y cientos de voces familiares, que pronunciamos a diario, muchas de ellas bien adjudicadas al guaraní y muchas de origen desconocido. Las lenguas de los pueblos guaraní, charrúa, chaná, yaro y otros, nos sorprenden de tanto en tanto. Las palabras recuperadas y divulgadas por Blas Jaime, por caso. O los casi doscientos nombres charrúas hallados por Diego Bracco en los archivos de Sevilla, de personas aprehendidas en Entre Ríos para ser reducidas en Cayastá pocas décadas antes de la Revolución de Mayo. Suelen menospreciarse estos legados, lo mismo que el patrimonio natural. Ríos, lomadas, símbolos como el algarrobo, el ceibo, el espinillo, el cardenal; y las ricas herencias en la música, la literatura, la pintura, la escultura, las artesanías, los oficios, las comidas, la industria, en fin… Sobresale sin dudas, entre todos ellos, el acervo de saberes y modos, mejor expresado por ahí en ámbitos menospreciados: la hospitalidad, el trabajo colectivo, el amor al paisaje, la serena armonía, el espíritu servicial, la gauchada… La Selva de Montiel es un patrimonio notable de los entrerrianos que la ciencia llama Provincia del Espinal y que cruza toda la Argentina de este a oeste, desde el río Uruguay hasta los cerros de San Luis. Mismos chañares, mismos cardenales, misma palma caranday. Y qué decir de los palmares de yatay entre Colón y Concordia, y en las cercanías de Villaguay, por Crucesitas. Paisajes únicos: “Sobre un mangrullo de talas, el palmeral de Montiel”, canta Atahualpa Yupanqui, que supo vivir en un rancho, por ahí, junto al Gualeguay. Es cierto que vastos territorios, y miles de kilómetros de costas de los más de 7 mil arroyos de nuestro territorio, permanecen vedados para las familias entrerrianas por ahora. Ese es un patrimonio natural inconmensurable en cuerpo y alma. Las riquezas propias, como todo lo indígena, son consideradas en un segundo plano en las instituciones. ¿Cuánto hablamos, en las aulas, del aguará popé? ¿Y de la mariposa bandera argentina? ¿Y del zorzal, el surubí, el ñandubay? ¿Y de los alfareros orilleros de la cultura Goya Malabrigo y los montículos del Delta? Algunos ejemplos Conscientes de que una enumeración de diez o veinte edificios insignes dejará otro tanto afuera, en esta Edición los y las periodistas de UNO aportan un pantallazo de la arquitectura entrerriana. La Casa de Fray Mocho en Gualeguaychú, con su fachada sencilla de ventanales verticales, convertida en museo. El Castillo San Carlos en Concordia, que dio alojo en una de sus 27 habitaciones al inspirado Antoine de Saint-Exupery. Un pueblo entero como Liebig, de casas consideradas, según los gustos actuales, “al revés”. Y así, templos católicos, protestantes, judíos. Entre ellos la Catedral de Paraná y también en esta Capital la restaurada Capilla Norte de la iglesia San Miguel en el barrio del tambor; o la Abadía de Victoria. Varios edificios vinculados con Justo José de Urquiza: su Palacio en Caseros; el Colegio del Huerto en Paraná, donde funcionó el Senado de la Confederación; el Colegio del Uruguay en Concepción, o el Mausoleo de Urquiza en la Basílica Inmaculada Concepción. Hay arquitectura finísima en muchos cementerios, como ocurre en el de Paraná, y en edificios insignes de la educación. La Escuela Normal de esta capital es un caso, pero son cientos de construcciones artísticas admirables. No faltan, claro, el Teatro 3 de Febrero en Paraná, el Teatro Italia en Gualeguay, el imponente Palacio Arruabarrena en Concordia, que cumplió el centenario y da lugar al Museo Regional. O la Casa Gris, en Paraná, remozada con una obra que está demandando algunos años de labor para devolver la belleza a sus fachadas. Al caminar las calles de nuestras urbes observamos a cada paso una arquitectura que nos seduce. Las casonas mayores suelen estar ocupadas por la municipalidad, el colegio, la jefatura de policía, el museo. El patrimonio natural y artístico de nuestra provincia nos sorprende en sitios inesperados. La casa de Almada, frente al centro de Medicina Nuclear -Cemener-, con su viejo aljibe en el fondo; el bellísimo aljibe de mármol esculpido que perteneció a Urquiza y está emplazado en el patio del Hospital Militar de Paraná… ¿Y las aduanas, los puertos, los pueblitos que florecieron hace más de un siglo y hoy sobreviven, despoblados, con sus fachadas como testigos de tiempos mejores? ¿Y las galerías con mayólica, aquí y allá? ¿Y la herrería? ¿Y los vitrales? ¿Y los bellos barrios turísticos modernos, con el empuje de las playas y las termas? El patrimonio tangible e intangible de los entrerrianos está aquí, a la vuelta, en espera de un camino firme, a veces, y de nuestra mirada serena.
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