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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 14/11/2025 04:31
Ruby Bridges, escoltada por agentes federales, en la escuela William Frantz en Nueva Orleans el 14 de noviembre de 1960, primer día de integración escolar tras el mandato judicial de desegregación (AP Photo) Eran las 8:30 de la mañana del lunes 14 de noviembre de 1960 cuando Ruby Bridges, una niña de apenas seis años, subió las escaleras de la escuela primaria William Frantz, en Nueva Orleans. Llevaba un vestido blanco almidonado, medias recién planchadas y dos moños en el pelo. Quizás no lo sabía del todo, pero en cada paso firme que dio, estaba cambiando la historia de la comunidad afroamericana en Estados Unidos, en los años de segregación racial. A su lado, y algo asustada, caminaba su madre, Lucille, pero no estaban solas. Cuatro hombres trajeados —agentes federales del Servicio de Alguaciles de Estados Unidos— las escoltaban. Desde las veredas, una multitud de madres y padres blancos gritaban insultos, agitaban carteles con frases racistas y lanzaban objetos contra ellas. A pesar del caos que la rodeaba, Ruby seguía avanzando. Caminaba seria, con la mirada al frente, sin mirar atrás. Tenía solo seis años y una misión que ni siquiera comprendía del todo: ir a la escuela. Y así, con su paso tranquilo y su vestido blanco ondeando entre los uniformes y los gritos, hizo historia. Se convirtió en la primera niña afroamericana en integrar una escuela pública para blancos en el sur de Estados Unidos. Ella solo quería estudiar. Pero su simple deseo de aprender se transformó, sin que lo supiera, en un acto de valentía que abriría las puertas de la educación igualitaria para toda una generación. En 2011, Ruby Bridges visitó la Casa Blanca para ver el cuadro "The Problem We All Live With" de Norman Rockwell, que estuvo exhibido cerca del Despacho Oval La batalla por un pupitre En 1954, la Corte Suprema de Estados Unidos declaró inconstitucional la segregación escolar en su histórico fallo Brown vs. Board of Education, pero la implementación de la sentencia tardó años en llegar al sur del país, por la resistencia activa de muchas autoridades estatales y locales. En Nueva Orleans, la integración escolar se convirtió en un campo de batalla judicial hasta que el juez federal J. Skelly Wright ordenó a las autoridades locales cumplir la norma y permitir el ingreso de estudiantes afroamericanos a escuelas públicas reservadas para blancos. Fue este mandato el que, cuatro años más tarde, hizo posible la histórica escena protagonizada por Ruby Bridges. Su ingreso a la escuela primaria William Frantz fue mucho más que el primer día de clases de una niña de seis años: marcó el inicio de una batalla silenciosa por el derecho a aprender. Ruby cruzó las puertas del edificio bajo la protección de agentes federales, cumpliendo la orden judicial. Pero la ley no bastó para cambiar los corazones y, en cuestión de horas, los padres blancos retiraron a sus hijos de las aulas, los maestros se negaron a dar clases y los pasillos de la escuela quedaron vacíos: se convirtió en un escenario de aislamiento. Durante semanas, Ruby fue la única alumna en su aula y recibió clases solo de la maestra Barbara Henry, una joven docente de Boston que aceptó enseñar pese a la hostilidad y las amenazas. La soledad del aula no apagó la determinación de la niña, cuyo coraje la convirtió en un símbolo nacional del conflicto por la integración escolar y la lucha por los derechos civiles. Aunque Ruby fue la primera niña afro en ingresar a esa escuela, en ese mismo periodo otras cinco niñas también integraron escuelas primarias que antes eran exclusivas para estudiantes blancos en la ciudad, pero ellas estaban juntas. Escena de la película sobre la historia real de Ruby Bridges, de 1998 Afuera, la hostilidad no daba tregua. Cada mañana, los agentes federales la escoltaban entre multitudes enfurecidas. Los insultos caían como piedras —sí, contra la niña de seis años—, y en una lamentable escena que quedó grabada en la historia, una mujer agitó una muñeca negra dentro de un ataúd diminuto, símbolo de la crueldad y el odio que enfrentaba una niña que solo quería estudiar. Pero ese odio racial no quedó solo allí sino que se trasladó y persiguió a toda la familia: su padre, Abon Bridges, perdió el trabajo; su abuela fue expulsada de las tierras donde cultivaba... Toda la familia recibió amenazas. Pero también llegaron cartas de apoyo de todo el país. En su iglesia, los vecinos comenzaron a escoltar a su madre cuando salía a hacer las compras. Pese a todo ese desprecio, Ruby no faltó un solo día. Cada día, los agentes federales la iban a buscar y ella subía al auto con su cuaderno en brazos, en silencio. Y dentro del aula, seguía la única que estaba allí para ella, la señorita Henry, que transformó ese vacío en humanidad. Allí, entre libros y dibujos, Ruby aprendió a leer, a sumar, y sobre todo, a resistir. Su historia pronto llamó la atención del psiquiatra Robert Coles, de la Universidad de Harvard, quien fue enviado para acompañarla. En sus conversaciones, Coles quedó impactado por la serenidad de la niña. “Todas las mañanas —le dijo Ruby— rezo por las personas que me gritan. No saben lo que hacen”. Tenía seis años y rezaba por sus agresores. Aquel gesto de fe y calma infantil contrastaba con la violencia de los adultos que la rodeaban. Los medios nacionales comenzaron a hablar de ella y comenzaron a llamarla “la niña que fue sola a la escuela”, y su imagen cruzó fronteras. Lucille Bridges posa junto a la pintura de Norman Rockwell que muestra a su hija Ruby, en el Museo de Bellas Artes de Houston (Steve Ueckert/Houston Chronicle vía AP) El eco de una niña que hizo historia Cuatro años después de aquel histórico ingreso a William Frantz, el artista Norman Rockwell decidió capturar la escena desde una perspectiva que trascendiera el papel de los tribunales: en 1964 pintó The Problem We All Live With (“El problema con el que todos vivimos”), inspirándose en la imagen de Ruby escoltada por los federales. En la obra, la niña avanza con paso firme frente a una pared manchada con tomates y grafitis racistas; su vestido blanco y su cuaderno contrastan con la violencia del entorno, condensando en un solo cuadro el dilema moral de una nación entera. Publicada en la revista Look, la pintura impactó y generó debate, pero también contribuyó a humanizar la lucha por la integración escolar y a transformar a Ruby en un símbolo cultural del cambio social. Con los años, la vida de Ruby siguió entre aulas y caminos de igualdad. Completó la escuela primaria y secundaria en escuelas públicas ya integradas; en la adultez, dedicó su vida a la defensa de los derechos civiles. En 1999 fundó la Ruby Bridges Foundation, organización destinada a promover la tolerancia, la inclusión y la igualdad racial desde la educación infantil. “El racismo es una enfermedad que se aprende. Pero también se puede desaprender”, repite cada vez que habla frente a estudiantes, manteniendo la serenidad que mostró desde sus seis años. Ruby Bridges, pionera de los derechos civiles, conmemora 54 años de su histórica integración escolar en Nueva Orleans, durante la inauguración de una estatua en su honor (AP Photo/Gerald Herbert) Su legado fue reconocido en instituciones educativas y por organizaciones de derechos humanos dentro y fuera de Estados Unidos. Además, museos, exposiciones y escuelas llevan su nombre. En 2011 visitó la Casa Blanca para contemplar el cuadro de Rockwell frente al Despacho Oval junto al entonces presidente Barack Obama, quien le dijo: “Si no hubiera sido por ti, yo no estaría aquí”. Una década más tarde, en 2021, algunos estados del sur intentaron retirar relatos sobre la integración racial de los programas escolares, alegando que podían “incomodar” a los estudiantes. Ruby, ya mujer adulta, respondió con la misma calma que de niña: “Si una historia verdadera asusta a los adultos, es porque no la han comprendido”. Aquella niña que cruzó las escalinatas de la escuela William Frantz no solo abrió una puerta para sí misma, sino para millones de niños afroamericanos que, gracias a su coraje, pudieron acceder a una educación igualitaria. En medio de los gritos y las pancartas, Ruby lloró, se lamentó y tuvo las reacciones propias de la edad, pero una entereza e integridad que sus atacantes no tuvieron: no levantó la voz ni devolvió insultos. Solo caminó hacia su pupitre y le dijo al mundo que esa era su misión.
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