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  • Joan Cwaik: "Hay algo que la inteligencia artificial no puede reemplazar: el alma"

    » La Capital

    Fecha: 14/11/2025 04:02

    Joan Cwaik —especialista y divulgador de tecnología e inteligencia artificial— traza un mapa urgente sobre cómo la IA, las plataformas y los algoritmos reconfiguran nuestras prácticas cotidianas, la democracia y hasta la idea de amor . “Yo trabajo en las tensiones entre la evolución tecnológica y nosotros como seres humanos, tratando de surfear esa ola de la forma más responsable posible”, se define al comienzo. Repasa su itinerario de divulgador y docente, y cómo su mirada pasó de lo científico-tecnológico a lo social, con un pie en la academia y otro en los medios y el mundo corporativo. Cwaik describe una Internet que pasó de descentralizada y “sólo de lectura” a un ecosistema centralizado en pocas compañías , con usuarios activos pero “encerrados” en plataformas que fijan reglas e interfases. “Hoy cerca del 40% del tráfico corre por AWS”, ejemplifica, para ilustrar la dependencia estructural de buena parte de la web respecto de una infraestructura privada. Y propone una imagen potente: “monoambientes digitales”, espacios cómodos donde todo parece resuelto hasta que “se termina la batería”. Ese corrimiento, plantea, también cambió cómo buscamos: donde los millennials googlean restaurantes en Maps, “un centennial lo busca en TikTok o en ChatGPT”. La IA “reformula” la experiencia de Internet —interfaz, procesos y hábitos— y alimenta una “ilusión de conocimiento” que nos vuelve más generalistas y menos profundos. A la vez, alerta sobre dos riesgos: la empatía que las máquinas simulan y, sobre todo, que “nosotros cada vez queramos sentir menos”. Robots domésticos, esclavos de $20.000 y el límite humano El divulgador se detiene en un anuncio reciente: “A partir de 2026 se van a comercializar los primeros robots domésticos humanoides… a 20.000 dólares o 500 dólares al mes en suscripción”. Lo llama sin vueltas “esclavitud robotizada” y advierte que el combo de hardware barato, IA abierta y tareas delegadas acelera un cambio cultural profundo. ¿La pregunta de fondo? Qué sociedad sale de ahí y qué queda del juicio humano cuando la tentación de automatizarlo todo es tan conveniente. El “quinto poder” y la democracia en crisis Con Martín Yeza, Cwaik publicó El quinto poder. Cómo la ciudadanía digital puede reinventar la democracia. Si el cuarto poder fueron los medios, el quinto son “los algoritmos, las plataformas y las redes sociales”: inciden sobre los demás poderes, carecen de Congreso, jueces o representantes, y operan con baja transparencia. Por eso, dice, la salida no es apagar la tecnología —imposible— sino construir marcos normativos y una ciudadanía digital capaz de compensar asimetrías. “Las tecnologías bien usadas, con reglas, ya demostraron mejorar la vida de mucha gente”, sostiene. Allí emerge una premisa clave: toda tecnología tiene ideología. “Los algoritmos no son neutrales; replican sesgos de sus programadores y de la sociedad”. La única defensa sostenible es el pensamiento crítico. Y, en paralelo, plantea la “soberanía cognitiva”: quién gobierna nuestra atención, nuestros hábitos y, en definitiva, nuestra mente, en un mundo donde pasamos entre siete y nueve horas frente a pantallas. Dieta, educación cívica digital y el amor en tiempos de apps ¿Se puede diseñar una “dieta digital”? No hay receta universal, dice Cwaik: empieza por decisiones individuales y hábitos conscientes. Esa ética del uso se vincula con otra deuda: educación cívica para la vida en la nube. “La arquitectura del siglo XXI empieza del ciudadano hacia arriba. Tenemos que dejar de ser consumidores digitales para ser ciudadanos digitales”, resume. Cuando la conversación se corre hacia cultura y vínculos, el diagnóstico es filoso: las tecnologías de emparejamiento masivo fomentan la ilusión de “inventario humano ilimitado”, y lo conveniente termina ganándole a lo consciente. Cita el FOMO (miedo a quedarse afuera) y suma el FOBO (miedo a la mejor opción) y el miedo a la obsolescencia personal, que alimentan ansiedad y decisiones cortoplacistas. “Retener a alguien, fidelizar, es el commodity del siglo XXI”, apunta. ¿Qué conservar como irrenunciablemente humano? En el tramo final, Cwaik no duda: “Hay algo que la inteligencia artificial no puede reemplazar: el alma”. La tecnología camina hacia lo matemáticamente perfecto; lo humano —dice— debe preservar su imperfección, la espontaneidad y lo auténtico. Aun cuando más de la mitad del contenido de Internet ya sea generado por IA, el valor diferencial seguirá estando en lo que no cabe del todo en una estadística. “Los dilemas de fondo no son técnicos: son humanos”, concluye, y propone volver a poner a la persona en el centro —un humanismo digital— para que la herramienta amplifique, pero no suplante, los procesos y sentidos que sostienen la vida en común. “Tomamos la conveniencia o tomamos la conciencia. La respuesta no está en negar la tecnología, sino en usarla con responsabilidad y reglas claras, sin naturalizarla como si fuera el clima".

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