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  • Entrevista a Elena García Armada, CEO de Marsi Bionics

    » Diario Cordoba

    Fecha: 13/11/2025 12:05

    Texto: Atala Martín Hoy, Elena nos relata el camino —largo y lleno de barreras— que convierte la investigación pública en una herramienta clínica real; detalla los beneficios físicos, cognitivos y sociales que observan en los niños; y adelanta cómo EXPLORER quiere llevar el exoesqueleto al hogar para que forme parte de la rutina diaria. Una charla sobre ciencia, regulación, financiamiento, educación del ecosistema sanitario y la urgencia de equipos diversos para que la tecnología no deje a nadie atrás. Marsi Bionics nace como spin-off del Centro de Automática y Robótica. ¿Qué supone convertir investigación puntera en un producto sanitario real? Si, implica dos transferencias simultáneas. La primera, la puramente tecnológica: pasar de un prototipo de laboratorio a un producto industrializable, con procesos, calidad y seguridad de producto sanitario. La segunda, quizá más compleja, es social y clínica: introducir una herramienta nueva en un ecosistema —el sanitario— que ya funciona con protocolos establecidos. Eso exige formación, validación clínica, procedimientos y, sobre todo, aceptación por parte de médicos, terapeutas, gestores y reguladores. No basta con tener la tecnología: hay que enseñar a usarla, demostrar para qué pacientes es útil y en qué fase del tratamiento. ¿En qué se traduce esa “educación del ecosistema”? En que, además de diseñar y fabricar, hay que acompañar. Hablamos de guías de uso clínico, criterios de indicación, métricas de seguimiento y resultados comunicables para que los equipos asistenciales sepan qué esperar y cómo integrarlo en sus rutinas. Es crear una necesidad explícita allí donde la necesidad existía de forma implícita: familias y médicos buscaban una herramienta para que niños sin control de tronco o cuello pudieran ponerse de pie y caminar, porque caminar es la mejor terapia para su salud física y, también, para su bienestar emocional. Llévenos al origen. Antes del exoesqueleto pediátrico, ¿qué investigaban exactamente? Trabajábamos en locomoción robótica basada en piernas con enfoque biomimético: comprender cómo el músculo humano regula su rigidez y su respuesta para adaptarse al terreno —no caminamos igual sobre cemento que sobre arena— y trasladar esa versatilidad a robots bípedos y cuadrúpedos. Esa base nos permitió imaginar actuadores “elásticos” capaces de imitar la respuesta del músculo y, por tanto, de adaptarse a variaciones muy complejas… justo las que vemos en pediatría neurológica. ¿Cuándo se cruza la pediatría en el camino? Con Daniela, una niña con tetraplejia cuyo caso nos presentó su familia. Existían exoesqueletos para adultos —sobre todo lesión medular—, pero no para niños y menos aún para afectaciones cervicales con falta de control de tronco y brazos. Además, en la infancia hay muchas patologías neurológicas y neuromusculares que, sumadas, representan a millones de niños en silla de ruedas. Aunque cada una sea “poco frecuente”, el conjunto es clínicamente muy relevante. Ahí entendimos que desde lo público debíamos evitar una brecha tecnológica. ¿Qué diferencia a vuestro exoesqueleto del enfoque clásico? Nuestra tecnología elástica que imita el músculo. No es un detalle de ingeniería: es lo que permite acompasarse a espasticidad, movimientos involuntarios o deformidades articulares (columna, caderas…) frecuentes en estos niños. Esa capacidad de adaptación es crítica para una marcha segura, eficiente y terapéutica.

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