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» Diario Cordoba
Fecha: 11/11/2025 11:04
Ahora que, debido a los riesgos derivados de la gripe aviar, ni las gallinas van a poder criarse al aire libre y los huevos pasarán (si no lo han hecho ya) de alimento de primera necesidad a producto gourmet debido a su precio desorbitado, nos encontramos con la gran paradoja de que numerosas zonas de nuestra ciudad, y más en particular del casco histórico, están tomadas por las palomas, esas ratas con alas que engañan a todos por su indudable belleza pero que constituyen en realidad una agresión patrimonial de primer orden y un grave problema de salud pública. Más allá de los desperfectos que provocan con la construcción de sus nidos y el carácter corrosivo de sus excrementos en tejados, fachadas de edificios históricos e incluso vehículos, las palomas, cuyo nivel de reproducción es altísimo, acaban colonizando barrios enteros, que se ven invadidos de deposiciones, plumas y desechos sin que a nadie parezca importarle el peligro añadido que representan para mascotas, niños y adultos. No se olvide que pueden transmitir a los humanos hasta cuarenta enfermedades, entre las cuales están la salmonela o la temida gripe aviar; que pueden infectar los conductos de aire acondicionado, provocar la corrosión de puentes, balcones o barandillas, afear fachadas y entorpecer el comercio o la hostelería, o incluso ser causa de algún resbalón con consecuencias poco deseables al pisar sus heces. Sirva como ejemplo una anécdota personal: hace unos años, antes de que la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra universidad tomara medidas al respecto, estos animales anidaban con plena libertad en las ventanas del palacio del cardenal Salazar, incluida la de mi despacho. Era, por tanto, habitual para mí encontrarme con nidos, huevos y pichones en el alféizar durante todo el año, hasta que un día, cuando me senté al ordenador empecé a sentirme habitado y de pronto me di cuenta, horrorizado, de que el despacho estaba cubierto de piojos que me habían colonizado y trepaban por mi cuerpo como una invasión de entes vivientes. Fue tan impactante como desagradable. Me consta que, bien consciente de ello, el Ayuntamiento de la ciudad ha emprendido campañas de control en diversas zonas de Córdoba, pero el problema excede bastante de los sectores elegidos y hay barrios no incluidos en la lista en los que las molestias y riesgos derivados de la sobreabundancia de estas aves comienzan a tomar tintes dramáticos. Hablo, por ejemplo, del entorno de Regina y La Magdalena. Vivimos tiempos de postureo ecologista, en los que se lleva más querer a los animales que a las propias personas; en los que preferimos un cauce del río lleno de lodos, árboles y pájaros, que limpio y expedito por si a las aguas le dieran por bajar desmadradas y bloquear los puentes. Todo muy respetable, pero no olvidemos que, además de sucias e invasivas, estas alimañas son potencialmente peligrosas, y que hablamos de una larga lista de enfermedades capaces de matarnos. ¿No son razones suficientes como para tomar medidas drásticas y perentorias? ¿Hay que esperar a que se produzca alguna desgracia? En España somos especialistas en esto último, a pesar de los avisos. Sin embargo, la cosa se está desmadrando, y es hora de tomar decisiones. Ya hay ciudadanos que se están movilizando al respecto. ¿Por qué esperar más? Está en riesgo nuestra salud y la de nuestras familias. Mientras tanto, bastante tenemos con ir cambiando nuestra dieta. Vista la evolución de los precios, comerse una tortilla de patatas es ya un lujo al alcance de unos pocos. ¿Cómo entender que sigamos callados? *Catedrático de Arqueología de la UCO
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