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  • Causas y consecuencias

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    Fecha: 09/11/2025 11:11

    A dos semanas del cimbronazo electoral, la política argentina sigue intentando entender sus propias causas y consecuencias. Javier Milei gobierna desde la cresta de una ola que lo desborda, rodeado de funcionarios sin oficio político y sostenido por una realidad que empieza a mostrar sus límites. En paralelo, el peronismo intenta reordenarse detrás de Axel Kicillof, mientras las provincias asumen un papel cada vez más decisivo ante el vacío de conducción nacional. En la película Causas y consecuencias, dirigida por Robert Redford, la trama gira en torno a un gobierno que, tras un hecho político inesperado, intenta sostener una apariencia de control mientras todo a su alrededor se desmorona. El poder, en esa historia, no está en quien lo ejerce, sino en quien logra resistir el caos. Algo de eso parece estar ocurriendo hoy en la Argentina. Dos semanas después de las elecciones del 26 de octubre, todavía persiste la sorpresa. No tanto por los números, sino por la manera en que el presidente Javier Milei decidió procesarlos. Lejos de leer el resultado como un llamado a la moderación, lo asumió como un cheque en blanco. Y en ese frenesí, sigue surfeando en la cresta de la ola, dueño absoluto de una realidad que claramente lo supera. Lo más preocupante es que ya nadie espera racionalidad de un gobierno encabezado por un irracional. El ejemplo más evidente de esa deriva es la designación de Manuel Adorni como jefe de Gabinete. Ahora el ministro del Interior, Diego Santilli, recibe a los gobernadores con Adorni, que es Karina. Es terrible, porque Adorni no tiene pasta para hablar con un político. No lo guía la experiencia, ni la comprensión del poder, ni la sensibilidad que requiere una figura que históricamente fue clave para el equilibrio del Estado. Su único mérito, al parecer, es la obediencia a Karina Milei. Y eso, en política, no alcanza. El nuevo ministro del Interior, Diego Santilli, completa la escena. El Colorado siempre dice que sí. “Te caga y no tiene problema”, dicen los peronistas que lo conocen desde los años 90. Representa a ese sector de la política tradicional que se adapta a todos los climas con tal de no quedar afuera del reparto. En un contexto de debilidad institucional, su docilidad resulta funcional al proyecto libertario, que no busca aliados, sino cómplices. En el fondo, Milei está aplicando una versión distorsionada del kirchnerismo: la centralización del poder, la creación de enemigos internos, el desprecio por las formas republicanas. Esto es kirchnerismo de paladar negro, de derecha. La lógica es la misma, solo cambia el color de la bandera. La diferencia es que detrás del estilo libertario no hay estructura, ni militancia, ni una red política que sostenga el experimento cuando el aplauso se apague. Mientras tanto, Cristina Fernández de Kirchner reaparece como un eco persistente del pasado. Algunos dentro del peronismo creen que sigue siendo un enemigo útil para Milei. Pero lo cierto es que Cristina es mejor enemigo que Macri. Macri es más dañino porque tiene recursos y no tiene escrúpulos. Y entre ambos, el oficialismo se mueve como si el país fuera un tablero donde las piezas solo se mueven por capricho del poder central. En este contexto, la atención debe dirigirse hacia la cuestión política real: el rol que van a tener los gobiernos provinciales. Son ellos quienes, con recursos limitados y gestiones ordenadas, pueden ofrecer una contracara al desorden nacional. La Argentina que todavía funciona está en las provincias, en los gobernadores que entienden que la política no se hace con gritos ni tuits, sino con acuerdos, gestión y presencia territorial, aunque en la campaña electoral mucho no se haya notado. Causas y consecuencias no es solo un título cinematográfico, sino una descripción del momento argentino. Las causas son claras: la bronca, la desesperanza y el hartazgo. Las consecuencias, en cambio, se irán revelando con el tiempo. Y, como en la película de Redford, cuando el telón caiga, quedará en evidencia que el verdadero poder no estaba en los que gritaban más fuerte, sino en los que supieron sostener el país cuando el ruido lo tapaba todo. El camino Después de meses de desconcierto, el peronismo parece haber encontrado una brújula. Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, emerge como la figura que encarna la continuidad y la renovación a la vez. No fue una decisión formal ni una proclamación pública, sino el resultado de un proceso natural: los hechos lo pusieron ahí. Gobernó en soledad, resistió el avance libertario y el lastre kirchnerista, mantuvo la gestión y retuvo el distrito más grande del país cuando todo el mapa se teñía de otro color. El peronismo, que lleva años debatiéndose entre su historia y su futuro, encontró en Kicillof una síntesis posible: técnico, pero político; moderado, pero combativo. No arrastra la carga de los viejos liderazgos ni la dependencia simbólica del kirchnerismo, aunque nadie desconoce de dónde viene. Su desafío es construir desde ese origen un proyecto que no repita el pasado, sino que lo supere. Mientras tanto, en el Congreso y en la calle se discute el eje del nuevo tiempo: la reforma laboral. Lo que para el gobierno libertario es sinónimo de modernización, para buena parte de los trabajadores significa pérdida de derechos conquistados. Algunos sectores empresariales ya se anticiparon a ese clima y comenzaron a echar empleados, como si la sola expectativa de la reforma habilitara la precarización. El mensaje es claro: no hace falta que la ley se apruebe para que empiece a aplicarse. El debate que se viene será profundo, porque la reforma laboral no es solo un conjunto de artículos técnicos: es un cambio de paradigma. Define qué tipo de país se quiere construir. Si uno donde el trabajo sea un costo a reducir, o uno donde sea la base del desarrollo. Kicillof, en este escenario, puede convertirse en el principal articulador de una oposición con sentido político, que no se limite a reaccionar, sino que proponga. Tiene territorio, gestión y discurso. Pero sobre todo, tiene algo que el resto del peronismo perdió: coherencia. El camino es largo y la reconstrucción del peronismo será ardua, pero hay un punto de partida. El partido que supo interpretar al pueblo necesita volver a hacerlo. Y si algo quedó claro tras el temblor electoral de octubre, es que el liderazgo no se impone: se construye. Hoy, el peronismo decidió que su camino es Kicillof. Falta saber si Kicillof decidirá recorrerlo. Por Sergio Fernández

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