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  • Lucrecia Martel: “Prefiero que me juzgue la historia pero no dejar de opinar sobre mi tiempo”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 08/11/2025 04:42

    El libro de Martel reúne varias de sus intervenciones públicas y tres conversaciones que mantuvo con otros artistas y escritores. (Coni Rosman) Antes de filmar Zama, Lucrecia Martel hizo un pequeño viaje en barco hasta Corrientes. En ese viaje llevaba para leer documentos y crónicas de la Colonia acerca de diferentes expediciones en América. Fue entonces cuando dio con la imagen, de un magnetismo fabuloso, que la dejó pensando. El narrador de una de las crónicas aseguraba que, a cualquier hora, si alguien caminaba por alguna de las ciudades mineras (norte de Chile, Perú, Bolivia) iba a encontrarse con indios que deambulaban sin saber adónde ir, mirando alrededor, sin poder conciliar el sueño y desorientados. “¿Por qué estos indios insomnes caminaban por la noche en la ciudad? Porque las cosas se habían transformado demasiado”, dice Martel, en un fragmento de Un destino común, su primer libro, que acaba de ser publicado. Para Martel, la imagen de los indios insomnes –como los llama– es también, de algún modo, una fotografía del presente de la humanidad, que ve cómo se desvanecen las columnas que mantenían en pie una cosmovisión, toda una forma de ver y entender la vida, la sociedad y las ideas. Lo explica así: “El mundo en el que creían, el que los organizaba, el que les permitía sobrevivir, había colapsado. Sus horas de vigilia, sus mejores horas, estaban ahora transformadas en trabajo para los otros. Y las cosas en las que creían, las más sagradas, habían sido derribadas, destruidas, burladas. Pienso que es un poco lo que nos está pasando, y no solo en este país, sino en esta era, en este mundo. Humildemente pienso que estamos en esa situación”. Un destino común es un libro en el que durante dos años trabajaron con la cineasta argentina los editores Malena Rey y Pablo Marín y en el que reunieron algunas de sus intervenciones públicas entre 2009 y 2025 y también tres largas conversaciones que mantuvo con otros artistas y escritores como César González, Carla Simón y Leila Guerriero. El título se desprende de algunas de las ideas de Martel acerca de qué es la cultura. Si escucharla es siempre una experiencia singular, leer las ideas de Martel a partir de la articulación que propone el libro añade otra perspectiva, entre iluminadora y aluvional: interpretaciones, lecturas y frases reveladoras de una manera de ver el presente. Es interesante porque, en la mayoría de los casos, habla ante audiencias compuestas por gente muy joven, que buscan en ella una suerte de guía que va más allá de su trabajo en el cine. Hay algo en su forma de analizar su tiempo que se distingue de otras expresiones cada vez más marcadas por el miedo a la crítica, el escrache o la cancelación. Por estos días tuve la oportunidad de conversar con Lucrecia Martel, a quien hasta ahora solo había entrevistado en 2017, días antes del estreno de Zama, ese cuadro viviente basado en la novela de Antonio Di Benedetto. Por entonces había mucha expectativa ya que habían pasado casi diez años de La mujer sin cabeza, su anterior película. "Un destino común", de Lucrecia Martel, fue publicado por Caja Negra, una editorial que está celebrando sus veinte años de actividad. La expectativa sobre su obra no cede: en estas semanas Martel está presentando por el mundo su nueva película, Nuestra tierra, un documental sobre el asesinato del líder de la comunidad chuschagasta Javier Chocobar en Tucumán, en el año 2009, ocurrido en el marco de una disputa por tierras en el norte argentino. La película de Martel –quien escribió el guión con María Alché– reconstruye esos hechos, presenta fragmentos del juicio oral y público por el asesinato y la crítica señaló que es una crónica brillante y también un retrato artístico y comprometido. A través de las voces de los miembros de la comunidad y de algunas fotografías, en el documental “se revela el origen remoto del crimen, arraigado en una historia de usurpación territorial que se extiende desde la época colonial hasta la actualidad”, según se lee en algunos de los textos divulgados por la producción de la película, que aún no se vio en la Argentina. Nuestra tierra, cuyo estreno está programado para marzo de 2026, tuvo su premier mundial en el Festival de Venecia y acaba de ganar el premio a mejor película en el Festival de Cine de Londres. Entre viaje y viaje, por unos días Martel estuvo en Salta, su provincia, aquella en la que nació y vive y que es también escenario de algunas de sus películas. La charla con Infobae se fue dando por etapas: hubo correos, hubo mensajes de whatsapp y hubo también un buen rato de videollamada. Martel celebra el acto de conversar. Lo hace en el libro pero también lo hará durante esta entrevista. “Tengo una necesidad vital de conversar y tratar de comprender a los que piensan distinto”, asegurará en un momento. También dirá que “una película es un gran esfuerzo para dar inicio a una conversación que no sabés cuándo termina. Eso es lo fabuloso”. Martel: "La tecnología nunca fue sólo un subproducto de la ciencia, sino una manifestación material de la concentración de capital en gigantescas compañías que funcionan como Estados planetarios". (Coni Rosman) — Un libro no es una película y éste es tu primer libro. ¿Cómo te sentís con este cambio de lenguaje? — He intentado todos estos años que no se graben las charlas que doy. Si me ofrecen dinero extra por eso, acepto porque siempre estamos en rojo en reparaciones de la casa, en actualizaciones tecnológicas. Pero si pudiera evitaría las grabaciones simplemente para poder decir ciertas cosas que, cuando se fijan en el tiempo, son mamarrachos, o no hacen gracia, pero en el momento me ayudan a conversar. Cuando Malena y Pablo me propusieron esto, sabía que corría este riesgo pero quizás porque estoy más vieja, o porque el apocalipsis ya es una amenaza diaria, acepté. Por vanidad, quizás no lo hubiera hecho. Malena y Pablo han hecho un trabajo increíble de edición sin perder la levedad tan reconfortante de la conversación. — Entiendo que cuando das tus charlas no llevás el texto escrito aunque sí llevás notas, ¿es así? — Yo llevo un cuaderno con las cosas que pienso y también un poco ordeno la estructura de las charlas. Y, después de las charlas, anoto lo que no dije, lo que me olvidé, lo que debería decir mejor. O sea, más o menos me fui mejorando a mí misma pero, igual, hay un montón de cosas que uno dice livianamente. Como el chiste que hago siempre, y es que nada de lo que digo es verdad, pero tiene consecuencias. Entonces eso me da mucha libertad para decir muchas paparruchadas, y también para decir cosas que para mí deben ser dichas aunque no esté la base científica completa que las sostenga, sino porque son disparadores. La mayor parte del tiempo yo hablo para gente más joven. — Sí, eso se advierte. Muchas veces esas ideas o disparadores son también obsesiones que se repiten a lo largo del tiempo. Son como los temas eje de tu pensamiento, en definitiva. — Yo no es que tenga obsesiones, no me siento ese tipo de persona obsesionada con algo. Lo que sí creo es que hay cosas que en estos años siempre fueron observaciones o temas sobre los que trabajo, pero que el tiempo fue demostrando que en el camino que tomó Occidente, nuestro país en especial, hemos agarrado por rutas que nos llevan tan al precipicio que es el momento para decir: “Che, bueno, ahora nos ponemos a pensar más seriamente sobre cuán profundo tiene que ser el cambio”. No una autocrítica superficial sino realmente pensar en qué momento esto se fue para un lugar tan peligroso. — Me da la impresión de que en los más jóvenes se perdió el valor o el sentido de la democracia que tenemos quienes vivimos en dictadura. De pronto, pudimos heredarles a nuestros hijos algo de esa épica que fue el regreso del sistema democrático pero en las generaciones siguientes, para una enorme mayoría la democracia solo tiene deudas con ellos. Entonces, ¿qué les vas a decir, que con los militares estábamos peor? Hoy para convocarlos alcanza con un discurso que encienda la ilusión de poder llegar a fin de mes o tener un trabajo y un lugar donde vivir. ¿De qué los podemos acusar? — No, no, creo que el discurso punitivo está bastante moderado. Que, en general, la posición no está siendo punitiva con el electorado como sucedió otras veces. Porque a una persona de 30, 40 años, no podés comprometerla con la épica de los años 70, cuando en su propio horizonte de vida tienen el desempleo y lo que vos decís, poco trabajo y alquileres que en algunos casos son una bomba. — Ahora, tanto la pérdida de valor de la democracia como la cuestión de la vivienda no son temas cruciales solo en Argentina o Latinoamérica. En Europa y en otros países centrales, el tema de la vivienda para los más jóvenes es un problema grave. — Exacto, sí. Vos sabés que estuve dando algunas charlas en Europa a raíz de los estrenos de la película y me doy cuenta de que tengo que hacer el mismo discurso que acá, que no es muy distinto. No es que allá les voy a contar las penurias que vivimos acá. No, es el mismo discurso. Hace unos días, en Nueva York tuve una reunión con los estudiantes de Columbia y les decía: “Miren, la mayor parte de ustedes va a gastar el 20, 30% de sus ingresos en tener un lugar para vivir”. Hubo generaciones que no tuvieron que pasar por eso. "La posibilidad que tiene el cine es la de revelar la construcción de la verdad o de lo naturalizado", dice Martel. (Coni Rosman) — Ahora, ¿cómo se explica eso? Allá sucede y también acá, que hay cantidad de edificios con departamentos vacíos. Se habla de lavado de dinero, pero ¿qué hacen con todos esos departamentos vacíos? No termino de entender ese negocio. — Yo te juro que no sé cómo funciona eso. Lo que sí creo es que esas son señales de concentración de capital. Que cuando eso pasa es que hay mucha gente que tenía una disponibilidad de dinero que falta en el resto de la sociedad. A mí lo que me parece vergonzoso es que se auspicia, viste. Se anuncian con bombos y platillos viviendas de lujo, pero qué sentido tiene eso, por Dios, cuando lo que hacen falta son viviendas sociales, viviendas accesibles para los jóvenes. — El espacio que se contrae, de lo que tanto hablás… — Respecto al espacio, es fácilmente constatable que para una importante parte de la población el espacio se ha contraído. La pobreza ha sido siempre un factor de contracción del espacio. La usurpación del espacio vital es un hilo conductor en la historia de nuestra especie. Pero ahora la contracción sucede también en los sectores más privilegiados. Los barrios cerrados, los adolescentes encerrados con sus computadoras, los jóvenes que no salen ni a buscar comida. La pandemia, entre sus muchas calamidades, confirmó que podíamos vivir restringidos en el espacio mucho más tiempo del que imaginábamos. Y una parte de la población se enfureció contra esa restricción que venía desde el Estado, pero curiosamente esa misma gente no parece advertir que la contracción del espacio hace tiempo que viene impulsada desde la tecnología. Y la tecnología nunca fue sólo un subproducto de la ciencia, sino una manifestación material de la concentración de capital en gigantescas compañías que funcionan como Estados planetarios, a cuyos dueños conocemos más que a los presidentes de otras naciones. Contracción del espacio vital y expansión asombrosa del capital concentrado: la idea misma de nación parece diluirse. — Justamente decías recién que hablás mucho con gente joven y en esas intervenciones se advierte en vos una voluntad entusiasta, de estímulo. — A veces me cuesta sostenerla. Ayer hablaba con una amiga y le decía: hoy no puedo hablar con nadie porque no tengo ninguna luz en el horizonte. Más allá del esfuerzo de optimismo, porque me parte el corazón ver gente muy joven como desesperados, angustiados, no sé. Me escriben. Para mí es aterrador eso. Y sobre todo porque es algo que no imaginé que me iba a tocar vivir. No me imaginé que iba a tener que asumir este rol de madre. Pero lo que sí creo es que es un momento excepcional para el cine. No sé si para el cine como industria pero sí para la gente que quiere hacer narrativa audiovisual. Porque hay un analfabetismo funcional generalizado en el planeta y la organización narrativa en imágenes y sonidos tiene unas posibilidades para mí muy por debajo del razonamiento clásico del pensamiento, del razonamiento. Yo creo que en el cine, lo que uno puede hacer con imágenes y sonido no es tanto informar “esta no es la verdad, esta es la verdad”, si no mostrarle al público la forma en que se construye la verdad. No sustituirla. Porque en el proceso de sustituirla realmente uno no está logrando ningún mecanismo mejor. El asunto es que la verdad, las verdades establecidas por una sociedad, son epocales y son construidas y es necesario ver cuán construidas son. Y hay cosas en las que resulta fácil vulnerar la construcción de pensamiento y hay otras que son muy difíciles porque están súper naturalizadas. Y, para mí, esa es la zona donde el cine puede trabajar hoy. Cuando digo cine, me refiero a la narrativa audiovisual en general porque creo que hasta TikTok puede servir para eso. Esto es: comprender esas herramientas no como un lenguaje subsidiario del lenguaje oral o del discurso del pensamiento. Entonces, en eso sí creo y tengo optimismo. Lo que pasa es que eso hay que ejercerlo. Hay que querer ejercerlo. Trailer de "Nuestra tierra", la nueva película de Lucrecia Martel — Me gusta cuando decís que “hay que inventar el cine”. Ahí me parece que vas incluso un paso más allá en esa cosa del entusiasmo. De eso te hablo. — Mirá, cuando digo lo de no sustituir una verdad por otra, es porque eso sería del orden del argumento: mucha gente cree que el cine es contar historias, que el cine es una cuestión argumental. Y no, la posibilidad que tiene el cine es la de revelar la construcción de la verdad o de lo naturalizado. Y cuando eso sucede, que son esos momentos muy milagrosos a los que uno asistió en la literatura, en el teatro, en el cine, en la música, uno asistió a esos segundos en los que decís: “Ah, pará, esto no es así. Esto podría ser de otra manera”. La posibilidad que tiene el lenguaje del cine para eso es enorme. Es infinita. Lo que pasa es que hay que ejercer esa potencia. En ese lenguaje cinematográfico normado por toda esa narrativa hegemónica del argumento, de los tres actos, los cinco actos, todo eso le resta potencia al lenguaje. Y cuando yo digo “inventar el cine”, es que los chicos vean que el cine es una droga buena. Es una droga buena que te abre la percepción y te puede permitir cosas que ahora no le vemos solución pero por lo menos comprenderlas como construidas y no como cosas a las que hay que resignarse. — Te escucho y pienso que las imágenes que estás dando tienen que ver con la idea de epifanía y hasta de revelación, ¿no? Eso que estás diciendo, lo de abrirse a la percepción y mirar de nuevo. — Eso pasa. Mirá, uno tiene esa intención con el cine. Es muy difícil lograrlo todo el tiempo durante las dos horas que dura una película. Quizás tenés unos segundos aquí, unos segunditos allá. Para un espectador estos segunditos, para el otro son aquellos segunditos. Pero la ambición de intentarlo es tan feliz, te da tanta felicidad ejercer esa ambición. Después, que uno lo logre… Yo no lo he logrado más que en segunditos en las películas. Creo yo, ¿no? Porque eso un poco te lo devuelve el espectador. Uno lo intenta de todas las maneras posibles y, después, la vida de las películas te va diciendo: “sí, no, sí, no”. — Aquellos “segunditos”, como decís, que resaltan los espectadores, no coinciden necesariamente con los segundos que vos imaginaste en el momento del montaje final. De pronto te sorprenden con cosas que no pensabas, ¿no? — Por supuesto, sí. Y no tiene que ver siquiera con el gusto, porque a mí hay muchas personas que me han comentado que no les gustan las películas pero que pensaron tal o cual cosa. Porque la película, como objeto, no es el fin de una acción, es el comienzo de una conversación. Y siempre lo entendí así porque para mí era como funcionaban los relatos orales de mi abuela. No era que el cuento cerraba sino que, a partir del cuento, venía todo un momento de preguntas, de comentarios, donde uno le preguntaba más cosas. Para mí, la película es un gran esfuerzo para dar inicio a una conversación que no sabés cuándo termina. Eso es lo fabuloso. — Cuando hablas de los relatos orales de tu abuela siempre me acuerdo de una anécdota que me contó el escritor Héctor Tizón hace muchísimos años, en Yala, Jujuy. Invitado por la Universidad de Leyden, en Holanda, le habían empezado a preguntar una vez más por el realismo mágico y entonces él les respondió: “Cuando yo era chico, antes de que nos durmiéramos mi abuela entraba a mirar que no hubiera serpientes bajo los colchones. Bueno, eso que para ustedes es realismo mágico, para nosotros era realismo pedestre”. ¿Qué eran los relatos de tu abuela? — Desde el estreno de un corto mío yo siempre he estado en contra de esa calificación de realismo mágico porque eso es creer que existe la realidad. Que la realidad es un dato hecho y no que la realidad es un invento al que le otorgamos un montón de funciones. — Una convención. — Claro. Entonces por eso para mí esa idea del realismo mágico habrá servido para un periodista, para un crítico, pero la verdad que no sirve para pensar. Como ciudadanos no nos sirve. Y lo que hacía mi abuela era eso, llenar los espacios de lo que conocíamos, la casa, los vecinos, un poco más allá, la casa frente a la plaza o qué sé yo, llenarlos de narraciones. Entonces, ese edificio ya no era solamente ese edificio sino que era todo lo que nos contaba mi abuela. Y lo que tienen de hermoso los cuentos, sobre todo esos cuentos infantiles, es que no es que se vuelve una realidad dura, no es como un edificio. El relato es un vapor que está ahí dando vueltas, que va, que viene, que no tiene la pretensión de la verdad. Eso es muy importante. La pretensión de verdad es un problema que la política se va a tener que cuestionar muchísimo, yo creo que es el gran problema argentino. La permanente carrera a ver quién encuentra la verdad, quién impone la verdad, no nos va a hacer más que meter la pata. — En tus intervenciones decís algo así como que es mejor pensar en perspectivas que en lugar de verdades. — No perspectivas, sino que la verdad es quién puede imponer que tal cosa sea la verdad. En la ciencia también funciona de esa manera y también hay otros procedimientos. Ojalá fuera como la ciencia: es todo el tiempo contrastar a ver si sirve para seguir construyendo nuevas ideas. — Y en la ciencia además hay legitimaciones constantes, ¿no? — Claro. El problema de cómo funciona la verdad en la política es establecer como marcas que son naturales e inamovibles. Eso es una locura porque la sociedad cambia y necesitamos todo el tiempo estar revisando lo que consideramos útil, bueno, verdadero. No se puede estar estableciendo marcas como si fueran microedades de oro, donde las cosas se dicen para siempre. O que alguien, que en general es el partido que ejerce el poder, crea que es el juez último de lo que está bien y lo que está mal. Mientras sigamos con una concepción de la democracia en esos términos, estamos liquidados. Porque siempre va a venir uno que va a destruir la verdad del otro. No va a poder haber un consenso en las zonas en donde quizás no estamos tan de acuerdo. El discurso en torno a la verdad para mí es de las cosas más peligrosas que se fue imponiendo en la Argentina en los últimos 30 años. Y esa idea de la grieta, absolutamente estúpida, porque todos sabemos que en nuestras familias eso no funciona, todos tenemos en nuestras familias a gente de un lado y del otro y nos queremos, y nos adoramos, qué sé yo. Martel: He visto gente brillante adormecerse bajo el lema “no hacerle el juego a la derecha”. (Coni Rosman) — Al tío facho lo queríamos igual. — Por supuesto. Y está la tía hippie, la otra zurda, y en Navidad están todos juntos y charlan y más o menos tratan de conciliar en algunos temas. Entonces, a nivel de la familia o de las pequeñas comunidades esas cosas no funcionan. Esas polarizaciones están para mí íntimamente munidas de la idea de una verdad que viene alguien y la impone. O, bueno, todas estas ideas que ahora se enuncian de una manera muy, te diría, hasta ingenua, de batalla cultural y qué sé yo, pero que ya se venían ejerciendo esas ideas de un lado, de otro. — En el libro decís que estamos llenos de miedos y que hay que dejar de intentar quedar bien con todo el mundo. Resalto un fragmento: “Nos han vuelto impotentes de mil maneras: la cancelación nos ha vuelto impotentes, también la apropiación cultural”. — Sigo de acuerdo con esa frase. No es necesario ser algo en particular para hacer algo relevante sobre un tema. Creo que nos da miedo asumir errores históricos. Hace mucho tiempo tomé esta decisión: prefiero que me juzgue la historia pero no dejar de opinar sobre mi tiempo. He visto gente brillante adormecerse bajo el lema “no hacerle el juego a la derecha”. Y ahora que los jóvenes se identifican con la derecha y sienten que este gobierno los representa, les sugiero humildemente que no dejen de ser críticos con sus representantes bajo el lema “no hacerle el juego a los zurdos”. Porque en esos lemas se ahogan todas las posibilidades de corregir las ideas que nos llevan al fracaso. La vida va revelando las doctrinas inútiles; cuando vemos la pobreza crecer, los jóvenes sin la educación que les permita tener un futuro que no sea la sumisión. Que la pobreza se mida sin incluir lo que cuesta un alquiler es un absurdo incomprensible. Creo que los manifiestos políticos y estéticos son geniales si son bromas, chistes, poemas, pero no planes de acción. Tengo una necesidad vital de conversar y tratar de comprender a los que piensan distinto. Porque es la única manera de ejercitar el pensamiento y el lenguaje. Los algoritmos no tienen nada que ver con la experiencia de vivir en un planeta. — Pensando en el título del libro, decís que armar el destino común “es la única tarea de la cultura” y describís a la cultura como “la guerra por las buenas”, una guerra que hay que pelear para incluir a todos. Parece una gran respuesta a los embates ultraconservadores contra el arte y también contra la investigación. — Yo creo que la cultura es la guerra por las buenas, pero no creo que eso sea lo único que puede ser la cultura. A lo que aspiro es a que la cultura no sea la guerra por las buenas sino un lugar de encuentro, no de iguales, en donde el disentimiento sea posible. No la homogeneidad de pensamiento. Para mí estos chicos que hablan de la batalla cultural y qué sé yo, yo lo veo como una ingenuidad. Ahí es donde se revela la debilidad de ese pensamiento. ¿Por qué? Porque eso de imponerse sobre los otros, con un poco que pasen los años, te das cuenta que no funciona. Las ideas que se imponen destrozan la posibilidad de la transformación, que es vital para cualquier proceso económico, para cualquier proceso social. Cuando uno dice cultura, enseguida imagina los suplementos culturales de los diarios, los libros, las películas, el teatro. — Cultura es también una manera de mirar el mundo, ¿no? O sea, uno puede mirar la política y la sociedad desde la cultura. — Sí, es la forma de intercambio simbólico que una sociedad adopta y que determina a qué le otorga legitimidad y a qué no. Por eso te digo, para mí, la cultura del cine empieza cuando empieza una conversación. En la Argentina, cada vez que hay una discusión en torno a una película enseguida hay un enardecimiento por establecer si la película es pésima o es excelente. No tiene importancia eso, lo que tiene importancia es que conversamos de muchas cosas a raíz de una película, a raíz de una obra de teatro, a raíz de un programa de televisión. Esa parte en donde los humanos ejercen la invención del lenguaje no para estar de acuerdo con los que ya están de acuerdo, porque yo con la gente que estoy de acuerdo en lo que pienso no necesito hablar, voy a tomar un vino y charlo de música, charlo de otras cosas. El lenguaje sirve sobre todo para cuando no entendés la posición del otro. Para cuando no entendés las ideas del otro. Esa función del lenguaje en nuestro país está liquidada. — Y hoy diría que se necesita más que nunca para tratar de entender dónde estamos parados. — Y te digo una cosa, en ese sentido, para mí la gente que queda corrida del poder tiene más posibilidades de hacer eso, de retomar las funciones de comunicación con el que no piensa igual. Simplemente porque se ve obligada porque está corrida del poder. Martel: "Es tal la velocidad, que el pensamiento queda anacrónico muy rápido". (Coni Rosman) — Lógico, claro. — Ahora, a lo que yo aspiro políticamente en este país es que eso suceda con quien ejerce el poder. Hablo de la capacidad de usar el lenguaje para entender a aquel que no está en posición de poder. — Los otros días un amigo me recordó una cita de Carlos Monsiváis, el ensayista mexicano, que decía “O ya no entiendo lo que pasa o ya no pasa lo que entendía”. Que es una frase ideal para un momento como éste, en el que hay mucha gente que está pensando distinto a lo que fue hegemónico durante mucho tiempo. — Exacto. Exacto. Creo lo mismo y también creo que esa gente que está pensando distinto también es víctima de la velocidad de los procesos históricos y económicos, que está íntimamente asociada a la velocidad de la tecnología. Es tal la velocidad, que el pensamiento queda anacrónico muy rápido. Por eso, más que nunca tenemos que estar en la acción de pensar permanentemente y no de estar estableciendo mojones, como “esto es la verdad”. Porque con mojones ya no va a funcionar la historia. — Ahí aparece otra de las cosas de las que hablás en el libro y es la enorme diferencia entre la ocurrencia y la idea. Vivimos en la era de las redes sociales, un tiempo en el que se celebra la ocurrencia y se piensa menos a largo plazo. — Indudablemente. Y es porque también la velocidad hace que se confunda la ocurrencia con la idea. En períodos medianos y de largo plazo te das cuenta de las ocurrencias que fueron solo eso, ocurrencias. Lo que pasa es que las consecuencias que puede traer una ocurrencia son muy distintas que la de una idea. Para mí, te digo, la palabra que define el proceso mental al que estamos sometidos es “sustitución”. Viene una noticia y sustituye a la otra, a la otra. Una preocupación sustituye a la otra. Mientras tanto, hay un malestar que no cambia con esa velocidad de sustitución, de noticias, de titulares de diarios. Ahora es tal acto de corrupción, ahora es esto, ahora es un accidente, ahora es un crimen atroz. — Por momentos eso parece programático. — Yo pienso que un poco sí y un poco no. Un poco sí y otro poco es la tecnología misma, que impone la idea de novedad. Vos fijate cómo funcionan las redes. Yo no estoy en las redes, pero conozco a la gente que tiene que alimentar las redes. Tienen que “alimentar” las redes: ahí ya te das cuenta de que la red es un ser vivo. Ya dejó de ser una red social, es un organismo que le está consumiendo el tiempo a la gente desde todo punto de vista. Pero lo que digo es que la velocidad de la historia se aceleró tanto, y te digo en los últimos 10 años la aceleración es para mí increíblemente mayor. Y esa aceleración es muy difícil para nuestros organismos; no sé si llegan a modificar nuestros organismos, pero para nosotros es muy difícil ir a esa velocidad de sustitución. Y hay una tristeza y una angustia y algo que requiere de ideas, no de ocurrencias. Y eso es lo que yo veo que está difícil de manejar. Ese ánimo, ese sentimiento que es mucho más orgánico. Que te hace levantarte a la mañana con dificultad, sin mucha esperanza. Y que no es ni este gobierno ni el otro gobierno ni la futura guerra. — No, no, es propio de una era también eso. Ahora, antes mencionaste la palabra útil. En el libro decís: “Uno está en un momento de la vida en el que realmente querés ser útil” y también decís que “en otra época, lo útil era algo malo. El arte no tenía que ser útil. Eso nos ha arruinado mucho”. Me gustaría un poco hablar sobre esa idea de utilidad porque, si entiendo bien, es algo que comparto y es que, en este momento, me propongo que lo que hago sea productivo para mí y para los otros. — En ese sentido, te digo que a veces también la decisión es encontrarme con aquellos de los que no sé qué esperar. La aventura del otro. Viste, como decir: bueno, qué voy a conocer más raro que otra persona que no conozca. No hay ningún país, ninguna isla, ninguna playa que te vaya a proporcionar la aventura que es conocer a otra persona. Y también eso las redes han restringido. Y el algoritmo y todo lo que ya sabemos. Han restringido mucho entrar en contacto con lo realmente diverso. Antes la escuela pública tenía esa posibilidad. Ahora la escuela pública es de los pobres. Antes, el servicio militar generaba esa posibilidad. Al menos un lugar de encuentro. La calle como lugar de encuentro. Y las redes, que podrían haber sido también eso, dejaron de serlo. El algoritmo ya no permite que uno se pueda encontrar con gente bastante distinta a uno. "No hay ningún país, ninguna isla, ninguna playa que te vaya a proporcionar la aventura que es conocer a otra persona", asegura Martel. (Coni Rosman) — Es que no te podés dar vuelta por otros barrios, no hay manera. Son los nuevos editores de nuestra vida, los algoritmos. — Yo sé que hay un montón de personas que hacemos un gran esfuerzo por likear cosas que no nos interesan y que nos aparezca distinto. — Pero no ocurre. — Y lo terrible es cómo funciona el algoritmo ahora en los buscadores de internet. Eso me parece patético. Porque antes yo llegaba a cosas espectaculares y ahora me cuesta cada vez más. Cada vez más es una mediocridad de información que no te lleva a ningún sitio interesante. — Lo de la Inteligencia Artificial puede fascinar pero también puede ser muy aplastante. — Para mí lo único aplastante de la IA es la concentración en manos de pocas empresas. La concentración que tiene esta tecnología de capital es alarmante. Y eso es lo único. Después, hemos sobrevivido a inventos más sofisticados, como la idea de Dios. A esto le vamos a encontrar la vuelta. — ¿Ah, sí? ¿Pensás eso? — Sí. Sí, estoy convencidísima de que hay una generación que va a venir, que debe estar ya bastante vacunada contra esto. Lo que pasa es que todavía quizás no ejerce el poder. No está en la edad del poder, simplemente porque son chicos. Creo en el aburrimiento como factor de cambio. Y confío en la curiosidad más que en cualquier lista de mandamientos. Pero esos dos estados son capturables por la tecnología. Al principio me divertía intentando conversar con los chats de AI, pero últimamente prefiero descubrir gente que inventa cosas en Tik Tok. — ¿No te da miedo entonces el avance de la IA? — Mientras recordemos que estos servicios los dan empresas, con sus propios objetivos, no veo tanto peligro. El miedo quizás sea que esta tecnología tan poderosa aparezca en medio de una crisis planetaria, cuando no estamos muy seguros de qué cosas son importantes para la vida futura. De la tecnología me preocupa el tráfico de datos de los ciudadanos hacia quién sabe dónde. Pasa el tiempo y no veo que sea un tema de preocupación de los gobiernos. Se pueden hacer perfiles de un ciudadano desde que nace. La intimidad, el olvido, el arrepentimiento: no creo que podamos prescindir de eso fácilmente. Lucrecia Martel, en la última edición del Festival de Venecia. A su lado, su pareja, la cantante Julieta Laso. (Crédito: prensa Festival de Venecia) — Vuelvo al tema del entusiasmo. Asistimos a un cambio de era que definís a partir de “una horrorosa crisis económica, una espeluznante crisis política y un cambio tecnológico brutal del que apenas estamos viendo el comienzo”. Sin embargo, en lugar de llamar a la resignación, convocás a ver todo de nuevo y a inventar. No solo a inventar el cine, digo; invitás a perder, incluso, horas de descanso para dedicarlas a la creación. Les hablás a los jóvenes y determinás que son una generación excepcional. ¿De dónde sacás energía y optimismo viendo con tanta claridad un panorama tan desolador? — Estos últimos años estuve pensando mucho sobre nuestra historia, sobre la escritura misma de la historia, sobre la fundación de la Nación, sobre el trámite y el documento, y, sobre todo, pensando en la educación. Cuando una cree que tiene algo para compartir con los vecinos, es necesario encontrar el lenguaje para hacerlo. Puede parecer exagerado, pero si vemos la inutilidad en la que ha caído la palabra, y en general las formas con las que nos comunicamos, deja de ser una preocupación exagerada. El lenguaje con imágenes y sonidos también experimenta una crisis en estos días. Encontrar el modo lleva tiempo. Y creo que en esta película (N. de la R.: se refiere a Nuestra tierra) lo encontramos. Se necesita tiempo para pensar. Es difícil decir esto cuando la pobreza nos muerde los talones, porque es caro tener tiempo. Es muy fácil desistir de una misma; el cansancio es algo físico y para suplir la falta de presupuesto hay que usar las horas de descanso. Por eso hay que rodearse de gente curiosa, a la que le guste comer sano, y que sólo se intoxique de vez en cuando… — Al leer Un destino común y prestarles mucha atención a tus ideas y, sobre todo, cuando advierto lo que pasa con aquello que decís, con la fuerza que transmiten tus intervenciones, comencé a pensar en el lugar que tenía María Elena Walsh en la cultura argentina. — (N. de la R. Martel queda un segundo en silencio, como sorprendida) Un día en el supermercado la vi a Maria Elena, ella ya usaba un bastón, como yo. Estaba unas personas más adelante en la caja y durante 10 minutos pensé: ahora me acerco y le digo “Gracias, señora Maria Elena” o “Gracias, señora Walsh” o “Gracias”. Pero se notaba que tenía su carácter y no me animé. Gracias, Maria Elena, porque sus canciones son las cosas que me devuelven el sentido de pertenecer a una época, a un lugar con alegría. Eso es la cultura, ¿no? Unos hilos invisibles que nos unen a los otros y nos hacen sentirnos menos solos. *El libro Un destino común se presentará con un diálogo entre Malena Rey y Lucrecia Martel el sábado 15 de noviembre, a las 17, en Deseo Club (Av. Chorroarin 1040, CABA), en el marco de una gran celebración por los veinte años de la editorial Caja Negra.

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