Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Una mirada desde la alcantarilla. Diálogos raídos

    Parana » Ahora

    Fecha: 07/11/2025 20:48

    Diálogos raídos La vereda tiene una función social, quizás hayamos perdido el hábito pero en los pueblos y en los barrios, al final de todo los pueblos son como barrios de una etapa de la vida, las veredas eran no sólo el lugar para transitar al resguardo de la calle, hecha para los autos, era el lugar para detenerse. Pienso en esto sin esperar sorprender a nadie, cavilo por las conversaciones de la infancia. Mi madre solía saludar apurada, tenía siempre mucho por hacer en casa y otro tanto para llegar a dar sus clases. Sin embargo, jamás dejaba esos minutos en que se ponían al día con Yoyi, en que respondía a un comentario de alguien de las otras cuadras que pasaban o que estaban en el frente de sus casas. Si estaba con ella, yo seguía de largo, me aburría nombrar pronósticos del clima, saber de internaciones o dadas de alta, conocer más sobre plantas y apellidos que se unían interminables en una sucesión de parentescos a lo García Márquez. Estaba tontamente desesperada por crecer, quería desprenderme de eso y saber más sobre los planes con mis amigas, sobre las estrategias para convencer a nuestros padres para obtener permisos y todos esos asuntos maravillosamente inútiles que me ataban como una condenada. Mamá en cambio tenía pronta los interrogantes necesarios para mantenerse humana, sabía quién estaba preocupada por su hijo, dónde cambiaban las fachadas y por dónde pisar con cuidado, en qué asunto era bueno no hacer hincapié, qué misivas no dejar penetrar en la mirada sobre el día. Hace unos días camino por mi zona, todos caminamos generalmente por las mismas, nos habituamos al ritmo, levantamos la vista antes de llegar a la esquina, sabemos instintivamente qué baldosa está floja. En estas cuadras hay sobre todo gente pidiendo comida o plata y policías. Y a veces me da rabia mirar y otras no ver. Ayer charlando con un policía jovencísimo que fue mi alumno en la secundaria, le preguntaba cómo estaba él y qué era de su vida. Me dijo que él por suerte bien, como rescatándose de un todo más grande. Señalaba el “yo, al menos yo”. Y entonces me contó de la construcción propia arriba de la casa de su madre, del noviazgo manso sin apuros con una chica, de los turnos que cumple y de los extras que fue dejando para estar más lúcido. Y ahí me dijo pero no es así siempre, algunos tienen hijos y parejas, o están haciendo horas de más para ganar unos pesos. Esos algunos no la pasan bien, hubo una pequeña ola de suicidios, unas cartas sobre la salud mental y un freno mediático. Quizás para menguar la preocupación, quizás para tapar esos escándalos que preferimos no conocer. En las cámaras de seguridad de algunas calles se los ve dándose trompadas a la cabeza, no pueden más del cansancio, chocan el cuerpo como toros contra las paredes cuando ni los pájaros madrugadores chillan. Y pregunté por el sueldo, supe que rascan el millón y que están durante madrugadas enteras en la vigilia. Ese poli tenía la edad de mi hija mayor, y mientras hablaba conmigo, mi hija dormía plácida en las primeras horas del día. Hay pájaros entre los árboles, una paloma azota el silencio con su buche. Saludo al policía, al exalumno, miro más las casas de los costados. Un hombre pasea a su perro y solo habla con él. Una mujer fuma sentada en su escalón, apoya la espalda a su puerta. No nos miramos ni sabemos nuestros nombres.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por