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» Diario Cordoba
Fecha: 05/11/2025 08:39
El pasado mes de abril, en la primera de las dos únicas conversaciones cara a cara que he mantenido con el president Mazón desde la Gran Riada, le pregunté directamente si pensaba agotar la legislatura e incluso si en sus cálculos entraba ir más allá y repetir como candidato del PP a la presidencia de la Generalitat Valenciana en las siguientes elecciones. “Lo único que quiero es no salir de este edificio como un asesino”, me contestó. Esa frase, que ha sido una obsesión durante todo este tiempo, explica una parte del comportamiento de Mazón desde que el 29 de octubre de 2024 el diluvio cayó sobre Valencia mientras él estaba a cubierto en un restaurante sin darle importancia a lo que sucedía fuera, y seguramente está en el origen de los incontables errores que ha ido cometiendo día tras día hasta llegar al desenlace: su dimisión como presidente de la Generalitat, mal anunciada y peor gestionada, y la liquidación de su carrera política con tan solo 50 años de edad. Mazón dijo que iba a liderar la reconstrucción, pero lo que ha hecho ha sido pasarse doce meses tratando de reconstruirse a sí mismo, a la vista está que sin conseguirlo. Las víctimas pueden llamarle asesino. Y lo seguirán haciendo. Tienen derecho a ese desahogo. Pero no lo es. Es sencillamente un dirigente que no supo estar a la altura y que por eso debía irse. Y sin embargo, interiorizó tanto el calificativo que ha pasado un año tratando de endosárselo a otro. Hasta hoy, cuando dijo que él “sólo” se había equivocado, y que Pedro Sánchez por el contrario había actuado con maldad. Lo único que ha logrado con ese relato ha sido cavar cada día un poco más su propia fosa, hasta tocar fondo. Porque incluso si ello fuera así, que no lo es, un pecado jamás lavaría al otro. Así que su empeño, como se ha acabado viendo, fue desde el primer momento estéril. Y perjudicial para todos. Pero para tratar de explicar el pecado original, esa falta de reflejos, de atención y de liderazgo que Mazón demostró el día de la DANA, hay que remontarse a otra frase. Se la dijo precisamente quien hoy se perfila como su sustituto, si Vox quiere, Juan Francisco Pérez Llorca, secretario general del PP y el hombre que había dirigido la campaña que acabó con los populares recuperando la posición de partido más votado en la Comunitat Valenciana, en la noche del 28 de mayo de 2023, cuando ya se sabía que, pacto con la ultraderecha mediante, Mazón iba a ser el nuevo inquilino del Palau: “Ten en cuenta que le has ganado al socialista más querido de España”. Pérez Llorca no trataba de alabar al jefe con esa alusión al triunfo sobre Ximo Puig que acababan de lograr. Sino de recordarle a Mazón la responsabilidad que él mismo, y con él todos, adquirían a partir de ese día. Porque el llamado “gobierno del Botànic” presidido durante ocho años por Puig había tenido cosas buenas y cosas malas. Y de hecho, había perdido aquel día las elecciones. Pero Puig había sido, con sus aciertos y sus errores pero sin duda, el presidente más cercano a los ciudadanos que la Generalitat jamás había tenido. Y muchos en el propio PP, empezando por Pérez Llorca, consideraban que Mazón debía esforzarse por no bajar ese listón. Además, estaban convencidos de que podía superarlo. Y, sin embargo, fue lo contrario. Se diría que esa frase de Pérez Llorca, y otras muchas similares que escuchó, provocaron en Mazón justo la reacción opuesta a la que sus interlocutores buscaban. Fue como si a Peter Parker le acabaran de confirmar que la araña radioactiva que le había picado le había transmitido superpoderes. Un tipo campechano, pero prudente, se convirtió en alguien prepotente y, en demasiadas ocasiones, fanfarrón. Un político que, recién aterrizado en un lugar tan complejo como es el Palau desde el que se dirige la cuarta autonomía de España, no tenía nada que aprender sino que venía a dar lecciones. Un hombre con una acreditada capacidad de escuchar pasó a menospreciar todo lo que escuchaba e incluso a mostrarse irascible si eso que escuchaba no le gustaba, como hacen quienes llevan mucho tiempo en un cargo. Sólo que él acababa de llegar. Pero es que a veces, demasiadas veces, no parecía que los ciudadanos hubieran elegido a un presidente, sino que les hubiera caído del cielo, para su fortuna, un máster del Universo, por seguir con el ejemplo de los cómics. Le faltaban diez escaños para la mayoría absoluta, pero desde el primer minuto se comportó como si le sobraran veinte. Así que anunció que había nombrado nada menos que al “gobierno de los mejores” y a los que llevamos unos cuantos años en esto nos dejó estupefactos esa afirmación, viendo los perfiles que había elegido para asumir las distintas consellerias. Su Consell, ni por preparación ni por currículo social o político, resistía la comparación con los de Zaplana, los de Camps o incluso los de Fabra, que ya es decir, por citar sólo los presididos por el PP. Y el equipo de colaboradores más estrechos que conformó en el Palau sólo tenía un punto en común: la amistad. Podían ser más válidos o menos, pero adolecían de un déficit que a la larga se ha demostrado capital: no tenían experiencia alguna, ni en lo que es una Administración tan potente como la Generalitat Valenciana ni en política nacional. A veces, y les aseguro que no se trata de hacer leña de los árboles caídos, que bastante han tenido ya, aquello parecía una cuchipandi: los de 50 se comportaban (vestían, hablaban, andaban, se hacían selfies…) como si tuvieran 30, el jefe de gabinete compartía piso con el president, lo que no permitía poner la distancia crítica necesaria para que cada cual hiciera el trabajo como correspondía, y la “vertebración” de la Comunitat Valenciana se confundía con irse a Alicante, cada vez más días al cabo de la semana, para “teletrabajar”. El martes, 29 de octubre de 2024, el día en que 229 personas murieron ahogadas sin que la Generalitat les avisara de lo que se les venía encima ni el president asumiera los mandos desde primera hora, era un día laborable y había un aviso rojo de la AEMET, el máximo que puede emitirse, que significa riesgo extremo para la población y los bienes, desde antes de las 8 de la mañana. Pero ninguno de los secretarios autonómicos que conforman la estructura de gobierno del Palau estaba en su puesto. Ni siquiera estaban en Valencia: unos estaban en Alicante (repito, martes no festivo) y otros por ahí. Tampoco lo estaba el conseller de Educación, el miembro del Gobierno autonómico con una relación más estrecha con Mazón y persona clave en una catástrofe como esa por lo que pueda implicar el que los colegios estén cerrados o abiertos. No es que Mazón no estuviera al timón. Es que no había nadie en el barco. Un día laborable, con un aviso rojo de la AEMET. Mazón ha reconocido, doce meses después, que se equivocó no suspendiendo su agenda, esa que le llevó de un sarao a una larga comida que aún no se sabe ni cómo ni cuándo acabó. Pero dice que no lo hizo por maldad. Y yo sé que en eso dice verdad. Es simplemente, que no iba a mirar las nubes cuando llevaba un año flotando entre ellas. Sin pisar el suelo. Levitando. No supo calcular. Pero es que había montado un sistema incapaz de hacerlo. Todos los presidentes anteriores a él han confesado que a ellos les podría haber pasado que no estuvieran bien comunicados, pero están seguros de que sus respectivos equipos les hubieran sacado de los pelos de donde estaban y les hubieran arrastrado hasta el despacho. A Mazón, sin embargo, le llevaron al restaurante unos papeles para firmar, pero sin rechistarle, siguió tranquilamente con una comida de cuatro horas cuando ya había muertos en las calles, acompañó al salir del ágape y sin mayores prisas a su invitada al almuerzo hasta el aparcamiento y aún le dio tiempo a cambiarse de ropa sin atender las llamadas de su consellera de Emergencias antes de llegar, cuando ya para todo era tarde, al centro que debía dirigir las operaciones de protección de los ciudadanos. Su carrera política acabó ahí. Y él lo supo desde el principio, aunque haya estado todo este tiempo autoengañándose. Hay aún una tercera frase, que termina por cerrar todo este círculo de despropósitos que está siendo la crisis de la DANA. “Tú no vas a dimitir, vas a seguir ahí porque el PP no va a cargar con las muertes. Aquí no hay más culpable que Sánchez”. Se la dijo Aznar. Y no una vez, sino dos. Las dos veces que en este año han comido juntos y en secreto en Valencia. Mazón lo interpretó como un apoyo. En realidad, ha resultado una condena. Rudyard Kipling escribió en 1888 'El hombre que pudo reinar', un cuento sobre dos buscavidas que intentan hacerse con un territorio en las montañas entre la India y Pakistán para ganar fama y riquezas. John Huston convirtió en 1975 aquel texto en una maravillosa película protagonizada por un Sean Connery y un Michael Caine en estado de gracia y con una química entre ambos insuperable. Mazón podía haber sido ese hombre que pudo reinar. Pero ha acabado siendo el que no supo hacerlo. Tanto el cuento de Kipling como la película de Huston acaban mal para sus protagonistas. Para Mazón también el final está siendo penoso. La Generalitat Valenciana no está a estas horas en manos de sus dueños, que son los ciudadanos. Sino que definitivamente depende de Vox, el cuarto partido, de cuatro, en los últimos comicios. Así que como Feijóo no dé un golpe de autoridad, para empoderar a quien vaya a sustituir a Mazón sin miedo a ir a las urnas antes que transigir con cualquier cosa, el remate puede ser fatal para los ciudadanos de la Comunitat Valenciana, la cuarta que más escaños ocupa en el Congreso. Y para sus aspiraciones a gobernar España, también.
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