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Gualeguay » Debate Pregon
Fecha: 04/11/2025 00:02
                            Dos teorías, una misma tensión. Ads Hay conceptos que iluminan no solo con la claridad de la idea sino con la melancolía de lo que revelan. El empate hegemónico, formulado por el sociólogo argentino Juan Carlos Portantiero, es uno de ellos: una radiografía del alma política argentina. En su lectura —inspirada en el pensador italiano Antonio Gramsci—, la historia nacional aparece como una sucesión de bloqueos culturales: ningún proyecto logra transformarse en el relato común de todos. La hegemonía, dice Portantiero, no es simplemente el dominio de una clase, sino la capacidad de convertir los propios intereses en horizonte compartido, en el sentido común que organiza el lenguaje de lo posible. Sin embargo, en la Argentina, ese relato siempre se interrumpe: cuando un proyecto intenta consolidarse, otro, con igual fuerza simbólica y social, emerge para impedirlo. Desde la caída del primer peronismo, la nación se mueve en esa danza de espejos: ni el liberalismo ni el nacionalismo popular logran erigirse como articuladores estables de la totalidad social. No se trata de una alternancia pacífica, sino de una disputa que nunca se resuelve, un péndulo que vuelve siempre al punto de origen. El resultado es un país que debate constantemente su identidad, que discute la forma antes de empezar a construir el contenido. Ads El empate hegemónico no es solo político: es también una emoción colectiva de desencuentro, una memoria compartida de frustraciones que hace que cada proyecto sospeche del otro antes de tenderle la mano. La teoría de los bloques de poder, elaborada por el pensador griego, Nicos Poulantzas, se adentra en el corazón estructural de esa imposibilidad. Poulantzas parte de una crítica al marxismo clásico que veía al Estado como una herramienta de la clase dominante. Para él, el Estado no es un instrumento, sino una condensación material de las relaciones de poder entre clases y fracciones de clase. No pertenece a nadie, pero condensa las tensiones de todos. En su mirada, la clase dominante no es una sola: está compuesta por fracciones diversas—financieras, industriales, agrarias, burocráticas— que disputan entre sí la conducción del orden capitalista. El Estado actúa como mediador entre esas fracciones, buscando una unidad funcional que permita la reproducción del sistema. Esa mediación es lo que Poulantzas llama la autonomía relativa del Estado: no responde ciegamente a una fracción, pero tampoco se libera de ellas; su autonomía consiste en garantizar la continuidad del conjunto aun cuando deba sacrificar a una parte. Ads El bloque de poder, entonces, es la alianza —siempre inestable— entre esas fracciones. Y la hegemonía, dentro de ese bloque, corresponde a la fracción que logra presentar su interés particular como el interés del todo. En cada época histórica, esa fracción cambia: a veces los sectores agroexportadores, a veces la industrial nacional, otras la financiera transnacional. No obstante, cuando las contradicciones se agudizan, cuando ninguna fracción logra articular a las demás, el bloque se fragmenta. El Estado se vuelve errático, su acción se paraliza o se contradice y la política entra en crisis orgánica. Ambas teorías —la de Portantiero y la de Poulantzas— se tocan en su vértice más doloroso: el vacío de articulación. El empate hegemónico describe la parálisis del consenso simbólico; el bloque de poder fragmentado describe la parálisis del consenso material. Una teoría de ancla en la cultura; la otra en la estructura. Sin embargo, en su cruce se revela una misma contingencia: la imposibilidad de construir una voluntad colectiva sostenida en el tiempo. Sin hegemonía cultural ni unidad estructural, la política se reduce a administración de lo inmediato, a ese cortoplacismo que se disfraza de urgencia pero que en el fondo es impotencia. Argentina vive en ese punto de fricción: una sociedad dividida en su imaginario y un bloque de poder en permanente reorganización, incapaz de sostener un proyecto más allá del vaivén electoral. ¿Por qué esto impide pensar a largo plazo?. 1. Horizonte electoral corto: en contextos de empate hegemónico, la supervivencia política se juega en la próxima elección. Gobiernos y oposiciones priorizan medidas de impacto inmediato y visibilidad política sobre transformaciones estructurales cuyo beneficio se verá años después. 2. Fraccionamiento del poder económico: cuando las fracciones del capital compiten por influencia, el Estado debe equilibrar demandas contradictorias (industrialistas vs. Financieros vs. Exportadores). Cualquier política duradera exige que todos sacrifiquen algo hoy para ganar mañana un equilibrio general, un lujo que pocos pueden permitirse cuando su base social y financiera está en juego. 3. Autonomía estatal débil y clientelismo institucional: la administración pública sufre rotaciones, nombramientos discrecionales y cambios de rumbo que impiden la acumulación de capacidades técnicas necesarias para continuidad. Las políticas dependen menos de reglas que de relaciones personales. 4. Crisis de legitimidad cultural: sin hegemonía cultural, el lenguaje público se polariza; las reformas se interpretan como ataques a identidades en lugar de transformaciones necesarias. Eso erosiona la posibilidad de pactos colectivos. 5. Inmediatez de la desigualdad: cuando la sociedad está afectada por tensiones distributivas agudas, la política se orienta a mitigar síntomas urgentemente (subsidios, medidas anticrisis, entre otras) y descuida la construcción de institucionalidad a mediano plazo. Sumadas, estas circunstancias crean un régimen de acción que privilegia la táctica sobre la estrategia, la emergencia sobre la planificación y la supervivencia sobre la reforma. La metáfora del faro apagado. Si se quisiera imaginar el drama argentino con una imagen, no sería la de un barco hundido ni la de una guerra civil latente. Sería la de un faro en ruinas, enclavado sobre una costa que ya nadie navega. El faro sigue allí, símbolo de un proyecto común que alguna vez orientó a los navegantes: la promesa de desarrollo, justicia y soberanía. Pero su luz se apagó hace décadas, y cada fracción —cada gobierno, cada poder económico, cada movimiento social— llega con su propia linterna, convencido de poder iluminar la noche solo con su haz estrecho. Desde el mar, los reflejos se cruzan, se confunden, se desorientan mutuamente. No hay horizonte compartido, sólo luces fragmentarias, danzando sobre la bruma. El empate hegemónico es esa superposición de haces luminosos que nunca convergen; los bloques de poder, las manos que custodian los viejos cimientos del faro sin decidir si deben reconstruirlo o abandonarlo al mar. En ese escenario, el Estado aparece como el cuidador melancólico del faro, reparando un vidrio mientras otro se rompe, evitando que el edificio colapse sin animarse a prender la lámpara central. ¿Es inevitable la discontinuidad? No: condiciones para la duración. No es cierto que la estabilidad sea imposible. La historia muestra que cuando se construyen bloques de poder estables que integran al menos a las principales fracciones económicas con sectores populares —y cuando existe un anclaje cultural que hace legítimo el proyecto—, las políticas a largo plazo son posibles. La experiencia exige tres elementos: articulación social amplia, autonomía técnica del Estado y capacidad simbólica para hablar de futuro. Mapa de acción en común: pasos concretos para pensar y cumplir políticas a largo plazo. A continuación, modestamente, propongo un mapa operativo, pensado para ser realista en un contexto de empate hegemónico y fraccionamiento del poder. Está organizado en tres horizontes (inmediato, mediano, largo) y desglosado por actores responsables. Además, tal vez, se podría pensar como una caja de herramientas desde la sociedad civil para la política, con el diálogo y la participación de todos sobre algunas (o todas) las caracterizaciones acá presentes: Horizonte inmediato: crear condiciones mínimas de confianza. 1. Comisión Bipartita de Emergencia y Continuidad. Actores: fuerzas mayoritarias del Congreso, representantes de provincias, sindicatos centrales, cámaras empresariales, universidades públicas. Función: acordar principios mínimos de continuidad para 3 temas prioritarios (salud pública, educación técnica, infraestructura básica). Producto: declaración pública con compromisos verificables y calendario de trabajo. 2. Congelamiento de rotaciones técnicas en programas estratégicos. Actores: Poder Ejecutivo, Ministerio de Hacienda, Secretaría de Hacienda provincial. Medida: nombramiento de equipos técnicos con mandatos mínimos (por ejemplo, 18 meses) financiados por fondos específicos con reglas de rendición. 3. Acuerdo de transparencia sobre nombramientos y compras. Actores: Auditoría General, organizaciones de la sociedad civil. Medida: criterios públicos para contrataciones y procesos licitatorios con observadores independientes. Horizonte mediano: institucionalizar continuidad. 4. Pactos Sectoriales Trienales. Actores: Estado nacional y provinciales, cámaras empresariales por sector, sindicatos, expertos académicos. Contenido: metas sectoriales (formación técnica, exportaciones con valor agregado, energías renovables) con indicadores, fondos condicionados y cláusulas de revisión. 5. Comisión Permanente de Políticas Públicas Interpartidaria (CPPPI). Actores: representantes de partidos con bancada parlamentaria, académicos, sociedad civil. Función: revisar y consensuar marcos regulatorios básicos (seguridad jurídica de inversiones, reglas fiscales, pautas de política salarial) para reducir cambios abruptos de dirección. 6. Fondo de Continuidad de Políticas Públicas. Actores: Ministerio de Economía, Banco Nación, cooperación multilateral. Propósito: financiar programas que tengan evaluación independiente y exigencias de co-financiamiento provincial/comunitario. Horizonte largo: construir hegemonía negativa y positiva. 7. Política de Estado de Mediano Plazo. Actores: Congreso (mayoría calificada), academia, pactos federales. Instrumento: leyes marco que establezcan políticas educativas, científicas y de infraestructura con financiamiento pluriannual y mecanismos de evaluación intergeneracional. 8. Fortalecimiento de la administración pública profesional. Actores: Ministerio de Modernización, universidades. Medida: carrera pública meritocrática para puestos técnicos clave, formación continua y protección contra despidos arbitrarios. 9. Trabajo simbólico: narrativa del futuro compartido. Actores: sindicatos, movimientos sociales, medios públicos, artistas, escuelas. Objetivo: producir consensos culturales sobre prioridades (por ejemplo, que la educación técnica y el cuidado sean vistos como capital social), usando campañas, residencias artísticas, y currículas escolares. Herramientas transversales (siempre). Evaluación independiente: crear un organismo de evaluación de políticas con mandato y presupuesto propio. Mecanismos de resolución de conflictos: mesas de arbitraje público-privadas para dirimir fricciones sectoriales. Protecciones legales: cláusulas legales que garanticen continuidad mínima para programas esenciales (salud, salarios docentes básicos, programas de nutrición escolar). Pensar la política a largo plazo en Argentina no es una cuestión técnica solamente: es una apuesta por recomponer tejido social y simbólico. Portantiero y Poulantzas nos enseñan que la dificultad es simultáneamente cultural (empate hegemónico) y estructural (desarticulación de las fracciones de poder). La salida exige dos tareas en paralelo: construir nuevas formas de articulación material —pactos, reglas, instituciones— y producir un nuevo sentido común que permita a distintos actores aceptar sacrificios presentes por ganancias colectivas en el futuro. El desafío es estético tanto como político: transformar un paisaje fragmentado en un mapa donde la mirada común reconozca, aunque con reparos, que las rutas y los puentes valen más que las orillas que los defienden. Si aceptamos que la política es también formación de sentidos, entonces las políticas de largo plazo serán posibles cuando consigan algo que las políticas cortas nunca logran: hacer creíble la idea del mañana. Julián Lazo Stegeman
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