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  • El ladrón de arte “más prolífico del mundo”: robó cerca de 230 obras, las ocultó en la casa de su madre y ella las destruyó

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 03/11/2025 10:33

    Stéphane Breitwieser, el ladrón de arte más prolífico, acumuló más de 230 robos guiado por su fascinación por la belleza (Fuente: Wikipedia) El reciente robo en el museo del Louvre de París captó la atención mundial debido a la audacia y velocidad de la operación: cuatro individuos ingresaron a la galería Apolo y, en apenas siete minutos, sustrajeron ocho joyas de valor histórico incalculable, incluyendo piezas que Napoleón obsequió a su esposa. Las autoridades francesas tasaron las pérdidas en unos 100 millones de dólares, cifra que reafirmó la magnitud del golpe. No solo impactó el tamaño del botín, también causó asombro la facilidad con la que los ladrones accedieron a los tesoros y lograron escapar sin enfrentamientos ni obstáculos. La noticia renovó debates sobre la seguridad en los museos y reavivó historias previas de robos imposibles, entre ellas la del francés Stéphane Breitwieser, cuya trayectoria representa un caso único en la crónica criminal internacional, no solo por el tamaño del botín sino también por el trágico final que tuvieron las obras: Mireille Breitwieser, cuando descubrió la detención de su hijo y decidió destruirlo para evitar implicaciones legales. Perfil y motivaciones de Stéphane Breitwieser Según diversos medios como The Guardian, Stéphane Breitwieser, nacido en 1971, es considerado el ladrón de arte más prolífico de la historia moderna. Lejos de responder al perfil típico del delincuente que roba por avaricia o estatus, este exmesero francés ejecutó más de 230 robos en 172 museos entre 1995 y 2001 guiado, según su testimonio, por una fascinación personal por la belleza de las obras. Portada de 'El ladrón de arte', de Michael Finkel Según afirmó, nunca se sintió atraído por el dinero. Su propósito era contemplar y poseer el arte por placer propio, acumulando una colección secreta en la que podía admirar sus tesoros a solas, lejos de mercados ilícitos o transacciones lucrativas. Según ABC News, el modus operandi de Breitwieser se caracterizaba por la meticulosidad y la explotación de sistemas deficientes en museos locales o regionales. Comenzó su carrera delictiva acompañado de su pareja, Anne-Catherine Kleinklaus, en 1995 durante un viaje por Suiza. Allí, el primer objeto robado fue un retrato de Christian Wilhelm Dietrich en el castillo de Gruyères, sustraído con la simple táctica de cortar el lienzo y esconderlo bajo su chaqueta. Este método, basado en la observación de la baja seguridad y la proximidad física a las piezas, se repitió decenas de veces: Breitwieser recorría museos pequeños, seleccionaba objetos que le resultaban atractivos, y se auxiliaba en la complicidad de su pareja para distraer o asistir en la sustracción. Su estrategia incluía establecerse en pueblos franceses o suizos, donde podía trabajar de mesero sin levantar sospechas y estudiar las rutinas de los museos locales. Calculaba horarios, ubicaciones de cámaras y turnos del personal, aprovechando la confianza social y el déficit de control en instituciones pequeñas. El carácter rutinario de su método se ejemplifica en su capacidad para realizar varios robos el mismo día en diferentes museos y salir indemne, gracias a su apariencia discreta y su conocimiento de los sistemas de vigilancia. Almacenamiento y destino de las obras robadas 'Adán y Eva', una obra en marfil de Georg Petel que fue robada por Stéphane Breitwieser (Wikimedia) Michael Finkel en su libro “El ladrón de arte: Una historia real de obsesión y crímenes por amor a la belleza” detalla que Breitwieser nunca comerció con las piezas robadas ni recurrió al mercado negro. Tras cada asalto, trasladaba el botín a la casa de su madre en Mulhouse, noreste de Francia. Allí, disponía de habitaciones secretas donde reconstruía marcos y conservaba las obras alejadas de la luz para evitar el deterioro. Llegó a formar, según diversas estimaciones, una colección privada con más de 300 objetos valorados en más de 1.400 millones de dólares, que incluía cuadros de figuras como Pieter Brueghel el Joven, François Boucher, jarrones de la dinastía Ming, marfiles tallados, y exclusivos instrumentos musicales. No solo almacenaba las obras; cada pieza recibía una atención especial. Breitwieser desarrolló un sistema de documentación donde investigaba en profundidad el origen, autores y estilos de todo lo que sustraía, creando carpetas con recortes, referencias y anotaciones personales que enriquecían un archivo privado de gran rigor académico. La captura de Breitwieser y las consecuencias para él y sus cómplices En 1997, tras dos años de actividad delictiva, Breitwieser y su novia fueron arrestados en Suiza por el intento de robo de una obra de Willem van Aelst. Fue condenado, pero se benefició de libertad condicional. En 1997, Breitwieser y su novia fueron arrestados en Suiza por intento de robo Sin embargo, reincidió en 2001 al regresar a Suiza y sustraer un cuerno de caza del siglo XVI en el museo Richard Wagner de Lucerna. Un guardia detectó el hurto y, tras un segundo intento de visita, fue detenido y vinculado a los robos en serie, cuya magnitud recién entonces se descubrió. Su madre y su novia también recibieron condenas, aunque menores, por su implicación. El papel de la madre de Breitwieser en la destrucción del botín The New York Times reveló que cuando Mireille Breitwieser, la madre del ladrón, descubrió la detención de su hijo y la verdadera procedencia de los tesoros acumulados en su hogar, tomó una decisión drástica: comenzó a destruir sistemáticamente el botín para evitar implicaciones legales. Algunas obras fueron quemadas en el patio, otras lanzadas al canal Rhône–Rhine. La policía necesitó buzos para recuperar lo que quedaba. Así, numerosas piezas históricas y artísticas se perdieron de manera irreversible, privando al patrimonio mundial de obras únicas. Influencia y repercusiones posteriores en la seguridad de los museos El caso Breitwieser y episodios como el reciente robo del Louvre han puesto en evidencia las falencias de seguridad en muchos museos europeos. Instituciones pequeñas, enfocadas en la accesibilidad y la cercanía al público, han debido replantear sus políticas: la parca inversión en sistemas de vigilancia y la confianza social se revelaron insuficientes frente al ingenio y la persistencia de individuos como Breitwieser. Se intensificaron los debates sobre el equilibrio entre disfrute público y conservación, y muchos museos reforzaron medidas, aunque el dilema entre proteger y compartir sigue vigente en la gestión cultural europea.

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