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» Diario Cordoba
Fecha: 03/11/2025 05:10
                            Dicen los que saben de esto, los habituales de la lotería, los que casi todas o todas las semanas compran su decimito, que hay muchas más probabilidades de que tu número salga premiado en cualquiera de estos sorteos que en el de la lotería de Navidad. Y, sin embargo, es este último el que más anima la lotería nacional y nos hace participar en ella a los que nunca, a lo largo de todo el año, le dedicamos ni el más mínimo pensamiento. Pero, claro, ¡cualquiera se resiste a formar parte de ese espectáculo radiotelevisado de gente agitando botellas de cava o de auténtico champán francés! (la categoría, la marca y el precio del espumoso debería ir en consonancia con la cuantía del premio; por ejemplo, cava de marca blanca, si te tocan dos mil euros; don Perignon o la Veuve Clicquot, si te tocan doscientos mil...) ¿Quién puede resistirse a escenificar la ilusión por lo venidero, por la finalización de las penurias económicas, por materializar aquel deseo que no nos atrevimos a confesarnos ni a nosotros mismos? La cuestión es que la parafernalia de la lotería de Navidad comienza muchos meses antes del sorteo; de hecho, ya durante las vacaciones de verano, adquirimos algunos décimos en el lugar de destino para regalar o intercambiar, que luego sienta muy mal oír que los premios importantes han caído por donde hemos estado, que la suerte nos ha rozado y nosotros hemos pasado de largo. Hay quienes están toda la vida abonados al mismo número, creyendo que tienen más probabilidades y que sería razonable que su fidelidad fuese premiada. Pues no: en el bombo entran todos los números; por eso también es inútil hablar de números feos y bonitos. Si por casualidad nos toca un premio importante, los entendidos en esto aconsejan, en primer lugar, callarse, no decírselo a nadie, pero ya me dirán cómo se consigue esto, si toca en una peña, una tertulia, un club, una taberna, una oficina, un supermercado... En segundo lugar, no cambiar nada en tu vida durante seis meses. Porque resulta que a la mayoría de los agraciados no les luce el dinero ganado; al revés, acaban en la ruina. Cuando en el momento de mayor euforia, bajo los espumosos chorros de la celebración, les acercan el micrófono, sus declaraciones son recurrentes: tapar agujeros, pagar la hipoteca, ayudar a los hijos, renovar el coche, un viaje... A un compañero de trabajo le oí decir que, si empezaba a echar cuentas, le faltaba dinero, que mejor que no le tocase. También tuve otro que, por norma, jamás compraba y decía que tenía premio todos los años: el dinero que se ahorraba no comprando la que comprábamos los demás. La verdad es que nunca nos tocó. *Académica
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