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  • En sociedades desiguales e individualistas, la esperanza, que impulsa a la acción, es más necesaria que nunca. Un arma contra el temor y el aislamiento que se instalaron tras la pandemia.

    Lucas Gonzalez » FMsensacion887

    Fecha: 03/11/2025 02:38

    2 de noviembre de 2025 En sociedades desiguales e individualistas, la esperanza, que impulsa a la acción, es más necesaria que nunca. Un arma contra el temor y el aislamiento que se instalaron tras la pandemia. Foto: Getty Images Recientemente, el filósofo Byung-Chul Han, conocido por abordar «los males del presente», sorprendió a sus lectores con El espíritu de la esperanza (Herder Editorial), donde plantea una «visión alentadora del hombre». En su libro, la esperanza surge como lo opuesto al miedo que se instaló en 2020. «Merece la pena detenerse en ella, escudriñarla, conocerla y tenerla a mano en la lucha contra ese miedo paralizador que clausura el futuro», sostiene el surcoreano. Lo anterior porque hoy «nos vemos sumidos en una sociedad de la supervivencia, enfrentados a escenarios apocalípticos, que nos hacen pensar en el fin del mundo o de la civilización humana… Solo la esperanza nos permitiría recuperar una vida en que vivir sea más que sobrevivir», dice Han. Aunque en el mito griego de la caja de Pandora la esperanza es uno de los males del mundo (que quedó atrapado en el cofre), esta se define como la «confianza en lograr una cosa o en que ocurra algo deseado» o el «estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea». Otras formas de nombrarla serían: anhelo, expectativa, ilusión, optimismo, promesa. Han hace una distinción: a diferencia del optimismo, que es la «propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable», y que tiende a la pasividad, la esperanza impulsa a la acción. «El optimismo se tiene o no», al igual que el pesimismo. «El optimista no arriesga nada; el pesimista rechaza todo cambio». Ambos se parecen y se diferencian de la esperanza en que «no están abiertos al futuro», mientras que ella «podría considerarse el antídoto de todos los males de la humanidad». Desde la psicología, la esperanza es rasgo y a la vez estado. Es una fortaleza mental y una de las llamadas «emociones ambiguas», que se sitúa entre la tristeza y la alegría. Los individuos con esperanza «alta» demuestran un mejor desempeño, tienden a motivarse ante las adversidades y son menos propensos a los estados depresivos. Y, en el caso de los enfermos «esperanzados», consiguen mejores resultados en su tratamiento. La esperanza es un recurso clave para afrontar la vida, pero no vista meramente como «una esperanza en uno mismo, de autoconfianza. Siempre que tenemos esperanza, es una esperanza en el afuera, que podrá construirse o no, pero siempre en el vínculo con otros», subraya Tomás Grieco, licenciado en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), especialista en Psicología Clínica y docente. «La esperanza es un recurso personal y también colectivo para llevar adelante nuestras vidas y, sobre todo, darle sentido a nuestra existencia», reafirma Dante Ramaglia, catedrático y doctor en Filosofía de la Universidad Nacional de Cuyo e investigador del CONICET.Después del covidLa crisis sanitaria de 2020 habría erosionado la esperanza, a juicio de Byung-Chul Han. «La pandemia radicalizó procesos que venían rompiendo el entramado social. Por ejemplo, el uso de plataformas de streaming, redes sociales, el home office, como herramientas de sustitución de la vida pública (a través de las cuales parece que interactuamos con otros, pero en las que, básicamente, lo hacemos con nosotros mismos), se acentuó, pero no se reduce a ese episodio», opina Grieco. El aislamiento «implica una retirada del mundo y de los otros, algo que observamos cada vez más, y que obstaculiza los lazos sociales. Esto produce un creciente padecimiento», comenta. Y añade que, «promediando el siglo XX, los psicoanalistas ingleses postularon una teoría de la relación de objeto. La relación objetal significa que parte fundamental del desarrollo psíquico se sostiene en relacionarnos con otros, ya se trate de los otros primordiales de la infancia o de los vínculos amorosos y de amistad de la vida adulta. Paradójicamente, esa relación no está garantizada». Esta escuela apunta en su centro a la confianza, «un afecto íntimamente relacionado con la esperanza. De lo que se trata en la confianza es de la esperanza en poder reparar el daño que supone la ambivalencia propia de los vínculos: la hostilidad, el sentimiento de culpa, la tristeza, que son inherentes a estos. La confianza en que un vínculo puede sostenerse, a pesar de dichos afectos, es lo que hace posible el restituir maneras de encontrarnos con otros en una época en que el retraimiento se encuentra entre las principales aflicciones», analiza el profesional. De acuerdo con el artículo «El bienestar desde la perspectiva de la psicología social», publicado en la revista electrónica Intersecciones Psi, existe «un creciente malestar de los individuos respecto de la capacidad de la sociedad para darles sentido de confianza, de pertenencia y de un propósito común». También predomina una «valoración negativa de las instituciones y su funcionamiento, y de los políticos… Esta falta de confianza aumenta el sentimiento de impotencia y desesperanza». Al respecto, Ramaglia señala: «Un aumento del individualismo, cambios culturales y políticos que responden a la proliferación de determinados discursos y también a los procesos de subjetivación que surgen de nuevas tecnologías. Esto atenta contra los proyectos colectivos y la construcción de una vida en común, que es donde, justamente, se puede recrear la esperanza». Ramaglia cita a otro filósofo, Ernst Bloch, de ascendencia judía, y «su obra monumental, El principio esperanza, que escribió en su exilio, durante el ascenso del nazismo y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial». Bloch «asocia la esperanza con la utopía, entendida no como un sueño irrealizable, sino como esa aspiración a un ideal que expresa la capacidad que tenemos de proyectarnos hacia un futuro mejor». Esta facultad de «proyectar alternativas que superen lo existente, se basa asimismo en la “función crítica” como ejercicio intelectual: al examinar las condiciones desfavorables que presenta la realidad en que vivimos, podemos imaginar un mundo diferente. Precisamente, la fuerza que alienta esa aspiración viene de la esperanza, que representa una disposición anímica». Como «el potencial que posee la esperanza para alcanzar una situación mejor se relaciona con la empatía hacia los demás, estamos hablando no solo en términos personales, sino de un sentimiento que es, básicamente, colectivo, y nos impulsa a actuar en función de su realización», recalca Ramaglia. En su nuevo tomo, Han, que es académico de la Universidad de las Artes de Berlín, advierte sobre los peligros de la psicología positiva, tan de moda en tiempos en que «todas las ideas de felicidad acaban en una tienda», como dijo Zygmunt Bauman. «El culto a la positividad aísla a las personas, las vuelve egoístas y suprime la empatía. Ya no interesa el sufrimiento ajeno. Cada uno se ocupa solo de sí mismo y de su propio bienestar», afirma Han. En contraste, «la esperanza no les da la espalda a las negatividades de la vida. Las tiene presentes. Además, no aísla a las personas, sino que las vincula y reconcilia». «Cuando la esperanza fenece, la vida termina», concluye Han. Habrá que sujetarla. Compartir

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