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  • Juventud, ¿divino tesoro?: una historia de la intensa relación entre jóvenes y política en Argentina, del 1900 a Milei

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 02/11/2025 06:44

    Jóvenes mileistas en el cierre de campaña de La Libertad Avanza, mayo de 2025 (Foto: Gustavo Gavotti) ¿Qué significa ser joven hoy? ¿Qué significó en el pasado? ¿Y en el pasado del pasado? ¿Qué significará en el futuro? ¿Y en el futuro del futuro? De la “flor amable de la juventud” de Semónides de Amorgos a “juventud divino tesoro” de Rubén Darío y “Morir joven” de Natos y Waor hay un camino largo, larguísimo, sinuoso, conflictivo. Y todo se agudiza cuando hablamos de juventudes politizadas. ¿Para quiénes era posible ser joven? Hay toda una discusión ahí“, dice la investigadora Valeria Manzano. Historia de la juventud en la Argentina de los siglos XX y XXI Por Valeria Manzano eBook $ 9,99 USD Comprar La historiadora acaba de publicar Historia de la juventud en la Argentina de los siglos XX y XXI donde establece un recorrido por eso que, en apariencia, representa un rango etario, pero es algo mucho más abierto y opaco. “Durante mucho tiempo los que podían ser jóvenes eran los estratos más acomodados de las sociedades premodernas o de la modernidad temprana. Pero otros dicen que no. Por ejemplo, las pandillas de Nueva York del siglo XIX: jóvenes que desarrollaban tradiciones propias de las culturas juveniles”. “Lo que cambia en el siglo XX —continúa en entrevista con Infobae Cultura—, a mi entender, con diferentes intensidades y en diferentes lugares del mundo, pero vamos a pensar en la Argentina, son tres cuestiones claves. Una tiene que ver con las capacidades del Estado: preguntas sociales o sociodemográficas: un sistema de edad en el cual la juventud tenga un lugar. Ahí tenés dos elementos: la ampliación de la escolarización secundaria y el establecimiento del servicio militar obligatorio". Valeria Manzano es doctora en historia (UBA-Conicet) “En segundo lugar, la emergencia de la política de masas. Cuando surgen partidos, no solo partidos modernos, se van dotando también de sus ramas juveniles, y aparecen ciertos significados, ciertos posicionamientos”, dice esta historiadora, investigadora del Conicet y profesora en la Escuela de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín. Otro de sus libros, publicado también este año, se titula La última ilusión: la crisis de la revolución en América Latina, 1979-1991. El tercer elemento es la cultura de masas, posiblemente “el que tuvo mayor pregnancia”. “La cultura de masas enseñó a los jóvenes a ser jóvenes. Los toma, les ofrece un lenguaje, les ofrece una serie de experiencias afines, una estética común” Si en los setenta hubo un proceso de “juvenilización de la cultura de masas por completo”, Manzano encuentra puntos de contacto con la década del veinte, la primera posguerra: “Una implosión de las bases de esa cultura con la radio y las revistas ilustradas”. Antes de esta Historia de la juventud hubo otra, producto de una investigación doctoral, y “quedó chico”, dice. Era un proyecto de doctorado que hizo a principios de este siglo con Daniel James y que estaba apuntado específicamente a la juventud peronista de la década del setenta. “Pero me di cuenta de algo bastante obvio: que antes de llegar a pensar ciertas características de la peronización juvenil de los setenta, tenía que pensar el lugar político, simbólico, cultural de la juventud a secas”, cuenta. Entonces, en el año 2018 y bajo el sello de Fondo de Cultura Económica, publica La era de la juventud en la Argentina: cultura, política y sexualidad desde Perón hasta Videla. “Quedó chico, no necesariamente para lo que yo quería decir sobre los sesenta, pero sí para una historia de la juventud. Porque siempre tuve la sospecha de que esa irrupción juvenilista tenía que entenderse en el largo plazo y en todos sus clivajes. Había muchas cosas escritas pero no una historia a largo plazo de la juventud”, explica. Movilización de "Ni Una Menos" en Argentina, en mayo de este año —En el libro marcás que en la historia de la juventud se puede ver una producción de desigualdades y jerarquías. Y así como la cultura de masas logra que, con la juventud, el capitalismo pueda seguir expandiéndose, por otro lado, y sobre todo en los setenta, la juventud aparece como un factor clave de crítica al capitalismo. ¿Existe ese doble juego en la juventud? —Absolutamente. Lo encontremos de manera mucho más acotada en los veinte también. Lo pongo con los ejemplos más extremos: en los setenta tenés los proyectos armados que se proclamaban por la revolución socialista y por otro lado las comunas hippies, que también, a su manera, ponían en cuestión ciertos elementos importantes de la sociedad de consumo, de la tecnocracia. También están los treinta, los años gloriosos del capitalismo en la segunda posguerra, donde claramente los jóvenes, no solo en Europa Occidental y en Estados Unidos, estuvieron entre los más, y entre muchas comillas, beneficiados: mayor acceso a la educación, dinero en el bolsillo para los consumos de entretenimiento, culturales. Pero en esa circunstancia, hay un segmento de estas juventudes que son las que corporizan los procesos de modernización sociocultural basadas en desarrollos capitalistas y a la vez las que producen las críticas más evidentes a esa modernización sociocultural y a ese desarrollo del capitalismo. —El libro se ocupa fundamentalmente del siglo pasado pero también de este, y referís a las juventudes kirchneristas, a la ola feminista del Ni Una Menos y a los militantes de Milei. ¿Qué se continúa y qué se corta en esta época? —La predisposición de las opciones políticas que se plantean como opciones políticas de masas es interpelar a las juventudes. Eso es una línea de continuidad que podríamos marcar para la Argentina desde el nacimiento de la UCR, que nace la Unión Cívica de la Juventud, hasta La Libertad Avanza. Un partido que proponga constituirse como un partido de masas con cierta relevancia dentro de la arena política recurre, atrae e interpela a las juventudes. Porque no todas son o fueron así. Si uno piensa en la década del noventa, la Alianza, por ejemplo, no tuvo ni siquiera el interés por interpelar a ese segmento. Otra, que yo la pongo un poco en cuestión, siempre en relación con la política, está en la radicalización. Hay quienes creen que las juventudes dentro de las grandes constelaciones, de izquierda a derecha, si uno quiere seguir hablando de eso, que yo creo que sí, tendieron a localizarse siempre dentro del polo más radicalizado. Y esto uno puede entenderlo, por ejemplo, para la tradición bolchevique, pensando que para la Tercera Internacional se funda sobre las bases de los encuentros de las juventudes socialistas que se oponen a la guerra en 1915, o las bases de esa Tercera Internacional, incluso antes de la Revolución Rusa. Incluso pensando en las derechas en Argentina: en la década del treinta la Alianza de la Juventud Nacionalista se funda poniendo en el nombre la palabra juventud. Pero en América Latina, la politización en torno a la reforma universitaria no iba en el sendero más radicalizado. También se puede pensar en la década del ochenta, en ese momento de repolitización fuerte de la primavera democrática, que tampoco iba en el sendero de la radicalización. Pareciera que la política de masas necesita basarse en la movilización juvenil. Pero también está el ejemplo de una derecha que aparece en los sesenta y definitivamente en la década del ochenta: el liberalismo de la UCD. —El siglo XXI parece cambiar mucho el mapa... —Tenemos muchísimas cuestiones con giros tecnológicos que tienen que ver con giros en las subjetividades. Y ahí estamos hablando de una prehistoria directamente, de lo que nuestro mundo se reconfigura con la era digital. Juan Domingo Perón posa en una foto junto a mujeres militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) —Movilizarse siempre significó salir a la calle, concentrarse en un punto colectivamente y de forma presencial. Hoy en día la fuerza de esa juventud de derecha no radica en la calle. Y por otro lado, durante todo el siglo XX las juventudes de derecha solían ser, al menos así se mostraban, hijos de la oligarquía. Por el contrario, las juventudes mileistas no tienen ese rasgo central. —Absolutamente. Aunque la Alianza de la Juventud Nacionalista tenía siempre algunos nombres que eran fuertes de los hijos de la oligarquía, era bastante policlasista, a diferencia de la liga patriótica, que eran mucho más oligárquicos. Y me tomo de vuelta de lo que planteabas en torno a la movilización en la era digital, que me parece que hay muchos y buenos trabajos que lo han abordado. Quien es nativo digital tiene mayor capacidad de movilización en la era digital que quien no proviene de esa tradición. Hay algo de la novedad y hay algo de moverse como pez en el agua. Algo que me parece que también está bueno poder pensarlo es que por mucho tiempo se ha reflexionado en torno a las juventudes libertarias, mileístas, estoy pensando en el libro de Pablo Stefanoni, la idea de que la rebeldía vuelta de derecha. Hay un componente reactivo frente a un discurso progresista, woke, para hablarlo globalmente, que venía ritualizándose en contenidos escolares, en propuestas estéticas, políticas, movilizaciones callejeras combinadas con las digitales, una de las más importantes protagonizadas por jóvenes, la que va desde Ni Una Menos hasta la sanción de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, tanto la marea verde como también la celeste, que se ven como en espejo. —¿Cómo decanta esa tensión? —En la escala estructural tiene que ver con las características del mercado de trabajo y también con las subjetividades. Y es este cuestionamiento que parece, especialmente entre los varones más jóvenes, donde el Estado es percibido como un obstáculo frente a las posibilidades de lo que ellos llaman el “mejorismo individual”. Yo puedo estar mejor en tanto y en cuanto el Estado no me saque, no me quite. Y me parece que ahí es donde más yo pondría el foco: en las reconfiguraciones del mercado de trabajo. Porque estas nuevas camadas, los nuevos cortes juveniles, ya entraron a un mercado laboral muy diferente al que se conocieron, incluso en crisis, durante buena parte del siglo XX. En la década del noventa, en el momento de la organización de trabajadores desempleados, en el momento crítico, sobre todo en la segunda mitad de la década, era traumática la experiencia de estar diciéndole adiós a un tipo de reestructuración del mundo del trabajo y todo lo que eso significaba para las subjetividades. Pero se le estaba diciendo adiós a algo. A partir de ahí estamos hablando de una perspectiva en torno a lo laboral y a su horizonte que es realmente muy diferente. Uno tiene en cuenta las economías de plataformas, pero no es solamente eso. Es pensar que ese a futuro, al que se le dijo adiós en la segunda mitad de la década del noventa, no existe de la misma manera. El Cordobazo fue una gran confluencia entre los movimientos obreros y las organizaciones juveniles —¿Creés que la juventud, a lo largo de la historia argentina que analizás, ha sido un motor para la política o, por el contrario, una masa a la cual cooptar? —Creo que fue variando fuertemente. Vuelvo al ejemplo de las tradiciones de izquierda. Dentro de lo que va a ser la Tercera Internacional, el bolchevismo, Lenin planteaba claramente que la juventud es la vanguardia de la vanguardia. En términos retóricos, pero también en algún sentido político, al menos inicialmente, se le da el lugar de vanguardia incontaminada del proletariado, en este caso, y eso suponía un lugar político, una cierta capacidad, al menos inicial, de toma de decisiones, de dar un empuje hacia adelante. Más o menos lo mismo se repite en los primeros años de la Revolución Cubana: la vanguardia incontaminada que no venía con el lastre del pasado. A diferencia de esta perspectiva, el socialismo, incluso acá, sobre todo en los años veinte y treinta, le va a dar un lugar recontra acotado a las juventudes, muy tutelar. En parte porque le temía al desmanejo, a la inmadurez. Después el comunismo hace lo mismo. Las juventudes se tienen que encargar de formarse políticamente para que a partir de ahí, cuando llegue a la madurez, pueda ocupar lugares muchísimo más prominentes en la política. Pero incluso dentro de las tradiciones de izquierda hay dos perspectivas diferentes. Y también se puede ver que por momentos están los liderazgos adultos que, tras percibir un desborde, llaman a bajar los humos de esas juventudes. El ejemplo más claro es el de la juventud peronista de los sesenta y setenta. Y a esa oscilación entre cooptación y motor yo le agregaría un polo más. —¿Cuál sería? —La noción de una juventud apática, que primó durante mucho tiempo, a la que había que movilizar. Por muchas décadas la juventud estuvo asociada al desinterés. Los noventa, en buena medida, fueron eso: una juventud asociada masivamente a la apatía. —Hay una idea muy instalada en el sentido común: cuando se es joven se es de izquierda y cuando se es adulto se es de derecha. ¿Qué tan cierto es? ¿Alguna vez fue cierto eso? —Bueno, depende de dónde la miremos. Estoy recordando una historia de la Federación Juvenil Comunista. Isidoro Gilbert, que era un periodista pero que historió fuertemente esta organización, iba mostrando las trayectorias y cómo fue un semillero de cuadros para otras opciones políticas posteriormente. Muchas de las trayectorias que él ponía sobre la escena habían dejado de ser comunistas, pero no se habían alejado tanto de lo que uno vagamente podría llamar el progresismo o las variantes progresistas de otras fuerzas políticas. Había algo en esa formación de una cierta cultura política en los ámbitos de izquierda. Yo creo que hay algo que es muy fuerte, sobre todo para quienes trabajan con las nociones de generación en esos estudios, porque no es lo mismo una generación que la juventud. La formación política, la formación del gusto musical, por ejemplo, que se dan en un momento específico de la trayectoria vital de las personas que perduran en el momento juvenil. Romper muchas veces es traumático, y por lo general lo que uno más ve es cierta variación dentro de una continuidad.

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