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  • ¿Momento bisagra?

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 02/11/2025 06:35

    Javier Milei El pasado domingo a la noche, un gobierno que hasta hace muy poco parecía estar contra las cuerdas y sin más oxígeno que el provisto por la “ayuda” extraordinaria de los Estados Unidos, se encontró ante un escenario tan sorpresivo como favorable para recuperar la iniciativa, recrear expectativas, reordenar prioridades y recalibrar el rumbo político y económico de este peculiar e inédito experimento político nacido de los rescoldos de un sistema político en ruinas. El contexto ya no es el mismo, tanto a nivel político como económico, tras un resultado electoral que por su contundencia y extensión territorial sorprendió incluso al propio oficialismo. Sin embargo, pese a este paisaje muy distinto que abre la posibilidad de un camino hacia el 2027 mucho menos pantanoso que el que se proyectaba a la luz de las turbulencias recientes, aún no están claros los contornos, las lógicas, las dinámicas, las prioridades ni los actores (principales y de reparto) del nuevo gobierno que emergió el pasado 26 de octubre. Milei se encontró con un momento bisagra que muy probablemente, pese a la euforia auto celebratoria que lo caracteriza, no esperaba. Difícilmente pueda encontrarse en la historia reciente un presidente con un respaldo electoral de esta magnitud tras un brutal ajuste, dos años consecutivos de recesión, un desplome del consumo y la fuerte pérdida del poder adquisitivo. Más aún, un presidente al que se le renueve el crédito electoral tras una larga saga de errores no forzados, improvisaciones, excesos de confianza, desvaríos, escándalos y daños autoinfligidos. Probablemente algo que solo pueda explicarse por la profunda decadencia del sistema político que emergió tras la recuperación democrática de 1983, el patrón de frustraciones acumuladas tras décadas de gobiernos fracasados, y una oposición que no logra reorganizarse en torno a liderazgos renovados. Lo cierto es que el Presidente renació de las cenizas cual ave fénix, y se encuentra, una vez más, ante una nueva e inédita oportunidad. El gran interrogante a la luz de la propia experiencia de Milei y su gobierno, es si esta vez tendrá la capacidad para aprovecharlo o si nuevamente se dejará llevar por los cantos de sirena de una victoria electoral convertida en interpretación autoindulgente del vertiginoso camino desandado por el oficialismo hasta aquí. En otras palabras, el gran desafío para Milei es por estas horas el evitar la tentación de los ganadores, rehuir de los atajos, y evitar la soberbia triunfalista. Si bien es cierto que la magnitud del triunfo le allanó inesperadamente el camino en un Congreso en el que necesitará menos votos prestados que los que se proyectaba, necesitará igualmente de amplios consensos para avanzar en las reformas estructurales prometidas. Consensos y acuerdos que, por cierto, no son solo una exigencia de Donald Trump y su Secretario del Tesoro, sino también una demanda de gran parte de su electorado. Ese electorado que parecía haber perdido el 7 de septiembre y que logró volver a convocar ante el miedo al retorno al pasado o la amenaza de una situación de extrema fragilidad. Hasta el momento, los gestos no solo parecen insuficientes, sino que generan dudas tanto sobre la voluntad real del propio Milei para cambiar y escuchar las nuevas demandas, como de la capacidad de un gobierno que no solo sigue integrado por los mismos sino que está atravesado por un cada vez más salvaje internismo. La reunión del Presidente y su equipo con 20 gobernadores y vicegobernadores aliados o dialoguistas por ahora no pasó de la puesta en escena, y los precipitados cambios en el gabinete dan cuenta de mucho menos apertura que lo esperado. Es que con este replanteo del gabinete, más aún si se confirmara el ingreso formal de Santiago Caputo en un ministerio creado ad-hoc, habría de ratificarse tanto el mismo esquema de poder de estos dos últimos años como prolongarse las disputas internas entre los dos vértices del revitalizado “triángulo de hierro”. Milei no puede darse el lujo de tropezar de nuevo con la misma piedra en un contexto en el que ya no podrá echarle la culpa ni al “riesgo kuka” ni a las delirantes conspiraciones que el presidente suele adjudicar a sectores del periodismo, empresarios y opositores. La carta del miedo al retorno al pasado fue un comodín que resultó electoralmente muy eficaz pero que ya no estará en la baraja: ahora depende de su propia gestión, no solo para superar definitivamente la crisis financiera de los últimos meses, mejorar los mecanismos de toma de decisiones, superar los internismos que obstaculizan gestión, consolidar los márgenes y contornos del oficialismo, y encarrilar una relación estable y previsible con los gobernadores y el Congreso en la búsqueda de una mayor gobernabilidad que le sirva de plafón para una reactivación económica que será vital para el futuro del gobierno en el mediano plazo. Así las cosas, un Milei revitalizado por el espaldarazo electoral se enfrenta al desafío de relanzar su gestión, evitando la tentación de interpretar el mensaje de las urnas como la ratificación del rumbo y del estilo presidencial, y aprovechando el mayor poder con que cuenta desde su fulgurante ascenso al poder, no para volver a los destemplados sueños hegemónicos sino para atender las demandas urgentes de reactivación económica. En política, y aún más en esta realidad argentina cada vez más vertiginosa e incierta, todo lo sólido se desvanece rápidamente en el aire, por lo que sería un error del gobierno creer que el apoyo en las urnas es un reconocimiento a su figura o un bálsamo para el ego del presidente, sino un mandato para avanzar en la satisfacción de demandas urgentes para la construcción de un país normal.

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