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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 02/11/2025 04:44
El coronel Ramón Lorenzo Falcón, víctima junto a su secretario, del atentado anarquista (Revista Caras y Caretas) Ramón Lorenzo Falcón era un producto de una época que ya había quedado en el pasado en el país, que en las últimas décadas del siglo XIX había comenzado un período de importante crecimiento económico, en base al modelo agroexportador, la expansión del ferrocarril y la inmigración. Hubo una consolidación de una élite que manejaba la política, pero también surgieron profundas desigualdades sufridas por la clase obrera, que carecía de una legislación laboral que la protegiese. Los inmigrantes trajeron del viejo mundo novedosas ideas de asociación gremial, y esa prosperidad siempre estuvo acompañada de un creciente malestar que era denunciado por socialistas y anarquistas, mirados de muy mala manera por el poder gobernante. El error de Falcón, como tantos de su generación, fue el no haber comprendido esas profundas transformaciones sociales que experimentaba Argentina y que, en definitiva, se había quedado atado a las viejas ideas del siglo XIX. Era un militar duro, inflexible, temido, fanático de la disciplina y proclive a demostrar con la acción cuando las advertencias caían en saco roto. Desde el 10 de septiembre de 1906 era jefe de la Policía y por su drástico proceder se había hecho de una parva de enemigos. Juan Alberto Lartigau, el infortunado joven secretario de Falcón, que también falleció a consecuencias de las graves heridas (Revista Caras y Caretas) Militar de carrera, integró la primera promoción del Colegio Militar, de donde egresó con honores. Estuvo entre las fuerzas que combatió la revolución de Ricardo López Jordán, a los 19 años peleó como teniente ayudante de Julio A. Roca en la batalla de Santa Rosa en 1874 contra las fuerzas rebeldes que desconocían la elección de presidente de Nicolás Avellaneda. En 1877 dejó el Ejército y se sumó a la Armada y estuvo de la fase final de la Conquista del Desierto, y en las luchas por la federalización se puso de lado de Carlos Tejedor, enfrentando a su viejo jefe Roca. Derrotados los sublevados, fue dado de baja y reincorporado en 1883. En la Revolución del Parque, en julio de 1890, estuvo del lado de fuerzas del Gobierno, pero no participó de los combates ya que prematuramente fue tomado prisionero. Al año siguiente, por un decreto de Carlos Pellegrini, a quien admiraba, volvió al Ejército como teniente coronel de artillería. El carruaje en el que murió Ramón Falcón y su secretario Lartigau, en pleno barrio de Recoleta Ese narigón, no muy alto, de mirada cautelosa, que había quedado viudo de Juana Elizalde a poco de casarse, era una persona culta, hablaba muy bien el francés, vivía en una habitación en la casa de su hermano Pedro, también militar, en la avenida Callao al 1000. No tomaba, no fumaba y no jugaba a las cartas. Acostumbraba vestir de civil, ya que decía que el uniforme era para usarlo en los cuarteles. Figura como uno de los fundadores del club Gimnasia y Esgrima de La Plata, hecho ocurrido el 3 de junio de 1887 y fue vocal en la primera comisión directiva. Como jefe de policía, convirtió las comisarías en verdaderos cuarteles, y el número creciente de arrestos motivaron que la isla Martín García se convirtiese en un lugar atestado de presos. Simón Radowitzky, el anarquista ucraniano que habría actuado en solitario en el atentado al jefe de policía Estrenó el cargo reprimiendo violentamente el acto de los obreros del 1 de mayo de 1906. Colaboró con sus hombres para cumplir la orden presidencial de cerrar el Congreso en enero de 1908, valiéndose para ello del cuerpo de bomberos al mando de José María Calaza. Había comandado en persona la represión a la manifestación anarquista de la Plaza Lorea, el 1 de mayo de 1909, que había arrojado más de una docena de muertos y más de 150 heridos. También se había ordenado la dispersión del multitudinario cortejo fúnebre, del día 4 de mayo, cuando se dirigía al cementerio de la Chacarita. Ese día hubo 300 detenidos. El movimiento obrero pidió varias veces la renuncia “del delincuente Falcón”, como lo llamaban, pero el primer mandatario José Figueroa Alcorta insistía que el militar se iría el 12 de octubre de 1910, cuando finalizara su mandato presidencial. Al entierro de las víctimas asistió una multitud ( Revista Cartas y Caretas) El domingo 14 de noviembre de 1909, Falcón se había despertado temprano. Su joven secretario Juan Alberto Lartigau estaba en el despacho, esperándolo. “Para que se haga hombre”, fue la premisa dada por el padre del joven Lartigau a su amigo Falcón cuando le pidió que ayudara a formarlo. Lartigau era el único varón de una familia de nueve hijos, había nacido en 1889 y se desempeñaba como secretario del jefe de Policía. Con su familia vivía en la calle Paraná, frente a la plaza Vicente López. Falcón debía ir al entierro en Recoleta a darle la última despedida a su amigo Antonio Ballvé, director de la Penitenciaría Nacional. Junto a su joven secretario irían en automóvil, pero como estaba descompuesto, usaron un carruaje Milord. A las 11 de la mañana asistieron a la misa de cuerpo presente en la Iglesia del Pilar. Inmediatamente después, Falcón y Lartigau se retiraron antes de que lo hiciera el grueso de los asistentes. El carruaje, conducido por el cochero Isidoro Ferrari, un italiano que había ingresado a la policía en 1898, tomó Quintana. Cuando dobló por Callao, el portero y el chofer del general Aguirre, que vivía cerca, vieron cómo un hombre corría rápido detrás del carruaje y que llevaba un paquete en su mano. Cuando se puso a la par, lo arrojó entre las piernas de los pasajeros. Inmediatamente se escuchó un terrible estallido. El artefacto, compuesto de un explosivo y de clavos, tuercas y pedazos de hierros, tuvo un efecto devastador. El agresor huyó por la avenida Alvear. Lo persiguieron los agentes Benigno Guzmán y Enrique Müller, el chofer José Fornés y el ordenanza Zoilo Agüero. Quiso esconderse en una obra en construcción pero, al verse acorralado, se disparó en la tetilla derecha y cayó al piso. Se encontraron con un hombre alto, huesudo, con un incipiente bigote claro. Debajo de su saco negro llevaba una pistola, una veintena de proyectiles, además de dos cargadores. Ante las amenazas de sus captores, advirtió: “Para cada uno de ustedes tengo una bomba”. Lo llevaron a la enfermería de la Penitenciaría a curarse la herida superficial que se había infligido, y al otro día fue encerrado en una celda en la comisaría 15ª. Decía llamarse Simón Radowitzky, un ucraniano nacido en 1891, que había llegado al país en 1908. Primero se había empleado como mecánico del ferrocarril en Campana y ahora vivía en un conventillo de la calle Andes (hoy José E. Uriburu) y se ganaba la vida con trabajos de herrería y mecánica. La bomba provocó la destrucción del piso del carruaje lo que hizo que sus ocupantes, malheridos, se deslizaran al pavimento. Falcón y Lartigau estaban conscientes. El coronel daba órdenes, que lo atendieran primero a Lartigau, que persiguieran al terrorista. Con un catre improvisado, al joven secretario se lo llevaron al Sanatorio Castro y a Falcón a la Asistencia Pública. Ambos, cuando fueron internados, estaban en estado desesperante. A Falcón se le amputó la pierna izquierda, incluido parte del muslo. Pero, por la cantidad de sangre perdida, falleció a las dos y cuarto de la tarde. Mientras tanto, a Lartigau le habían amputado la pierna derecha. Murió a las ocho de la noche. Ambos fueron velados en el Departamento Central de Policía. Fue multitudinario el cortejo por las calles porteñas hasta Recoleta, con calles, balcones y azoteas colmadas de personas que se descubrían al paso de la carroza fúnebre. La Justicia, a la espera de confirmar la identidad del agresor, lo nombró como “Equis”. Se sospechó que Radowitzky contó con un cómplice, que lo esperó en las cercanías, pero su identidad quedó en el misterio. El ucraniano terminaría siendo condenado a muerte, pero como era menor le correspondió perpetua. Estuvo 21 años preso, 19 de ellos en el Presidio de Ushuaia, y diez años los pasó en un calabozo aislado. Fue indultado por el presidente Yrigoyen el 14 de abril de 1930, debió abandonar el país. Peleó en la Guerra Civil Española y se exilió en México, donde murió a los 64 años. Alberto Villar Había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 20 de julio de 1923. A lo largo de su carrera policial, estuvo en el Cuerpo de Infantería, en la custodia presidencial y en la División de Investigación. Cuando en 1961 ascendió a subcomisario, volvió al cuerpo de Infantería y a Seguridad Personal, donde en 1965 ascendió a comisario. Fue jefe de la Comisaría 12°, luego ocupó la jefatura de la Dirección de Tránsito. Alberto Villar estaba alejado de la fuerza cuando fue convocado por el presidente Juan D. Perón para combatir la guerrilla En 1968 fue a hacer un curso a Panamá sobre tácticas antisubversivas y visitó México, donde se desarrollarían los juegos olímpicos. Allí, jefes policiales le mostraron las medidas que habían tomado para controlar manifestaciones populares. En 1970 había armado la Brigada Antisubversiva, cuyos integrantes se distinguían por sus cascos azules y fue funcional para el poder de turno para combatir a los movimientos de izquierda. En agosto de 1972 asaltó la sede del Partido Justicialista para apoderarse de tres cuerpos fusilados en Trelew en agosto y evitar que se conociese que Ana María Villarreal de Santucho estaba embarazada. También estuvo al frente de la represión del Vivorazo, llamado así porque el interventor Uriburu había expresado que “cortaré la víbora comunista que anida en Córdoba de un solo tajo”. En 1970, cuando ascendió a comisario mayor, estrenó la jerarquía con la investigación del secuestro y asesinato del teniente general Pedro Aramburu y dos años después intervino en el caso de Oberdan Sallustro, el industrial italiano director de la Fiat, también secuestrado por el ERP y luego ejecutado. El atentado que terminó con la vida del comisario y de su esposa causó conmoción Antes de implementar el Operativo Independencia, el gobierno envió a Tucumán brigadas policiales a su mando, cuando el ERP comenzaba a hacerse notar en esa provincia. El comisario llegó a internarse con 150 hombres en el monte, y descubrió dos campamentos a los que atacó con helicópteros de Ejército. En enero de 1973, Villar había pasado a retiro y armó una empresa de seguridad privada. Pero al año fue llamado para ocupar la subjefatura de la Policía Federal con el grado de comisario general. En mayo quedó a cargo de la jefatura y a esa altura era considerado como uno de los mejores especialistas en tácticas para reprimir disturbios. Era sindicado sino como miembro, sí como colaborador en la Triple A, organización parapolicial estatal prohijada en el gobierno peronista de 1973, responsable de centenares de asesinatos y atentados, y dirigida por José López Rega, ministro de Bienestar Social, que hacía años no se separaba ni un minuto de Perón ni de su esposa María Estela Martínez. Dentro de esa organización habría integrado un grupo que se hacía llamar “los centuriones”. El 24 de enero de 1974 fue llamado a una reunión con Perón, que se hizo en la residencia de Gaspar Campos. Allí el presidente le otorgó carta blanca para combatir a la izquierda. En los actos de la Juventud Peronista cantaban: “Villar, botón, a vos te va a pasar lo que le pasó a Vandor”, y en los actos de Montoneros pedían su cabeza. Semanas antes del acto del día del trabajador de 1974, los reclamos a Perón de la juventud peronista de que apartase del gobierno a los que reprimían a los “militantes populares” no había surtido efecto, y ante denuncias de que muchos habían sido torturados por la policía, el presidente salió a ratificar su confianza en los comisarios Villar y Luis Margaride. Villar no se lo haría fácil a grupos de militantes que pretendían acceder a la plaza, armando retenes en los ingresos a la ciudad, en ese acto en que Perón echaría a los Montoneros. El atentado El dato donde permanecía amarrada el crucero “Marina”, propiedad de Villar, de ocho metros de eslora, lo habían pasado trabajadores de un astillero. En la noche del sábado 26 de octubre dos montoneros, uno identificado como Carlos Goldemberg, alias “Tomás”, con trajes de buzos, pero sin tubos para que las burbujas de oxígeno no los delatasen, entraron al arroyo La Rosqueda y se dirigieron al crucero. Fijaron una bomba de gelamón al casco y dejaron el lugar. A la mañana, se ocultaron en una arboleda cercana, esperando la llegada de Villar, pero no fue. Temerosos que los explosivos se echasen a perder al estar en el agua durante una semana, días después los retiraron y colocaron nuevos. Para el viernes 1 de noviembre de 1974, por fuentes dentro de la policía, los terroristas se enteraron que Villar había programado un día de descanso junto a su esposa Elsa Marina Pérez, con quien tenían dos hijas, Mercedes y Susana. Irían a navegar por el Delta y embarcaron en el amarradero. La custodia, de una decena de hombres, quedó en tierra. Partieron pasadas las diez y media. A las once menos cuarto, a unos 150 metros de la costa, con Villar en el timón y su esposa saludando a los que quedaban en tierra, la embarcación voló por los aires. Una lluvia de restos cayó por todos lados y el barco quedó destrozado. En el lugar quedó una suerte de aro de fuego. Los pedazos de barco aún no habían caído a tierra cuando los dos montoneros habían escapado en una moto. En un bote, la custodia rescató los dos cuerpos mientras efectivos de la Policía Federal y bonaerense, junto a la Prefectura Naval y Ejército, montaban un amplio operativo. Fue Montoneros quien se atribuyó el hecho. Mediante el decreto 1386 el gobierno declaró el estado de sitio. Los restos de Villar y su esposa fueron velados en el salón dorado del Departamento Central de la Policía e inhumados en el panteón policial en Chacarita. La ministra Patricia Bullrich, en el acto por la Semana de la Policía Federal Argentina, con su anuncio del cambio de los nombres de la Escuela de Cadetes y del Instituto de Formación, Falcón y Villar vuelven, cada uno por su lado, de épocas trágicas que vivió nuestro país.
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