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Parana » AIM Digital
Fecha: 01/11/2025 12:21
En las sociedades modernas hay dominadores y dominados, y como consecuencia algún tipo de conflicto entre ellos, generalmente asordinado, a veces violento. Los conflictos entre grupos enfrentados, o por lo menos con intereses y a veces culturas diferentes dentro de la sociedad que todos reconocen como suya, han recibido gracias a estudios teóricos y decisiones políticas actuales nombres como "batalla cultural o "guerra cultural". La cosa no es nueva; ya Platón, hace dos milenios y medio, observó que en la polis griega había en realidad dos ciudades: la de los pobres y la de los ricos. La ciudad ideal, que el filósofo consideraba "justa", está descripta en La República. Implicaba armonía entre tres clases: gobernantes, guardianes y productores. Vio fracasar su utopía en Siracusa, donde quiso aplicarla en dos ocasiones, pero fue vendido en la segunda como esclavo por el tirano al que quería influir y salvó la libertad y la vida por muy poco. La designación actual es guerra o batalla cultural para un conflicto que remonta al neolítico y a la posibilidad creada entonces de que un grupo se apodere de los excedentes de la producción y esclavice al resto. La guerra cultural es sucedánea de la guerra armada, que sigue perfectamente vigente. "Guerra cultural" es la traducción de "Kulturkampf" nombre alemán que tras la constitución del imperio prusiano en 1871 recibió la lucha que el canciller Birmarck encaró contra los católicos. Bismarck no tenía problemas propiamente religiosos sino políticos. Desconfiaba del Papa y de la lealtad de los católicos a Prusia y a la unidad de Alemania, conseguida tras luchas seculares. Los bandos en pugna estudian los problemas y se toman prestadas conclusiones e ideas. Una, muy importante, es la de hegemonía cultural, que Steve Bannon, ideólogo supremacista de la derecha populista y asesor de Donald Trump, tomó del italiano Antonio Gramsci. Al comienzo de su artículo "Socialismo y cultura", Gramsci cita al poeta romántico alemán Novalis, pseudónimo de Georg von Hardenberg, que murió en 1801 a los 29 años: "el problema supremo de la cultura consiste en hacerse dueño del yo transcental(...)Sin un perfecto conocimiento de nosotros mismos, no podemos conocer a los demás". El "yo transcendental" de Novalis que menciona Gramsci para sus fines es un yo que supera al individual e incorpora a los "tú" y a la naturaleza toda en una unidad operante en las culturas de América Abya Yala como integración a la madre tierra y a un cosmos en que todo vive, nada es inerte. Gramsci cita también a Solón, que en la Grecia antigua, seis siglos antes de la era corriente, convenció a los plebeyos de que ellos no descendían de los animales y los nobles de los dioses. Esa creencia en una diferencia irreductible implicaba una dominación espiritual que justificaba la material y que la clase dominante había instalado en la conciencia de la dominada. La tendencia a fundar la dominación en una condición visible, indiscutible, cuajó en la Edad Media española con la expresión "de sangre azul". Los nobles exhibían las venas de sus manos, blancas porque no estaban expuestas al sol ni al trabajo como la de los campesinos, como evidencia del color de su sangre, que era tan roja como la de cualquiera. Solo los pulpos, las arañas y los escorpiones tienen sangre azul, pero la expresión suele oírse todavía para marcar una base biológica de las diferencias sociales humanas. En estos casos la clase dominada se consideraba biológicamente inferior frente a los dominadores de origen divino, o con sangre diferente. Es el resultado en la consciencia de los dominados de la presión cultural, ideológica y social, que condujo más adelante a considerar de origen divino el poder del rey. Solón enfrentó a los nobles "eupátridas" a pesar de que él mismo era uno de ellos, para evitar males mayores que veía venir. Para eso abolió la esclavitud por deudas, limitó la autoridad de los nobles y abrió el camino de la democracia. Para Gramsci el hombre es sobre todo creación histórica. "Solo paulatinamente ha conseguido consciencia de su valor y el derecho a vivir con independencia de esquemas de minorías" Sostiene que toda revolución fue precedida por una penetración cultural. Pone como ejemplo al ejército de Napoleón, que según él encontró el camino allanado por un ejército de libros y opúsculos derramados desde París y que prepararon a los hombres para la renovación. Dice que en su actualidad (hace un siglo) "la consciencia unitaria del proletariado se está formando a través de la crítica a la civilización capitalista, y crítica quiere decir cultura y no evolución espontánea y naturalista". Vuelve al "yo transcendental" de Novalis: "conocerse a sí mismo quiere decir ser lo que se es, ser dueños de sí mismos, ser elemento del orden propio y de la disciplina a un ideal". Los vedantistas hindúes hubieran dicho que ese que se conoce a sí mismo, según la frase grabada en el templo de Apolo que repitió Sócrates, alcanzó la consciencia suficiente para seguir su propio "dharma". Para Gramsci, solo conociendo a los demás y a nosotros mismos, realizando el "yo transcendental" es posible conocer sin ilusiones la cultura que los demás han realizado para reemplazarla por la nuestra. Semejante proyecto cuenta con el total y cordial repudio de los que necesitan mantener la cultura que han construido porque es la que les garantiza la hegemonía. El propio Gramsci sugiere que la historia, entre otras cosas, puede entenderse como la cadena de esfuerzos humanos por librarse de prejuicios, privilegios e idolatrías. Bien podría ser esa la razón de las guerras culturales actuales, que "estamos ganando nosotros los ricos", como dijo el millonario estadounidense Warren Buffet; pero no dejan de suscitar temores en otros presuntos vencedores que sienten moverse el piso bajo sus pies. De la Redacción de AIM.
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