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  • La fría confesión del piloto del avión que lanzó la bomba más letal de la historia: “Nunca perdí una noche de sueño por Hiroshima”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 01/11/2025 04:44

    La tripulación del bombardero B-29 Enola Gay de las Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos, comandado por el coronel Paul Tibbets, en el medio de la fila superior y quien lanzó la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima (Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos/REUTERS) Cuando murió, a los 92 años, el 1° de noviembre de 2007, Paul Tibbets seguía sin arrepentirse de haber lanzado la bomba sobre Hiroshima. Por el contrario, estaba orgulloso de su desempeño profesional. “No puedo sentirme culpable por ser un hombre frío, técnico diría, obsesionado por la perfección. Mi relato es el de un piloto profesional que arrojó una bomba y eso es exactamente lo que yo era en 1945. Un sentimental jamás habría piloteado aquel avión. Creo que una de las cosas que más le molestaron a mucha gente durante años es que nunca me haya arrepentido. Pero nunca perdí una noche de sueño por la bomba de Hiroshima”, explicó en una de las pocas entrevistas que dio a lo largo de su vida. Guardaba, eso sí, un recuerdo imborrable del infierno que desató la bomba lanzada desde el avión que piloteaba en el cielo japonés. Eran las 8.15 de la mañana del lunes 6 de agosto de 1945 y la Segunda Guerra Mundial ya estaba definida en Europa, con la rendición de la Alemania Nazi, pero Japón todavía resistía en el Pacífico. Para acabar con esa resistencia sin necesidad de invadir, el presidente estadounidense Harry Truman decidió utilizar un arma hasta entonces desconocida, la bomba atómica, y arrojarla sobre una ciudad densamente poblada. La bomba de uranio 'Little Boy' explotó sobre Hiroshima y mató instantáneamente a unas 70.000 personas, devastando la ciudad (Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos/REUTERS) El bombardero comandado por el coronel Tibbets había despegado de la base aérea de North Field, en Tinian, volado durante seis horas para llegar a su objetivo. A las órdenes del coronel estaban a bordo del B-49 el teniente primero Jacob Beser, el teniente segundo Norris R. Jeppson, el capitán Theodore J. Van Kirk, el mayor Thomas W. Ferebee; el capitán William S. Parsons, el capitán y copiloto Robert A. Lewis, los sargentos Robert R. Shumard, Joe A. Stiborn, Wyatt E. Duzenbury y George R. Caron, y el soldado Richard H. Nelson. El coronel Tibbets le había puesto nombre el avión en que volaban y ese nombre era “Enola Gay”, el de su propia madre. Extraño bautismo para un bombardero, porque las madres se distinguen por cargar vidas en sus vientres, pero lo que el Enola Gay cargaba era un devastador artefacto de muerte. La bomba de uranio 235 se llamaba “Little Boy”, aunque de pequeña tenía solo el nombre: pesaba 4.400 kilos, medía tres metros de largo por 75 centímetros de diámetro y tenía una potencia explosiva de 16 kilotones, el equivalente a 1600 toneladas de dinamita. Explotó a 600 metros de altura sobre Hiroshima y mató al instante a unas 70.000 personas –un tercio de la población- y condenó a morir en los años siguientes a otras tantas más por sus efectos radiactivos. El radio de total destrucción fue de 1,6 kilómetros, con incendios que se propagaron en un área de 11,4 kilómetros cuadrados. Las autoridades japonesas calcularon que el 69% de los edificios de Hiroshima fueron destruidos y otro 10% resultó dañado. Alrededor de treinta minutos después comenzó un efecto extraño: empezó a caer una lluvia de color negro al noroeste de la ciudad. Esta “lluvia negra” estaba llena de suciedad, polvo, hollín, así como partículas altamente radiactivas, lo que ocasionó contaminación aun en zonas muy alejadas. En la ciudad, había cadáveres por doquier. Los primeros reportes difundidos por Radio Tokio decían: “Prácticamente todas las cosas vivas, humanos y animales, se quemaron hasta la muerte”. Paul Tibbets fue seleccionado para la misión por su experiencia como piloto de pruebas y su desempeño en combate durante la Segunda Guerra Mundial (Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos/REUTERS) De salvar vidas a matar El coronel tenía 30 años cuando lanzó la bomba. Nacido en Quincy, Illinois, el 23 de febrero de 1915, era hijo de un padre que lo había bautizado con su propio nombre y de Enola Gay Hazard. Recibió una educación rígida de chico y por decisión paterna se inscribió en la carrera de Medicina. Llevaba un año en eso cuando por primera vez se rebeló contra los deseos de su padre dejó los estudios para seguir la carrera militar. En 1937, se alistó en las Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos como piloto de bombardero. Durante la Segunda Guerra Mundial realizó con éxito varias misiones en el frente africano, donde se forjó una muy buena reputación como piloto de combate. Por eso, luego lo eligieron para que probara dos nuevos bombarderos, el B-17 y, más tarde, el B-29. Por su experiencia como piloto de pruebas y su desempeño en combate, el 1° de septiembre de 1944 y ya con el grado de coronel, fue seleccionado para un programa de entrenamiento en el flamante Escuadrón 509 de misiones especiales, con base en Wendover, Utah, donde en medio de gran hermetismo, comenzaban a entrenarse los pilotos y las tripulaciones de los aviones que lanzarían una bomba nueva que diseñaba el equipo del “Proyecto Manhattan”, liderado por el físico Robert Oppenheimer, en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México. Para julio de 1945, la bomba estaba lista y la escuadrilla secreta fue trasladada a la isla de Tinian donde se realizaron los preparativos finales para el bombardeo atómico. En ese momento ya estaba decidido que Tibbets estuviera al mando del bombardero que lanzaría la primera y también el blanco, Hiroshima. La tarde del 5 de agosto de 1945, el coronel hizo pintar el nombre de su madre en el fuselaje del avión, un siniestro toque personal en la misión letal que debía cumplir al día siguiente. La explosión atómica destruyó el 69% de los edificios de Hiroshima y generó una lluvia negra radiactiva que contaminó amplias zonas (EFE/Peace Memorial Museum) El relato de un hombre frío Al ver el infierno que había desatado la bomba al caer sobre Hiroshima, el capitán y copiloto Robert A. Lewis, segundo al mando del Enola Gay no pudo contenerse: “¡Dios mío, ¿qué hemos hecho?!”, dijo horrorizado. El artillero de cola y fotógrafo de la misión George Caron estaba espantado. “Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Todo es pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... catorce, quince... es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Puede que tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de anchura y unos ochocientos de altura. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo eso. Las llamas y el humo se están hinchando y se arremolinan alrededor de las estribaciones. Las colinas están desapareciendo bajo el humo”, relató después en un dramático tiempo presente. Al comando del avión, el coronel Tibbbets no mostró emoción alguna y no hay testimonios de que haya dicho una sola palabra. Cuando, años después contó en una entrevista ese momento, lo hizo con una impactante frialdad que contrasta con los relatos de sus subordinados. “La bomba demoró 54 segundos en caer y fueron los segundos más largos de la historia. Entonces vi el resplandor y cuando la luz llegó al avión sentí un gusto a amalgama en la boca. Años después un físico me explicó que la energía atómica liberada había actuado sobre la mezcla de plomo y plata con que el dentista había arreglado una de mis muelas. Desde entonces tengo la extraña sensación de que la bomba atómica tiene gusto a amalgama. Diez segundos después del estallido nos alcanzó la primera onda expansiva. En seguida nos golpeó la segunda y el avión se estremeció como si lo hubiese alcanzado el fuego antiaéreo. Yo seguí girando hacia la izquierda hasta completar un círculo sobre Hiroshima. El hongo atómico seguía creciendo y a los dos minutos llegaba hasta los 30.000 metros de altura. Cuando finalmente enderecé el avión y miré por primera vez hacia abajo me di cuenta de que sólo quedaban algunos edificios en ruina en los barrios alejados: la ciudad entera había desaparecido”, describió. Le preguntaron entonces cuáles habían sido sus sentimientos. “Yo había escuchado varias descripciones posibles sobre cómo sería la explosión, pero aquello era absolutamente increíble y desolador. Ahora que han pasado los años sigo pensando que aquélla fue una decisión correcta y en iguales circunstancias volvería a arrojar la bomba”, respondió. Dos días después de lanzar la bomba sobre Hiroshima, Tibbets se ofreció como voluntario para la pilotear el avión que bombardeó Nagasaki, pero sus superiores no lo dejaron ir, lo consideraban un héroe de guerra, demasiado valioso como para arriesgarlo en una nueva misión. Foto del 6 de agosto de 1945: el "Enola Gay" Boeing B-29 Superfortress aterriza en Tinian, en las islas Marianas del Norte, tras bombardear con la bomba atómica la ciudad de Hiroshima (AP Foto/Max Desfor, File) La razón de un nombre Apenas el Enola Gay tocó tierra, Tibbets fue condecorado con la Cruz por Servicio Distinguido. Fue una entre las muchas distinciones que recibió mientras estuvo en servicio activo: la Legión al Mérito, la Cruz de Vuelo Distinguido, el Corazón Púrpura, la Medalla Aérea, la Medalla de Encomio de Servicio Conjunto, Medalla de la Campaña Europea-Africana-Medio Oriente, Medalla de Servicio de la Defensa Americana, la Medalla de la Campaña Americana, la Medalla de Victoria Segunda Guerra Mundial y la Medalla de Servicio de la Defensa Nacional. Después de la guerra comenzaron a circular versiones que decían que había sido internado en un hospital psiquiátrico e, incluso, que se había suicidado por la culpa. “Decían que me había vuelto loco, que era borracho, que entraba y salía de centros de salud mental. En ese momento yo estaba a cargo del Centro Nacional de Crisis, en el Pentágono”, relató. En 1959 fue ascendido a general de brigada y se retiró en 1966 con 29 años de servicio activo. Siguió volando como piloto privado y se convirtió en ejecutivo de una empresa de taxis aéreos. Nunca mostró remordimientos por haber lanzado la bomba más letal de la historia y su única frustración fue que el “Enola Gay” no fuera exhibido, como el deseaba, en Museo Nacional del Espacio de Washington, donde se pueden ver, entre otros, el Spirit of Saint Louis de Lindbergh, el módulo lunar Eagle de Neil Armstrong y medio centenar de aviones de combate de las dos guerras mundiales. La excusa que dieron las autoridades del museo fue que era demasiado grande para ser exhibido allí. Terminó guardado en un hangar anónimo de la Fuerza Aérea en Maryland, sin acceso para el público. Poco antes de morir, Paul Tibbets pidió que no hubiera no hubiera funeral ni lápida, porque temía que eso podría darles a sus detractores la oportunidad de tener un lugar para organizar protestas. Una sola vez explicó porqué había decidido pintar el nombre de su madre en el avión que arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima. “Enola Gay son dos palabras fáciles de recordar para el público”, dijo.

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