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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 31/10/2025 04:50
 
                            Comando Vermelho: de las cárceles de los 70 a una amenaza regional (AFP) Las favelas de Río de Janeiro vivieron esta semana escenas propias de una zona de guerra. Un megaoperativo policial sin precedentes contra el Comando Vermelho (CV), la principal facción criminal de la ciudad, dejó un saldo sangriento de más de 119 muertos, entre ellos cuatro agentes policiales y alrededor de 113 detenidos. Los narcotraficantes del CV, atrincherados en los complejos de favelas de Alemão y Penha, resistieron con drones cargados de explosivos, fusiles de alto calibre capaces de derribar helicópteros, barricadas con ómnibus incendiados y ráfagas constantes de disparos. Este enfrentamiento superó en letalidad a operativos previos como la incursión de Jacarezinho en 2021 (28 muertos) o la de Vila Cruzeiro (Penha) en 2022 (23 muertos), convirtiéndose en la acción policial más mortífera en la historia carioca reciente. La ciudad quedó parcialmente paralizada durante el operativo, con accesos bloqueados, clases suspendidas y un clima de pánico entre la población civil. Si bien las fuerzas de seguridad detuvieron a unos ochenta miembros del CV, varios otros lograron fugarse aprovechando la espesa vegetación de los morros. El objetivo principal de la redada, Edgar Alves de Andrade, alias “Doca da Penha” o “Urso”, un cabecilla histórico buscado por decenas de homicidios, escapó del cerco. Las autoridades temen represalias violentas de la organización en las próximas horas y días, en forma de ataques a comisarías o emboscadas a policías, evidenciando que la guerra contra el Comando Vermelho está lejos de haber terminado. Orígenes en la década de 1970: de la guerrilla al narcotráfico El Comando Vermelho tiene sus raíces en los oscuros años de la dictadura militar brasileña. Sus orígenes se remontan a 1969, cuando en la prisión de Ilha Grande (estado de Río de Janeiro) la junta militar mezcló en el mismo pabellón a presos comunes con militantes guerrilleros de izquierda. Aquel experimento represivo, encerrar juntos a delincuentes y opositores políticos, resultó ser el germen de una nueva forma de criminalidad organizada. Los delincuentes comunes, conviviendo con guerrilleros de la Falange Vermelha (un grupo insurgente urbano), aprendieron métodos de organización colectiva, disciplina militar y tácticas de supervivencia que antes eran ajenas al hampa. Además de asimilar códigos de solidaridad carcelaria, muchos presos leyeron textos revolucionarios como el “Mini-manual del Guerrillero Urbano” de Carlos Marighella, obteniendo nociones de guerra de guerrillas aplicables a las calles. Al recuperar la libertad, aquellos criminales “adiestrados” trasladaron este conocimiento a las favelas cariocas, barrios marginales históricamente abandonados por el Estado. A mediados de los años 70, esos exconvictos conformaron un embrión de estructura delictiva inspirada en la disciplina paramilitar y la ideología de resistencia aprendida en prisión. Así nació el Comando Vermelho “Comando Rojo” en portugués, nombre que refleja tanto el componente de lucha armada como el tinte ideológico original, considerada la primera gran organización criminal de Brasil gestada dentro de las cárceles. En las décadas siguientes, el CV capitalizó el floreciente negocio del narcotráfico internacional (especialmente la cocaína proveniente de los Andes) y el comercio de armas ilegales, estableciéndose como el grupo narco hegemónico de Río de Janeiro. Durante los años 80 y 90, el Comando Vermelho expandió agresivamente su control territorial. En ausencia de una presencia estatal efectiva, la organización conquistó la lealtad forzada de cientos de comunidades marginales mediante una mezcla de terror y sustitución del Estado: imponía sus propias reglas, distribuía “justicia” por mano propia, financiaba fiestas comunitarias e incluso proveía algunos servicios básicos donde el gobierno brillaba por su ausencia. Su poderío alcanzó el cenit en la segunda mitad de los 90, cuando llegó a dominar hasta el 90% de las más de 700 favelas de Río de Janeiro. En esa época, prácticamente todo el mapa del narcotráfico carioca respondía al CV. Figuras legendarias del crimen organizado brasileño emergieron de sus filas, como Luiz Fernando da Costa, alias “Fernandinho Beira-Mar”, uno de sus líderes más notorios. Beira-Mar estableció vínculos directos con carteles internacionales; en 2001 fue capturado en Colombia mientras negociaba un cargamento de armas por cocaína con la guerrilla de las FARC, ilustrando la proyección transnacional que había alcanzado el Comando Vermelho. El dominio del CV, sin embargo, nunca estuvo exento de desafíos. A lo largo de su expansión, enfrentó guerras territoriales con bandas rivales surgidas en los márgenes. Algunas facciones nacieron como escisiones internas producto de disputas de poder, por ejemplo, grupos como el Terceiro Comando o Amigos dos Amigos y trataron de arrebatarle el control de ciertas zonas. A pesar de estos conflictos, durante años el Comando Vermelho logró mantener la supremacía gracias a su mayor capacidad de fuego, recursos financieros y reclutamiento en masa de jóvenes de las propias comunidades pobres. La ausencia del Estado y políticas de seguridad fallidas El crecimiento del Comando Vermelho fue facilitado, en gran medida, por el vacío de autoridad estatal en las periferias urbanas. Décadas de negligencia gubernamental y fragmentación de las políticas públicas crearon el caldo de cultivo ideal para que grupos criminales ocuparan el rol del Estado en las favelas. En vastos sectores de Río de Janeiro, la policía solo ingresaba de forma esporádica y violenta, mientras que los servicios básicos (educación, salud, saneamiento) eran insuficientes o inexistentes. Este abandono estructural permitió que el CV y otras facciones pasaran a ser la autoridad de facto en esos barrios, supliendo con mano dura y economías ilícitas la ausencia de ley y oportunidades legítimas. A lo largo del tiempo, las respuestas gubernamentales a la crisis de seguridad en Río de Janeiro oscilaron entre operativos represivos de corto plazo y “sin mejoras socioeconómicas en las favelas, presencia estatal continua y una reforma policial integral, el problema tiende a regenerarse”. En 2008, por ejemplo, las autoridades cariocas implementaron las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), instalando destacamentos policiales permanentes dentro de algunas favelas para desalojar a los traficantes y mantener la paz. Inicialmente, este programa de “pacificación” redujo la violencia en comunidades emblemáticas como Ciudad de Dios, Rocinha o el Complexo do Alemão. No obstante, con los años las UPP se debilitaron por falta de recursos, denuncias de corrupción y la reacción violenta de las mafias. Para finales de la década de 2010, muchas de esas áreas “pacificadas” sufrieron el retorno del Comando Vermelho u otras bandas, reanudándose los tiroteos habituales. Analistas de seguridad brasileños subrayan que las operaciones de choque como las redadas policiales espectaculares atacan los efectos del narco-crimen pero no sus causas profundas. La proliferación paralela de “milicias” parapoliciales (grupos armados formados por exagentes que controlan y extorsionan barrios populares) complicó aún más el escenario, añadiendo otro actor violento que disputa territorios al CV pero que tampoco representa una solución sostenible. En síntesis, la ausencia prolongada del Estado o una presencia limitada que llega solo en forma de operativos militares temporales permitió que el Comando Vermelho echara raíces profundas en la sociedad marginada, convirtiendo a partes de Río en un Estado paralelo regido por las leyes del narcotráfico. Expansión y conflictos en el nuevo milenio Aunque nació en Río de Janeiro, la influencia del Comando Vermelho trascendió las fronteras de esa ciudad. Con los años, la facción tejió redes criminales en otros estados de Brasil e incluso en países vecinos. En el norte amazónico, por ejemplo, el CV se expandió aprovechando las rutas fluviales de cocaína que ingresan desde Colombia y Perú, consolidando su presencia en estados fronterizos como Amazonas y Pará. Hacia el sur, extendió sus tentáculos mediante alianzas con grupos locales e infiltración de sus emisarios, buscando controlar pasos de contrabando en la frontera con Paraguay y Bolivia. Estas conexiones internacionales le permitieron diversificar sus actividades: tráfico de drogas a gran escala, contrabando de armas, lavado de dinero global y hasta el envío de cargamentos transoceánicos con destino a Europa o África. En paralelo, el CV tuvo que lidiar con nuevas guerras en el panorama criminal brasileño del siglo XXI. La más significativa ha sido la rivalidad con el Primeiro Comando da Capital (PCC), organización nacida en São Paulo en los años 90 que creció hasta desafiar el predominio del Comando Vermelho. Durante un tiempo ambas facciones mantuvieron una alianza tácita para repartirse mercados, pero a partir de 2016 esa tregua se rompió, desatando una violenta disputa. La “guerra narco” se trasladó a las prisiones primero, con sangrientas masacres carcelarias en las regiones norte y nordeste y luego a las calles, especialmente en estados fuera de Río donde el PCC avanzaba sobre territorios históricamente ligados al CV. Esta pugna entre megacárteles brasileños reconfiguró el mapa criminal: hoy el PCC domina buena parte del sur y centro de Brasil, mientras que el CV sigue fuerte en Río y ha consolidado enclaves en puntos estratégicos del norte y la frontera. Pese a haber perdido el monopolio que ostentaba en los 90, el Comando Vermelho sigue contando con un ejército de miles de integrantes y un poder de fuego significativo. Se estima que actualmente conserva el control de alrededor del 40% de las favelas cariocas, además de núcleos activos en al menos la mitad de los estados de Brasil. Sus líderes históricos, aunque encarcelados, continúan ejerciendo influencia: Fernandinho Beira-Mar, sentenciado a más de 300 años de prisión, ha seguido impartiendo órdenes desde celdas de máxima seguridad, según investigaciones judiciales. Otros jefes de la vieja guardia fueron sustituidos por una nueva generación igualmente violenta y ambiciosa, dispuesta a mantener viva la sombra del CV sobre Brasil. En este contexto, las autoridades brasileñas se encuentran ante un desafío mayúsculo. El reciente operativo en Río de Janeiro impulsado por el gobernador estadual con miles de policías militares y francotiradores es parte de una estrategia de “mano dura” para contener la expansión del CV en la capital carioca. Sin embargo, esa iniciativa generó roces políticos con el gobierno federal de Brasília, que no participó directamente en la planificación del asalto. Mientras la administración local proclama una ofensiva total contra lo que llama “narcoterroristas”, el gobierno nacional de Lula da Silva impulsa un proyecto de ley contra el crimen organizado que busca articular esfuerzos a nivel país, incluyendo la creación de un registro federal de miembros de facciones y penas más duras para quienes controlen territorios mediante violencia. La falta de coordinación y las visiones contrapuestas entre distintos niveles del Estado reflejan las dificultades para forjar una respuesta unificada frente al Comando Vermelho. Tentáculos del Comando Vermelho en la Argentina El eco de la actividad del Comando Vermelho ya traspasó las fronteras brasileñas y llegó hasta la Argentina. Si bien en territorio argentino no se escuchan los balazos de las guerras de favelas, la organización criminal carioca encontró aquí un terreno fértil para ciertos aspectos logísticos de sus negocios ilícitos. En los últimos años, investigaciones judiciales y policiales revelaron que emisarios del CV aprovecharon al país para montar redes de apoyo financiero y de abastecimiento armamentístico. A continuación, se destacan algunas de las incursiones detectadas del Comando Vermelho en la Argentina: • Lavado de dinero: En 2023 la Policía Federal Argentina desbarató la llamada “Operación Crypto”, una sofisticada estructura de blanqueo de capitales vinculada al Comando Vermelho. Mediante cuevas financieras, cuentas digitales y exportaciones pantalla (por ejemplo, la compra masiva de vinos de Mendoza para su posterior venta en Brasil), esta red habría lavado sumas millonarias provenientes del narcotráfico. La investigación reveló que un ciudadano chino y un brasileño residenciado en un barrio cerrado de Nordelta manejaban el esquema, llegando a mover más de 500 millones de dólares para la facción carioca. Varios implicados fueron detenidos y procesados, aunque algunos cabecillas lograron fugar justo antes de los allanamientos, dejando en evidencia la capilaridad transnacional del CV. • Narcovuelos en la frontera: Organismos de seguridad detectaron pistas de aterrizaje clandestinas y operativos de tráfico aéreo ligados al Comando Vermelho en la provincia de Corrientes, cerca del límite con Brasil. En 2013, durante el operativo “Ciervo Blanco”, Gendarmería Nacional descubrió en los Esteros del Iberá una trama de vuelos nocturnos donde avionetas arrojaban cargamentos de cocaína en campos remotos. Años después se supo que uno de los coordinadores de esa logística aérea era Marino Divaldo Pinto de Brum, un alto miembro del CV y mano derecha de Fernandinho Beira-Mar. Pinto de Brum había montado bases de operaciones a ambos lados de la frontera en Uruguayana (Brasil) y Santo Tomé (Argentina), construyendo improvisadas pistas para las narcoavionetas. Si bien este criminal logró escapar de Argentina en su momento, su captura en Brasil en 2016 confirmó la conexión de aquella estructura con el Comando Vermelho. • Refugio de prófugos y delitos locales: La presencia de miembros del CV escapando de la justicia brasileña también ha salpicado a Argentina. En 2020 fue detenido en Buenos Aires Jimmy Medina Ávila, un chileno criado delictivamente en las favelas de Río y asociado al CV, quien había huido a nuestro país tras ser buscado por narcotráfico y robos a joyerías en Brasil. Medina Ávila, lejos de mantenerse oculto, organizó una banda con delincuentes locales y realizó una serie de asaltos violentos en la zona norte del Gran Buenos Aires, replicando métodos aprendidos bajo la órbita del Comando Vermelho. Su captura puso de manifiesto que la exportación del modus operandi de estas facciones no reconoce fronteras. Asimismo, se han registrado otros casos de integrantes o cómplices de la organización residiendo en ciudades argentinas (particularmente en la región mesopotámica) para pasar desapercibidos o reorganizar negocios ilícitos fuera del acecho de las autoridades brasileñas. • Tráfico de armas: Las mafias brasileñas han encontrado en el mercado negro de armas del Paraguay y Argentina una fuente para abastecerse de arsenales. En 2024, tras una investigación binacional, fueron detenidos en Córdoba dos prófugos (un empresario argentino y su pareja) implicados en la llamada Operación Dakovo. Esta pesquisa, iniciada en Paraguay, descubrió un inmenso contrabando de armamento ligero y fusiles de asalto adquiridos en Europa del Este, ingresados al continente vía Asunción y distribuidos a grupos criminales brasileños. Una porción importante de las 43.000 armas traficadas por esta red terminó en manos del Comando Vermelho (además del PCC). El caso evidenció la colaboración de contactos locales que, aprovechando resquicios legales y posibles complicidades, armaron a las facciones narco de Brasil desde suelo argentino-paraguayo. Frente a este panorama, Argentina ha comenzado a reforzar sus defensas. En especial, la región de la Triple Frontera (donde convergen Argentina, Brasil y Paraguay) es considerada un punto crítico, dadas las facilidades para el movimiento clandestino de personas y mercancías. El Ministerio de Seguridad de la Nación activó el “Plan Guaçurarí”, una estrategia integral de vigilancia fronteriza en la provincia de Misiones y zonas aledañas, con participación de fuerzas federales, inteligencia criminal y cooperación internacional. Dicho plan, bautizado en honor a un caudillo misionero, busca blindar los pasos fronterizos y rutas fluviales ante la eventual penetración de emisarios del Comando Vermelho u otras organizaciones brasileñas. De hecho, tras el reciente megaoperativo en Río de Janeiro, las autoridades argentinas emitieron una alerta preventiva ante la posibilidad de que miembros fugitivos del CV intenten cruzar hacia nuestro territorio para esconderse. Se intensificaron los controles en puentes, caminos secundarios, puertos y hasta zonas selváticas, con órdenes explícitas de extremar la seguridad en cada intervención. En conclusión, la evolución del Comando Vermelho desde sus inicios en los años 70 hasta la actualidad muestra cómo un fenómeno criminal puede florecer al calor de la ausencia estatal, mutar y expandirse más allá de sus fronteras originales. Nacido de la represión y la pobreza, el CV se transformó en un imperio delictivo que hoy desafía al Estado brasileño con tácticas de guerra, a la vez que extiende sus ramificaciones por Sudamérica. Para la Argentina, la amenaza es doble: por un lado, evitar que la violencia narco que azota a Brasil se derrame sobre su suelo, y por otro, desmantelar las estructuras encubiertas que el Comando Vermelho pueda haber instalado puertas adentro, ya sea para lavar dinero, conseguir armamento o huir de la ley. La historia del CV es, en el fondo, un recordatorio de que cuando el Estado no ocupa los espacios de vulnerabilidad social, el crimen organizado está listo para hacerlo, con consecuencias que rebotan de manera regional. Enfrentar esa realidad demandará no solo operativos policiales contundentes, sino políticas sostenidas de presencia estatal, coordinación internacional y oportunidades legítimas que le arrebaten al narcotráfico el control de las vidas y territorios que hoy mantiene bajo su sombra.
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