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Paraná » 9digital
Fecha: 30/10/2025 09:54
 
                            Luz y oscuridad En la mesada siempre quedan señales: las palmas pequeñas de mis hijos, en los vidrios se imprimen tenues sus puños húmedos, restos de los fideos que se prepara la mayor mientras dormidos parecen desperezarse en las primeras horas de la mañana cuando recorro la casa nuevamente. Encuentro migas que se sacuden del pelaje blanco del conejo, polvo de las patas del perro. La casa nunca puede estar limpia, pienso, y retomo los elementos como si se tratara de peinar a un niño en el borde de la cama. Escoba y esponja. La espuma apretada entre los dedos. Pelusas uniéndose hasta formar el cuerpo híbrido de esa presencia nocturna que deja sus propia desintegración entre las cosas. Sumisión y piedad. Pero la espalda y la mujer que soy, la madre y la lengua que arrastro como a un pájaro siempre ubicado en el hueso del hombro, con el susurro puesto en el oído imperceptible. La casa y el cuidado, no es justo. La casa y tres hijxs que hasta en el placer del sueño insisten en estar como termitas incansables en las arrugas de los almohadones que parecen tristes. Apago al lorito que se posa invisible. Convoco las letras y las enhebro, ¿de qué escribiría si no estuvieran estos monstruos adorables? Un poema de Daniel Durand que me encanta dice: Llego, entro, prendo la luz de la cocina y sorprendo a las hormigas coloradas puliendo los platos y cargando todos los restos de comida. No me molestan, pero mentalmente las advierto sobre la superpoblación: hasta ahora el ecosistema se mantiene. Sin embargo, si consigo trabajo, comeré más, vendrán amigos y mujeres, habrá más restos, ustedes crecerán y tendré que echar insecticida. Sólo esta pobreza puede mantenernos delicadamente unidos. *
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