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  • El combate de San Jacinto, la historia detrás de la batalla que fortaleció al cacique Calfucurá y puso en jaque a Buenos Aires

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 29/10/2025 05:06

    Por décadas, Juan Calfucurá fue el terror de las pampas, por sus malones y por su habilidad para combatir a las tropas regulares El 29 de octubre de 1855 se produjo el combate de San Jacinto, uno de los enfrentamientos más intensos y ásperos de la lucha contra los aborígenes y de la Conquista del Desierto. El combate tuvo lugar cerca de la actual localidad de Loma Negra, en el partido de Olavarría, provincia de Buenos Aires. En 1855, la frontera interna sur con el aborigen se apoyaba en una línea militar que corría por el sur de las provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, pasando por el norte, oeste, centro, sur y costa sur de la provincia de Buenos Aires, hasta Bahía Blanca y Carmen de Patagones. Diversos pueblos aborígenes mantenían inestables relaciones con los gobiernos y con las autoridades de las fronteras internas. Para asegurar la tranquilidad y la paz en dichas fronteras y en las provincias, se aplicaba, desde hacía tiempo, una política de abastecimiento y racionamiento a los aborígenes, denominada “negocio pacífico”, que se concretaba a través de diversos tratados que no garantizaban una pacífica convivencia, y por los cuales se entregaban a los caciques diversos artículos y productos a cambio de no atacar ni invadir aquellos territorios. Ello provocaba una situación de verdadera humillación y extorsión hacia los gobiernos de la época. El 3 de febrero de 1852 cayó el régimen de Juan Manuel de Rosas (1835-1852) con su derrota en la Batalla de Caseros. El 31 de mayo de 1852 Justo José de Urquiza, nuevo hombre de fuerte de la Confederación Argentina, concretó el Acuerdo de San Nicolás para convocar un congreso, aprobar una constitución nacional e iniciar la organización nacional. La Batalla de Caseros, librada el 3 de febrero de 1852, marcó el fin del régimen de Juan Manuel de Rosas y abrió el camino hacia la organización nacional Para no ver disminuida su influencia, la provincia de Buenos Aires rechazó el Acuerdo de San Nicolás. Las relaciones entre la Confederación Argentina y la provincia Buenos Aires se hicieron cada vez más difíciles, y el 11 de septiembre de 1852 Buenos Aires se levantó contra Urquiza, lo que provocó la secesión y formación del Estado de Buenos Aires y el inicio de una nueva guerra civil. A mediados de 1853 finalizaron las hostilidades, se aprobó la Constitución Nacional (1853) y Justo José de Urquiza fue elegido presidente de la Confederación Argentina (1854-1860). El Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina permanecieron separados, conviviendo en tensa e inestable paz. Respecto a las relaciones con el mundo aborigen, Rosas había logrado cierta estabilidad en las fronteras de la Confederación Argentina y una relativa paz con los líderes aborígenes, por medio de los diversos y complejos tratados del “negocio pacífico”. Luego de su caída, y con la inmediata guerra civil entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina, los aborígenes aprovecharon ese conflicto para olvidar los tratados y continuar sus incursiones sobre fronteras y provincias, especialmente contra Buenos Aires. Los aborígenes atravesaban constantemente las líneas militares y atacaban estancias y poblaciones para apoderarse de ganado, capturar personas y efectuar todo tipo de saqueos. Dichas acciones desprestigiaban y humillaban a los gobiernos, debilitaban la defensa fronteriza, afectaban la integridad territorial, perjudicaban el progreso económico, dificultaban la ocupación y colonización del territorio y retrasaban la organización nacional. El general Bartolomé Mitre advertiría que el problema aborigen se solucionaría recién en 300 años, es decir, bien avanzado el siglo XXII… El sello del cacique, amo y señor de las Salinas Grandes A través de caminos bien definidos (rastrilladas), los aborígenes llevaban el ganado robado desde la provincia de Buenos Aires hacia Chile, donde era vendido o intercambiado por diversos artículos; justamente, la principal y más famosa rastrillada era aquella conocida como el Camino de los Chilenos. El cacique más poderoso de aquellos años fue el mapuche Calfucurá (“Piedra Azul”), nacido en Chile, quien desde 1834 se hallaba instalado en nuestras tierras. Se estableció en Salinas Grandes (Füta Chadiwe), en la actual provincia de La Pampa, y fijó su residencia y cuartel general en Chilihué. Calfucurá se convirtió en el principal cacique de los diversos grupos aborígenes de la dilatada región pampeana. Formó una extensa Confederación, con centro en Chilihué, compuesta por mapuches, ranqueles, pampas, salineros y otros pueblos más, de la cual fue líder indiscutido. Su prestigio ganó adhesión hasta entre los mapuches de Chile. Se destacó por su astucia política, habilidad diplomática y pragmatismo en las vinculaciones con los gobiernos y con las autoridades de las fronteras internas. Ello le permitió obtener beneficiosos tratados y mantener iniciativa y gran libertad de acción en sus relaciones con blancos y cristianos (huincas). Conocía al detalle el extenso territorio pampeano sometido a su influencia, especialmente las rastrilladas que comunicaban la provincia de Buenos Aires y Chile. La base de su poder fue el triángulo estratégico Salinas Grandes (centro político y militar, nudo de comunicaciones y área de valor económico por sus salinas); Carhué (zona de pastos para alimentar caballos y ganado) y Choele Choel (paso clave de la rastrillada hacia Chile sobre el Río Negro). Talentoso y hábil conductor en la guerra, fue conocido como el “Napoleón del Desierto” o “de las Pampas”. Adaptó la organización militar huinca al mundo aborigen, y apoyó su poder en la movilidad de la caballería y en sus numerosos guerreros de lanza. En sus combates, buscaba imponer el poder de su caballería a través de una táctica móvil, evasiva y desgastante, en orden y despliegue circular, la cual complementaba con efectivas acciones de guerrilla multiplicadas en constantes y oportunas escaramuzas. Se le atribuía la posesión de una poderosa piedra talismán de color azul que lo hacía invencible en el campo de batalla, que representaba a Cherüfe, una de las divinidades mapuches. Muy atento a los diversos conflictos de la época, Calfucurá aprovechó las desinteligencias políticas de los gobiernos y los forzó a firmar tratados de paz, a la vez que continuó con sus invasiones (con o sin tratados de por medio), especialmente sobre la provincia de Buenos Aires, abundante en ganado, pastos y aguadas. Calfucurá consolidó su poder sobre la Confederación de Salinas Grandes y se convirtió en el auténtico amo y señor del vasto desierto de las pampas entre 1835 y 1873. Tal fue su influencia, que se constituyó en aliado del mismísimo presidente de la Confederación Argentina Justo José de Urquiza, ya que ambos poseían un adversario en común: la provincia (luego Estado) de Buenos Aires. El Estado de Buenos Aires continuó, con poco éxito, la política de abastecimiento, racionamiento y “negocio pacífico” de la época de Rosas. Las relaciones fueron inestables y difíciles, y se concretaron tratados de dudosa confiabilidad con los caciques pampas Catriel y Cachul. A principios de 1855, Calfucurá organizó una importante invasión sobre la provincia de Buenos Aires, para lo cual reunió 5000 aborígenes, a la vez que contó con el apoyo de los caciques pampas Catriel y Cachul, dudosos aliados de Buenos Aires. El gran líder de la Confederación de Salinas Grandes y sus aliados arrasaron y devastaron especialmente el partido de Azul, donde sus fuerzas se apoderaron de numeroso ganado (60.000 animales), se llevaron 150 personas cautivas y asesinaron a 300 pobladores. Urquiza buscó organizar el país tras la caída de Rosas y mantuvo una compleja alianza con el poderoso cacique Calfucurá La respuesta militar del Estado de Buenos Aires no se hizo esperar, pero sus fuerzas, comandadas por el ministro de guerra y marina coronel Bartolomé Mitre y el coronel Laureano Díaz, fueron derrotadas por Catriel y Cachul en la campaña de Sierra Chica (30 y 31 de mayo de 1855). Poco después, el 13 de septiembre de 1855, una fuerza aborigen que respondía a Calfucurá masacró al teniente coronel Nicanor Otamendi y a su tropa de 124 soldados en la estancia San Antonio de Iraola. Una nueva represalia estuvo a cargo del general Manuel Hornos. Nacido en Entre Ríos en 1807, era un veterano y valiente soldado de origen unitario, con una importante trayectoria y experiencia militar forjada en las guerras contra el régimen de Rosas (1835-1852) y contra la Confederación Argentina (1852-1853). Se halló en la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) y en los combates por la defensa de la ciudad de Buenos Aires durante el sitio de las fuerzas de la Confederación (1 de diciembre de 1852-20 de junio de 1853). Ya al servicio del Estado de Buenos Aires, en 1855 el general Hornos fue destinado a Azul y Tapalqué como jefe del Ejército de Operaciones de la Frontera. Hacia las cinco de la mañana del 29 de octubre de 1855, una fuerza aborigen de Calfucurá sorprendió a un grupo avanzado de soldados de Buenos Aires, en las inmediaciones del pueblo y fuerte de Tapalqué Nuevo, y le arrebató los 1000 caballos que custodiaban. La respuesta fue inmediata: el general Manuel Hornos formó una fuerza de 1000 hombres de caballería, entre 230 y 280 infantes y 2 piezas de artillería, y a unos 10 kilómetros de Tapalqué Nuevo encontró a una fuerza de entre 2500 y 3000 aborígenes conducidos por Calfucurá (entre los cuales venían “los indios chilenos”, según el diario La Tribuna), que ocupaba astutamente un terreno muy próximo a un extenso bañado. La zona donde habría de producirse el combate de San Jacinto está hoy delimitada por el arroyito San Jacinto, la Ruta Provincial 51, las instalaciones de Vialidad de la provincia de Buenos Aires y por la cercana localidad de Loma Negra, en el partido de Olavarría. El general Hornos organizó sus fuerzas de la siguiente manera: ala derecha formada por el Regimiento de Caballería de Línea Coraceros, milicias de Azul y aborígenes aliados del cacique Maicá; ala izquierda constituida por los regimientos milicianos 1 y 2; y centro, a modo de reserva, con el Escuadrón de Húsares, el Batallón de Infantería 2 de Línea y las dos piezas de artillería. El general Hornos asumió el mando del ala izquierda, mientras que el coronel Manuel Antonio Ocampo dirigió el ala derecha. El cacique mapuche Calfucurá, conocido como el “Napoleón del Desierto”, fue el líder más poderoso de la Pampa en el siglo XIX El combate de San Jacinto se inició con una serie de cargas de caballería del Regimiento de Coraceros, que provocaron importantes bajas entre los aborígenes. Esas cargas fueron conducidas personalmente por el coronel Ocampo, quien se destacó por su arrojo y valentía. Según el parte oficial del general Hornos, ese ataque “se realizó con una bizarría digna de todo elogio. Su carga decidida triunfó sobre los enemigos que tenía a su frente”. En esos ataques también participaron las milicias de Azul y la fuerza aborigen aliada del cacique Maicá. Luego de tres cargas sucesivas y exitosas, dichas fuerzas se detuvieron “al ver al ala izquierda en derrota, o, mejor dicho, cuando miraron hacia la izquierda y no vieron más que indios”, tal el relato de un poblador local. Efectivamente, en simultáneo con aquellas victoriosas acciones, las fuerzas milicianas que respondían al general Hornos se desorganizaron al momento de comenzar el combate. Esto fue aprovechado por los aborígenes para ejecutar una perfecta y rápida maniobra envolvente que permitió rodear y hostilizar desde distintas direcciones a esas inexpertas tropas, las cuales, totalmente desmoralizadas, huyeron en desbandada del campo de batalla, pese a los desesperados esfuerzos del general Hornos y de sus jefes y oficiales para contenerlas y mantenerlas unidas. La dispersión de las milicias arrastró igualmente al Escuadrón de Húsares, que también fue víctima de la mortífera táctica envolvente de la caballería de Calfucurá. La infantería y artillería no tuvieron oportunidad de hacer fuego, porque, ante las fuertes y exitosas cargas de los coraceros, los aborígenes que eran arrollados se retiraban a gran distancia de aquellas fuerzas; realizada esta maniobra, se reorganizaban y esperaban el momento oportuno para contraatacar: así lo hicieron cuando, viendo el caos entre las milicias, aprovecharon astutamente para envolver y derrotar a esas tropas. La Tribuna informó que “cuando las milicias empezaron a dispersarse recobraron ánimo los indios y cargaron nuestra ala izquierda; es ahí donde hemos sufrido las mayores pérdidas”. En aquel momento tan crítico del combate, cuando las milicias se dispersaban al ser envueltas por los aborígenes, corrió serio peligro la vida del mismísimo general Hornos, quien, según un poblador de la zona, “se vio tan comprometido que tuvo que lancear los indios que se acercaban demasiado”. La caída del ala izquierda desarticuló y derrumbó el dispositivo militar del Ejército de Buenos Aires, lo que obligó al general Hornos a ordenar la retirada hacia Tapalqué Nuevo, a donde llegó hacia las cinco de la tarde. En su parte oficial, al no ser posible reunir a las milicias y al Escuadrón de Húsares, el general Hornos informó: “ordené la retirada del Regimiento de Coraceros, la que se efectuó en medio de un número considerable de indios que lo rodeaban, con el mayor orden y sin perder un solo hombre en este peligroso movimiento hasta apoyarse en el Batallón 2, que no había tenido ocasión de entrar en pelea por haber permanecido los indios siempre a respetable distancia de él”; en este pasaje, se muestra la astucia y flexibilidad de Calfucurá de retirar y poner a resguardo a sus fuerzas para lanzarlas de nuevo al ataque en el momento exacto. Según el general Hornos, sus fuerzas tuvieron entre 50 y 60 bajas, contando muertos y heridos (incluidos un jefe y cinco oficiales), especialmente entre las tropas milicianas, mientras que del lado aborigen registró en su informe 100 hombres entre muertos y heridos. Luego del combate, los aborígenes quemaron algunos ranchos de la incipiente población de Tapalqué Nuevo, cuyas sufridas familias finalmente se retiraron llevando todas sus pertenencias. A las 9 de la noche del mismo día, el general Hornos se dirigió con sus tropas a proteger el pueblo de Azul, ante la amenaza de un ataque aborigen. El combate se desarrolló durante gran parte de la jornada del 29 de octubre y culminó hacia las 5 de la tarde. Un soldado que luchó allí señaló: “hoy hemos peleado todo el día”, tal lo registrado por La Tribuna. El lugar histórico del combate de San Jacinto se ubica a la vera del arroyito San Jacinto, en el partido de Olavarría Un habitante de la campaña destacó que, en el combate de San Jacinto, “es la primera vez que los indios han dado con una fuerza tan considerable, y convengo con lo que he oído al general Hornos, y es que si nuestras milicias no se hubieran portado tan cobardemente los indios se habrían llevado una buena lección”. Según La Tribuna, San Jacinto fue un combate de “estocada por cornada”, es decir, un enfrentamiento en el cual las fuerzas atacadas eran capaces de asestar golpes punzantes y hasta letales a las fuerzas que cargaban sobre ellas. Por otra parte, destacó la actuación del general Hornos, quien no dudó en enfrentar a una horda aborigen numéricamente superior, y hasta obtener ciertas ventajas en el campo de batalla. Si bien no menciona un resultado concreto y contundente, resalta la gran resistencia que encontraron los aborígenes de Calfucurá en su ataque del 29 de octubre a Tapalqué Nuevo. También se señaló la importancia de contar en esos combates con tropas veteranas del Ejército de Línea (como el Regimiento de Coraceros), a la vez que se comentó el inconveniente de incluir fuerzas milicianas; respecto a éstas últimas, La Tribuna observó sus serias limitaciones en cuanto a instrucción, disciplina y espíritu combativo, y que “según nos lo ha enseñado la experiencia de los últimos sucesos, o se desbandan antes de llegar al campo de batalla, o lo que es más desmoralizador todavía, dan vueltas las espaldas al oír los alaridos del salvaje”, por lo que la solución para ello podría ser distribuir milicianos entre las unidades veteranas del Ejército de Línea. Si bien el general Hornos obtuvo ciertas ventajas, no pudo imponerse de manera contundente en el campo de batalla y debió retirarse ante la dispersión de las milicias y el desmoronamiento de su dispositivo militar. Calfucurá, pese a las bajas sufridas ante las cargas de la caballería veterana de Buenos Aires, mostró astucia y fino sentido de la oportunidad para responder con “estocada por cornada” y con su mortífera táctica móvil, envolvente, desgastante y evasiva, logrando la retirada de las fuerzas del general Hornos y mantener su estructura combativa y su prestigio militar. En carta a su aliado el presidente de la Confederación Justo José de Urquiza, Calfucurá criticó al gobernador del Estado de Buenos Aires Pastor Obligado por sacrificar vidas inútilmente, al recurrir a milicias inexpertas para luchar contra el aborigen: “ese pícaro Obligado los obliga a los pobres a servir a la fuerza, a pelear contra los indios”. Tiempo después, el cacique Calfucurá y el general Manuel Hornos, mantuvieron una interesante correspondencia, donde hicieron gala de su firmeza, astucia, flexibilidad, pragmatismo y hasta de sus sinceros sentimientos mutuos de respeto y admiración. En una de sus cartas, Calfucurá se refiere reiteradamente al bravo general Hornos como su “amigo”, aunque combina la continuación de la guerra con su buena voluntad para la paz: “si quiere pelear tengo ocho jefes principales para hacer la guerra. Y si quiere que tratemos de buena fe de amistad, seremos a la fe de Dios, mande su corazón y una fe de amigo”. Por su parte, el general Hornos se expresa en un tono similar: “tenemos aún bastantes soldados para defendernos y para hacerlos pedazos. Y te hemos de volver a pelear cien veces porque no le tengo miedo a nadie. Pero si el amigo Calfucurá quiere de buena fe hacer tratados en que podamos darnos la mano de amigos, tenemos el mejor deseo de que esto suceda. Por eso verás los deseos que tengo de ser amigo del indio más guapo y de más talento que tiene la Pampa, y que podrás ser mucho siendo amigo del gobierno de Buenos Aires. Piénsalo bien, y decídete de buena fe para que podamos entrar en arreglos y si preferís la guerra a la paz, podés venirnos a pelear cuando gustes, porque aquí está el que, aunque desea ser tu amigo, nunca ha estado acostumbrado a sacar el cuerpo a los que lo buscan para pelearlo”. Calfucurá continuó atacando fronteras y territorios del Estado de Buenos Aires, cuyos gobiernos debieron ceder ante las pretensiones de aquel destacado cacique y soportar el retroceso de la línea de fronteras con el aborigen. Lo mismo sucederá con los gobiernos nacionales a partir de 1862, con la República Argentina ya unificada. Luego de San Jacinto, nuestros gobiernos realizaron diversas campañas contra Calfucurá y su Confederación de Salinas Grandes, pero todas fueron derrotadas. Será necesario esperar recién hasta 1872, cuando, en el combate de San Carlos, se produzca un punto de inflexión en las difíciles relaciones con el mundo aborigen y en el complejo proceso de la Conquista del Desierto.

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