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  • El misterio de la niña que desapareció mientras jugaba en la playa y el hombre que fue absuelto a pesar de haber confesado el crimen

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 28/10/2025 05:15

    Cheryl Grimmer en las playas de Australia Carole Grimmer ordena los juguetes de sus hijos y los guarda en una bolsa, recoge las toallas y sacude con energía la arena adherida. El viento arde sobre la piel y los nubarrones se amontonan en el horizonte. Parece que va a llover. Sus hijos, Ricki (7), Stephen (5), Paul (4) y Cheryl (3) van, a pedido de ella, hacia los vestuarios para quitarse los trajes de baño mojados, ducharse con agua dulce y volver a casa limpios para almorzar. Cheryl es la única mujer de la familia, la menor. Tiene el pelo dorado, muy corto y revuelto, y lleva puesto un traje de baño enterizo azul brillante. Antes de entrar al edificio donde están los vestuarios y los baños, ella le pide a su hermano mayor que la alce para poder tomar agua de la fuente de la playa. Luego se separan. Los tres varones van para un lado mientras Cheryl entra al sector femenino de las duchas. Minutos después, Ricky se para en la puerta del área de mujeres y empieza a llamarla para que salga y volver todos a la playa con su madre. Cheryl no le hace caso. Le gusta estar bajo el agua, quiere quedarse un rato más. El sol del mediodía incendia la playa de Fairy Meadows, en Nueva Gales del Sur, Australia, y la aguja de la temperatura toca los 38 grados. Son casi las dos de la tarde y, ante la amenaza de tormenta, la playa se empieza a vaciar. Menos de diez minutos han pasado desde que sus hijos fueron hacia las duchas y ya Carole tiene todo organizado para partir. Pero Ricky llega furioso, arrastrando a sus hermanos varones. Protesta, dice que Cheryl no le obedece y, como sabe que los varones no pueden entrar al espacio reservado para las chicas donde está Cheryl, le pide a su madre que vaya ella a buscarla. Las clásicas y eternas peleas de hermanos. Carole está más que acostumbrada. Va directo hacia los vestuarios. ¡Cheryl! ¡Cheryl! ¡Cheryl!, va repitiendo en voz alta. Pero su hija no responde. No está en las duchas, ni en los baños, ni en ninguna parte del edificio. Quizá, piensa, volvió a la playa. Carole regresa con sus hijos varones. Los hermanos de Cheryl, Stephen Grimmer, Paul Grimmer y Ricki Grimmer en 2016 en la playa de Fairy Meadow No sabe todavía que ya nunca más volverá a ver a su adorada hija menor. Nunca es nunca. Pero todavía Carole no ha entrado en pánico. Siguen buscándola por los médanos y decide avisar a los bañeros. Ellos ayudan, pero ni un rastro de la pequeña rubia de ojos color cielo y traje de baño azul. Carole ahora sí siente que el miedo comienza a abrirse paso entre sus tripas. Los guardavidas le sugieren conseguir un teléfono para llamar a la policía. ¿La policía? ¿Cómo puede ser? Todo tiene que ser una confusión, una tontería. En estos años los teléfonos públicos son un bien escaso. No existen los celulares ni las redes de hoy tan útiles para estos casos. Estamos situados en el lunes 12 de enero de 1970. En ese día en que a la familia Grimmer le cambió la etiqueta de “familia feliz”. La madre, en completo shock, se dirige hacia una casa cercana. No los conoce, ellos son los Elliot. Balbucea su desconcierto, que no encuentra a su hija y les pide prestado el teléfono de línea. Primero llama a Vince, su marido, que está por trabajo en otra ciudad cercana y le pide que regrese de inmediato. Luego llama a la policía y cuenta una vez más lo que le pasa. No sabe bien qué decir. Su hija no aparece. Quizá aparezca enseguida y todo quede en una anécdota, pero precisa ayuda. Ellos van. Un chico perdido en una playa casi siempre termina bien… Eso piensan. Pasa una hora y otra y otra más. Nada tranquilizador sucede. La arena es ahora surcada por policías y voluntarios que buscan señales de Cheryl. Hay algunos testigos que hablan. Uno dice haber visto a un hombre joven con una niña pequeña envuelta en una toalla yendo hacia la zona de estacionamiento. Otro, sostiene que ha visto a un chico levantar a una pequeña para tomar agua de la fuente. Este era su hermano Ricky alzándola, pero reina la confusión. Un tercero, habla a la policía de una furgoneta Volkswagen azul. Hay también quien cree haberla visto en un auto blanco. Transcurre un día, dos, tres. El infierno tan temido devora la casa de los Grimmer. Están tensos, nerviosos, devastados. Es entonces que reciben una nota en la que les piden dinero para devolver a Cheryl sana y salva: 10.000 dólares. Cheryl (la segunda desde la derecha) en una imagen junto a sus tres hermanos La policía cree que es un fraude ideado por un oportunista para ganar dinero. Las autoridades difunden en los medios de prensa esta pista, hablan del tema en todos lados y señalan que la nota parece escrita por un adolescente. Aun así, el sábado 17 de enero, a las 11 de la mañana, se presentan a la cita pactada en la Biblioteca de la ciudad de Bulli. Pero en el lugar no aparece nadie. Con tanto alboroto, el autor de la nota de rescate podría haberse asustado. Cierta o no, esta pista se diluye. Cambio de continente Carole Nash y Vince John Grimmer se casaron en 1963 en Bristol, Reino Unido, siendo muy jóvenes: ella tenía 20 años y él 18. Tuvieron primero tres hijos varones. Uno tras otro y sin casi respiro llegaron Ricky, Stephen y Paul. En 1966, nació Cheryl Gene Grimmer. Como la menor de cuatro y la única mujer, se convirtió enseguida en la mimada de la familia. En 1968, la familia decidió emigrar en búsqueda de una mejor calidad de vida. Dejaron el barrio de Knowle, donde vivían, en las afueras de aquella ciudad industrial, hacia un nuevo continente. El destino escogido era Australia donde Vince había conseguido trabajo en el ejército australiano para construcción y mantenimiento militar. La joven pareja (Carole ya tenía 26 años y Vince 24) se instaló con sus hijos a unos 70 km al sur de Sídney, en un cottage del Hostal de Inmigrantes de Fairy Meadow, muy cerca de las playas donde luego desaparecería Cheryl. Eligieron el lugar justamente por su cercanía al mar: estaban convencidos de que sus hijos disfrutarían de la tranquilidad en pleno contacto con la naturaleza. A veces los proyectos no salen como se piensan. La confusión, el desconcierto y la angustia de las semanas y meses que siguieron a la desaparición de Cheryl golpearon de lleno a la familia. El caso ocupaba la primera plana de todos los medios de la época, pero a pesar de la enorme difusión ninguna pista llevó a un rastro certero. ¿Cómo podía desaparecer una pequeña en una playa llena de gente y bajo la luz del sol sin que nadie hubiera visto nada? Parecía mentira. La búsqueda de Cheryl días después de su desaparición en 1970 La confesión descartada Unos dieciocho meses después de la desaparición de Cheryl Grimmer, en junio de 1971, un adolescente local de 16 años se presentó en la comisaría local y confesó ser el secuestrador y asesino de la menor. El joven describió el lugar donde había intentado violarla y sostuvo que la había terminado estrangulando para callarla. Había abandonado su cuerpo luego de taparlo con tierra y ramas. En su precisa descripción habló de un lugar donde había un establo, un guardaganado con barras tubulares de acero, un camino solitario que pasaba por encima de un arroyo pequeño. Este adolescente condujo a los detectives hasta el sitio donde decía haber dejado el cadáver de Cheryl, pero al llegar a la esquina de Brokers y Balgownie se sorprendió: notó que la zona estaba distinta. Había una nueva construcción, sostuvo, que cambiaba el escenario. Ahora no estaba del todo seguro de que fuera el sitio exacto. Los agentes buscaron al dueño de la propiedad. Ese hombre fue parco, poco colaborador y contradijo los dichos del supuesto asesino. Aseguró que un año y medio atrás no había existido en ese lugar ningún establo, ningún guardaganado, ni nada que se le parezca. Eso bastó para que la policía concluyera que la confesión era falsa: ese joven era un perturbado que solo buscaba adjudicarse el hecho. La descartaron sin más vueltas y no se lo comunicaron a la familia de la víctima. El caso quedó en la nada y se enfrió durante décadas a pesar de la presión de la opinión pública y de la prensa. Los Grimmer volvieron por un tiempo a Bristol para escapar del asedio mediático y del dolor que la ausencia de Cheryl les causaba. Pero, al tiempo, terminaron volviendo a Australia. Carole Grimmer junto a su hija Cheryl Décadas más tarde Treinta años después muchos de los policías de aquel caso se habían jubilado. Las autoridades creían que tanto Cheryl como su secuestrador podían estar muertos. No había mucho para hacer. En 2004, con solo 58 años, Vince Grimmer murió con la angustia de no saber qué había ocurrido con su hija. Demasiado dolor para soportar. Carole siguió adelante sola, intentando que la investigación se reabriera porque creía que Cheryl podría estar viva. Los investigadores difundieron, a pedido suyo, una característica física de la pequeña: Cheryl había nacido con el ombligo hacia fuera, como una protuberancia. Esto llevó a que, en 2008, hubiese un espacio para la esperanza: una mujer que se le parecía mucho, tenía el ombligo de esa manera y poseía serias dudas sobre sus orígenes, se presentó para un examen de ADN. Lamentablemente para todos, quedó descartada. No lo era. Cheryl fue declarada oficialmente muerta in absentia en mayo de 2011, cuando hubiera cumplido los 45 años. El caso de 1970, sumado a otro que había ocurrido en 1966 (el de los tres hermanos Beaumont de 9, 7 y 4 años que desaparecieron cuando se dirigían solos a una playa en Australia), terminó cambiando de cuajo la conducta relajada de las familias australianas donde los chicos solían jugar solos en la playa y moverse a su gusto sin tanto control. Ahora, los padres ya no confiaban en nadie. Carole siguió insistiendo con la búsqueda de Cheryl. En 2012 la policía armó un nuevo equipo llamado Strike Force Wessell y el gobierno de Nueva Gales del Sur ofreció una recompensa de 100 mil dólares para ver si alguien acercaba alguna pista extra que cambiara el destino del caso. No surgió nada nuevo. En 2014 murió Carole, con 70 años, y esta batalla la heredaron los hermanos de Cheryl. Dos años después, en 2016, el detective de Wollongong, Frank Sanvitale, fue designado para revisar los archivos de Cheryl Grimmer. Se dedicó a hacerlo con obsesión “... soy como un perro con un hueso, cuando tomo algo no lo dejo ir”, dijo entonces. Junto con el agente Damian Loone desempolvaron todo lo que había y comenzaron la revisión de prueba por prueba. No querían que nada se les pasara por alto. Reconstruyeron una vez más, a conciencia, la jornada del secuestro. Al avanzar con el caso llegaron a aquella confesión de 1971: la del joven de 17 años. Era más que llamativa. Decidieron hacerla pública. Nunca se publicó el nombre del sospechoso, pero la policía lo llamó Mercury. En los archivos estaba lo que él le había dicho a los médicos que lo analizaron sobre sus “urgencias para matarse o matar a otras personas”. Era estremecedor solo leerlo. Después estaba todo lo que él había contado sobre el hecho en sí: “ (...) la agarré de atrás (...) había alguien sentado en la pared de enfrente, así que tuve que poner mi mano sobre su boca para evitar que gritara, si hubiera gritado él la hubiera escuchado (...) Pasé la zona de duchas grandes y llegué hasta un pequeño arroyo cerca de la ruta principal. Le coloqué un pañuelo sobre la boca para evitar que gritara y le até las manos a la espalda con un cordón”. Dijo que había estado escondido con ella en ese lugar poco más de media hora y que luego la llevó caminando unos tres kilómetros hasta un lugar en Balgownie donde intentó violarla: “Quería tener relaciones sexuales con ella (… ) ella empezó a gritar apenas le saqué la mordaza (…) puse mis manos sobre su cuello y le dije que se callara. Creo que la estrangulé. Dejó de respirar y paró de llorar. Pensé que estaba muerta. Entré en pánico. La cubrí con arbustos y me fui corriendo”. Mencionó un tipo de árbol como referencia de dónde había abandonado el cuerpo. En su declaración detalló el guardaganado; el establo y habló de un sendero que cruzaba un puente sobre un arroyo. Luego del homicidio, Mercury habría vuelto a la playa. El caso de Cheryl Grimmer en la tapa del Daily Mirror Sus dichos eran perturbadores porque contenían detalles que no podría haberlos sabido alguien ajeno porque no habían sido publicados en los medios: conocía el color del traje de baño de la víctima, que llevaba una toalla blanca y había visto cómo su hermano la había alzado hasta la fuente de agua. Los detectives Sanvitale y Loone estaban seguros que, hasta la confesión de 1971, la prensa no había publicado el color del traje de baño, ni el de la toalla y, tampoco, lo de la fuente de agua. Tenía que ser el culpable. Dos detectives dedicados Los agentes Sanvitale y Loone decidieron volver al sitio que el adolescente había mencionado a la policía. Se encontraron con el hijo del dueño de la propiedad. Aquí pasó algo increíble: esta persona contradijo aquellos dichos de su padre donde negaba la existencia del establo y del guardaganado. Por el contrario, aseguró que sí existían y, agregó, que también era cierto que había un sendero que pasaba por un puente sobre una pequeña acequia dentro de la propiedad. La pregunta sin respuesta era y es: ¿por qué habría mentido su padre? En este punto tampoco hay respuestas, solo especulaciones. Lo concreto era: ¿ese joven liberado sin más vueltas décadas atrás, podría ser el verdadero culpable? ¿Había dicho la verdad? Era posible. Con esta nueva teoría cobraban sentido los dichos de algunos testigos que aseguraban haber visto a un hombre joven llevándose a una menor de la playa. Lo habían descrito como un adolescente de entre 16 y 17 años, de piel blanca, pelo castaño y ojos azules. Sacaron cuentas y se percataron de que ese joven del que hablaban tendría en la actualidad más de 60 años. Mercury, tal como lo denominaban, podría estar vivo. Lo irían a buscar. Con los datos que tenían disponibles lo encontraron con cierta facilidad: estaba vivo y asentado en la ciudad de Melbourne. Fue el detective Sanvitale quien decidió llamarlo por teléfono. Cuando Mercury atendió, Sanvitale le dijo, sin mucha vuelta, que precisaban hablar con él. Sorprendido el hombre respondió: -¿Sobre qué necesitan hablarme? Vince junto a su hija Cheryl Grimmer Sanvitale se mantuvo en silencio por dos segundos y le lanzó: -Dígame, usted qué cree… Mercury hizo una pausa que pareció eterna y contestó: -Es sobre algo que yo hice cuando era muy joven y de lo que me arrepiento cada día de mi vida... Es acerca de esa pequeña chica en Fairy Beach ¿no? Sanvitale jamás olvidará esa frase. Era la respuesta que buscaba. El 23 de marzo de 2017 se anunció que había un hombre, arrestado en un suburbio de Melbourne, acusado del secuestro y asesinato de Cheryl Grimmer. Mercury fue encarcelado en el Correccional Silverwater. Dos meses después, en el mes de mayo, se reveló que el detenido era el mismo que había confesado en el año 1971. La imagen de la cara, de este señor de 63 años con sobrepeso y pelo gris, fue pixelada en todos los medios de prensa. Solo trascendió que Mercury había nacido en Gran Bretaña y que había llegado a Australia a finales de los años ‘60. Había hecho, años antes, el mismo camino de los Grimmer. La confesión telefónica no alcanzó para nada. Porque su abogado defensor aseguró que su cliente era un enfermo mental, que ya había confesado otro crimen que no había sido cierto. El 7 de septiembre de 2018, el acusado se declaró no culpable y esta vez negó haber estado en la playa ese día. El juicio se planeó para mayo de 2019, pero en febrero de ese mismo año las acusaciones fueron desestimadas. La Corte Suprema de Nueva Gales del Sur consideró que la evidencia era inadmisible porque su confesión voluntaria de adolescente se había hecho sin presencia de un adulto. Si bien en aquel entonces no era un requisito que un mayor estuviera presente, el juez decidió aplicar la norma de manera retroactiva y consideró ilegal la obtención de sus dichos. Mercury recuperó la libertad y los Grimmer volvieron a su estado de angustia habitual. Sanvitale, harto de los manejos judiciales, renunció a la policía luego de 21 años de servicio y dijo sentirse profundamente decepcionado: ”Me di cuenta de que no puedo ser más oficial de policía. Ya no puedo hacer nada más. Esto fue la gota que rebalsó el vaso”. El 12 de enero de 2020, cuando se cumplieron 50 años de la desaparición de Cheryl, las autoridades de Nueva Gales del Sur subieron la apuesta ostensiblemente y ofrecieron un millón de dólares australianos como recompensa a quien aportara nuevas pistas. El superintendente de la policía sostuvo: “Estamos apelando a aquellas personas que saben algo, pero que antes no estaban decididas a acudir a la policía”. Este es el hombre al que llamaron Mercury y dijo haber asesinado a Cheryl en 1970 El trágico derrotero familiar Ricki Grimmer-Nash lleva toda su vida soportando el peso de no haber cuidado bien a su hermana aquel día en los vestuarios: “No hay palabras para describir la pena de perder a nuestra hermana y el impacto que tuvo su desaparición en nuestra familia (...) Siento hasta el día de hoy una culpa tremenda por haberla abandonado en esa ducha (...) Nunca, nunca, ¡¡¡nunca!!!! Nunca podré perdonarme. Todo el mundo dice ‘no es tu culpa’, pero vengan y párense dónde yo estoy y miren qué se siente (...) Solo queremos saber dónde está, así podremos llorarla”. Reveló también que su propio padre le recriminó durante años haberla dejado sola esos minutos en las duchas cuando fue a buscar a Carole. Stephen Grimmer, quien al momento de los hechos tenía 5 años, llegó a los titulares de los medios por un delito personal. En abril de 2016, cuando tenía 55 años, fue acusado por una menor de 14 años de tocamientos indecentes -en un camping de casas rodantes- al menos en tres oportunidades. Una de las veces la llevó a andar en un bote lejos de la costa y la besó a la fuerza diciéndole “Desearía tener tu edad”. La segunda vez le bajó el pantalón con sus manos y, la tercera, le tocó los senos. La chica se lo contó a un amigo y ese amigo a sus padres quienes hicieron la denuncia a la policía. Stephen aceptó ser culpable y recibió una condena, en 2020, a tres años y dos meses de prisión. Quedó evidenciado en el juicio que Stephen tenía serios problemas con la bebida por el estrés familiar sufrido durante toda su vida, que no era un hombre demasiado inteligente y era una persona que siempre había tenido tendencia a autolesionarse. Si bien sus hermanos eligieron no estar presentes durante la sentencia para evitar el acoso mediático, tanto Ricky como Paul, con su esposa Linda, lo contuvieron e intentaron defenderlo ante los embates de la sociedad. Dijeron que Stephen no representaba un peligro para la comunidad y que estaba sumamente arrepentido de lo que había hecho. Por suerte, Carole y Vince ya no estaban sobre la tierra para soportar esta nueva desgracia familiar. La conmoción perpetua En 2022 la BBC emitió un podcast llamado “Fairy Meadow true crime” que fue un éxito y fue visto por más de cinco millones de personas. Eso abrió algunas puertas. Gracias al podcast apareció un nuevo testigo -de quién no se proporcionó la identidad-. Es alguien que al momento de la desaparición tenía solamente 7 años y que era parte de una familia de inmigrantes que provenían de Europa del Este. Ese hombre dijo recordar perfectamente el día por el fuerte viento que había y que de pronto cambió de dirección generando que la arena volara por todos lados. Estaba en la zona de los vestuarios de la playa cuando vio a un adolescente salir con un pequeño o pequeña, el género no pudo asegurarlo, en brazos y apoyándolo contra su cadera porque pataleaba y hacía escándalo. Describió al adolescente como un chico de pelo oscuro y corto, de complexión promedio y dijo recordar que iba descalzo. Afirmó que en esa época no dijo nada porque él no hablaba inglés y porque en su familia no veían noticieros, ni televisión, ni leían diarios. No supieron que había una niña perdida. El detective Frank Sanvitale fue el encargado de reabrir el caso de Cheryl Grimmer en 2016 Damian Loone, ya retirado, dice que el testimonio es más que creíble. Hubo dos personas más que hablaron luego de ver el podcast: Kay Tutton (82) contó haber visto a un hombre llevarse a una pequeña de la playa aquel día: “Solo recuerdo esa pequeña adorable que parecía disgustada y a ese hombre llevarla firmemente de la mano y diciendo Vamos, vamos… y ella claramente no quería ir”. Kay había sostenido esto en 1970, pero nunca la llamaron a declarar. Una tercera persona, una mujer que pidió reserva de su nombre, dijo que había sido abordada por un hombre sospechoso en la playa unos días antes de la desaparición de Cheryl. Fue otra pista que tampoco se siguió una vez ocurrido el hecho. Un ex detective le pidió públicamente a Mercury, el hombre que quedó en libertad aunque había confesado, que se presente voluntariamente para dar respuesta a la familia y para que, los que todavía viven, puedan pasar el resto de sus días en paz. La recompensa sigue vigente. El 2 de octubre de 2025, un equipo de voluntarios usando perros rastreadores de cadáveres, buscaron en un área considerada de interés, en Balgownie, Wollongong. Buscaban restos de Cheryl. El sitio coincide con aquella confesión de Mercury. Se encontraron algunos huesos, pero estos acaban de ser descartados como humanos, pertenecen a animales. Todo esto enoja a Ricky Grimmer/Nash, quien hoy tiene 63 años, que ha visto desmoronarse a su familia y cómo sus padres murieron sin conseguir una respuesta satisfactoria. Dice sentirse “totalmente frustrado”. Ricky y Paul Grimmer el pasado 17 de octubre dieron a conocer en una conferencia de prensa frente al memorial construido en honor a su hermana en Fairy Meadow Beach, un documento explosivo, un dossier preparado por ellos, donde se critica el manejo, por parte de la policía, de la carta de rescate. Parece que eso podría haber saboteado la resolución del caso. La familia sostiene que esa pista debería haberse tratado con discreción y que la carta debería haberse guardado como evidencia clave. También apuntan a que no se protegieron las posibles huellas y que no se siguió esta línea con el rigor necesario. Hablan de “incompetencia grave y negligencia”. Y dieron un ultimátum pidiendo que Mercury, el alias judicial del sospechoso que confesó en el 71, se presente con abogados y explique su histórica confesión antes de la medianoche del miércoles 22 de octubre pasado. Si no lo hacía, ellos darían a conocer su nombre: “Le estamos dando una oportunidad, la que Cheryl nunca tuvo. Lo desafío que se presente asesorado en el lugar que elija y se explique o nosotros daremos a conocer quién es”. Mercury no apareció el 22 por lo que el jueves 23 ellos lograron que un miembro del parlamento de Nueva Gales del Sur lo hiciera. Los medios de prensa optaron por no dar a conocer su identidad porque la ley protegería al sospechoso, eso dijo la BBC. Ya son muchos los que saben quién es el personaje en las sombras conocido como Mercury. Veremos cómo siguen las cosas de picante, porque lo cierto es que a 55 años de la desaparición de la menor de los Grimmer, los australianos creen que todos podrían haber sido Cheryl. Esa chica de 3 años, de enterizo azul y pelo revuelto, que en escasos segundos y a escasos metros de su madre y hermanos, fue arrebatada de su vida por la fuerza. La pesadilla eterna de los Grimmer podría ser la de cualquiera.

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