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  • La inesperada apuesta peronista

    Parana » AnalisisDigital

    Fecha: 26/10/2025 16:46

    El 7 de septiembre el peronismo se encontró con una victoria por 14 puntos en Buenos Aires y Axel Kicillof se consolidó como el dirigente que encarna el resurgimiento del espacio. Esta noche, Javier Milei celebrará una victoria o deberá explicar una derrota. Ese será el drama principal de este domingo. Por detrás de él, empieza a tejerse otra historia, menos visible pero muy trascendente para el futuro. Si no hay ninguna sorpresa, Axel Kicillof habrá logrado un récord que ningún otro antecesor suyo consiguió: ganar en la provincia de Buenos Aires seis años después de haber asumido como gobernador. Nadie logró eso antes que él en un territorio tan peligroso. Solo ese dato alcanza para entender su proyección como candidato hacia el 2027. Pero, además, el peronismo habrá resurgido con fuerza solo dos años después de la peor derrota de su vida. Los dos hechos -el ascenso de kicillof y la resiliencia del peronismo- serán claves para entender la dinámica política que viene. Los números del gobernador son, realmente, contundentes. Desde el regreso de la democracia, nunca un gobernador de la provincia de Buenos Aires ganó una elección seis años después de asumir. El desgaste los fue horadando a todos. El radical Alejandro Armendáriz llegó al cargo en 1983 y perdió en 1987. El peronista Eduardo Duhalde, tal vez el gobernador más influyente de la provincia, llegó a la Casa de Gobierno en 1991. Seis años después, la porteña Graciela Fernández Meijide derrotó a “Chiche”, su mujer. El por entonces kirchnerista –parece una humorada, realmente- Daniel Scioli perdió en 2009, apenas dos años después de acceder al cargo y nuevamente en 2013. En cambio, Kicillof asumió como gobernador en 2019. Y, seis años después, hace un mes y medio, arrasó. Así que si hoy conserva una mínima porción de los catorce puntos de diferencia del 7 de septiembre, el récord habrá sido consumado. Encima, no será su único triunfo. En 2023 fue reelecto luego del caótico gobierno encabezado por Alberto Fernández. Ese año le ganó a Milei las tres elecciones –primarias, primera vuelta y ballotage. Hace pocas semanas, arrasó en las provinciales. Su única derrota fue en 2021, por apenas un punto porcentual, en una elección marcada por la dura pandemia y por la célebre foto de Olivos. Milei y Kicillof compitieron cuatro veces en territorio bonaerense. Hasta ahora, el resultado es 4 a 0. Si el gobernador triunfa hoy, será 5 a 0. La curva ascendente de Kicillof se produce, además, en un momento de cierta efervescencia dentro del peronismo, porque ni siquiera sus propios dirigentes creían en la posibilidad de una resurrección tan rápida. La derrota de 2023 fue de verdad traumática y no solo por lo numérico. El peronismo entregó la banda presidencial a un hombre que había dicho que “la justicia social es una inmundicia”. Millones de pobres de todo el país votaron por alguien cuya filosofía básica consistía en destruir todas y cada una de las veinte verdades peronistas. Les ganó alguien que no tenía aparato y competía contra el aparato más poderoso del país. El peronismo terminaba una gestión que ni siquiera sus dirigentes sabían cómo defender. Encima, estaban todos divididos. Había razones serias para pensar que el exilio duraría largos años. Pero el 7 de septiembre se encontraron con una victoria 14 puntos en la provincia de Buenos Aires. Si ese día Javier Milei soñaba con poner el último clavo en el cajón del kirchnerismo, hoy ruega en que no se lo pongan a él, porque ni él sabe lo que va a pasar. Un viejo lema de Perón –“No es que seamos demasiado buenos, es que los demás son muy malos”—recuperaba protagonismo. O sea que muy probablemente, cuando se disipe la emotividad propia de una elección, gran parte del mundo del poder empezará a hacerse preguntas sobre este ex profesor de economía, experto en Keynes, que se hizo peronista de grande. Es un caso raro, realmente. Muchos lo consideran comunista. Otros lo acusan de ser el peor gobernador de la historia. Otros dicen que su provincia está incendiada y es “un baño de sangre”. Sin embargo, no para de ganar elecciones. Además, en este complejo proceso electoral, Kicillof superó triunfante un conflicto abierto con La Cámpora, y tomó decisiones que lo enfrentaron con Cristina Kirchner, pese a lo cual fue respaldado por la mayoría de los intendentes de su provincia: un indicio fuerte de que su poder empieza a separarse del que le transmitió, en otros tiempos, la ex presidenta, su madrina y descubridora. Además, en algunas encuestas aparece como el dirigente más valorado por la sociedad, levemente por encima de Javier Milei. Hay algo interesante en ese encuentro entre Kicillof y el peronismo. Hace un tiempo, Kicillof explicó que se hizo peronista cuando se dio cuenta que solo el peronismo podría poner como ministro de Economía a alguien como él. Esa afirmación es exactamente antagónica a otra de Groucho Marx, cuando dijo que nunca aceptaría “pertenecer a un club que lo aceptara como socio”. O sea, Kicillof se percibió peronista cuando describió que el peronismo se parecía a él. Pero, progresivamente, él sufre también una trasmutación. Esta semana, por ejemplo, el gobernador hizo un gesto herético para la tradición kirchnerista: encabezó un acto de homenaje a José Ignacio Rucci, el ex secretario general de la CGT asesinado por Montoneros en 1973. Rucci fue un muerto maldito para el kirchnerismo. Durante los doce años en los que Néstor y Cristina Kirchner estuvieron en el poder, hubo homenajes para muchísimas víctimas: de la represión ilegal, del golpe del 55, de la triple A, de la campaña del desierto. Pero Rucci, la víctima más venerada por la ortodoxia peronista, fue ignorado sistemáticamente: pertenecía a otra tribu. Eso alejó del peronismo, por ejemplo, a su hija, Claudia, que terminó trabajando para Victoria Villarruel. Pero ahí estaba el miércoles Kicillof, ese profesor de economía, judío, porteño, progre, que se hizo peronista de grande, pegado a la liturgia del peronismo más tradicional, rodeado de los capos sindicales de toda la vida, haciendo la V de la victoria peronista y escuchando discursos que lo postulaban como candidato a presidente. Como nada es lineal, mientras el nuevo Kicillof veneraba a Rucci, esta misma semana, el original, el de siempre, bailó con Estela de Carlotto en la fiesta de cumpleaños de la presidente de Abuelas de Plaza de Mayo. La metamorfosis del profesor se ve a cada paso, pero nada la expresa tanto como su relación con Fernando Espinoza, el dueño de La Matanza. En 2022, una mujer denunció a Espinoza por abuso sexual. Ahí Kicillof tuvo que elegir entre sus raíces progres, que incluyen naturalmente los principios feministas, y la construcción de su aparato electoral. No dudó. Eligió lo segundo. Y si lo hizo en ese caso tan expuesto, uno puede imaginar que lo hace muchas otras veces. ¿Cambia el peronismo para aceptarlo a él? ¿Cambia él para ser aceptado por el peronismo? La posibilidad de que el peronismo, de la mano de Kicillof, llegue al poder es muy complicada porque tiene varias cosas en contra. En principio, hay una profecía, una maldición: nunca en la historia un gobernador de la provincia de Buenos Aires pudo llegar a la Casa Rosada por vía electoral. Luego, está Cristina Kirchner. El alma mater de kicillof intentará que no llegue a la Presidencia. Es una enemiga de cuidado: popular, astuta y poderosa. En ninguna encuesta, pese a tantas peripecias, desciende por abajo del 35 por ciento de imagen positiva. Y, luego, lo esperan los norteamericanos. La vieja opción entre Braden o Perón ha resurgido en estos días. Desde la derrota oficialista del 7 de septiembre, el desembarco norteamericano en la política argentina fue impresionante. Trump recibió dos veces a Milei en un mes y medio. Scott Bessent tuiteó casi a diario y se gastó casi USD 2 mil millones para evitar una debacle libertaria. Sam Altman, CEO de OpenAI, anunció en voz alta una inversión de USD 25 mil millones, que luego relativizó en voz baja. El presidente norteamericano explicó sin ningún pudor que todo ese despliegue se realizaba para que Milei ganara las elecciones y que si eso no ocurría abandonarían el país. La última semana previa a la elección llegaron a la Argentina más de veinte exclusivos aviones privados. A bordo iba la plana mayor del poderoso banco JP Morgan, cuyos ex funcionarios copaban la raviolera del gobierno argentino. Todo eso salvó al Presidente de una debacle electoral que lo hubiera dejado al borde del knock out. La apuesta norteamericana por Milei ha sido tan potente que sería ingenuo pensar que terminará esta noche. Así que el peronismo, con o sin Kicillof, tendrá enfrente un enemigo mucho más importante que el frágil gobierno de Javier Milei. Del otro lado está la potencia más poderosa del hemisferio, con un presidente muy dispuesto a todo. Esa coyuntura les regala a Kicillof y al peronismo un discurso nacionalista que parecía perimido y ahora reverdece. Pero tal vez el clima de guerra fría no deje lugar en la Argentina para Kicillof o para el peronismo. ¿Es, como dicen, comunista el nuevo hombre fuerte del peronismo? Antes de su acercamiento al kirchnerismo era un joven académico muy destacado, que había militado en agrupaciones de izquierda en la facultad. Llegó al Ministerio de Economía sin conocer una unidad básica, y pasaron algunos años hasta que empezó a cantar la marchita. Pero la debilidad de Cristina Kirchner hacia él, el desastre macrista y el destino lo depositaron en la gobernación bonaerense. Desde allí empezó a construir poder, como si fuera un peronista de cuna. Lo más comunista que hizo Kicillof fue expropiar a Repsol y recuperar YPF. Pero muchos años después sigue siendo estatal. Ni a Macri ni a Mileim se les ocurrió privatizarla. Así que tal vez no haya sido algo tan comunista. Además, aquel gobierno no colocó al frente de YPF a un general nacionalista sino a un empresario muy destacado del sector. Y ese lejano Kicillof hizo acuerdos con la petrolera norteamericana Chevron, pagó las deudas con Repsol, con el CIADI y con el Club de París, ideó el plan Gas que fue el primer puntapié para Vaca Muerta, devaluó. Lo que sí es válido preguntarse es si entiende, por ejemplo, que un país sin orden fiscal es un país que tarde o temprano termina mal. Sobre esas cosas, Kicillof guarda un extraño hermetismo. Si uno busca respuestas a esas preguntas, no aparecen, ni siquiera en sus reportajes kilométricos en los que le cuesta mucho poner un punto. Le es más fácil hablar sobre Milei que sobre él mismo, como sucede siempre con los opositores. Tal vez esta noche Milei celebre un triunfo. O pene por una derrota. En los dos casos, el peronismo estará mirando a ese extraño peronista, que se hizo peronista de grande y aprende a paso redoblado los códigos de la construcción de poder. Para un peronista, como se sabe, no hay nada mejor que otro peronista, aun cuando sea un peronista raro como Kicillof. Sobre todo si tiene votos. (*) Infobae

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