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  • Riesgo libertario y riesgo kuka: cómo la polarización golpea la agenda económica y política

    Parana » Informe Digital

    Fecha: 26/10/2025 06:22

    Existe la tentación de describir las elecciones mediante un escenario binario: uno marcado por la incertidumbre y otro por la certidumbre. Quien dibuja ese panorama suele completarlo con su propia preferencia: la certidumbre aparece garantizada si gana lo que ese observador apoyaría, y la derrota se reduce a una consecuencia incierta de aquello que políticamente no le agrada. Ese esquema es problemático porque sobrevalora el gusto personal y subestima los factores estructurales del desarrollo social. Basta observar el devenir cotidiano de cualquier proceso social para advertir que la incertidumbre es un rasgo esencial del funcionamiento de la sociedad moderna; nada la elude. Solo puede fingirse su ausencia hasta que reaparece y recuerda su presencia inevitable. Nadie describiría la economía moderna —sus pagos, gastos, inversiones o cobros— como una sucesión de certezas. En un nivel sociológico muy microscópico, cada acto económico es una posibilidad: alguien tiene dinero y decide si paga o no, un “sí” o un “no”. Es cierto que existen compromisos que empujan a cumplir (vencimientos, intereses), pero ello no elimina ese componente básico. Sociológicamente, la compra de bonos de deuda argentinos no difiere tanto de la adquisición de un alfajor en un kiosco: ambos contienen distintos grados de incertidumbre porque son acciones que pueden o no concretarse. La economía administra la complejidad acumulada de esas decisiones. En el mundo moderno el volumen de operaciones simultáneas es tan grande que las certezas de un desempeño seguro y preciso resultan improbables. Las empresas monitorean sus ventas casi en tiempo real y sus equipos no se limitan a cumplir un “budget”, sino a modificar continuamente esos objetivos para seguir integrados en quien los emplea. A menudo se atribuye esto a un problema argentino, pero corresponde a cualquier CFO regional o global ajustar las metas prometidas a los accionistas para proteger el valor de la acción. Las bolsas son espacios cotidianos de incertidumbre, donde los precios se revisan constantemente y cuyos movimientos pueden significar éxito o fracaso. Por eso se contratan consultoras para mitigar la incertidumbre estructural surgida con el desarrollo del sistema económico. Los actores de este vaivén —los que ajustan budgets, los que compiten en el mercado y el propio mercado, escenario complejo porque opera por conflicto entre marcas— son quienes reclaman certezas a la política. La política se vincula con la economía como una irritación en un cuerpo ajeno: actúa a modo de estímulo externo. Tal vez el ejemplo más claro de esa complejidad sean los impuestos. Algo semejante ocurre entre el derecho y la política, cuyo punto de encuentro es la Constitución. En ambos casos se trata de una relación simultánea y generalmente conflictiva. Para la economía, las regulaciones políticas generan incertidumbre, como también lo hacen los fallos judiciales que declaran inconstitucionales decisiones de gobierno. No existe entre ambos una relación plenamente sana y segura; eso, paradójicamente, es un “logro” del desarrollo social moderno. La forma en que se conceptualiza esta elección próxima consiste en una reducción de la complejidad. En lugar de asumir que la desestabilización es parte constante de la relación entre política y economía, se toma un atajo semántico exitoso denominado con frecuencia “riesgo kuka”. Según ese atajo, el kirchnerismo sería sólo riesgo, mientras La Libertad Avanza representaría certidumbre. Probablemente muchos actores de la economía argentina no compartan esa visión si se examinan otros detalles. El sector agropecuario sueña con una modificación de las retenciones que nunca llega, y cuando llega dura apenas el tiempo justo para una foto rápida con la pancarta que anuncia su suspensión brevísima. Todas estas inconsistencias se saldan con argumentos políticos añadidos: quienes no comprenden el nuevo modelo son etiquetados como kirchneristas o izquierdistas ocultos. Ese mecanismo explicativo constituye, probablemente, el núcleo del problema de esta elección. La política se vive, en extremo, como una tensión generalizada entre quienes “entienden bien el mundo” —los buenos— y los que no lo entienden, y por ende son malos. A este proceso cabe llamarlo moralización de la comunicación política. La consecuencia problemática es que la elección se percibe como la vida de un modelo deseado o la muerte misma del país. Nada parece poder inscribirse más allá de esa tensión central, por lo que el intento por comprender el fenómeno deja de lado criterios cognitivos (motivos del voto, cambios en el voto, zonas de voto, relación entre nivel socioeconómico y trayectorias electorales) y solo admite juicios morales: se quiere saber si la elección va a salir “bien” o “mal”. Cuando la comunicación se expande bajo esos criterios, ocurre una desestabilización emocional y, por lo tanto, más incertidumbre. El Gobierno ha sido exitoso en construir una imagen dual: en un lado están ellos y en el otro los otros. Ambos lados se necesitan como fuente de energía y sentido, pues la existencia de uno se sostiene en la amenaza que representa el otro. El éxito de ese esquema ha sido objetivar esa realidad. El problema aparece en caso de derrota electoral: quienes creen en esa polarización solo ven entonces la muerte y la liquidación de formas de vida en todas sus expresiones. Ese es el nivel de exageración con el que se llega a esta elección. Debe pensarse más en la supervivencia de este mecanismo y en su posible desactivación que en el resultado electoral como barrera definitiva. El Gobierno, sea cual fuere el resultado, seguirá necesitando acuerdos con otras fuerzas políticas, vínculos renovados con gobernadores, instancias de negociación con otros países y relaciones diversas con grupos sociales con los que se ha vinculado de modo complejo. La pregunta no debe centrarse tanto en el resultado sino en la capacidad del Gobierno para construir relaciones distintas que permitan llevar adelante las reformas y modificaciones que el país necesita. A veces parece que el peor enemigo del Gobierno es el éxito. En tiempos buenos, cuando la inflación cedía, no se aprovechó para consolidar vínculos de nuevo tipo hacia una Argentina renovada. Se prefirió la batalla sostenida y la marcación de los errores del otro. A ese mecanismo puede llamársele “riesgo libertario”, y parece actuar desde hace tiempo en la economía del país. *Sociólogo.

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