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  • Asentamientos rumanos en Córdoba: una historia de supervivencia diaria que acorta la vida

    » Diario Cordoba

    Fecha: 25/10/2025 13:40

    Vivir en un campamento toda una vida obliga a endurecer el pellejo. Una chabola no es como una tienda de campaña instalada en un cámping donde hay agua y suministro de luz garantizado. En los asentamientos rumanos, las paredes de las casas están hechas con retales de maderas o metal recogidos de la basura, las puertas no encajan, el suelo está recubierto con telas o alfombras viejas y las cocinas están a la intemperie. Los pocos frigoríficos que hay dentro de las chabolas (la mayoría se acumulan fuera para usarlos como chatarra) se encienden cuando hay gasoil para encender algún generador, así que no hay posibilidad de congelar comida. Los alimentos que se consiguen hay que consumirlos rápido o acabarán en mal estado. Tampoco hay cuartos de baño con tuberías o grifos dentro de las viviendas donde lavarse la cara o llenar un vaso de agua al despertar. En esas chabolas levantadas al lado de bloques de pisos o a la espalda de los puntos en los que el resto dejamos la basura, el aire se cuela por las rendijas en invierno y el calor aprieta durante el verano. Manuel Murillo Quizás por eso es raro encontrar a rumanos mayores en Córdoba, aunque en ocasiones, algunos no tan viejos presenten arrugas tan hondas que nos hagan pensar que tienen más edad de la real. La mayoría de ellos mueren jóvenes, como mucho llegan a los 60 o 65 años, y si se sienten enfermos y tienen recursos hacen lo posible para ir a morir a Rumanía. Lo dice Catalina Rojas, de Acisgru, que lleva media vida intentando ayudar a las familias que viven en los asentamientos de la ciudad. «La esperanza de vida de estas personas es mucho más corta que la de los españoles», explica, «la alimentación, las condiciones en las que viven, la falta de atención médica hace que mueran jóvenes». Tanza y su madre, en el asentamiento rumano del Cordel de Ecija. / Manuel Murillo Cuando alguno muere en España, toda la familia extensa recauda dinero para enviar el cadáver de vuelta a su tierra. «Hacen su vida aquí, pero quieren que sus restos descansen en Rumanía», explica. Hay algunas excepciones como la madre de Tanza, Pasco Constantina, de 73 años, que vio morir con un cáncer de colon a su marido hace cuatro años y lleva 15 sin salir de Córdoba. Toda su familia está aquí, sus hijos, sus nietos y hace tiempo que no tiene dónde regresar. Ahora anda preocupada por su hijo Tomás Nicolai que está enfermo, aunque es su hermana quien lo cuenta por él. «Trabajó nueve años en un picadero de caballos sin contrato», explica, «hace dos que tuvo que irse del trabajo sin nada cuando le detectaron cáncer testicular, desde entonces ha tenido dos infartos, toma pastillas, pero dicen que no pueden operarlo ni darle algún tratamiento para curarlo». No tiene mujer ni hijos y tampoco ingresos. «Lo que sí tiene es mucho dolor». En el asentamiento del Cordel de Écija, según cuentan, hay muchos enfermos que no pueden trabajar y pasan al cuidado de los demás, lo que obliga a repartir la miseria. Musi y dos vecinas del asentamiento rumano Glorieta de Louviere. / Manuel Murillo Según Catalina Rojas, uno de los problemas que acechan a estas familias son los préstamos. Cuando se ven en apuros, ante la imposibilidad de que los bancos les concedan dinero para salir del apuro, acuden a prestamistas usureros que les cobran intereses desorbitados y así la bola de la marginalidad se hace cada vez más grande. En el campamento que hay frente al Carrefour Zahira, donde se produjo el incendio en verano, el Ayuntamiento ha repartido algunos materiales para la reconstrucción de las chabolas, pero no todo el mundo está contento. «A mi hijo también se le quemó la chabola y como estaba fuera cuando vinieron, no le dejaron nada», explica Musi, «su mujer lo ha dejado y no quiere volver porque no quiere vivir en mi casa». Musi tiene 56 años aunque aparenta más y lleva más de 20 en Córdoba, se separó de su marido hace años, pero al tiempo él enfermó con una demencia y ella se vio obligada a cuidarlo. «Yo no me acuesto en su cama», recalca, «estamos separados». Tomás Nicolai, en el asentamiento rumano del Cordel de Ecija. / Manuel Murillo En la chabola de enfrente, vive Busi, otra mujer de 64 años que está sola en Córdoba con sus achaques. Cada dos o tres días, acude a la fuente a cargar las garrafas de agua que lucen apiladas en la entrada. Y a comprar algo de comer cada día, para que no se le ponga malo. Tenían un corral que se quemó y ahora las gallinas se pasean por su puerta a su aire. También hay tres hermanas que andan a la gresca por el reparto de la tierra y los materiales. «Estoy enferma», grita una de ellas de repente, «necesito ayuda, no puedo pagar las medicinas, no tengo empadronamiento y no puedo ir al médico». Los hombres andan buscando chatarra y cuando llegan se sientan en corro mientras miran con desconfianza a las visitas. «Yo trabajo cuidando a personas mayores, pero tengo cinco operaciones de tiroides, de colon, de una hernia...», confiesa Musi al rato, «aunque me veas bien, por dentro estoy fatal, ya soy mayor, me gustaría vivir en una casa con agua y luz, tranquila». Soñar es gratis.

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