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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/10/2025 09:40
El 23 de octubre de 2002, cincuenta terroristas chechenos tomaron por asalto el teatro Dubrovka (REUTERS) Para octubre de 2002, la segunda guerra de Chechenia llevaba tres años y hacía dos que el primer ministro ruso, Vladimir Putin, había instalado en la capital, Grozni, un gobierno que respondía al Kremlin. Aquellos que no se sometían a su mandato eran considerados bandidos. La ideología de los combatientes chechenos había derivado desde la guerra anterior – entre diciembre de 1994 y agosto de 1996 - de un independentismo laico hasta llegar al islamismo wahabista. La situación en el restringido teatro de operaciones era compleja, pero para los habitantes de Moscú ese conflicto bélico era algo que quedaba lejos y la vida cotidiana se desarrollaba con normalidad. Por eso, la noche del jueves 23 de octubre de 2002 en las instalaciones del Teatro Dubrovka, en la capital rusa, no cabía un alfiler. Más de ochocientas personas habían desembolsado en rublos el equivalente de 15 dólares – una entrada cara en ese momento – para ver el musical Nord-ost (Nordeste) Aleksei Ivaschenko y Georgiy Vasiliev, un verdadero suceso de taquilla estrenado el año anterior. La obra exigía un gran despliegue de actores y técnicos, por lo que si se los contabilizaba junto con el público sumaban 916 personas dentro del teatro. La función transcurría sin sobresaltos hasta que poco después de las 21 horas el Dubrovka se transformó en teatro de un suceso que nada tenía que ver con el arte. Recién comenzaba el segundo acto y el desvalido Sanya Grigoriev – testigo del asesinato de un cartero - deambulaba por los decorados en busca de su amigo el profesor Korablev, cuando un hombre enfundado en un uniforme negro saltó al escenario e interrumpió la obra con varios disparos dirigidos al techo. En cuestión de segundos, los espectadores, técnicos y actores, incluidos algunos niños del cuerpo infantil del teatro, se vieron rodeados por otros 39 hombres y mujeres armados con pistolas Makarov y rifles Kalashnikov y que, además, llevaban colgadas de sus cinturones cuatro o cinco granadas cada uno. Por si fuera poco, también colocaron explosivos plásticos por toda la sala, que se convirtió en un polvorín al que cualquier chispa podía hacer estallar. El sujeto de negro que saltó al escenario se llamaba Movsar Barayev, sobrino del comandante de la milicia rebelde chechena Arbi Barayev, y estaba al comando del grupo armado, que incluía a 21 hombres y 19 mujeres, en su mayoría de entre 21 y 23 años. Después se sabría que estas últimas eran “viudas negras”, esposas de combatientes rebeldes musulmanes chechenos muertos por las tropas rusas que ocupaban su país, y que estaban dispuestas a dejar la vida allí. Hubo quienes tuvieron suerte. En los primeros momentos de confusión, algunos técnicos y actores que estaban fuera de escena lograron escapar por ventanas y puertas auxiliares, pero fueron pocos. En la sala, rodeados por los integrantes del comando checheno quedaron más de 850 rehenes que pronto se enteraron de que serían asesinados si las tropas rusas no abandonaban inmediatamente Chechenia. Eso les anunció desde el escenario Movsar Barayev y el mismo mensaje les transmitió a las fuerzas de seguridad rusas que rápidamente rodearon el teatro. La amenaza era clara: si intentaban entrar, los combatientes harían volar el teatro y morirían junto con los cientos de rehenes que tenían adentro. Uno de los terroristas chechenos recorren los pasillos de la sala del Teatro Dubrovka Liberaciones y muertes Pasados los primeros minutos, el jefe del comando checheno permitió que los rehenes se comunicaran por teléfono con sus familiares. De ese modo las fuerzas de seguridad rusas supieron que tenían granadas, minas y artefactos explosivos improvisados atados a sus cuerpos, y que habían desplegado más explosivos en todo el teatro. También, que los chechenos usaban nombres árabes entre ellos. A las 22, las unidades policiales, el Servicio Federal de Seguridad (FSB), la policía antidisturbios, estaban alrededor del teatro. También había periodistas y móviles de televisión, que comenzaron a transmitir en directo. Poco después, los secuestradores liberaron alrededor de 150 personas, entre ellas niños, mujeres embarazadas, algunos musulmanes, extranjeros y personas que necesitaban tratamiento médico. Los enviaron con un mensaje: que matarían a diez rehenes por cada uno de ellos que muriera si los atacaban. El primer oficial ruso que intentó negociar con los secuestradores fue el teniente coronel Konstantin Vassilev, un abogado militar que se adentró en el teatro para ofrecer intercambiar otros rehenes a cambio de los niños retenidos. No pudo hacerlo, porque los chechenos lo recibieron con una lluvia de balas y lo mataron. La tensión aumentó todavía más cuando, pese al cerco montado alrededor del teatro, una empleada de una perfumería cercana, Olga Romanova, de 26 años, logró filtrarse entre las líneas policiales, entró a la sala y gritó instando a los rehenes a que se rebelaran. También le dispararon y permitieron que la policía retirara su cuerpo, que en un primer momento se creyó que era el de una rehén. Nadie se había dado cuenta de que había burlado la vigilancia de la policía sin ser detectada. El cerco de las fuerzas de seguridad mostraba así sus primeras fallas. El recuerdo de las víctimas del Teatro Dubrovka (Stanislav Krasilnikov/TASS/Sipa USA) Putin y la cuestión chechena Vladimir Putin fue informado de inmediato que el teatro estaba tomado y en cuestión de minutos convocó a un comité de emergencia. Su preocupación iba más allá de la suerte que podían correr los rehenes: la acción de un comando checheno en pleno centro de Moscú significaba un durísimo golpe para su imagen política. El ex agente de la KGB había llegado al poder tras la renuncia de Boris Yeltsin y luego con una victoria electoral aplastante en marzo de 2000, con el 53 por ciento de los votos. Tres años después, la aprobación pública a su gestión presidencial era todavía alta, aunque había recibido un duro golpe a los pocos meses de asumir con el hundimiento del submarino nuclear Kursk, en agosto de 2000, durante unas maniobras navales en el mar Báltico. Esa vez había salido todo mal: se demoraron las tareas de rescate y murieron los 118 tripulantes, algunos asfixiados luego de sobrevivir más de un día dentro del submarino inmóvil sobre el lecho marino. Putin estaba de vacaciones y demoró en volver, lo que lo puso en el ojo de la tormenta. Putin había logrado capear ese temporal, pero la toma del Dubrovka le planteaba un desafío mucho más difícil: se trataba de civiles y ocurría en la capital rusa, a la vista de todo el mundo. Aunque lo quisiera, el gobierno ruso no podía retirar las tropas de todo el territorio checheno como exigían los secuestradores. Era logísticamente imposible en tan poco tiempo. “Cuando se les dijo que la retirada de tropas era poco realista en el corto período, que era un proceso muy largo, los terroristas presentaron la demanda de retirar a las tropas rusas de cualquier parte de la República de Chechenia, pero sin especificar qué área era”, relató después uno de los asesores de Putin, Sergei Yastrzhembsky. También pidieron que el ejército ruso dejara de usar la artillería y los aviones de combate desde el día siguiente, y que el propio Putin diera un mensaje público prometiendo detener la guerra. El gobierno ruso no aceptó y, como contrapropuesta, ofreció a los integrantes del comando dejarlos en libertad y enviarlos a cualquier país que pidieran si se rendían y no había más muertos. Las puertas del teatro se llenaron de flores y fotos de las víctimas del ataque terrorista El plan y el ataque La negativa del comando checheno puso al gobierno ruso en una situación límite. Los hechos que sobrevendrían demostraron que Putin tomó entonces la decisión de actuar sin contemplaciones y sin reparar en efectos colaterales. Pero para hacerlo necesitaba un plan y eso requería ganar tiempo. En las siguientes 48 horas, hubo idas y vueltas, con negociaciones que no llegaban a ningún resultado concreto. Varias figuras públicas se ofrecieron como intermediarios, e incluso el último líder de la antigua Unión Soviética, Mijail Gorbachov, se propuso para entrar al teatro y dialogar cara a cara con el jefe del comando para buscar una solución. Mientras tanto, los secuestradores fueron liberando rehenes con cuentagotas, la mayoría de ellas niños o personas con problemas de salud. También pidieron que se presentara personal sanitario de la Cruz Roja y de Médicos sin Fronteras para atender a los secuestrados. La situación fue ganando en tensión y casi estalla cuando una tubería de agua caliente se rompió e inundó la planta baja del teatro. Los secuestradores tomaron el hecho como una “provocación” por parte de las fuerzas de seguridad rusas. En realidad, no era una provocación, sino una falla del plan que ya estaba en marcha para asaltar el Dubrovka. El problema de la cañería se debió a que las fuerzas de seguridad rusas estaban realizando pequeños agujeros en las paredes y revisando los accesos a las rejillas de ventilación del edificio para realizar la primera parte del asalto al teatro y liberar a los rehenes. A las 5.10 de la mañana del 26 de octubre, inyectaron un gas narcótico a través de esos accesos para dormir y dejar sin capacidad de reacción a los secuestradores. Que los rehenes sufrieran las mismas consecuencias fue considerado como un mal necesario. Veinte minutos más tarde, las Fuerzas Especiales “Alpha” y “Vimpel” irrumpieron en el teatro con máscaras, lanzando granadas de gas y disparando sobre algunos secuestradores que no habían sido afectados por la primera oleada de gas. Según testimonios de algunos rehenes que permanecían despiertos, las fuerzas especiales ejecutaron disparándoles a la cabeza a todos los miembros de comando que estaban dormidos. Después sacaron a los rehenes inconscientes y los fueron apilando en el piso del hall y en las escaleras, para que enfermeros y médicos los trasladaran en ambulancias hacia los hospitales más cercanos, donde se habían montado operativos de emergencia. Vladimir Putin nunca reveló cuál fue el gas usado en el Teatro Dubrovka El primer balance que dieron las autoridades rusas fue de 40 secuestradores muertos – es decir, todos -, 67 rehenes asesinados por los chechenos, ninguna baja entre las fuerzas de seguridad y más de 750 personas liberadas. En ese primer comunicado no se detalló cómo había sido el asalto ni se mencionó el uso de gas para dejar inconscientes a quienes estaban dentro del teatro. Un gas secreto La versión oficial fue que las fuerzas especiales debieron atacar porque un grupo de rehenes estaba intentando escapar y los secuestradores dispararon sobre ellos. Las autoridades rusas no pudieron sostenerla durante mucho tiempo. La primera información sobre la verdadera naturaleza del operativo vino desde el interior mismo del teatro cuando se inició el bombeo de gas. “Nos parece que desde afuera están haciendo algo. Están tirando gas. Así no va a salir nadie vivo, ni nosotros ni los chechenos. ¡Nuestro gobierno no quiere que salga nadie vivo de acá! Hay gas, los vemos, lo sentimos, lo estamos respirando y viene desde afuera”, avisó la rehén Anna Andrianova, corresponsal de Moskovskaya Pravda, en una llamada al estudio de radio Echo of Moscow que fue transmitida en vivo. El inicio de la operación del Ejército ruso en el Teatro Dubrovka (Reuters) La verdad se volvió inocultable cuando en los hospitales a los que habían sido trasladados, muchos rehenes empezaron a agonizar y murieron de insuficiencia respiratoria. En total, fallecieron 130 rehenes por los efectos del gas narcótico. Los médicos, desesperados, preguntaron a las fuerzas de seguridad qué gas habían utilizado, para así proporcionarles un antídoto a las víctimas. Les dijeron que no podían informarlo porque se trataba de un secreto militar. Recién en 2012, el laboratorio británico en Salisbury pudo descubrir que los anestésicos carfentanil y remifentanil eran parte del gas, pero sin poder determinar las proporciones y otros ingredientes. Para entonces, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ya había condenado a Rusia por la mala planificación de la operación de rescate y la falta de una investigación adecuada sobre la operación y otorgó un total de 1,3 millones de euros a los rehenes sobrevivientes y a los familiares de las víctimas. Ni siquiera entonces el gobierno ruso modificó su versión. La última declaración sobre el tema de Vladimir Putin fue que los rehenes no habían muerto por efectos del gas utilizado sino por el resultado de enfermedades crónicas exacerbadas, estrés e incapacidad para adaptarse a circunstancias inusuales. La composición del gas nunca fue revelada.
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